Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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5: Terapia del sueño
El sonambulismo ha estado presente en mi vida desde que tengo memoria. Empezó cuando era niña, con episodios a los que realmente no les daba importancia, especialmente porque no eran tan frecuentes. A veces despertaba en el suelo de la cocina, o mis padres aseguraban haberme visto caminar por el pasillo mientras murmuraba cosas ininteligibles, por lo que lo único que hacían era regresarme a mi cama. Durante mi adolescencia, la situación empeoró un poco, pues descubrí cómo abrir la puerta de la casa estando dormida, por lo que varias veces desperté en medio de arbustos o incluso en las inmensidades del bosque. Vivir en una casa aislada en el campo no era precisamente algo que me ayudara a mejorar, y la mala relación con mis padres hacía todo aún peor.
Finalmente, cuando ellos murieron tres años atrás, la situación se salió de control. Una noche desperté en medio de la carretera, recostada sobre el pavimento y con un auto que acababa de frenar en seco a un par de metros de distancia. Teniendo en cuenta la hora y la oscuridad de la calle, fue un verdadero milagro que el conductor me viera a tiempo. Fue así como decidí que debía ver a un especialista, sin embargo, la muerte de mis padres provocó que perdiera mi casa por algunos asuntos legales. Fue así como recibí la oferta de vivir en este pueblo, donde encontré una psicóloga que me ayudó a superar gran parte de mis traumas del pasado.
La doctora Catlett es una mujer de aproximadamente treinta años de edad. Es bastante elegante, gentil, y la primera y única psicóloga que he visto en toda mi vida. Conoce toda mi historia, y siento confianza cada vez que hablo con ella. Nuestra última sesión fue hace poco más de un año, y teniendo en cuenta que no tengo más personas con las cuales hablar sobre el tema, era ella a quien debía acudir. Fue por eso que al día siguiente de mi extraña visita a la puerta de la señora Handford, llamé a su secretaria para agendar una cita. Dos días después, me encuentro sentada en el que parece ser un costoso sofá que ocupa casi por completo uno de los muros del enorme salón que la mujer usa como consultorio.
Ingresa al lugar vistiendo una bata blanca y después cierra la puerta detrás de ella. Me dirige únicamente una sonrisa, pues ya nos habíamos saludado minutos antes. Se acerca a una elegante mesa negra con algunos elementos sobre ella. Toma sus gafas, su libreta, un bolígrafo y finalmente camina hasta una pequeña butaca que se encuentra frente a mí, sonriendo con amabilidad.
–Me alegra verte otra vez, Grace –dice mientras se pone sus lentes. Yo asiento con la cabeza.
–Me gustaría decir lo mismo, honestamente. Me gustan nuestras sesiones pero desearía no tener que regresar.
–La terapia no es algo malo, lo sabes.
–No me molesta venir a terapia. Me molesta seguir sufriendo las consecuencias de lo que me trajo aquí en primer lugar –tomo una larga bocanada de aire antes de continuar–. Otra vez caminé dormida… Hace dos noches. Incluso salí de mi casa.
–Entiendo –abre la libreta y comienza a escribir en ella–. Quiero que me cuentes sobre este último año. ¿Ha pasado mucho desde la última vez que nos vimos?
–Nada importante. He estado muy ocupada con la universidad. No salgo de casa si no es para ir a clases.
–¿Cómo llevas lo de tus padres? ¿Piensas en ellos frecuentemente?
–Hace mucho tiempo no lo hago. Creo que ya los he dejado atrás. Estoy segura de que no tienen nada que ver con esto.
–¿Has sido contactada de nuevo por la policía? ¿Has recibido noticias sobre la investigación? La última vez que nos vimos dijiste que querías luchar por la casa que habías perdido. ¿Cómo vas con eso?
Sus palabras hacen que me quede en silencio. No me gusta pensar en las cosas que menciona, pues sólo logran producirme estrés. Mis padres murieron hace tres años, y las consecuencias de sus acciones aún me persiguen. Mi padre utilizaba su empresa como fachada para cubrir una amplia variedad de actividades ilegales. Después de su muerte, la policía encontró documentos que dejaban en evidencia sus acciones, por lo que tomaron la empresa y todos los bienes de mi familia, incluyendo mi hogar. En ese entonces yo era menor de edad, pero teniendo en cuenta que me faltaba poco para cumplir los dieciocho, la remuneración económica que recibí no fue mucha. Tengo suerte de haber sido contactada por mi tía lejana, pues de no ser así no tendría un techo bajo el cual dormir.
–No me he interesado mucho por el tema –respondo con severidad–. Supongo que me di por vencida. No me interesa enmendar el daño que ellos causaron.
–Me alegra que por fin entendieras la clase de personas que eran –murmura con una pequeña sonrisa de apoyo.
A pesar de que mis padres me trataron como una desconocida durante toda mi vida, siempre los defendí. Defendí su memoria cada vez que alguien decía cosas malas sobre ellos. Intenté crear una denuncia legal hacia un noticiero que los llamaba traficantes cada vez que daban actualizaciones de su caso. Eventualmente y con ayuda de la doctora Catlett, terminé por comprender que eran malas personas, y que nunca se interesaron realmente por mí. Dejarlos en el pasado era lo mejor, y es lo que he intentado hacer desde entonces. Por desgracia, mi deseo por saber lo que se sentía tener una familia de verdad, nunca desapareció, y eso me entristecía. Nunca supe lo que se sentía tener a padres atentos y cariñosos, o una familia donde no me sintiera como una extraña. No tengo nada ni a nadie, y es un pensamiento que me atormenta a diario.
