Algo que pertenecia al pasado ha resurgido con fuerza como el ave Fénix. Haciendo tambalear la estabilidad de una familia bien avenida. Una llamada misteriosa, que obvio nadie se esperaba. Y menos Octavio Saldaña.
Una trama muy expectante, sin saber lo que les depara el destino.
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Lourdes tuvo un hijo, y es mío.
Papá, cuando tenías mi edad, ¿que tanta televisión podías ver?
Silvia formuló la pregunta lanzando una mirada seductora a su padre.
Cuando yo tenía tu edad no había televisión.
¿Qué?, ¿eres tan viejo?
Lo que tu padre quiere decir, intervino Andrea, comentando la hipérbole de Octavio, es que él sabía que leer libros era más satisfactorio.
Nosotros leemos libros en la escuela, corrigió Silvia, ¿puedo encender el aparato ahora?
Si has terminado tu tarea, sí, concedió Andrea.
¿Qué programa hay hoy?, interpeló Octavio, interesándose (como convenía) en las actividades culturales de su prole.
Plaza Sésamo, repuso Mónica.
Bueno, eso me parece ligeramente educativo, ¿en el canal de difusión cultural?
¡Ay papá!, exclamó Mónica con desesperación.
¿Es que no sabes nada?
¡Óyeme bien, niña! He visto todos y cada uno de los programas de Plaza Sésamo, si no tienes inconveniente...
Plaza Sésamo es una serie, aclaró Silvia molesta.
Trata de muchas botargas muy llenos de colores, que te enseñan a leer y a escribir y muchas cosas más, comentó Mónica.
¡Encantador!, bromeó Octavio. Y, ¿quién es quién?
¡Ay papá!, ¡hasta mi mamá lo sabe!
Andrea dirigió a Octavio una mirada amorosa.
Pobres de nosotros, almas trasnochadas, pensó, estamos totalmente desconectados de estas cosas.
Querido, ve a ver el programa con ellas, yo despejaré la mesa.
No yo me encargo de la mesa tú ve a ver los Muppets.
¡Plaza Sésamo, papá!
Al decir esto, Silvia frunció el ceño y salió como exhalación, rumbo a la sala.
¿Vienes mamá?, preguntó a Mónica.
No me lo perdería por nada, contestó la aludida, mientras veía a un marido cansado que amontonaba los platos de la cena.
Te veré después, Octavio...
Si...
.
.
.
Él esperó hasta estar seguro de que las niñas estuvieran profundamente dormidas. Andrea estaba acurrucada en el sofá con una novela, "un aborto para Mía". La música sonaba suavemente, Octavio pretendía estar leyendo el periódico. La atención era insoportable.
¿Quieres un trago, cariño?
No, gracias, repuso a Andrea levantando la vista.
¿Te molesta si tomo uno?
¿Desde cuándo tienes que pedir permiso?, preguntó Andrea extrañada.
Después de hacer el comentario, Andrea volvió a su novela.
¡Es increíble!, musitó ella. No puedo creer cómo lo hacen en este capítulo. Ni más ni menos que en medio de la fiesta.
"¡Oh, Dios mío!", pensó Octavio. ¿Cómo puedo hacer esto?
¡Oye!, ¿podríamos hablar un momento?
Estaba sentado a poco más de un metro de ella, y tenía de la mano un whisky de tamaño insólito.
Claro, ¿hay algún problema?
Bueno, en cierto sentido... sí.
Bajó la cabeza, Andrea se sintió aterrada. Dejó el libro a un lado y se enderezó en el asiento.
Octavio, ¿no estás enfermo, ¿verdad?
"No lo estoy", pensó, "pero me siento como si lo estuviera". Sacudió la cabeza y explicó:
Querida tengo que hablarte de algo.
Andrea Saldaña sintió que le fallaba la respiración.
¿De cuántos de sus amigas había oído que el marido iniciaba una conversación con esta clase de preámbulo?
Tenemos que hablar; de nuestro matrimonio; por la sombría expresión del rostro de Octavio, empezó a temer que también él estuviera a punto de decir: "Ya no está dando resultado".
