"Dos almas gemelas, unidas por el dolor y la lucha. Nuestras vidas, un eco de la misma historia de sufrimiento y desilusión. Pero cuando el destino nos ofrece una segunda oportunidad, debemos elegir: venganza o redención.
En un mundo donde las apariencias engañan y los rostros esconden secretos, la privacidad es un lujo inexistente. Las cámaras nos observan, juzgan y critican cada movimiento. Un solo error puede ser eternizado en la memoria colectiva, definir nuestra existencia.
Ante esta realidad, nos enfrentamos a una disyuntiva: buscar justicia personal y arriesgarnos a perpetuar el ciclo de dolor, o proteger y amar a quien necesita consuelo. La elección no es fácil, pero es nuestra oportunidad para reescribir nuestra historia, para encontrar un final feliz en este mundo de falsas apariencias."
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Máscaras caídas
El fan meeting estaba en pleno apogeo. La música, las luces y los gritos de los fans creaban un ambiente vibrante, lleno de energía y emoción. Intentaba concentrarme en los rostros felices de quienes habían venido a verme, firmando álbumes y posando para fotos, pero algo dentro de mí se sentía fuera de lugar, como si una sombra invisible se cerniera sobre mí. Había pasado tanto tiempo fingiendo ser la Jia que todos querían ver que, por momentos, olvidaba quién era realmente.
Estaba terminando de tomarme una foto con una fan cuando la vi. La chica con la que habia soñado, cuyo nombre era Min-Seo, la antigua mejor amiga del personaje de mis sueños, Sora, estaba al otro lado del salón, organizando al personal del evento con una sonrisa amplia y triunfante. Me quedé inmóvil, como si hubiera visto un fantasma. Su presencia aquí se sentía como un mal augurio, un recordatorio de todo lo que esa persona había perdido.
Min-Seo se acercó lentamente, moviéndose con la misma confianza y arrogancia que recordaba de nuestros últimos encuentros antes de la traición. Llevaba un vestido ajustado que destacaba su avanzado embarazo, y cada paso suyo parecía calculado para mostrar lo bien que le estaba yendo. Me quedé quieta, forzando una sonrisa, aunque sentía que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.
—¡Vaya, vaya, si es la gran Jia! —dijo Min-Seo, su tono exageradamente dulce y lleno de burla—. Qué coincidencia encontrarte aquí.
Min-Seo se colocó a mi lado, su mano descansando en su vientre con un gesto ostentoso, como si no quisiera dejar que nadie olvidara que ahora estaba embarazada de Minho, el hombre que una vez había sido parte de mi vida. Su sonrisa era venenosa, y sus ojos me miraban con un brillo que solo podía describirse como puro desprecio.
—Buen dia—respondí, tratando de mantener la calma—. Wow. Parece que las cosas te van... bastante bien.
Min-Seo rió, un sonido agudo y cruel que resonó en mis oídos como una burla. —Oh, sí. Las cosas no podrían ir mejor. Tengo todo lo que siempre quise. —Se acarició el vientre con aire de satisfacción antes de mirarme fijamente—. ¿Y tú, Jia? Supongo que te acostumbraste rápido a tu nueva vida. Aunque claro, debe ser fácil cuando solo tienes que pretender ser perfecta todo el tiempo.
Las palabras de Min-Seo eran afiladas, como pequeños cuchillos que se clavaban en mi orgullo. Podía sentir la rabia creciendo dentro de mí, mezclada con el dolor de los recuerdos. Recordaba las promesas rotas, las noches de confidencias falsas, y los días en los que pensé que Min-Seo estaba a mi lado. Ahora, todo eso parecía una mentira cruel.
—Tú siempre fuiste buena para fingir —continuó, su tono volviéndose más frío—. Me pregunto cuánto tiempo más podrás seguir actuando antes de que todos se den cuenta de quién eres en realidad.
Tragué saliva, sintiendo que cada palabra me empujaba más al borde. Min-Seo no solo estaba disfrutando de su nueva vida; estaba deleitándose con mi incomodidad, asegurándose de que yo supiera que ella había ganado.
—¿Sabes? —prosiguió, inclinándose hacia mí para que solo yo pudiera escucharla—. Estoy tan feliz de que una persona se quitara de mi camino. Estaba cansada de fingir ser su amiga, cansada de vivir a su sombra. Y ahora, por fin, tengo lo que siempre quise. Minho, el bebé, todo es mío. Y tú, bueno, tú puedes seguir jugando a ser otra persona. Pero recuerda, al final, todos obtienen lo que merecen.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Por un momento, sentí que no podía respirar, como si el aire se hubiera vuelto demasiado denso para tragarlo. Todo lo que había estado tratando de enterrar, todas las emociones que había intentado ocultar, se agolparon en mi mente, empujándome al límite de mi autocontrol.