–Si no se trata de tus padres, y tampoco de la universidad… –continúa ella, intentando indagar en lo más profundo de mis pensamientos–. ¿Qué es lo que te tiene tan angustiada? Tus episodios de sonambulismo siempre se han presentado como consecuencia de situaciones estresantes. ¿Hay algo que no me has dicho?
–Hay algo –susurro mientras observo fijamente mis manos, con los dedos entrelazados entre sí. Intento continuar hablando, pero no estoy muy segura de qué tan buena idea sea contarle absolutamente todo.
–Lo que me cuentes no saldrá de este consultorio. Te lo puedo asegurar.
Levanto poco a poco mi cabeza, observando fijamente los ojos marrones de la mujer frente a mí.
–¿Sabe quién es Elizabeth Handford?
–No lo creo. ¿Debería saberlo?
–Es una mujer que vive en el pueblo. Su segundo esposo falleció hace algunos días.
–Ah, sí… He escuchado algunas cosas. ¿En qué se relaciona ella contigo?
–Es mi vecina. Vive en la casa del frente. Desde que su esposo murió, yo… He comenzado a interesarme demasiado en la vida de esa mujer. La observo desde mi ventana. Sé que es extraño, doctora Catlett, estoy totalmente consciente de eso. Es que ella… Parece estar ocultando algo. ¿No es extraño que sus dos esposos murieran?
–Grace, que una mujer quede viuda dos veces es algo completamente común. Sucede más veces de las que creerías. Lo que me estás diciendo es que… El motivo de tu estrés es la vida de la mujer que vive frente a tu casa. Una mujer cuya vida no tiene nada que ver contigo.
–Sus dos esposos eran jóvenes. No pasaban de los cuarenta años, y murieron de forma accidental. El primero ahogado en la tina y el segundo por una sobredosis de medicamentos. ¿No es eso extraño?
–Si hubiese algo sospechoso, la policía ya se habría encargado, Grace, y de todas maneras no es tu asunto. Ya tienes muchos problemas en tu vida como para lidiar con los de alguien más.
–La otra noche la vi golpear a una mujer en su jardín. Ella fue a mi casa días después para disculparse por alterar la calma del barrio. Me dijo que esa mujer era la hermana de su difunto esposo, y que la había acusado de su muerte. Dijo que sólo habían sido algunos golpes, pero yo vi que sostenía un cuchillo, yo vi… ¡Vi cómo apuñalaba a esa mujer hasta la muerte!
Exaltada, me levanto abruptamente del sofá y camino hacia la pequeña ventana que hay en la habitación. A través de ella se obtiene una gran vista del pueblo, pues el consultorio de la doctora Catlett está ubicado en el décimo piso de un gran edificio. Mantengo mi mirada fija en el cristal, sin atreverme a observar a la mayor después de las palabras que han salido de mi boca.
–Grace –habla ella con un inquietante y a la vez tranquilo tono de voz–, estás acusando a tu vecina de haber cometido varios asesinatos. ¿Te das cuenta de la gravedad de lo que me has dicho?
–No puede confiar en mis palabras –susurro con voz queda–. A veces ni yo misma lo hago.
–Eres una persona inteligente, Grace; inteligente y calculadora. Sabes cuándo estás haciendo algo mal, o cuándo algo te está lastimando. Tu obsesión por esta mujer es peligrosa, y fue el detonante para que tu sonambulismo regrese. ¿Puedes decirme qué sucedió la noche en que tuviste este episodio?
Permanezco en silencio unos segundos, sabiendo que mis palabras le darán la razón.
–Desperté frente a la puerta de la señora Handford.
–Justo lo que pensé –veo cómo comienza a escribir nuevamente en su libreta–. Esto no es sano, Grace. Estás agregando por voluntad propia más problemas a tu vida de los que puedes manejar. Sabes que tu sonambulismo es peligroso, teniendo en cuenta tu historial.
–Tal vez me pueda recetar medicinas otra vez.
–Podría, pero no quiero hacerlo, especialmente sabiendo que la solución a tu problema es tan simple. Debes dejar atrás a la señora Handford. No te involucres en sus problemas. Enfócate en los tuyos. ¿Estás segura de haberla visto apuñalar a alguien?
–Estaba oscuro. Tenía un amigo en mi casa, le pedí que fuera a ver pero cuando llegamos de regreso a la ventana ya no había nadie.
–¿Qué hora era?
–La una de la mañana.
–Y supongo que esa noche estabas cansada, pero no podías dormir. No podías dormir debido a tus preocupaciones y sospechas sobre esa mujer. Tu mente cansada te hizo ver aquella discusión como algo mucho más turbio de lo que realmente fue. Ahora, tu salud mental se está viendo comprometida. No te voy a recetar medicación, y en una semana volveremos a vernos para discutir tu progreso. Y recuerda, no más señora Handford.
Asiento con la cabeza, sabiendo que no podré cumplir por mucho tiempo con esa orden.