Álvaro, creyente en la reencarnación, se encuentra atrapado en el cuerpo de Felipe, un ladrón muerto en un tiroteo. Con una nueva identidad, pero con la misma mente astuta y sedienta de justicia, decide vengarse de Catalina y de su amante. Usando sus habilidades empresariales y su inteligencia, se infiltra en su propia casa, ahora ocupada por otros, y empieza a mover las piezas de un plan de venganza que se va tornando cada vez más complejo.
Entre situaciones cómicas y tensiones dramáticas, la novela explora temas de identidad, amor, traición y justicia, mientras Álvaro navega en un mundo que no le pertenece, pero que está dispuesto a dominar. La lucha interna entre el alma de Álvaro y el cuerpo de Felipe crea un conflicto fascinante, mientras él busca vengarse de aquellos que lo destruyeron.
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El chaman
La luz de la fogata iluminaba el rostro de un hombre mayor con ojos penetrantes y cabello entrecano que caía en mechones desordenados sobre sus hombros. Estaba sentado frente a Álvaro, que, aún con el cuerpo de Felipe Cruz, mantenía una expresión escéptica. El aroma a hierbas quemadas y tabaco llenaba el aire, mientras el chamán se movía con movimientos lentos y calculados alrededor del fuego.
El encuentro había sido, en muchos sentidos, accidental, pero Álvaro no creía en las coincidencias. Después de su escape del hospital, había buscado un refugio en los rincones más oscuros de la ciudad, y ahí, entre callejones y rumores, escuchó hablar de un hombre que podía responder preguntas que ni la ciencia ni la lógica podían.
—Así que, según tú, estoy aquí para encontrar mi destino. — Álvaro rompió el silencio, su voz impregnada de sarcasmo. —¿Y eso significa que debo aceptar vivir en el cuerpo de un ladrón para siempre?
El chamán lo miró sin responder, sus ojos oscuros y profundos parecían leer más allá de las palabras. Finalmente, habló, su tono grave y pausado.
—El cuerpo es solo un vehículo. No define quién eres ni lo que puedes lograr. Pero las decisiones que tomas sí lo hacen. — Tomó un puñado de cenizas de un cuenco cercano y las arrojó al fuego, provocando una chispa que iluminó por un instante la noche.
Álvaro lo observó con impaciencia. Había venido buscando respuestas, no filosofías.
—Mira, no sé cómo acabé aquí. Solo sé que quiero volver a mi vida, a mi cuerpo. Quiero recuperar lo que es mío y vengarme de quienes me traicionaron.
El chamán se acercó lentamente, sus sandalias crujían sobre la tierra. Se inclinó hacia Álvaro, tan cerca que este pudo sentir su aliento cálido.
—¿Y estás seguro de que la venganza es tu propósito? — preguntó, su voz tan baja que parecía un susurro. —Porque si lo es, debes entender que la venganza, si no se ejecuta con sabiduría, es un arma que puede volverse en tu contra.
Álvaro apretó los puños. Las palabras del chamán lo irritaban, pero al mismo tiempo sabía que había algo de verdad en ellas.
—¿Y qué sugieres? ¿Que perdone y olvide?
El chamán soltó una carcajada breve y seca, como si la pregunta fuera absurda.
—No, no te equivoques. El perdón no siempre es la respuesta. Pero tampoco lo es el odio ciego. — Se enderezó y señaló el fuego con un dedo nudoso. —Mira las llamas. Pueden iluminar y calentar, pero también pueden destruir. Lo mismo ocurre con tus intenciones. Si buscas venganza, hazlo con claridad, sin dejar que te consuma.
Álvaro observó el fuego en silencio. Había algo hipnótico en las llamas, algo que resonaba en su interior.
—¿Y cómo lo hago? — preguntó finalmente, su voz más suave, casi vulnerable.
El chamán sonrió por primera vez, mostrando dientes amarillos pero firmes.
—Primero, acepta quién eres ahora. Este cuerpo, aunque no es el tuyo, es tu herramienta. Aprende a usarlo. Segundo, encuentra tu propósito. La venganza por sí sola no es suficiente; debe haber algo más, algo que te mueva. Y tercero, actúa con sabiduría. Cada paso que des debe acercarte a tu objetivo, no alejarte de él.
El chamán lo llevó a una pequeña cabaña detrás de la fogata, donde había un altar cubierto con símbolos antiguos, velas y pequeñas figuras talladas en madera. Sacó un cuenco de barro y comenzó a mezclar hierbas y polvos de colores, murmurando palabras en un idioma que Álvaro no entendía.
—Bebe esto — le dijo, extendiendo el cuenco.
—¿Qué es? —preguntó Álvaro, desconfiado.
—Una forma de abrir tu mente y permitirte ver lo que realmente necesitas.
Álvaro dudó, pero algo en la intensidad de los ojos del chamán lo convenció. Tomó el cuenco y bebió de un trago. El líquido era amargo, casi insoportable, pero lo obligó a tragarlo.
En cuestión de minutos, comenzó a sentir un calor que recorría su cuerpo, seguido de una extraña ligereza. El mundo a su alrededor parecía distorsionarse; las llamas del altar bailaban con formas imposibles, y el rostro del chamán parecía multiplicarse.
De repente, se encontró en un espacio vacío, rodeado por una luz blanca cegadora. Frente a él apareció una figura conocida: su propio cuerpo, el de Álvaro Vega.
—¿Qué estás haciendo? — preguntó la figura, su voz resonando en el vacío.
Álvaro trató de responder, pero las palabras no salieron. Entonces, la figura continuó:
—Tienes una oportunidad única, una que no todos reciben. No la desperdicies. Si todo lo que buscas es venganza, nunca serás libre.
Antes de que pudiera responder, la visión se desvaneció y Álvaro se encontró de nuevo en la cabaña, jadeando y cubierto de sudor. El chamán lo observaba con serenidad.
—¿Qué viste? — preguntó.
Álvaro tomó un momento para recuperar el aliento antes de responder. —Vi mi cuerpo. Me dijo que no desperdiciara esta oportunidad.
El chamán asintió lentamente.
—Entonces ya sabes lo que debes hacer. — Se inclinó hacia él, su voz más suave. —Recuerda: tu propósito no es solo castigar a quienes te hicieron daño. Es recuperar lo que verdaderamente importa.
Esa noche, mientras caminaba de regreso a la ciudad, Álvaro reflexionó sobre las palabras del chamán. Sabía que su objetivo inmediato seguía siendo enfrentarse a Catalina y recuperar su empresa, pero también comprendió que no podía hacerlo de manera impulsiva. Debía planificar cada paso con cuidado, usar el cuerpo de Felipe como una herramienta y convertir su aparente desventaja en su mayor fortaleza.
Sin embargo, mientras cruzaba un callejón oscuro, sintió que lo seguían. Se giró rápidamente, pero no vio a nadie. Un escalofrío recorrió su espalda.
"Esto no ha hecho más que empezar," pensó, apretando los dientes y apurando el paso.
Desde una ventana alta, un hombre con un cigarrillo observaba a Álvaro desaparecer en la noche. Levantó un teléfono y marcó un número.
—Lo tengo. Felipe Cruz está vivo y en movimiento. —
La voz al otro lado respondió con frialdad: —Síguelo. Quiero saber cada uno de sus pasos.
La llamada terminó, y el hombre apagó el cigarrillo contra la pared, sus ojos fijos en el camino que Álvaro acababa de tomar. La cacería continuaba.