Intenté responder, pero mi voz salió rota, sin fuerza. Min-Seo se apartó, disfrutando de mi reacción mientras se alejaba con una sonrisa satisfecha, sabiendo que había conseguido exactamente lo que quería: desestabilizarme. Miré a mi alrededor, a los fans que todavía esperaban, a los flashes de las cámaras que capturaban cada movimiento, y supe que no podía permitirme perder el control aquí. Pero las lágrimas ardían en mis ojos, y por más que intentaba contenerlas, una se escapó.
Vi cómo algunas personas a mi alrededor se daban cuenta, susurrando entre ellas, observando mi reacción con curiosidad y desconcierto. Sabía que debía recomponerme, que debía mantener la imagen de Jia intacta, pero era como si Min-Seo hubiera arrancado de un tirón la máscara que tanto había luchado por mantener.
Los susurros a mi alrededor se hicieron más fuertes, y el murmullo de las sospechas comenzaba a crecer. Min-Ju y Ha-na, que estaban en el otro extremo de la sala, se dieron cuenta de que algo andaba mal y se acercaron rápidamente. Al verme, sus rostros se llenaron de preocupación, pero también de una comprensión silenciosa.
—Jia, ¿estás bien? —preguntó Ha-na, su mano sobre mi hombro en un gesto de apoyo.
Asentí, tratando de sonreír aunque sentía que mi mundo se desmoronaba. —Sí, solo... solo necesito un momento.
Me alejé de la multitud y me refugié en una sala trasera, cerrando la puerta tras de mí. Apoyé la espalda contra la pared y dejé que las lágrimas fluyeran, sin poder contener más el torrente de emociones que había estado reprimiendo. La fachada de Jia se había resquebrajado, y con cada palabra de Min-Seo, sentía que la verdadera Sora estaba luchando por salir a la superficie, despojándome de la perfección que todos esperaban de mí.
Mientras me quedaba allí, con el sonido de mi propia respiración entrecortada, supe que no podía seguir ocultando lo que realmente sentía. Las máscaras caen, y la verdad siempre encuentra una manera de salir a la luz, por más que intentemos esconderla.
Porque, al final, no importa cuánto tratemos de ser otra persona; las heridas del pasado siempre regresan para recordarnos quiénes somos realmente.
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Había sido un día largo y agotador. Después del encuentro inesperado con Min-Seo y el esfuerzo constante por mantener mi fachada, todo lo que quería era un momento de paz, un respiro donde pudiera simplemente ser yo misma. Pero la calma parecía un lujo que ya no podía permitirme. La presión de ser Jia, la figura pública perfecta, y Sora, la mujer rota por dentro, se entrelazaban en una lucha constante, dejándome agotada en formas que ni siquiera comprendía del todo.
Estaba en mi apartamento, repasando una lista interminable de tareas pendientes cuando recibí un mensaje de Yeon-Jun. Su tono habitual de calma y confianza estaba ausente; en su lugar, las palabras eran cortas y llenas de una urgencia que me inquietó de inmediato.
Yeon-Jun: Tenemos que hablar. Hay algo que no te he contado, y no puedo seguir guardándolo.
Sentí un nudo en el estómago. Habíamos estado tan unidos últimamente, compartiendo cada pequeño secreto, apoyándonos en los momentos más oscuros, que no podía imaginar qué podría estar escondiendo de mí. Mi mente se llenó de preguntas, temores e inseguridades, pero me forcé a mantener la calma.
Lo invité a mi apartamento, sabiendo que lo que fuera a decirme no sería fácil. Cuando llegó, su expresión lo decía todo: ojos cansados, hombros caídos, como si llevara un peso que había soportado en silencio durante demasiado tiempo. Se sentó frente a mí, y por un momento, ninguno de los dos dijo nada. El silencio era pesado, lleno de todo lo que no se había dicho.
—Yeon-Jun, ¿qué pasa? —pregunté finalmente, rompiendo la tensión. Mi voz salió más suave de lo que esperaba, llena de preocupación.
Él se frotó las manos, nervioso, algo raro en él. Respiró hondo antes de hablar, sus palabras saliendo lentamente, como si le doliera decirlas.
—Antes de que te conociera, mi vida no era tan... tranquila como ahora. —Hizo una pausa, buscando mis ojos, pero evitando mi mirada al mismo tiempo—. Hay cosas sobre mi pasado que no he querido compartir contigo porque no quería que te afectaran. Pero ahora están volviendo, y temo que puedan arruinar lo que tenemos.
