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El Silencio De Velmont

El Silencio De Velmont

Status: En proceso
Genre:Terror / Doctor
Popularitas:364
Nilai: 5
nombre de autor: Tapiao

Nadie recuerda cuándo se fundó Velmont.
Nadie recuerda por qué cerraron el hospital.
Y nadie parece recordar a Elías Medina... ni siquiera él mismo.

Lo único más espeso que la niebla que cubre este pueblo es el silencio que lo envuelve.
Pero algo aún respira entre esas paredes abandonadas. Algo que espera.

Elías llegó buscando cumplir con su servicio médico.
Lo que encontró fue un lugar sin salida.
Y cuanto más intenta entenderlo… más se olvida de quién era.

Porque hay lugares que no se dejan atrás.
Y hay llamados que nunca deberían responderse.

NovelToon tiene autorización de Tapiao para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Ecos de lo que fuimos

El sonido del reloj en su consultorio era más penetrante de lo que recordaba. Cada tic era una punzada, como si el tiempo estuviera marcando no un paso hacia adelante, sino un retroceso. Elías permanecía sentado en su silla, con la espalda tensa y las manos entrelazadas sobre el escritorio. Frente a él, los papeles de su vida estaban desordenados. Informes médicos, radiografías, notas sueltas escritas a mano con tinta corrida. Pero lo que más le perturbaba no era el desorden físico del lugar, sino la sensación constante de que algo lo observaba desde detrás del espejo.

El espejo seguía en la pared opuesta, junto al archivador de historias clínicas. No había razón lógica para que estuviera allí: no recordaba haberlo colgado, y tampoco tenía sentido decorativo. Pero desde que despertó —¿o había soñado?— tras su descenso al subsuelo del hospital, el objeto lo acompañaba como un espectador silencioso. No reflejaba exactamente lo mismo que la habitación real. A veces, cuando se atrevía a mirarlo por más de unos segundos, notaba detalles sutiles que no estaban en su lado del vidrio: una grieta en la pared izquierda, una sombra en movimiento en el rincón derecho, una figura de espaldas caminando lentamente por el pasillo que, en teoría, estaba vacío.

Ese día no había pacientes en la agenda. O tal vez sí, pero no logró concentrarse en revisar nada. La computadora parpadeaba, como si quisiera reiniciarse pero algo dentro de su sistema lo impidiera. Revisó su celular, sin servicio. Ni llamadas, ni mensajes, ni siquiera la hora. Como si toda la tecnología hubiese entrado en un estado de coma, un reflejo del letargo mental que lo consumía.

Se levantó, caminó hasta la ventana y se asomó. El tráfico seguía fluyendo como si nada. Personas caminando, autos pasando, una ciudad que no parecía haber cambiado. Pero era él quien ya no era el mismo. Algo dentro de su psique se había fracturado, o más bien, se había abierto como una compuerta mal cerrada, dejando salir no solo recuerdos, sino versiones de sí mismo que jamás quiso aceptar. ¿Había vuelto a la realidad? ¿O seguía atrapado en otra capa del mismo hospital, solo que esta vez con una máscara de normalidad más convincente?

El sonido de unos nudillos golpeando la puerta lo sacó del trance. Elías giró lentamente. No esperaba a nadie. Se acercó y abrió. Nadie. El pasillo vacío. Ni siquiera el eco de pasos alejándose. Pero sobre el felpudo había una carpeta. Una de las viejas carpetas de archivos clínicos que usaban antes del sistema digital.

La levantó con cuidado y la llevó de nuevo a su escritorio. Al abrirla, el corazón le dio un vuelco.

Nombre del paciente: Soledad Rojas

Fecha de ingreso: indeterminada

Estado: pendiente de evaluación final

Observaciones: “Paciente con historial de alucinaciones persistentes relacionadas a la pérdida traumática. Contacto con Elías M. reportado en múltiples registros.”

Lo más perturbador fue encontrar en las siguientes hojas transcripciones de sesiones que él no recordaba haber tenido jamás. Fragmentos de conversaciones entre él y Soledad que, de ser ciertos, implicaban una conexión más profunda y antigua de lo que había querido aceptar.

—Soledad, ¿por qué seguís viniendo a este lugar?

—Porque mi hija sigue aquí.

—¿Creés que está viva?

—No. Pero todavía respira.

—Eso no tiene sentido.

