En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Cerca de tu corazón.
El día estaba tranquilo, el sol filtrándose tímidamente a través de los cristales de la ventana. Estaba en la cama, recostado y débil, pero al mismo tiempo, la necesidad de ver a Einar me llenaba de una extraña energía.
Sabía que no podría dejarlo ir ni un momento más. Mi cuerpo no podía seguir resistiendo la dolorosa separación que parecía hacerse más fuerte con cada día que pasaba. La impregnación entre nosotros estaba tomando su curso, y mientras mi mente se debatía entre la razón y el deseo, no pude evitar ansiarlo con cada fibra de mi ser.
Einar entró en la habitación, sus ojos fijos en mí, como siempre, con esa calma que siempre lo acompañaba, pero que en este momento parecía ser lo único que me mantenía cuerdo. Era la primera vez que me ayudaba a bañarme en el cuarto de baño, desde mi enfermedad solo tomaba baños con paños humedos, sentí una mezcla de vulnerabilidad y amor profundo cuando él estuvo presente.
Con cuidado, se acercó a la cama, agachándose para recogerme en sus brazos con una facilidad impresionante. Aunque sus heridas aún lo hacían cojear ligeramente, su fuerza era inquebrantable. Me levantó con delicadeza, como si fuera el tesoro más frágil, y me sostuvo cerca de su pecho. Su olor, a tierra húmeda y algo más, me rodeó al instante, un aroma que se había convertido en mi refugio. Cerré los ojos por un momento, permitiéndome disfrutar de la cercanía, del calor de su cuerpo.
Astrid estaba en la puerta, observando con una mezcla de curiosidad y desconfianza, como si el ritual entre Einar y yo fuera algo que ella no terminaba de comprender. A pesar de la presencia de mi esposa, Einar no mostró ningún indicio de incomodidad. Al contrario, me sostuvo con más firmeza, sin apartar su mirada de mí.
—Tranquilo, Leif —dijo en voz baja, casi un susurro, como si temiera que cualquier palabra pudiera romper la paz que estábamos creando entre nosotros—. Te voy a llevar al baño.
Lo hizo con tanto cuidado que ni siquiera sentí el dolor de mis heridas al ser trasladado. Me llevó hasta la tina, una bañera grande de madera donde el agua caliente estaba lista para recibirme. El vapor se elevaba suavemente, creando una atmósfera envolvente que parecía aislarnos del resto del mundo.
Con una habilidad que solo él poseía, Einar me bajó lentamente hacia la tina. Sus manos eran firmes pero suaves al mismo tiempo, guiando mi cuerpo hacia el agua, asegurándose de que nada me causara incomodidad. Cuando mis pies tocaron el agua caliente, sentí una oleada de alivio recorrer mi cuerpo, pero no era solo el agua lo que me calmaba; era su cercanía, su toque, la forma en que cuidaba de mí con tanta dedicación.
Mientras me acomodaba en la tina, Einar se arrodilló a mi lado. Astrid, aún observando desde la puerta, no parecía querer acercarse, pero su presencia estaba ahí, vigilante. No dijo nada, pero sabía que su mirada estaba fija en lo que sucedía. Su respiración se volvía más pesada conforme la escena se desarrollaba. Sabía que no era algo que ella hubiera esperado presenciar, pero en ese momento, yo solo podía concentrarme en Einar.
Con movimientos cuidadosos, Einar comenzó a sumergir mi cuerpo en el agua, asegurándose de que cada parte de mí quedara cubierta. Su toque era cálido, y el agua envolvía mi piel, calmándome como un abrazo. Tomó un pequeño recipiente y vertió agua sobre mi cabeza, humedeciéndome el cabello. Sus dedos pasaron suavemente por mi cuero cabelludo, y sentí el roce de sus uñas en mi piel sensible. Cada toque suyo era un recordatorio de cuánto me necesitaba, de lo profundo que iba nuestro vínculo.
—Te cuidaré, Leif —dijo, con una voz tan suave que casi no pude escucharla—. No tienes que preocuparte por nada. Estaré aquí todo el tiempo.
Astrid permaneció en la puerta, pero no pude evitar notar cómo sus ojos se fijaron en el cuidado con el que Einar me bañaba. No era solo un acto físico; era un ritual, un acto de amor profundo y compromiso. Cada movimiento de Einar era una promesa, una muestra de que su vida ya no le pertenecía solo a él, sino también a mí.
Mientras Einar seguía sumergiéndome en el agua, sus ojos se encontraban con los míos en momentos fugaces, y en esos instantes, sentí que no había nada más en el mundo que nosotros dos. A pesar de la presencia de Astrid, el único mundo que existía en ese momento era el que habíamos creado juntos.
Einar continuó bañándome con ternura, pasando una esponja por mi cuerpo, limpiándome con delicadeza, pero también con una firmeza que hablaba de lo mucho que le importaba. Astrid, aunque no lo decía, debía estar consciente de lo que significaba todo esto. La relación que compartíamos era algo más grande que cualquier mandato o expectativa. Era algo que no podía ser ignorado.
Cuando Einar terminó de bañarme, me ayudó a levantarme con suavidad, envolviéndome en una toalla cálida que había preparado antes. Me secó meticulosamente, asegurándose de que no me sintiera débil ni incompleto. Cada gesto suyo estaba impregnado de un amor profundo y una dedicación que era más fuerte que cualquier obstáculo.
Finalmente, me ayudó a vestirme, eligiendo una camisa sencilla, pero cómoda, para que pudiera descansar con más facilidad. Mientras lo hacía, sus manos temblaban ligeramente, y su rostro reflejaba la paz que tanto necesitaba en ese momento. Astrid seguía allí, observando, pero ya no era solo una esposa preocupada por su marido. Era una mujer testigo de un amor que no podía evitar sentirse inmenso.
Einar me miró, sus ojos llenos de cariño y amor, y por un instante, todo lo demás desapareció. Astrid, el castillo, el reino... todo se desvaneció ante la verdad de lo que compartíamos.
—Gracias, Einar —susurré, con la voz quebrada por la emoción.
Él solo sonrió, acariciando mi mejilla con suavidad.
—No tienes que darme las gracias. Estoy aquí para ti. Siempre lo estaré.
Y en ese momento, supe que no importaba lo que el mundo pensara. Había encontrado a mi compañero, a mi alma gemela, y nada ni nadie podría separarnos.