Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
NovelToon tiene autorización de DayMarJ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO 11
...Valeria....
La presencia de Santori se vuelve irrelevante cuando el contador ocupa mis pensamientos. Hay algo en ese asesino que despierta en mí una fascinación inquietante. Mi tesis gira en torno a él, y digo él porque no tengo dudas de que se trata de un hombre. No porque una mujer carezca de la capacidad, sino porque la brutalidad de sus actos exige una fuerza descomunal, una violencia cruda que no deja margen para la sutileza.
El contador no es un simple asesino; es meticuloso, metódico. No deja cabos sueltos porque su trabajo es más que una ejecución: es precisión, es mensaje, es obsesión. Cada corte, cada marca en los cuerpos tiene un propósito calculado. No hay improvisación, solo disciplina y control absoluto. Es pasión convertida en arte, perfeccionada con años de dedicación.
Santori me sigue de cerca cuando salimos de la sala de interrogatorio. ¿Pretende convertirse en mi sombra? Su presencia es densa, inquebrantable, como si fuera una extensión de mi propio destino.
No le doy importancia. Voy directo a buscar a Zack. Necesito que actualice mi información, cualquier detalle, cualquier mínimo rastro que me acerque más. Siempre que se lo pregunto, me da a entender que estoy obsesionada con este hombre.
Probablemente lo esté.
Hay algo en él que despierta una conexión visceral, una afinidad inquietante que no puedo explicar. No es admiración ni miedo, es algo más profundo, como si en su mente retorcida pudiera ver reflejos de la mía.
—Valeria, ¿por qué sigues aquí? —Zack mira alrededor con cautela, seguramente buscando a ese tal Williams. Luego su mirada se desliza hasta Lucas, que sigue pegado a mi espalda como una sombra, y frunce el ceño con desconfianza.
—Te necesito, Zack —ronroneo, inclinándome levemente hacia él—. Eres el único que puede actualizar mi información. Se que tenemos algo pendiente, podemos cuadrarlo esta noche. Te parece?
Zack traga saliva con un sonido seco. Sé que, por más que lo intente, nunca encontrará a alguien que lo complazca como yo lo he hecho en la cama. Esa certeza lo consume, lo debilita, lo mantiene atado a mí incluso cuando debería mantenerse alejado.
Su mano se desliza por mi brazo con una sutileza que solo delata su necesidad contenida. Sus ojos, antes analíticos, se oscurecen con un destello de lujuria que no se molesta en disimular.
Su mirada se desvía primero hacia Santori, evaluándolo con precaución, como si midiera hasta qué punto puede marcar su territorio sin salir perdiendo. Pero al final, la centra en mí, enredándose en mi sonrisa ladeada, en la provocación implícita en cada uno de mis gestos.
—Pídeme lo que quieras y luego págame como solo tú sabes —su voz es baja, cargada de un deseo que casi puedo palpar.
Si acaso, solo acaso, sintiera algo por Santori, esas palabras me harían dudar. Me avergonzarían. Pero no siento nada. No hay dudas, ni titubeos. Solo juego con las piezas a mi disposición.
—Déjame ver el cuerpo.
Zack se revuelve inquieto, evitando mi mirada.
—No es tan sencillo… —murmura con una súplica muda en los ojos.
—Por favor —insisto, suavizando la voz—. Sabes que te he ayudado antes con esto. ¿Quién mejor que yo para descifrar el mensaje esta vez?
Suspira, derrotado.
—Está bien. Ven por aquí.
Su mano se cierra en mi brazo con una sutileza casi protectora, pero su tono cambia cuando su mirada se desliza hacia Santori.
—¿Él viene con nosotros?
—Da igual, no es nadie importante —comento con indiferencia, lanzándole a Santori una mirada de reojo.
El leve tic en su mandíbula lo delata. La manera en que aprieta los dientes, la tensión en sus hombros… Sé perfectamente lo que significan. Y por lo que veo, está furioso.
No quiero admitirlo, pero me divierte verlo perder el control con tanta facilidad. Está acostumbrado a la pleitesía, a la sumisión sin cuestionamientos. Probablemente las mujeres se arrastren y besen el suelo por donde pisa.
Yo no soy ese tipo de mujer.