Me quedé en silencio, intentando procesar lo que estaba diciendo. Sabía que Yeon-Jun tenía un pasado complicado; la vida en la industria nunca era fácil, y todos cargábamos con nuestros propios demonios. Pero verlo así, vulnerable y al borde de la desesperación, me hizo darme cuenta de que lo que tenía que decir era mucho más grave de lo que había imaginado.
—No importa lo que sea, podemos enfrentarlo juntos —dije, tratando de tranquilizarlo, aunque mi propia mente estaba llena de dudas.
Yeon-Jun suspiró y finalmente dejó caer la bomba que había estado guardando. —Antes de unirme a ELIXIR, tuve un problema con el alcohol y... algunas malas decisiones. Hubo un accidente en una fiesta privada, una pelea que salió de control, y alguien resultó herido. Lo cubrieron para protegerme, para proteger la imagen de la agencia y del grupo. Pero ahora, alguien de esa época está tratando de sacar todo a la luz, buscando venganza o dinero, no lo sé.
Mis pensamientos comenzaron a girar. La idea de Yeon-Jun, siempre tan controlado y responsable, envuelto en una situación así era difícil de digerir. Sabía que todos teníamos cosas que preferiríamos olvidar, pero este secreto no solo era peligroso para él; también amenazaba con desmoronar todo lo que habíamos construido juntos.
—¿Por qué no me lo contaste antes? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque sentía un nudo de traición en mi pecho.
Él cerró los ojos, como si estuviera luchando contra un dolor profundo. —No quería que te vieras arrastrada por mis errores, Jia. He tratado de mantener esto enterrado, de ser mejor, de cambiar. Pero ahora que todo está saliendo, sé que no puedo protegerte de las consecuencias.
El peso de sus palabras cayó sobre mí con una fuerza inesperada. Esta confesión no era solo sobre su pasado; era sobre la vida que habíamos comenzado a compartir y cómo, sin quererlo, sus errores volvían a atraparnos. Podía ver en sus ojos el miedo a perderlo todo, y aunque quería consolarlo, no pude evitar sentir la grieta que esto había causado entre nosotros.
—Los medios ya están olfateando la historia, y no sé cuánto tiempo podremos contenerla —continuó Yeon-Jun, su voz apagada—. Estoy asustado, Jia. No solo por mí, sino por ti. Esto podría destruirnos a ambos.
Sentí que mi mundo tambaleaba. Habíamos luchado tanto para mantenernos a flote, para superar los rumores y la presión externa, y ahora el pasado de Yeon-Jun amenazaba con derrumbarlo todo. Sabía que debía ser fuerte, que debía apoyarlo como él había hecho conmigo, pero también sentía que el suelo bajo mis pies se volvía cada vez más frágil.
—No puedo prometerte que todo saldrá bien —dije finalmente, con la voz quebrada—. Pero no quiero que sigas llevándolo solo. Si esto va a salir a la luz, lo enfrentaremos juntos. No importa lo que pase, no quiero perderte.
Yeon-Jun me miró, y en sus ojos vi la mezcla de miedo y gratitud. Nos abrazamos, buscando consuelo en la cercanía del otro, aunque sabíamos que este era solo el comienzo de una batalla aún más dura. Su pasado estaba a punto de regresar para atormentarlo, y ahora, ambos estábamos en el centro de la tormenta.
Porque en el mundo que habíamos elegido, los errores siempre regresan, y las sombras del pasado no se disipan tan fácilmente.
La presión se había vuelto insoportable. Los titulares, los rumores, y la sombra del pasado de Yeon-Jun acechándonos desde cada esquina. A veces sentía que estábamos viviendo en un campo minado, donde cualquier movimiento en falso podía desencadenar una explosión que lo arrasara todo. Necesitábamos un respiro, un escape que nos permitiera recordar quiénes éramos lejos de las cámaras y los ojos críticos del público.
Esa mañana, Yeon-Jun me envió un mensaje con una propuesta inesperada:
Yeon-Jun: ¿Qué te parece si nos escapamos un par de días? Sin periodistas, sin fans. Solo tú, yo, y un lugar donde podamos respirar de nuevo.
Sabía que huir no resolvería nuestros problemas, pero también sabía que necesitábamos un espacio para pensar, para reconectar con nosotros mismos y alejarnos del ruido. Sin dudarlo, acepté su propuesta, y antes de que pudiera siquiera procesarlo, estábamos en el tren con destino a Busan, la ciudad donde Yeon-Jun había nacido y crecido.
