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La Brigada Del Páramo

La Brigada Del Páramo

Status: En proceso
Genre:Mafia / Aventura Urbana / Amor-odio / Fantasía épica / Mundo mágico / Polos opuestos enfrentados
Popularitas:547
Nilai: 5
nombre de autor: Bryan x khop

La banda del sur, un grupo criminal que somete a los habitantes de una región abandonada por el estado, hace de las suyas creyéndose los amos de este mundo.
sin embargo, ¡aparecieron un grupo de militares intentando liberar estas tierras! Desafiando la autoridad de la banda del sur comenzando una dualidad.
Máximo un chico común y normal, queda atrapado en medio de estas dos organizaciones, cayendo victima de la guerra por el control territorial. el deberá escoger con cuidado cada decisión que tome.

¿como Maximo resolverá su situación, podrá sobrevivir?

en este mundo, quien tome el poder controlara las vidas de los demás. Máximo es uno entre cien de los que intenta mejorar su vida, se vale usar todo tipo de estrategias para tener poder en este mundo.

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capitulo 5. nuevos caminos

LA DECISIÓN DE LA CORTE

La oscuridad lo envolvía. Máximo apenas sentía el frío, su cuerpo adormecido por las ataduras que le atravesaban la piel como garras invisibles. Estaba lejos, más lejos de lo que había imaginado, apartado de Vetania, cerca de una frontera que no conocía y en un clima que parecía querer devorarlo. Las voces autoritarias que flotaban a su alrededor se mezclaban con el crujir de las maderas del viejo refugio donde lo mantenían cautivo, y cada palabra le parecía un martillazo que apretaba su garganta. Cuatro guardias, que apenas destacaban entre las sombras, vigilaban su inmovilidad, ignorando por completo la mirada desafiante que intentaba lanzarles desde su silla.

Los recién llegados irrumpieron en el cuarto como una tormenta que no pedía permiso. Theron, Frank y Eulalia, como si el aire se encogiera a su alrededor, avanzaron hacia él con la certeza de que no existían límites que no pudieran cruzar. Máximo los observó, un frío recorriéndole la espalda mientras su intuición le decía que no estaban allí por casualidad. Estos no eran los simples soldados que se cruzaban en la calle; su presencia lo ocupaba todo, como un pozo sin fondo.

Eulalia fue la primera en hablar, su voz cortó el aire con la precisión de una espada: "¿Qué hacemos con él? No podemos soltarlo así, sin más, y ajusticiarlo requiere que informemos a nuestros superiores". Las palabras flotaban en el espacio como dagas. Theron, sin dudarlo, reaccionó como un animal a punto de atacar: "Propongo mandarlo a dormir e informar regularmente. Es lo que hacemos con los bandidos que capturamos. No hay por qué complicarlo".

Pero Frank no lo aceptó tan fácilmente. Su tono se alzó como una ráfaga de viento frío: "¿Capturado? Fue él quien se entregó por voluntad propia. ¿No es eso lo que reportaron tus unidades?".

La reacción de Theron fue inmediata, casi como si hubiera sido golpeado. "¡Claro que lo capturamos! ¿Qué sugieres, dejarlo ir? Lo liquidamos, y lo hacemos pasar por uno de esos muertos en la acción nocturna", su voz vibró de rabia, un eco en cada palabra.

Eulalia, que hasta ese momento había estado observando, interrumpió con un gesto leve, casi imperceptible. La calma en su postura contrastaba con la tensión que había llenado la sala. "El reglamento exige perdonar la vida de quien se entrega, siempre que las circunstancias lo permitan", dijo, su tono con una suavidad peligrosa. "Apelo a la ley final de decisión. Que él mismo revele sus intenciones".

El silencio cayó sobre ellos como un manto pesado, y Máximo, atrapado en sus propios pensamientos, no alcanzaba a comprender del todo la conversación que se tejía frente a él. Sus ojos, fijos en el suelo, esperaban, indefensos, el destino que venía hacia él.

La oscuridad lo envolvía. Máximo apenas sentía el frío, su cuerpo adormecido por las ataduras que le atravesaban la piel como garras invisibles. Estaba lejos, más lejos de lo que había imaginado, apartado de Vetania, cerca de una frontera que no conocía y en un clima que parecía querer devorarlo. Las voces autoritarias que flotaban a su alrededor se mezclaban con el crujir de las maderas del viejo refugio donde lo mantenían cautivo, y cada palabra le parecía un martillazo que apretaba su garganta. Cuatro guardias, que apenas destacaban entre las sombras, vigilaban su inmovilidad, ignorando por completo la mirada desafiante que intentaba lanzarles desde su silla.