—Nada de lo que pasa acá lo tiene, doctor. Ni siquiera usted.

Elías apretó los dientes. Aquello no solo era imposible, sino que tenía implicaciones aterradoras. ¿Soledad había sido una paciente suya en Velmont? ¿Antes de todo esto? ¿Era parte del experimento? Las notas médicas lo describían como “supervisor clínico de fase uno”. Él. No otro. Su firma aparecía al pie de varios informes. Y todos ellos estaban fechados con fechas imposibles: 2021, 2025, 2038. Fechas sin sentido que se repetían y distorsionaban como si la cronología misma se hubiese convertido en un ciclo de errores constantes.

De pronto, otro golpe, esta vez desde el espejo. El sonido fue claro: tac, tac, tac. Como uñas golpeando el cristal desde adentro. Elías se giró de golpe y lo observó.

La figura estaba allí. De pie, detrás de su reflejo.

Pero no era él.

Era un niño.

Vestido con una bata blanca, pies descalzos, y los ojos completamente negros.

Elías se acercó, cauteloso.

—¿Quién sos? —preguntó, sabiendo que no habría respuesta.

El niño levantó una mano y señaló hacia el archivo de Soledad. Luego, sonrió. Era la misma sonrisa del reflejo del capítulo anterior, pero infantil, casi inocente, lo que la hacía más perturbadora.

—¿Querés que vaya a verla? —susurró Elías.

El niño asintió, y luego desapareció.

El camino hasta el hospital fue como atravesar un velo. Aunque cruzó avenidas, saludó a una vecina e incluso compró un café, nada parecía auténtico. Todo era demasiado... correcto. Demasiado alineado. Como un decorado. Como si alguien hubiera recreado su ciudad desde los recuerdos que tenía, pero sin entender los matices humanos que hacen que una ciudad sea real.

Al llegar a la entrada del Hospital Velmont, notó que la fachada había cambiado. No era la misma estructura ruinosa que conoció en su visión. Tampoco la moderna instalación experimental que alguna vez imaginó. Era una mezcla. Las grietas del pasado se mezclaban con estructuras nuevas que no terminaban de integrarse. Como si el edificio estuviera mutando, adaptándose a una nueva fase de su mente.

Adentro, lo recibió el mismo olor: desinfectante vencido, humedad, y un leve toque de óxido. Pero había más luz. Unas enfermeras lo saludaron. Sus rostros eran borrosos, pero su actitud era amable. Demasiado amable.

—El doctor Elías —dijo una de ellas, con una sonrisa fija—. La paciente Soledad lo espera en la habitación 42.

Elías sintió un escalofrío. El paciente 42. ¿Ahora era ella? ¿O siempre lo había sido?

Siguió el pasillo hasta el cuarto.

La puerta estaba entreabierta.

Entró.

Soledad estaba sentada en una silla frente a la ventana. No se giró.

—Sabía que ibas a volver —dijo con voz serena—. Siempre volvés. Todos vuelven. Nadie sale sin dejar algo.

Elías se acercó lentamente.

—¿Qué es este lugar ahora, Soledad? ¿Una reconstrucción? ¿Una ilusión?

Ella se giró por fin.

Sus ojos estaban hinchados, pero había paz en su rostro.

—Es lo que queda de nosotros. Lo que se repite cuando nos negamos a aceptar. El hospital no es real, Elías. Pero tampoco es falso. Es una consecuencia.

—¿De qué?

—De nuestra culpa.

Hubo un silencio largo.

—¿Dónde está mi hija?

Soledad negó con la cabeza.

—No deberías preguntar eso acá. Esa respuesta... no te va a gustar.

—Quiero saber.

—Entonces bajá. Como la primera vez. Solo que ahora no vas a bajar solo.

Elías giró la vista.

Detrás de él, la figura del niño lo esperaba. Sonriendo. Pero esta vez, sostenía algo en las manos: una caja pequeña de madera, como un relicario antiguo.

—¿Qué hay ahí?

—Tu final —respondió Soledad, y cerró los ojos.

Elías tomó la caja.

El niño caminó hacia la pared del fondo y la atravesó como si fuera niebla. Elías lo siguió.

Y cuando cruzó, el hospital ya no estaba.

Ahora estaba en la casa.

La verdadera casa.

La del accidente.

La del principio.

La de su vida anterior.

Y esta vez, no había escapatoria.

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