El viaje fue largo pero tranquilo. Nos sentamos uno junto al otro, sin decir mucho, pero compartiendo un silencio reconfortante que era exactamente lo que necesitábamos. Ver la ciudad de Seúl desaparecer mientras nos acercábamos a la costa me llenó de una paz que no había sentido en semanas. Cuando finalmente llegamos a Busan, el aire salado y el sonido distante de las olas nos dieron la bienvenida, y supe que habíamos tomado la decisión correcta.
—Bienvenida a mi hogar —dijo Yeon-Jun, sonriendo mientras miraba la estación con una mezcla de nostalgia y alegría—. No he estado aquí en mucho tiempo.
Caminamos por las calles de la ciudad, con Yeon-Jun guiándome por los rincones que le traían recuerdos de su infancia. La gente nos miraba, pero aquí no éramos ídolos, solo dos jóvenes paseando por la ciudad. Me mostró los lugares donde solía jugar de niño, su escuela primaria, y la playa a la que solía escapar cuando quería estar solo. Era un lado de Yeon-Jun que no había visto antes, un lado vulnerable y genuino que me hacía sentir aún más cercana a él.
Finalmente, llegamos a una casa modesta pero acogedora, con un jardín pequeño y bien cuidado. La puerta se abrió antes de que pudiéramos tocar, y la madre de Yeon-Jun apareció, con una sonrisa cálida y los brazos abiertos, como si estuviera esperando a su hijo desde hacía mucho tiempo.
—Yeon-Jun-ah, ¡por fin has venido! —exclamó, abrazándolo con fuerza mientras él se inclinaba ligeramente, como un niño que vuelve a casa después de una larga ausencia.
Me quedé a un lado, sintiéndome un poco fuera de lugar, pero su madre rápidamente me dirigió una mirada amable. —Y tú debes ser Jia. Bienvenida, querida. He escuchado mucho sobre ti.
Me sonrojé, inclinándome en señal de respeto. —Gracias por recibirme. Es un honor estar aquí.
Yeon-Jun me tomó de la mano, llevándome al interior de la casa. El lugar estaba lleno de fotografías familiares, pequeños recuerdos de momentos felices y de la vida cotidiana. Era un hogar en el sentido más puro de la palabra, un contraste radical con la fría perfección de los apartamentos de Seúl. Me sentí cómoda de inmediato, como si hubiera encontrado un refugio en medio de la tormenta.
Nos sentamos en la mesa, donde la madre de Yeon-Jun nos sirvió un banquete casero que me hizo agua la boca. Mientras comíamos, Yeon-Jun me contó historias de su infancia, de sus travesuras y de cómo había soñado con ser cantante desde muy pequeño. Sus padres lo escuchaban con orgullo, y sus ojos brillaban cada vez que lo miraban, como si su hijo fuera el mayor tesoro del mundo.
—Siempre supe que haría cosas grandes —dijo su madre, sonriendo mientras le pasaba más comida—. Pero a veces me preocupo. El mundo del entretenimiento no siempre es justo. Pero sé que tiene a alguien a su lado, y eso me tranquiliza.
Sentí que sus palabras me llegaban al corazón. Yeon-Jun y yo nos miramos, y en ese momento, supe que no importaba cuán complicadas fueran nuestras vidas, teníamos algo real y valioso. Después de comer, Yeon-Jun me llevó al jardín, un pequeño espacio donde crecía un árbol de magnolia que su madre había plantado cuando él nació. Nos sentamos en un banco de madera, observando las flores mientras el sol comenzaba a ponerse.
—Gracias por traerme aquí —dije, apoyando mi cabeza en su hombro—. No sabía cuánto necesitaba esto.
Él me rodeó con su brazo, sus dedos entrelazándose con los míos. —Este lugar siempre me recuerda quién soy. No el Yeon-Jun de ELIXIR, sino solo... yo. Y quería compartirlo contigo.
Nos quedamos en silencio, disfrutando del momento. No éramos las figuras públicas que todos conocían, no éramos Jia ni Yeon-Jun de la manera que el mundo los había creado; éramos solo dos personas intentando encontrar un poco de paz en medio del caos.
Antes de irnos, la madre de Yeon-Jun me detuvo y me tomó de la mano con una expresión seria pero amable. —Cuida de mi hijo, Jia. Sé que ambos llevan una vida difícil, pero nunca olviden que siempre tendrán un hogar aquí.
Asentí, sintiendo un calor reconfortante en su gesto. —Lo haré. Prometo estar a su lado.
