La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo IV El plan de Elena
La vida le había dado una segunda oportunidad de vivir a Elena y ella no estaba dispuesta a desaprovechar lo que se le estaba ofreciendo, aunque no tenia idea de dónde realmente estaba, pensaba que cualquier cisa era mejor que estar en un mundo donde no la querían y donde ya no tenia a nadie que la amara.
Se incorporó, apoyándose en las almohadas, y miró a la ama de llaves con una expresión de perplejidad forzada.
—Disculpe… ¿Quién es usted? ¿Y por qué sigo sintiendo este martilleo en la cabeza? —Su voz sonó diferente, más dulce y menos áspera que el tono que había percibido en los gemidos de la antigua Elena.
La anciana la miró con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Soy la señora Hudson, Ama de Llaves principal, Lady Elena. Y está en su habitación en la Hacienda del Conde Alistair.
—¿Alistair? —Elena usó su mano para masajearse la frente—. El hombre que acaba de irse… ¿Es mi esposo?
La señora Hudson dudó un instante. La pregunta era demasiado básica.
—Sí, mi Señora. El Conde Alistair es su esposo.
—Ah… Ya veo. —Elena dejó caer su mano. Su actuación, pensó, debía ser convincente—. Sinceramente, Señora Hudson, la memoria me juega una mala pasada. Lo último que recuerdo es… una carretera, un viaje y luego… nada. ¿Podría ser el golpe en la cabeza?
La señora Hudson pareció aliviada al tener una explicación tangible para el comportamiento inusualmente manso de su Señora.
—Debe ser eso, mi Señora. Usted tuvo una caída fuerte. El médico lo confirmará.
Perfecto, pensó Elena. La amnesia selectiva sería el velo que cubriría su cambio radical.
La otra Elena había dejado un camino de resentimiento y odio. La nueva Elena solo sentía una atracción magnética hacia el conde y una sed desesperada de la felicidad que se le había negado en su primera vida. Ella no tenía interés en el rencor. Ella quería ese lienzo en blanco, y ahora tenía la excusa perfecta para reescribir la historia.
Si el Conde Alistair esperaba un enfrentamiento, recibiría una devoción inesperada. Si esperaba un divorcio, recibiría una esposa que intentaría conquistarlo con la pasión que su otro esposo, el traidor Lían, jamás había merecido.
—Señora Hudson —dijo Elena, su mirada ahora firme y sin rastro de confusión—. Cuando el médico me dé de alta, avísele a mi esposo.
La ama de llaves asintió. —¿Qué quiere que le diga?
Una sonrisa genuina, la primera desde su despertar, iluminó el hermoso rostro de la nueva Elena.
—Dígale que la situación ha cambiado. Y que me gustaría tener una cena tranquila con él en cuanto me sienta lo suficientemente fuerte. Dígale que, debido a mí… desorientación, me gustaría volver a conocerlo.
La señora Hudson la miró, boquiabierta. La anterior Lady Elena nunca había pedido ver a su esposo si no era para discutir la separación.
—Se lo haré saber, mi Señora —murmuró, la frialdad habitual de su rostro suavizada por una incipiente curiosidad.
Elena cerró los ojos y se permitió sentir el calor de las sábanas de seda. El primer paso estaba dado. En un mundo que le era completamente ajeno, con un esposo que la creía su enemiga, Elena usaría el recuerdo de su dolor pasado como combustible para su única meta: conquistar al hombre perfecto que le había tocado en esta segunda oportunidad.
Apenas media hora después, la Señora Hudson anunció la llegada del doctor. El médico, un hombre de mediana edad con gafas de montura redonda y un aire de profesionalismo cansado, se presentó como el Doctor Finch. Entró con su maletín de cuero y una expresión ya preparada para la habitual escena de histeria de la Condesa.
La Señora Hudson se acercó al oído del Doctor Finch mientras él preparaba sus instrumentos.
—Parece… diferente, Doctor. Más tranquila. Dice no recordar bien los últimos días.
El Doctor Finch asintió, acostumbrado a los dramas neuróticos de la nobleza. Se acercó a la cama y le dedicó a Elena una sonrisa forzada.
—Lady Elena, ¿cómo se siente? ¿Ha notado alguna molestia que no sea el dolor de cabeza?
Elena, la nueva estratega, decidió no exagerar. Ella no era una actriz de tragedia. Era una mujer que buscaba una nueva vida.
—Me siento aturdida, Doctor —respondió con un tono suave y honesto, frunciendo el ceño para simular el esfuerzo mental—. Es como si mi cabeza estuviera llena de lana. Sé mi nombre, sé que estoy casada con el Conde, pero… —Hizo una pausa dramática, buscando el rostro de la Señora Hudson con una falsa desesperación—. ¿Por qué salí? No lo recuerdo. De hecho, no recuerdo bien la casa, ni a usted, Señora Hudson. ¿Cuánto tiempo llevamos casados?
La pregunta tomó por sorpresa al médico. La verdadera Lady Elena habría recordado la fecha exacta para recalcar lo miserable de su unión.
El Doctor Finch tomó sus pulsaciones, sus dedos fríos y profesionales. Luego le examinó los ojos y palpó suavemente el vendaje de su frente.
—Ha sufrido una contusión, Lady Elena. Nada grave, pero lo suficiente como para causar una amnesia postraumática —dictaminó con voz grave—. La pérdida de recuerdos recientes es común. El cerebro se protege. Es posible que los recuerdos vuelvan poco a poco. Por ahora, descanse.
¡Victoria! El alma de Elena vitoreó por dentro. El Doctor Finch le había regalado el diagnóstico que necesitaba.
—Doctor —preguntó Elena con voz cautelosa, sosteniendo su mirada—. ¿Hay algo más que deba saber? Algo sobre… mi comportamiento pasado.
El Doctor Finch intercambió una mirada incómoda con la Señora Hudson. Él no era ajeno al ambiente de animosidad entre los Condes.
—Bueno, mi Señora —dijo, eligiendo sus palabras con cuidado—. Lo importante ahora es su recuperación. Le receto reposo y que evite el estrés emocional. No fuerce los recuerdos.
—Evitar el estrés… —murmuró Elena, asintiendo, como si estuviera asimilando un consejo crucial. Luego, elevó el tono para asegurarse de que la Señora Hudson escuchara—. Entonces, la nueva yo… será una yo mucho más relajada y… abierta, ¿verdad? No recordaré por qué estaba tan… infeliz. Es como si me hubieran dado un borrón y cuenta nueva.
El médico sonrió con alivio. Si la amnesia hacía a la condesa más tolerable, era un excelente resultado.
—Así es, mi Señora. Deje que el pasado se quede en la bruma. Concéntrese en el presente.
Una vez que el Doctor Finch terminó con sus instrucciones y se retiró, la Señora Hudson se apresuró a ordenar la medicina. Elena sabía que la anciana iría directamente a informar al Conde Alistair.
La joven se recostó, deslizando sus dedos sobre la suave seda de las sábanas. La "amnesia" era la coartada perfecta. Le permitía justificar cualquier cambio en su actitud, desde la ausencia de odio hasta el nuevo y ardiente deseo que sentía por ese hombre.
Borrón y cuenta nueva, pensó. Lían se había llevado su primera vida, pero este accidente le había regalado la segunda. Y no iba a desperdiciarla por rencores ajenos.
Ahora solo faltaba la cena, y la primera interacción real con el hombre que estaba decidida a convertir en el amor de su vida.
Volvió a cerrar los ojos cayendo en un sueño profundo, el viaje entre mundos no era algo simple y siempre traía consigo un agotamiento inexplicable.