Sin Reglas

Cuando llegaron a la enfermería, Maximiliano colocó a París en una de las camas con una delicadeza que ella no esperaba. Él se quedó un momento observándola, y París, todavía en su papel de desmayada, mantuvo los ojos cerrados, tratando de no reír.

—Sé que no estás desmayada, Miller. —Su tono fue serio, pero París notó un leve matiz de cansancio, como si ya se hubiera acostumbrado a sus dramas.

París no pudo contenerse más. Abrió un ojo, con una sonrisa descarada en el rostro.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó en un tono juguetón, sentándose lentamente en la cama.

Maximiliano cruzó los brazos y negó con la cabeza.

—Porque te conozco lo suficiente para saber que, si algo te pasa de verdad, lo primero que haces es quejarte a gritos, no quedarte callada.

—Tienes razón. —París se encogió de hombros, sonriendo como si no acabara de causar una escena delante de todo el grupo.

Maximiliano la miró por un momento, como si intentara decidir si estaba molesto o simplemente resignado.

—¿Y ahora qué? ¿Planeas seguir haciendo shows para llamar la atención? —

París soltó una carcajada, tirándose hacia atrás en la cama como si estuviera en su lugar favorito del mundo.

—¡Por supuesto! La vida sería aburridísima sin ellos.

Maximiliano resopló, pero no pudo evitar una leve sonrisa, que rápidamente trató de esconder.

—Miller, algún día tus payasadas te van a meter en un problema del que ni yo voy a poder sacarte.

París lo miró con una expresión burlona y sarcástica.

—¿Te preocupas por mí, Maximiliano? Qué tierno de tu parte.

—No me preocupo por ti. Me preocupo por el caos que desatas a tu paso. —Él hizo una pausa y señaló hacia la puerta—. Además, ahora mismo hay una chica afuera a punto de volverse loca porque piensa que te estoy cuidando demasiado.

París se incorporó de inmediato, su interés evidente.

—¿Bianca? ¿Está celosa?

Maximiliano suspiró, pasándose una mano por el cabello.

—No sé qué tiene en la cabeza, pero sí, probablemente.

París se rió a carcajadas, disfrutando del drama que parecía seguirla a donde fuera.

—¿Sabes qué creo? Creo que ella te ve como su propiedad. Es como si estuvieras marcado con su nombre o algo así.

—No soy propiedad de nadie, Miller. —El tono de Maximiliano fue firme, y por un momento, su mirada se endureció.

París ladeó la cabeza, intrigada por su reacción.

—Relájate, Maximiliano, solo bromeaba. Pero si te soy sincera, no entiendo cómo soportas a alguien tan… perfecta.

Maximiliano la observó por un momento antes de responder.

—La perfección no siempre es lo que parece.

Esa respuesta dejó a París en silencio por unos segundos, algo raro en ella. Había algo en el tono de su voz que le pareció… genuino. Pero en lugar de indagar más, decidió cambiar de tema.

—Bueno, gracias por rescatarme, héroe. Ahora puedes ir a tranquilizar a tu fan número uno antes de que se desmaye de los celos.

Maximiliano negó con la cabeza, claramente irritado pero también acostumbrado a su actitud.

—Descansa, Miller. Nos vemos en el entrenamiento.

Cuando salió de la habitación, París no pudo evitar quedarse pensando en sus palabras. "La perfección no siempre es lo que parece". Por primera vez, se preguntó si Maximiliano escondía más de lo que dejaba ver.

[...]

París se levantó del suelo del cuarto con dificultad, limpiando con torpeza la sangre que corría de la comisura de su labio. Las palabras de Bianca aún resonaban en su mente, pero no eran las amenazas lo que más le dolía, sino el sentimiento de impotencia. "Cobarde", pensó, recordando cómo los dos chicos la habían sujetado mientras sus amigas la golpeaban sin piedad.

Con pasos tambaleantes y el cuerpo adolorido, se dirigió hacia el despacho de su abuelo. Cada movimiento le costaba, pero la rabia y el orgullo la mantenían de pie. "Esto no se queda así", se repetía a sí misma como un mantra, mientras la adrenalina comenzaba a sustituir el dolor.

Fue en uno de los pasillos, justo antes de llegar al despacho, donde se encontró con Maximiliano. Él iba revisando unos papeles, pero al alzar la vista y verla en ese estado, su expresión cambió por completo.

—¿Qué demonios te pasó, Miller? —preguntó, acercándose de inmediato.

París bufó, tratando de mantener su actitud sarcástica, aunque las lágrimas amenazaban con salir.

—¿Qué crees que pasó, oh gran señor de las reglas? Tu "fiel seguidora" Bianca decidió que necesitaba una lección de humildad, y por supuesto, no pudo hacerlo sola.

Maximiliano frunció el ceño, examinando las heridas de París con una mezcla de preocupación y enojo.

—¿Quién más estaba involucrado?

—¿Qué importa? —respondió ella, apartándose de su toque. Su tono era ácido, pero su mirada revelaba lo vulnerable que se sentía—. No vas a hacer nada, ¿verdad? Bianca es intocable aquí, porque es perfecta y tú eres su héroe.

Él dio un paso atrás, sorprendido por la acusación.

—Eso no es cierto.

París rió amargamente, llevándose una mano al costado, donde comenzaba a sentir un dolor punzante.

—¿No? Pues dile eso a mi cara cuando te enteres de todo y no hagas nada, como siempre.

Maximiliano la miró fijamente, sus ojos buscando algo en los de ella.

—¿Por qué no me dijiste nada antes?

—Porque esto no es tu culpa, Maximiliano —respondió París, aunque su tono contradecía sus palabras—. Bueno, en parte sí lo es. Bianca cree que hay algo entre nosotros. ¡Por favor! Como si yo fuera a fijarme en alguien tan aburrido como tú.

Él entrecerró los ojos, cruzándose de brazos.

—¿Y ahora me insultas?

—¡Estoy herida, déjame ser dramática! —gritó, levantando las manos al aire, aunque rápidamente se quejó del dolor en el brazo—. Pero te lo juro, Maximiliano, esto no se queda así.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó él, genuinamente preocupado.

París lo miró con una sonrisa peligrosa.

—Vengarme, por supuesto. Y créeme, cuando termine, Bianca no sabrá ni qué la golpeó.

—Miller… —comenzó a decir Maximiliano, pero ella lo interrumpió.

—No intentes detenerme. —Lo miró fijamente, su determinación brillando a pesar de su rostro magullado—. Si tú no haces nada, yo sí.

Sin esperar respuesta, París se dio la vuelta y siguió caminando hacia el despacho de su abuelo. Maximiliano se quedó en el pasillo, viéndola alejarse, con una sensación extraña en el pecho. Sabía que ella no estaba bromeando, y por primera vez, temió lo que podría hacer.