Los recién llegados irrumpieron en el cuarto como una tormenta que no pedía permiso. Theron, Frank y Eulalia, como si el aire se encogiera a su alrededor, avanzaron hacia él con la certeza de que no existían límites que no pudieran cruzar. Máximo los observó, un frío recorriéndole la espalda mientras su intuición le decía que no estaban allí por casualidad. Estos no eran los simples soldados que se cruzaban en la calle; su presencia lo ocupaba todo, como un pozo sin fondo.

Eulalia fue la primera en hablar, su voz cortó el aire con la precisión de una espada: "¿Qué hacemos con él? No podemos soltarlo así, sin más, y ajusticiarlo requiere que informemos a nuestros superiores". Las palabras flotaban en el espacio como dagas. Theron, sin dudarlo, reaccionó como un animal a punto de atacar: "Propongo mandarlo a dormir e informar regularmente. Es lo que hacemos con los bandidos que capturamos. No hay por qué complicarlo".

Pero Frank no lo aceptó tan fácilmente. Su tono se alzó como una ráfaga de viento frío: "¿Capturado? Fue él quien se entregó por voluntad propia. ¿No es eso lo que reportaron tus unidades?".

La reacción de Theron fue inmediata, casi como si hubiera sido golpeado. "¡Claro que lo capturamos! ¿Qué sugieres, dejarlo ir? Lo liquidamos, y lo hacemos pasar por uno de esos muertos en la acción nocturna", su voz vibró de rabia, un eco en cada palabra.

Eulalia, que hasta ese momento había estado observando, interrumpió con un gesto leve, casi imperceptible. La calma en su postura contrastaba con la tensión que había llenado la sala. "El reglamento exige perdonar la vida de quien se entrega, siempre que las circunstancias lo permitan", dijo, su tono con una suavidad peligrosa. "Apelo a la ley final de decisión. Que él mismo revele sus intenciones".

El silencio cayó sobre ellos como un manto pesado, y Máximo, atrapado en sus propios pensamientos, no alcanzaba a comprender del todo la conversación que se tejía frente a él. Sus ojos, fijos en el suelo, esperaban, indefensos, el destino que venía hacia él.

La noche cayó con una calma fría, como un manto que cubría a todos por igual. Eulalia, de pie frente a Máximo, observaba la oscuridad con una mirada impasible antes de ordenar que lo desataran. Los nudos de las cuerdas cedieron, y su cuerpo, libre al fin, se mantuvo rígido por la tensión acumulada. Sin una palabra más, los guardias lo empujaron hacia adelante, guiándolo hasta ella.

Su voz, clara y firme, cortó el aire como un filo afilado: "Te unirás a la brigada. Mañana, comenzarás tu nuevo destino". Las palabras parecían pesar como una condena, pero no había duda en su tono. "Te asignaré un compañero", añadió, con una mirada que no dejaba lugar a discusión. "Compartiréis dormitorio y responsabilidades. Su carga será también la tuya".

"Descansa bien", concluyó, como si hablara con alguien que ya había dejado atrás sus preguntas. "Mañana comienza lo que has elegido".

Al amanecer, la luz de la mañana reveló el orden meticuloso que Eulalia había implantado en la brigada. Con cada paso, cada movimiento, se sentía la presencia de una estructura implacable. Eulalia, en su puesto, emitió órdenes con la exactitud de una máquina, mientras sus unidades se preparaban para regresar a Colonia. Theron se separó sin más, un hombre en su propio camino.

Máximo caminaba entre ellos, sumido en pensamientos oscuros. Cada paso sobre la tierra helada era un recordatorio de lo distante que se encontraba de su vida anterior. Su futuro seguía difuso, incierto, pero una certeza comenzaba a germinar: estaba atrapado en una nueva vida que ya no podía evitar.

La travesía a través de la cordillera era un espectáculo de monotonía. Eulalia, con la serenidad de quien ha dominado la disciplina de la brigada durante años, lideraba la marcha. El grupo de diez hombres, incluida él, avanzaba con una cadencia exacta, tres metros de distancia entre cada soldado, como si el tiempo y el destino pudieran ser contenidos en ese espacio medido. El aire espeso, casi opresivo, se unía al sonido sordo de las botas golpeando la senda pedregosa.