Octavio, comenzó candorosa, Hay algo en tu voz que me asusta, ¿te he hecho algo?
No, no. Soy yo. Yo soy el que lo ha hecho.
¿Qué?
¡Oh, Dios mío!, ¡no sabes qué difícil es decirlo!
¡Por favor, Octavio, el suspenso está matándome! ¡Habla ya!
Octavio respiró hondo, estaba temblando.
Andrea... ¿Recuerdas cuando estabas esperando a Silvia?
¡Sí! ¿Y...?
Tuve que volar a Estados Unidos para presentar aquel trabajo...
¿Y...?
Tuve una aventura amorosa.
Lo dijo con toda la rapidez que pudo, como quien trata de arrancarse una venda a toda prisa para que el dolor sea menos.
El rostro de Andrea palideció.
¡No!, impugnó ella, sacudiendo la cabeza con violencia como para arrojar lo que acababa de oír. Esta es una broma terrible, lo miró para confirmarse, ¿verdad?
No, es cierto, corroboró en un tono carente de inflexiones, yo... yo lo lamento mucho.
¿Quién?, preguntó a Andrea.
¡Nadie!, contestó él, nadie especial.
¿Quién, Octavio?
Se... se llamaba, Lourdes Quiñones, era una estudiante de la facultad de medicina.
"¿Por qué quiere conocer todos estos detalles?", se preguntó.
Y, ¿cuánto duró?
Dos... o tres días.
¿Cuáles dos o tres días? ¡Quiero saberlo!, ¡con un demonio!
Tres días, repitió él.
¡Y tres noches!, completó ella.
Sí, admitió, ¿tiene alguna importancia?
¡Todo tiene importancia!, reposo Andrea, y luego, exclamó para sí misma, ¡Dios mío!
Octavio pudo notar el esfuerzo que hacía para controlar sus emociones. Era peor de lo que él hubiera podido siquiera imaginar. Después, ella lo miró e indagó:
¿Y lo mantuviste en secreto todos estos años?
Él asintió con un movimiento de cabeza, no tenía valor para seguir hablando.
¿Por qué no me habías hablado nunca de esto?
Iba a decírtelo... empezó vacilante.
Pero...
Yo... yo esperaba un momento oportuno.
Octavio sabía que esa excusa tenía un sabor absurdo, pero era verdad, de hecho él había querido decírselo, pero no en esa forma.
¿Y después de 10 años, es el momento oportuno?, interrogó con marcado sarcasmo. Con toda seguridad pensaste que sería más fácil... ¿Para quién?
Yo... yo no quería herirte, trato de explicar, a sabiendas de que cualquier respuesta sería inútil; luego, añadió: Andrea, si puede servirte de algún consuelo, fue la única vez, lo juro, es la única.
No, repuso ella en tono suave. No es un consuelo, una vez, es más que nunca.
Se mordió el labio para contener las lágrimas, pero él tenía algo más que decir.
Andrea, esto sucedió hace tanto tiempo, y yo tuve que decírtelo apenas ahora porque...
¿Vas a irte con ella?, Andrea no paraba de llorar.
No tuvo más remedio que hacer la pregunta. Media docena de sus amigas tuvieron la vivencia (o mejor dicho, la agonía mortal) de una escena como esa.
¡No, Andrea, no! No la he vuelto a ver desde entonces. Lo que quiero decir... se interrumpió y lanzó un exabrupto: ¡Ella murió!
Al estado de conmoción y ofensa de Andrea, se añadió consternación.
¡Por amor de Dios, Octavio! ¿Para qué me estás diciendo todo esto? ¿Esperas que mande a alguien una carta de pésame? ¿Has perdido el juicio?
"Qué más quisiera yo", pensó Octavio.
Andrea, estoy diciéndotelo porque tuvo un hijo.
¡Y nosotros tenemos dos! ¿Qué demonios significa eso?
Octavio titubeó, luego, dijo con un murmullo que apenas pudo oírse:
Es mío... el chico es mío.