Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.
NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
FALSO ESPOSO.
...Romina:...
Elena estaba en un sofá, aún con la bata del hospital, pálida y temblorosa. Yo estaba casi pegada al suelo, cuerpo encogido, respiración agitada, paranoica por recibir un disparo en la cabeza en cualquier segundo. Cada vez que una bala rompía algo —una ventana, una lámpara, una pared— el eco se me incrustaba en los huesos.
La espera por ayuda se volvía una tortura. ¿Y si no llegaban? ¿Y si esto era todo? Cada minuto me arrancaba un poco de esperanza.
Entonces escuché algo. Un ruido distinto. Provenía de la cocina.
Me congelé. Mi corazón empezó a golpearme el pecho con fuerza. Busqué con la mirada lo primero que tuviera a la mano. Vi lo que parecía un jarrón. Lo agarré con ambas manos, y me arrastré, tensa, esperando que alguien se asomara.
Vi el borde de una chaqueta de cuero. Un hombre. Sin pensarlo, lancé el jarrón con toda la fuerza que me quedaba.
Lo esquivó. El maldito lo esquivó. El jarrón se estrelló contra la pared y se hizo trizas.
—¡Maldita sea! —gruñí entre dientes— ¿Por qué no tomé un arma? ¡Estúpida!
Iba a buscar una, pero entonces escuché una voz. Una voz que conocía.
—Soy Elliot. Vengo por mi esposa.
—¡Elliot! —me llevé una mano al pecho, impactada—. Maldita sea, creí que eras uno de esos tipos de afuera. —Y era cierto. Si hubiese tenido un arma, le habría disparado sin pensarlo.
Él se acercó sin soltarme la mirada.
—¿Por qué están así? ¿Qué pasó?
—Es una larga historia —le dije, tratando de recuperar la calma—. Te explico luego, pero ahora debemos salir de aquí.
Entonces escuché la voz de Víctor desde otro cuarto, firme, implacable:
—¿Romina, están bien?
—Sí. Son los hombres que tu amigo mandó. Uno de ellos es Elliot, el esposo de Elena.
—¡Dense prisa y salgan de aquí! —gritó él desde su puesto, sin dejar de disparar ni por un segundo, los ojos fijos en la ventana como si de ella dependiera la vida. Y era así.
Elliot no lo dudó. Tomó a su esposa en brazos. Los dos hombres que venían con él se colocaron detrás, cubriendo nuestra salida.
—¿Elliot…? ¿Eres tú? —susurró Elena con voz apenas audible.
—Sí, mi amor. Soy yo.
Su amor… lo sentí. Era tan fuerte que se podía respirar, aún en medio de ese infierno.
Pero no duró.
Un segundo después, los hombres que venían detrás de nosotros cayeron. Disparos. Dos impactos secos.
Y entonces apareció él.
—Suéltala —ordenó Santos, apuntando con el arma directo a la cabeza de Elliot—. No vas a separarla nuevamente de mi lado.
Franco. El mismo Franco que había comenzado todo. Sus ojos estaban inyectados, su rostro deformado por la rabia, por la obsesión.
—Franco, hace mucho la perdiste —le Dijé, trata de acercarme lento—. Ya no hay manera de que la recuperes.
Esa era la verdad. Lo veía. Franco estaba al borde del colapso. De algo peor que eso.
—No lo haré —dijo Elliot, sosteniéndola con más fuerza—. No la voy a soltar.
Entonces Franco apuntó. No a él. A Elena.
—Bájala o le disparo. Créeme que prefiero verla muerta a verla contigo.
Ese momento… ese maldito instante… lo vi.
Vi en sus ojos que no estaba bromeando. Que lo haría. Que le dispararía a la única persona que se había estado cercana para mi en años.
Y no lo pensé.
—¡Nooo! —grité, lanzándome entre ellos justo cuando apretaba el gatillo.
El disparo se desvió, silbando junto a mi oreja.
Franco me miró con furia. Forcejeó conmigo con una violencia descomunal. Me aventó con tanta fuerza que mi cuerpo chocó contra una roca.
Sentí el crujido. El golpe. El mundo dándose vuelta.
Y luego… oscuridad.
...****************...
...Victor:...
Desde mi posición, todo parecía un maldito campo de ejecución.
Seguía apostado tras la ventana rota, con el rifle listo, disparando cada vez que uno de esos bastardos intentaba cruzar la línea. Cada bala que salía de mi arma tenía un propósito: ganar tiempo. Y aun así, por dentro, todo lo que quería era salir corriendo hacia ella. Hacia mi hermana.
No podía hacerlo. No todavía. Tenía que resistir. Cubrirlos. A Elliot. A Romina. A todos los que estaban dentro.
Desde mi ángulo, vi cómo Paolo había llegado con un grupo de hombres, atacando desde otro flanco. Su entrada fue brutal, directa. Él sabía cómo pelear una guerra.
El caos era un nudo en mi pecho.
Y entonces lo vi: Franco.
Emergió del bosque como si el infierno lo hubiera escupido. Su rostro estaba desfigurado por la rabia, los ojos llenos de una locura oscura, mientras se deslizaba hacia la parte trasera de la casa.
