Amor Forzado.

Así pasé mi infancia rodeado de caballos, gallinas y cerdos, en un ambiente donde la comida exquisita era preparada por Inés y las demás empleadas de la finca. Cada uno de los vestidos que usaba había sido cuidadosamente confeccionado a mano por Inés, quien siempre se aseguraba de que cada prenda tuviera su toque especial.

En cuanto a mi madre, nunca supe con certeza si mi padre la había enterrado en algún lugar cercano al pueblo. Inés y yo nos dedicamos a visitar cada uno de los panteones de la zona en busca de su nombre, pero, a pesar de nuestras numerosas búsquedas, nunca logramos encontrar ninguna inscripción que nos diera respuesta.

...Trece años después......

(Isabella)

Mi nombre es Isabella y tengo 20 años. Actualmente sigo trabajando junto a Inés en el rancho. Sin embargo, hay una novedad: ahora estoy ayudando al doctor en el dispensario, desempeñando el papel de su asistente. Esta oportunidad se me presentó gracias a un favor que Inés le solicitó al doctor. Como él es una buena persona, decidió aceptar mi ayuda y permitirme aprender en este nuevo entorno.

Hoy volveré a casa con antelación. Tengo que ayudar a Inés y Sonia a preparar la cena de esta noche, ya que los jefes han encargado una gran cantidad de comida para celebrar el regreso de Renata su hija. Ella ha estado viviendo en el extranjero durante varios años y hoy regresará a casa, además de que habrá otros invitados.

Salí del consultorio y me dirigí hacia un pequeño caballo blanco que había tomado prestado del rancho, con el permiso del patrón. En cuanto subí a su lomo, de repente, un auto negro frenó bruscamente a mi lado, ya que estuvo a punto de arrollarme al ir a una velocidad completamente innecesaria.

¿Pero qué le pasa? ¡Está loco! ¿Por qué conduce así?, grité, llena de enojo, al conductor del auto, mientras hacía lo posible por calmar a mi caballo, que había comenzado a inquietarse por la sorpresiva maniobra del vehículo.

El hombre bajó la ventana de su automóvil, y al observarlo, sentí la necesidad de tragar saliva. Era evidente que no era originario del pueblo; su presencia era diferente. Tenía un mentón afilado y una nariz respingada que le otorgaban un aire distintivo. Sus ojos razgados, intensos y penetrantes, llamaban la atención y parecían esconder secretos. Además, su cabello despeinado le daba un toque desenfadado y atractivo. No pude evitar darme cuenta de su atractivo innegable; era imposible no fijarse en él.

( Alessandro)

¡Eres tú quien no ha sido capaz de darse cuenta y ha decidido bajarse de la banqueta sin ningún tipo de precaución!, me imagino que tus padres no te enseñaron a andar en la calle, exclamó el hombre, mirándome de pies a cabeza con una actitud arrogante y un ego desmedido.

¿Estás bromeando, verdad? En este lugar no puedes comportarte como un loco. Aquí hay mujeres con niños y personas mayores, así que, por favor, muéstrate un poco más respetuoso, ¡idiota! respondí, furiosa, mientras el caballo continuaba avanzando.

Llegué a casa sintiéndome muy enfadada. Dejé el caballo en su corral, asegurándome de que estuviera cómodo y bien cuidado. Luego, me dirigí al lavabo y me lavé las manos meticulosamente, asegurándome de eliminar cualquier rastro del día antes de ir a la cocina.

Justo en ese momento, Inés, que estaba ocupada metiendo la carne en el horno, me miró con curiosidad y preocupación. Con un tono amoroso, me preguntó: ¿Qué te pasa, Isabella? ¿Por qué tienes esa expresión en el rostro?

Un tipo estuvo a punto de atropellarme y todavía me echo la culpa cuando el parecía que estaba en la autopista.!_ dije recordado su rostro.

Pero no te paso nada verdad.!_ pregunto Inés mirándome de arriba abajo.

Estoy bien, no te preocupes olvidemos a ese tipo ingreido y mejor vamos a apurarnos con la comida._ dije suspirando.

Una vez que terminamos nuestras labores, todas las empleadas nos pusimos el uniforme negro con el mandil blanco y nos dirigimos a la sala de recepción para dar la bienvenida a Renata. Honestamente, no tenía muchas ganas de hacerlo, ya que ella siempre me trataba de manera despectiva. Sin embargo, decidí hacerlo de todos modos y me estuve al lado de Inés, tratando de mostrarme lo más profesional posible.

En el instante en que Renata cruzó la puerta, no pude evitar mirarla. Era una visión impactante; lucía un vestido verdaderamente hermoso que resaltaba su figura. Su cabello, que ahora era largo y de un rubio radiante, caía en ondas suaves sobre sus hombros. Además, sus labios estaban pintados de un rojo intenso que atraía la mirada. Había cambiado increíblemente desde la última vez que nos habíamos visto, y esa transformación me dejó sin palabras.

Ella me observó de manera minuciosa, recorriendo cada parte de mi cuerpo con su mirada, como si estuviera buscando algún defecto en mí. En ese instante, comprendí que, a pesar de que había transcurrido tanto tiempo, ella continuaba siendo la misma niña consentida de siempre.

Señorita Renata bienvenida.!_ dijo mi abue Inés mientras yo ni siquiera la miraba.

Gracias, Inés. Ahora me doy cuenta de que Isabella finalmente ha pasado a formar parte de las sirvientas. Era algo previsible; no había otro destino para ella. Renta pronunció estas palabras con un tono de desdén. Su madre, en cambio, guardó silencio, y en ese momento mis ojos se empezaron a humedecer con lágrimas. Sin embargo, hice un esfuerzo por contenerme y no permitir que mi tristeza le diera el gusto de hacerme sentir mal.