El crujir de las piedras era lo único que rompía el pesado silencio. Cuando llegaron a un arroyo que cortaba el camino, la marcha se detuvo. El sonido del agua, al chocar contra las piedras, llenaba el aire, pero no lograba disipar la incomodidad que se cernía sobre los hombres. Unos pocos se acercaron al agua, mientras los demás se sentaban a descansar, absortos en sus propios pensamientos.

Aprovechando la pausa, Máximo, sin perder de vista a Eulalia, se acercó con cautela, como quien teme romper el delicado equilibrio de la situación. Bajo la sombra de un árbol, ella estaba inmóvil, su presencia sólida, casi impersonal.

—¿Por qué me has salvado? —la pregunta salió de sus labios con más urgencia de la que esperaba, como si de alguna manera esa respuesta pudiera darle algo de paz.

Eulalia lo observó, sus ojos entrecerrados, como si la pregunta que acababa de escuchar fuera tan simple que no merecía ser pronunciada.

—¿Cómo dices, compañero? —preguntó, una sonrisa casi imperceptible jugando en sus labios, ocultando un desconcierto sutil.

Máximo, apretando los dientes, insistió.

—Cuando estaba atado... tú interviniste. Trataste de salvarme.

Eulalia lo miró con calma, como quien contempla un paisaje conocido, antes de negar lentamente con la cabeza. La sonrisa en su rostro no se desvaneció, pero algo más, quizás una sombra de comprensión, se asomó en su mirada.

—Tú te salvaste solo, Máximo —dijo, la dulzura de su tono cortada por una firmeza implacable.

La confusión de Máximo solo creció. Su mente daba vueltas, tratando de encontrar lógica en las palabras de Eulalia. Su voz se levantó, aún perplejo.

—¿Te refieres a cuando decidí entregarme?

Eulalia se levantó con una calma calculada, sus movimientos lentos pero firmes. Se acercó y le puso una mano en el hombro, un gesto que más que consuelo, parecía una reafirmación de poder. Lo miró a los ojos, como si fuera un niño tratando de entender las reglas de un juego que aún no dominaba.

—Para nada —respondió con suavidad, pero con una mirada que no dejaba lugar a dudas—. Si hubieras decidido no unirte a nosotros... yo misma te habría matado.

Las palabras de Eulalia fueron como un golpe helado, y el aire entre ellos se cargó de una frialdad palpable, casi como si la misma cordillera que los rodeaba hubiera descendido hasta sus huesos. La dureza de su mirada, combinada con la frialdad de sus palabras, dejó a Máximo sin aliento. Antes de que pudiera comprender la magnitud de lo que acababa de escuchar, Eulalia dio una orden corta, sin más explicaciones, y la marcha se reanudó.

Pero aquellas palabras se quedaron pegadas a su mente, repiqueteando en su interior, un eco persistente que se negaba a desvanecerse.

--------------

Horas más tarde, mientras la niebla se espesaba alrededor de ellos, tragándose el paisaje hasta hacer todo desaparecer en un manto gris, un joven soldado de rostro afilado y sonrisa burlona se acercó a Máximo. Amadeus, que había estado bajo el mando de Eulalia durante años, caminaba con una ligereza que contrastaba con la pesadez del ambiente.

—Te gusta Eulalia, ¿verdad? —preguntó, su tono cargado de diversión, y el guiño que le lanzó parecía más un reto que una simple observación.

Máximo frunció el ceño, incómodo, y apretó la mandíbula.

—Solo le agradecí —respondió con brusquedad—. No significa nada.

Amadeus rió, un sonido que se alzó en el aire frío como una pequeña chispa de fuego en medio de la penumbra.

—Vamos, camarada, puedes hablarle más —insistió, sin freno en su tono burlón—. Quizá se interese por ti.

—No tengo esa intención —replicó Máximo, intentando mantener su rostro serio mientras la incomodidad se colaba por sus palabras.

Amadeus se inclinó ligeramente hacia él, su expresión cambiando momentáneamente a algo más serio, aunque la sonrisa seguía jugando en sus labios.

—Cuidado —advirtió, el tono ahora grave, pero con ese toque irreverente que no se desvanecía—. Es una mujer comprometida.

La niebla seguía engullendo todo a su alrededor, el frío calaba los huesos mientras avanzaban, y el campamento que apareció entre las montañas parecía surgir de la nada, un refugio oculto que se desplegaba en silencio, rodeado por la sombra de la disciplina.

