Cinco años después de la desaparición de su hermana Valentina, Anastasia se obsesiona en su búsqueda, sin descansar, ignorando todo lo que los demás decían, así llega hasta sumergirse en un viaje más allá de la realidad y lo imposible
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CAPITULO 4: "1987"
Capítulo 3 – El Episodio
Anastasia despertó algo confundida. Ya era de día. Le costó abrir los ojos, pero cuando lo logró, notó que estaba debajo de un muelle. Como pudo, se enderezó y se sentó para mirar a su alrededor. No lograba razonar con claridad. Vio gente en la playa con trajes de baño coloridos y de formas extrañas. Algunos subían mucho en los laterales de las caderas.
Intentó levantarse, pero sus botas estaban mojadas y pesadas. Decidió quitárselas.
Caminó con cautela, aturdida. Todo se veía diferente… extraño. ¿Qué estaba ocurriendo?
No sabía mucho sobre automóviles, pero al caminar por la calle pudo notar que todo se veía… ¿viejo? Vio muchos autos parecidos al viejo Peugeot de su amiga Matilde, que era de los 80.
No sabía qué hacer, ni adónde ir, así que decidió entrar a un coffee shop —como se decía en inglés— y se sentó frente al camarero.
—Señorita, ¿se encuentra usted bien? —preguntó el joven en inglés, ya que estaban en California.
—Sí… disculpe mi aspecto, es que… caí al agua —respondió, divagando un poco, aunque en verdad había caído al agua. No mentía.
—¿Pero se siente bien?
—Sí, gracias… —Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó algunos pocos dólares que recordaba tener—. ¿Para qué me alcanza esto?
—Señorita, eso le alcanza para unas cuantas cosas…
¿Unas cuantas cosas? Aparentemente, todo era más barato ahí… Pero ¿ahí dónde?
—¿Podrías servirme un café? —preguntó mirando el mostrador—. Y una porción de esa tarta de manzana, por favor.
—Excelente elección. Enseguida, señorita —le dijo muy amablemente el chico.
Se quedó pensando en lo que ocurría mientras le preparaban el pedido. De repente, divisó un diario en la otra punta del mostrador.
—¿Me prestarías ese periódico?
—Claro… —respondió el muchacho, sirviendo su café y alcanzándole el diario.
Leyó la cabecera: Los Angeles Times. “El presidente Reagan propuso un presupuesto récord de un billón de dólares…” y frenó en seco. ¿Presidente Reagan? ¿En qué año estaba?
Rápidamente, buscó la fecha en el ejemplar: Junio de 1987.
—¡¿Qué?! —exclamó en voz baja.
¿El año en que había nacido? Es más… ¡aún no había nacido! Su corazón comenzó a palpitar con rapidez.
—Disculpa —volvió a llamar al camarero, que ya le había dejado la tarta—, ¿en qué año estamos?
El joven la miró extrañado, pero respondió:
—Ahí dice —señaló la fecha del diario—: junio del 87…
¡Mierda! ¿Qué estaba pasando? Lo último que recordaba era estar hablando con sus amigos en el puente… ¿y ahora había viajado al año en que nació? Esto debía de ser una pesadilla. Aunque al menos, si estuviese en su país… pero ni eso.
Sintió que sus mejillas se enrojecían. Sabía que estaba al borde de un ataque de pánico.
—No, Anastasia, no —se dijo—. Vos estudiaste sobre esto. Vas a encontrar una solución.
Trató de comer la tarta y calmarse, aunque era casi imposible. Lo que más necesitaba era saber qué haría ahora. ¿Cómo iba a salir de ahí?
Cuando terminó, pagó y salió sin rumbo. Divisó un parque y se dirigió hacia allí. Se sentó en un banco a pensar. Su mente iba de un extremo al otro. Metió la mano en el bolsillo; aún le quedaba algo de dinero, pero sabía que no alcanzaría para un cuarto de hotel. Miró al cielo: anochecía. Sintió muchas ganas de llorar. Por lo menos, tenía el estómago lleno.
No le quedó más remedio que tumbarse en el banco y apoyar la cabeza en sus botas. Cerró los ojos. ¿Cómo lograría dormir? Lo intentaría.
De repente, sintió que alguien le tocaba el hombro. Abrió los ojos asustada y se echó hacia atrás. Era un hombre en evidente situación de calle.
—No quería asustarla —dijo él—. Pero por la noche en la calle se pone fresco, por más que estemos cerca del verano. Tome estos diarios que he recolectado.
Anastasia suavizó su actitud. Se había emocionado. Ese hombre, que no tenía nada, le ofrecía sus diarios para que se cubriera.
—¿Y usted, señor?
—¿Señor? Hace tiempo que no me llaman así… No se preocupe, tengo muchos más.
—¡Muchas gracias!
—No se preocupe. Aquí no sucede nada. Que descanse.
—Usted también —dijo ella con ternura. El hombre se alejó.
Esa noche le costó dormir, pero el agotamiento era tal que finalmente lo logró.
Al despertar al día siguiente, creyó por un momento que había sido solo un sueño. Pero no. Estaba en el mismo banco, del mismo parque, en el mismo año… aunque ahora, con un gran dolor en el cuerpo.
Se enderezó y caminó. Vagó por la playa, recorrió calles, volvió a revisar su bolsillo. Le quedaba apenas algo de dinero. Prefirió no desayunar. Al mediodía, su estómago rugía. Compró un hot dog —como se decía allí, o un "pancho", como en su país—. En otro momento no habría confiado en un vendedor callejero, pero el hambre ya no le dejaba pensar.
Continuó caminando el resto del día. Solo le quedaba una moneda de 10 centavos. Dudaba que le alcanzara para algo. El día pasaba, el cansancio la vencía, el hambre volvía. Y además, empezaba a anochecer de nuevo…
Se sintió perdida, angustiada. Ya no pudo más y se sentó en la vereda, apoyando la espalda en una pared. Se tapó la cara con las manos y rompió en llanto.
—Sabía que había pasado algo con esa gran tormenta… algo parecido a la que me trajo acá. Pero jamás imaginé esto… —dijo una voz.
Ella levantó la cabeza.
Se quedó atónita. No podía creer lo que veían sus ojos. Se paró de golpe.
Era… era…
—¿Val? —preguntó, sin aliento.
Quiso caminar hacia ella, pero la conmoción la venció. Se desmayó.