La cena estaba en su apogeo, con la mesa llena de platillos caseros que la madre de Yeon-Jun había preparado con esmero. Había todo tipo de comida: kimchi jjigae, bulgogi, japchae, y un montón de guarniciones que parecían no tener fin. El aroma era delicioso, y solo mirar la mesa me hizo darme cuenta de cuánto extrañaba una comida casera, el tipo de banquete que solo una madre podía preparar.
—¡Coman mucho! —dijo la madre de Yeon-Jun, sonriendo ampliamente mientras nos pasaba los platos—. Jia, espero que te guste. Puede que esté un poco oxidada, pero todavía sé cómo hacer que mis hijos coman bien.
—Está delicioso, señora —respondí, probando un poco de todo y sintiendo cómo los sabores reconfortantes me llenaban de alegría—. No recuerdo la última vez que comí algo tan bueno. Gracias por prepararlo.
Yeon-Jun se rió mientras se servía un gran trozo de bulgogi. —Claro que está bueno, mamá. Jia apenas ha comido algo decente en semanas. Te aseguro que lo tuyo es lo mejor que ha probado en un buen tiempo.
—Ya, ya, no exageres, hijo —respondió su madre, riendo mientras le daba un suave golpe en la cabeza con una cuchara de madera—. Pero qué bueno que les guste. Y Jia, no me llames señora, por favor. Llámame eomma, al menos mientras estés aquí. No seas tan formal.
Reí, un poco sorprendida por su calidez, pero también agradecida por lo acogedora que era. —Claro, eomma. Gracias por todo.
Mientras comíamos, la conversación giró hacia temas ligeros y divertidos, con Yeon-Jun contando anécdotas de su niñez que no podía creer que fueran ciertas. Su madre no perdió la oportunidad de avergonzarlo con historias que seguramente él habría preferido que quedaran en el olvido.
—¿Sabías que Yeon-Jun solía llorar cada vez que se le caía una paleta? —dijo su madre, riendo mientras él se cubría el rostro con la mano—. Una vez lo perdí en un parque porque se le cayó una y no paraba de buscarla por todas partes, como si fuera lo más valioso del mundo.
—¡Mamá, por favor! —exclamó Yeon-Jun, rojo como un tomate—. Era un niño, ¡y esas paletas eran geniales!
Me reí tanto que casi escupí el agua que estaba bebiendo. La imagen de un pequeño Yeon-Jun llorando por una paleta era demasiado tierna y graciosa al mismo tiempo. —Bueno, ahora sé por qué eres tan persistente. Lo llevas desde pequeño.
La madre de Yeon-Jun continuó con su serie de historias, cada una más divertida que la anterior. Contó cómo había sido la primera vez que Yeon-Jun trató de cocinar solo y casi incendia la cocina porque confundió azúcar con sal, o la vez que intentó trepar un árbol para impresionar a una niña del vecindario y terminó atascado hasta que los bomberos tuvieron que bajarlo.
—Siempre fuiste un niño tan travieso —dijo su madre con una mezcla de cariño y nostalgia—. Pero también siempre fuiste muy dulce, incluso si eras un desastre la mayoría del tiempo.
Yeon-Jun intentó defenderse, pero su madre era imparable, y yo estaba disfrutando cada segundo. Verlo así, vulnerable y avergonzado en el buen sentido, me recordaba que detrás de su imagen de ídolo había una persona real, alguien con un pasado lleno de momentos divertidos y humanos.
—Y ahora míralo, todo un adulto —continuó su madre, guiñándome un ojo—. Aunque espero que no esté haciendo demasiadas travesuras contigo, Jia. Porque todavía puedo ponerlo en su lugar.
Me reí, notando cómo Yeon-Jun se hundía un poco más en su silla, aunque también sonreía ampliamente. —Prometo que me porto bien, eomma. Bueno, casi siempre —dijo, lanzándome una mirada cómplice.
La cena terminó con todos riendo y contando historias, con la calidez de una familia que, aunque no perfecta, se apoyaba y se quería incondicionalmente. Me sentí afortunada de ser parte de ese momento, de experimentar un tipo de amor que hacía tiempo no había sentido tan cerca.
Al regresar a Seúl, sentí que habíamos recuperado una parte de nosotros mismos que habíamos perdido en el torbellino de la fama y los problemas. Conocí a la familia de Yeon-Jun y vi el lugar que lo había formado, y eso me dio una nueva perspectiva de quién era él realmente.
Porque a veces, todo lo que necesitas es volver a casa para recordar quién eres, y en Busan, encontramos justo eso: un momento de respiro, una pausa en la tempestad, y la certeza de que no importa lo que viniera después, siempre tendríamos este pedazo de cielo para nosotros.