Máximo observó cada movimiento a su alrededor, cómo los soldados se desplazaban de un lado a otro con una sincronización que era casi inquietante. Nadie se detuvo. Nadie vaciló. Cada uno estaba ocupado en su tarea, pero todos parecían responder al mismo ritmo, al mismo pulso. Era como si la brisa, el aire mismo, se acomodara al ritmo de sus pasos.

Eulalia avanzó hacia el centro del campamento, donde un hombre rodeado de soldados parecía ser el eje de todo. Su presencia era imponente, como si el mismo terreno respondiera a su autoridad. Eulalia no se detuvo ante él, sino que se plantó con la misma firmeza con la que había guiado la marcha, el rostro grave, la mirada fija.

—Para entregar novedades de la misión, camarada —dijo, la voz firme y clara, casi como si el aire se partiera con sus palabras.

El hombre, que era el centro de atención de todos los presentes, hizo un gesto sutil con la mano, y los soldados se dispersaron, como si una orden silenciosa les hubiera llegado.

—Retírate —dijo a los demás, su voz tan baja que el viento parecía inclinarse hacia él para escuchar. Luego, se dirigió a Eulalia con la misma calma—: Ahora sí, entregue novedades.

Eulalia empezó a relatar cada detalle de la misión, sus palabras fluyendo con la misma precisión con la que había dirigido la marcha. El hombre la escuchaba sin interrumpir, su rostro inmutable, como si no hubiera nada que pudiera sorprenderle. Cuando Eulalia terminó, él asintió sin más, un gesto escueto que le dio permiso para irse.

Máximo, que había estado observando en silencio, comprendió de inmediato la situación. Ese hombre no era solo un comandante más. Era Oliver, el líder absoluto de todos los comandantes, el que trazaba las estrategias, el que tomaba las decisiones que definían el rumbo de toda la brigada. Un peso pesado, el verdadero centro de todo lo que sucedía allí.

Antes de que pudiera procesar más, Oliver lo miró, y su mirada le indicó que debía acercarse.

Oliver se inclinó ligeramente hacia atrás, su sonrisa siendo una mezcla de aprobación y desafío. La manera en que pronunció cada palabra parecía calibrada, como si su voz misma fuese una medida de poder, suave pero implacable.

—Felicidades, muchacho —dijo, su mirada fija en Máximo, como si evaluara no solo sus palabras, sino cada fibra de su ser—. Has tomado una decisión sabia. Pero aún no has visto nada. Te llevarán a la escuela de formación, ahí descubrirás lo que significa ser uno de nosotros.

En un movimiento casi imperceptible, Oliver sacó un radio del cinturón. El gesto, tan natural en él, dejó claro que estaba acostumbrado a comandar con la misma fluidez con la que respiraba. Apoyó el dispositivo sobre su oreja, y con un tono que no pedía réplica, dijo:

—Hola, viejito, ¿me copias?

El zumbido del radio se alzó y, tras un breve silencio, una voz grave y resonante respondió:

—Siga, siga.

—Tengo un encargo para ti —continuó Oliver, mientras sus ojos no dejaban a Máximo—. El muchacho que te mencioné, llegará pronto. Prepáralo bien.

Hubo un silencio breve al otro lado, seguido de una respuesta concisa:

—Entendido, copiado.

Oliver colgó el radio con una rapidez casi mecánica y regresó la mirada a Máximo, su sonrisa se transformó en algo más cercano a la de un mentor que a la de un simple líder.

—Prepárate, muchacho —su tono era firme, pero había algo de ternura detrás de esas palabras, como si quisiera alentar más que imponer—. Vas a entrenar, vas a ser formado. Y cuando estés listo... regresas aquí. Para entonces, sabrás de qué estás hecho.

Máximo asintió, el peso de la situación aún no terminaba de asentarse sobre él. La incertidumbre se instaló en su pecho, pero estaba demasiado acostumbrado a la falta de respuestas claras. Miró al suelo un momento, sintiendo el frío que lo rodeaba, y luego levantó la vista hacia Oliver, aún con la sensación de que esta nueva etapa y en su mente una voz clamaba con fuerza; - Asael, amigo... te vengare. ¡tu muerte la cobraré!.

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Phone Oppo
Me enganchó, más capítulos bendiciones
Bryan x Koph: puedes seguirnos para no perderte ni un capítulo/Ok/
total 1 replies
Hebe
💕¡Estoy enamorada de tu historia! Los giros inesperados me mantuvieron intrigada hasta el final.
Madie 66
Me gustó, los personajes son fascinantes
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