Lo Que Nos Une

Luca

Cuando volví a la ciudad, algo había cambiado. Y no solo porque las calles se veían un poco más familiares o porque el aire ya no me parecía tan cargado de la misma rutina de siempre. No, lo que había cambiado era mucho más profundo que todo eso. Yo, Luca, ya no podía seguir viendo la vida como antes, sin pensar en Danara. Y ahora, no solo era el hecho de que ella se había convertido en la persona que más ocupaba mis pensamientos. Ahora sabía lo que quería. Quería estar con ella, y no solo por un rato, no solo como un chico que busca distraerse, sino de verdad, con todo lo que eso implicaba.

Había algo en ella que me llamaba profundamente, algo que no podía ignorar. Y aunque nunca me había considerado un chico que se quedaba quieto o que era paciente con los sentimientos, algo en mi interior me decía que esta vez valía la pena. Danara no era como las demás chicas con las que había salido. No, ella no tenía esa confianza desbordante que otras mostraban, pero eso solo la hacía más interesante. Había algo más en ella, algo que me desarmaba.

A veces, me encontraba observándola en silencio, mientras ella pensaba en algo, concentrada en sus propios mundos de emociones y dudas. Cada vez que me hablaba, cada vez que me miraba, sentía que tenía que esforzarme más para comprender lo que sucedía en su interior Danara no era como los demás, y eso me intrigaba de una manera que nunca había experimentado antes. Sus dudas, sus inseguridades, su manera tan genuina de ser, me hacían querer estar ahí, ser su apoyo, su refugio. No solo como el chico que venía a verla y a hacerle reír, sino como alguien que realmente quería comprenderla, abrazar sus miedos y ayudarla a superarlos.

Y fue esa comprensión, esa promesa silenciosa de que no la dejaría sola, lo que me hizo decidirme a conquistar su corazón. Pero no iba a ser como antes, no iba a ser un juego, no iba a ser solo una relación superficial. Iba a ser algo real, algo que le demostrara que me importaba más allá de las risas y los momentos divertidos. Iba a ser un proceso de descubrimiento mutuo, un viaje que recorreríamos juntos, sin prisas.

Me propuse ganarme su confianza de la forma más auténtica que conocía. Ya no era solo una cuestión de hacerla sonreír, de hacerla sentir cómoda a mi lado. Era algo mucho más profundo. Quería que Danara entendiera que no necesitaba ser perfecta, ni tener todas las respuestas. Que podía ser ella misma, tal como era, y yo estaría allí para apoyarla en cada paso. Pero, sobre todo, quería que ella se diera cuenta de que podía confiar en sus emociones, que estaba bien sentir lo que sentía, aunque no lo entendiera por completo.

A veces, me veía a mí mismo preguntándome si en realidad había algo que yo pudiera hacer para ayudarla a ver lo que yo veía en ella: esa fuerza tranquila que había debajo de su superficie, esa belleza tan única que solo algunos podían ver. ¿Cómo podía convencerla de que estaba bien ser vulnerable, estar perdida en sus pensamientos, y aún así, ser increíblemente valiosa?

No tenía todas las respuestas, pero sabía una cosa: iba a estar a su lado para ayudarla a encontrar las suyas. A veces, el amor no se trata de tener todo bajo control, sino de acompañar a la persona en su proceso, sin juzgar, sin apresurarse.

Una tarde, mientras caminábamos juntos por el parque, había algo en el aire. No sé si era la manera en que ella me miraba o la forma en que las palabras se deslizaban entre nosotros con una naturalidad que me sorprendía. Pero algo estaba cambiando en ella. Podía verlo. Cada vez que hablábamos de sus miedos, de sus inseguridades, ya no se cerraba tanto. Era como si, poco a poco, estuviera soltando el control y dejándose llevar por lo que sentía, aunque no lo comprendiera del todo.

Me detuve en medio del sendero y la miré a los ojos. “Danara,” le dije, con voz suave, casi como si temiera romper el hechizo que nos rodeaba. “No tienes que tener todo resuelto, no tienes que entenderlo todo ahora mismo. Lo que importa es que tus sentimientos son válidos, y yo estoy aquí para ti, para ayudarte a comprenderlos. Solo quiero que te sientas libre de ser tú misma, sin miedo.”

Ella me miró en silencio por un momento, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y algo más, algo que no supe identificar del todo. Finalmente, dio un paso hacia mí, como si lo estuviera considerando, como si las palabras que acababa de decirle realmente estuvieran tocando algo profundo dentro de ella.

“Yo… no sé qué hacer con todo esto,” dijo, su voz temblorosa pero honesta. “A veces me siento tan perdida, como si no supiera lo que quiero. Pero tú… tú me haces sentir diferente. Me haces sentir que está bien no tener todas las respuestas.”

Sonreí, aunque mi corazón latía con fuerza. “Y eso está perfectamente bien. Lo único que tienes que hacer es dejarte sentir, dejarte llevar por lo que venga. No tienes que entenderlo todo ahora, ni mañana, ni en el futuro. Lo importante es que yo estaré aquí, cada paso del camino. Y no tienes que temer a lo que sientes.”

Ella me miró fijamente, como si estuviera procesando mis palabras, y por un segundo, algo en su expresión cambió. Vi cómo su rostro se suavizaba, cómo sus hombros, que solían estar tan tensos, se relajaban un poco más. Como si, finalmente, hubiera comenzado a entender que no tenía que tener todo bajo control para ser valiosa, para ser suficiente.

“Gracias, Luca,” dijo, su voz llena de una gratitud silenciosa que me hizo sonreír. “No sé si lo comprendo todo, pero… me hace sentir mejor saber que no tengo que hacerlo sola.”

“Claro que no tienes que hacerlo sola,” respondí, tomando suavemente su mano. “No tienes que tenerlo todo resuelto, Danara. Y yo estaré aquí, siempre que me necesites. Sin importar cuántas veces necesites decir que no entiendes lo que sientes. Yo estaré aquí para acompañarte.”

Ella apretó mi mano con más firmeza, como si, en ese pequeño gesto, hubiera aceptado el compromiso de estar dispuesta a confiar en lo que sentía, aunque no lo entendiera. Y eso, en ese momento, fue más que suficiente para mí.

Porque sabía que no importaba cuántos altibajos tuviéramos. No importaba cuántas veces nos perdiéramos en nuestros propios pensamientos, nuestras inseguridades. Lo importante era que, juntos, podíamos ayudarnos a comprendernos, a confiar en lo que sentíamos y a seguir adelante. Y, de alguna manera, eso me hizo sentir más seguro de lo que jamás había estado.

Era el principio de algo nuevo, algo que nunca imaginé que sucedería, pero que, ahora, no podría imaginar mi vida sin ello.