Cuando llegamos al cuarto frío donde reposan las partes desmembradas de Delacroix, una oleada de fascinación se apodera de mí al ver el cuerpo.
—Es perfecto —murmuro, recorriendo con la mirada cada fragmento de aquella grotesca obra de arte.
Cuando giro la cabeza, ambos hombres me observan fijamente. Zack me lanza una mirada cargada de desaprobación, como si mis palabras fueran una afrenta a su moral tambaleante. Pero Santori… sus ojos son distintos. Me atraviesan como si quisieran desentrañar cada rincón de mi mente, como si buscara algo en mí que ni yo misma comprendo. Su mirada es intensa, oscura, llena de algo que no logro descifrar.
—Es un asesino, Val —es lo único que dice Zack, su voz cargada de reproche.
—No lo es… es algo más complejo que eso —respondo sin dudar, tomando un par de guantes y acercándome al cuerpo con determinación.
El hedor metálico de la sangre aún impregna el aire a pesar del frío. Me agacho ligeramente, observando cada detalle con precisión. Este no es un simple asesinato, es un mensaje meticulosamente planeado.
—Procura no contaminar la evidencia —advierte Zack con un suspiro, caminando hacia la puerta metálica. Suelta el aire con resignación antes de girar el seguro y cerrarla por completo—. ¿Qué ves en este?
Detallo poco a poco cada parte de este hombre, esta vez hay algo más fuerte, más explosivo que no había en los otros.
El hedor a sangre y muerte impregna el aire, denso y metálico, aferrándose a mis fosas nasales como un perfume fúnebre. Me inclino un poco más sobre la mesa de acero inoxidable, observando cada fragmento de lo que una vez fue un hombre. Pero eso no es del todo cierto, ¿verdad?
Este no era un hombre.
Si lo fuera, no habría merecido una muerte como esta.
Detallo poco a poco cada parte de este … o lo que queda de él. Esta vez hay algo más fuerte, más explosivo que en los otros. Un mensaje más visceral, más personal.
Empiezo por su rostro… o lo que solía serlo. La piel ha sido arrancada con precisión, dejando al descubierto la crudeza de los músculos y el hueso. Sus facciones han desaparecido por completo. No tiene identidad. No es nadie. Es un monstruo, y en eso lo convirtieron.
Desciendo la mirada hasta su torso. Clavos oxidados perforan su carne en un patrón que parece al azar, pero no lo es. Son marcas de castigo, de desprecio. Como si cada una fuera una sentencia, una condena impuesta con brutalidad y determinación.
Sus brazos… retorcidos, desmembrados, esparcidos como si hubieran sido desechados sin valor. Sus piernas, igualmente destrozadas, parecen gritar una verdad innegable: este hombre no debía caminar entre los demás, no debía compartir el mundo con la gente decente.
Y luego está su entrepierna. Ahí es donde la rabia del asesino se vuelve más evidente. El clavo atravesando su miembro es la firma, la venganza definitiva. No es solo una mutilación, es un juicio. Este hombre hizo algo imperdonable. Su castigo fue proporcional a su pecado.
—Violador —murmuro con desprecio.
-¿Que? - ignoro la voz de Zack
Zack respira hondo detrás de mí. Puedo sentir su incomodidad, su rechazo. Santori, en cambio, sigue en silencio. Su mirada pesa sobre mí, pero no la devuelvo.
Cierro los ojos por un segundo, intentando reconstruir la escena. Puedo ver el miedo en los ojos de Delacroix cuando su verdugo lo redujo a un simple objeto de castigo. Lo imagino forcejeando cuando la bolsa de plástico descendió sobre su rostro, ahogándolo en un pánico desesperado. Puedo ver sus manos arañando, sus pulmones quemando por la falta de oxígeno, su corazón latiendo frenéticamente mientras la vida se le escapaba.
Pero lo realmente hermoso de todo esto es que su asesino no se conformó con matarlo.
No, eso habría sido un favor.
Quien hizo esto quería que sufriera. Que sintiera cada golpe, cada desgarro de su carne, cada puntilla perforando su piel como un recordatorio de todos los pecados que jamás podrá expiar.
No puedo evitar sonreír mientras me enderezo y me quito los guantes con lentitud.
Esto no es un simple crimen.
Es arte.
El golpe fuerte en la puerta nos pone en alerta a todos. Es Williams. Se escucha furioso del otro lado.
Zack aprieta los dientes y, sin muchas opciones, abre la puerta.
Williams nos observa con desprecio, su mirada oscila entre Zack, Santori y finalmente se clava en mí.
—¿Qué hacen ellos aquí? —gruñe, iracundo.
—Tu trabajo —respondo con indiferencia. Luego doy un paso hacia él, acercándome lentamente—. ¿Sabes por qué estás tan lejos de descubrir quién es el asesino?
Williams entrecierra los ojos con desconfianza.
—Porque no tienes lo que se necesita.
Sus facciones se endurecen y su mirada intenta perforarme, buscar algún indicio de duda en mí.
—¿Cómo te atreves? —su voz es un filo de amenaza.
Pero yo no bajo la vista ni me muevo un solo milímetro.
—Deberías dar gracias de que el Contador acabó con un tipo como él.
—¿Qué?
—Solo un monstruo puede destruir a otro monstruo —sonrío de lado—. Lo que vi ahí… no era un simple asesinato. Era un castigo. La puntilla atravesando su miembro lo dice todo: desprecio absoluto. Un acto personal. ¿Y por qué? Porque ese animal disfrutaba de abusar de otros. Míralo bien… Ira. Rencor. Estoy segura de que sus víctimas no podían defenderse. Niños. Niñas. Pequeños cuyos padres no tuvieron las agallas de proteger.
Hago una pausa, dejando que mis palabras se hundan en la habitación.
—Este caso es diferente. Más intenso. ¿Viste su rostro desfigurado? No fue un simple golpe de furia. Fue un deseo incontrolable de erradicar su existencia, de borrar cualquier rastro de él en este mundo. No merecía conservar un rostro humano porque, para el asesino, nunca fue uno. Delacroix no era más que un monstruo… y lo transformó en eso. Se aseguró de que no muriera como un hombre, porque no merecía ser recordado como tal.
—¿Cómo puedes asegurar todo eso? —Esta vez me observa con inquietud.
—Porque veo lo que usted no… —Paso por su lado, rozando su hombro con intención—. Si fuera usted, investigaría más a fondo a Nicolas Delacroix. Tal vez termine sorprendido.
Salgo rápidamente, con Santori siguiéndome de cerca, silencioso pero siempre acechante, como una sombra imposible de eludir. Justo cuando me giro para encararlo, Zack aparece de regreso y, sin previo aviso, me toma por sorpresa, estampando un beso contra mis labios, con una urgencia que casi roza la desesperación, como si quisiera dejar su marca en mí.
No le correspondo, pero tampoco me aparto de inmediato. En cambio, entreabro los ojos y busco la única reacción que realmente me interesa. Y ahí está. Santori me observa con su mirada afilada, oscura como una tormenta a punto de estallar. Después de todo, no le soy tan indiferente. Lo sé por la forma en que su mirada se endurece, por la tensión en su mandíbula. Es mi pequeña victoria, y pienso saborearla.
—No quería meterte en líos, Zack. Te agradezco por esto —expreso con sinceridad.
—No te preocupes por eso. Le dejaste la boca cerrada a Williams —sonríe con diversión antes de rozar mis labios con otro beso fugaz—. ¿Cómo no adorarte?
—Debo irme —murmuro, dando un paso atrás.
Él asiente sin insistir y regresa a la habitación anterior, mientras yo me giro y me encuentro con la mirada intensa de Santori, aún clavada en mí.
Sigo caminando rápidamente hasta llegar al corredor antes de salir completamente del lugar.
—Supongo que te convertirás en mi sombra —digo, girándome hacia Santori. Algo en su mirada ha cambiado, hay una intensidad nueva, algo que no consigo descifrar del todo.
—No necesito convertirme en tu sombra cuando ya estoy bajo tu piel —murmura antes de estrellarme contra la pared.
Su boca devora la mía con una pasión desmedida, sus manos se aferran a mis glúteos y mi cuerpo responde como si lo conociera de siempre, como si su toque fuera algo que ansiara sin siquiera saberlo.
—Ya eres mía, Valeria —su voz es un gruñido contra mis labios—. Y los niños caprichosos jamás comparten sus juguetes...