—¡Maldita sea! —murmuré entre dientes.
No podía dejar la ventana, o Paolo caería. Mi deber era mantener el fuego de cobertura, asegurarle una ruta limpia.
Apreté la mandíbula, los dedos firmes sobre el gatillo.
Liberé el campo para Paolo, quien también lo había visto. En cuanto detectó que Franco se dirigía hacia atrás, donde estaba Elliot, corrió tras él. Yo me mantuve firme, disparando sin tregua. Ya quedaban pocos. Estábamos cerca. Muy cerca de salir vivos.
Y entonces, un disparo.
Resonó desde la parte trasera de la casa, cortando el aire como una cuchillada. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
¿Y si había sido mi hermana?
No. No. Me obligué a seguir. No podía permitirme flaquear ahora.
Terminamos con los últimos hombres. La batalla afuera había terminado. Sin pensarlo, dejé mi posición y rodeé la casa, con el corazón galopando en la garganta.
Lo vi.
Franco, tirado en el suelo, ensangrentado, con el arma aún alzada, apuntando hacia Elliot… y Elena.
Levanté mi arma, dispuesto a rematarlo sin dudar.
Pero otro disparo se escuchó primero.
Paolo. Él había sido más rápido. Su bala final acabó con el maldito de una vez por todas.
—Me hubiesen dejado aunque sea una oportunidad de dispararle, —gruñí al salir de la casa. El tono fue seco, pero estaba ahogado de rabia, de dolor… y de un extraño alivio envenenado.
—Por favor… alguien traiga a Romina. —la voz de Elliot me atravesó como un puñal.
Busqué con la mirada, y entonces la vi. Romina. Inconsciente. Tendida en el suelo, pálida, vulnerable.
Corrí hacia ella, sin pensar, sin respirar.
Mis rodillas se clavaron junto a su cuerpo, y mis brazos la rodearon con desesperación. En cuanto la toqué, un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza.
Era ella.
Ella me atraía sin duda.
Y esa certeza me golpeó como un disparo directo al pecho.
...****************...
...Romina:...
El pitido constante del monitor fue lo primero que escuché al abrir los ojos. Después, la punzada en el costado me hizo recordar que no había sido una pesadilla: la casa, los disparos, Franco. Todo había sido real.
Intenté moverme, pero un ardor me recorrió el cuerpo como una corriente eléctrica. Genial. Seguía viva, pero hecha mierda.
No tardó en entrar Reachel, con una sonrisa de alivio que contrastaba con sus ojeras marcadas.
—Estás despierta. —Se acercó a la cama con pasos suaves, como si tuviera miedo de romper algo más.
—Lamentablemente para ustedes, sí —gruñí, apenas audible. Me ardía hasta la garganta.
— No digas eso, aunque no lo digamos somos amigas, ya eres párte de nuestra familia.
Familia, nunca tuve una. Y cuando creí tenerla ella misma me la había arrebatado.
—Dormiste muy , pero bastó para que todos entraran en pánico. Paolo consiguió esta clínica y… bueno, estamos a salvo. Por ahora.
—¿Y cómo me ingresaron? ¿Dijeron que era una terrorista retirada o qué?
Ella bajó la mirada un segundo antes de contestar:
—Víctor se hizo pasar por tu esposo.
Me atraganté con mi propio aire.
—¿¡Qué!?
—No había otra forma. Tus papás no contestaban —explicó rápido.
No era raro, no. Lo raro sería que contestaran una llamada cuando realmente se les necesita.
—¿Y no se le ocurrió decir que era, no sé, mi primo lejano o un buen samaritano?
—Era eso o dejarte desangrar en la entrada. Hizo lo que tenía que hacer. Y estuvo aquí, desde que llegamos.
—Qué generoso —bufé.
Antes de que pudiera seguir con mi veneno, la puerta se abrió.
Y ahí estaba él.
Víctor. El autoproclamado esposo del año. Traje oscuro, mirada impenetrable y esa expresión como si acabara de salir de una junta con la mafia y le hubieran dado malas noticias.
—¿La princesa ya despertó? —soltó con sarcasmo. Su tono era tan ligero que daba rabia.
—¿Viniste a reclamar derechos conyugales o a hacer inventario de tus buenas acciones?
Se acercó un poco, con ese andar arrogante que tanto detestaba, o tal vez… no tanto.
—Solo quería confirmar que sigues viva. Y sarcástica. Las dos cosas parecen ir de la mano contigo.
Reachel se levantó de la silla, incómoda.
—Voy a… dejarlos hablar.
Gracias por nada, pensé mientras salía.
Nos quedamos solos. El silencio se sintió como una cuerda tensa entre nosotros.
—¿Te divertiste? —pregunté.
—¿Durmiendo a tu lado? Claro. Fue el mejor día de mi vida. —Sonrió de lado, malicioso—. Aunque roncabas un poco.
—Idiota.
—Ya estás mejor —concluyó, cruzándose de brazos—. Tienes energía para insultar. Buen signo.
—¿Y qué fue eso de hacerte pasar por mi esposo? ¿No tenías algo más original?
—Me pareció romántico. Casi lloré cuando firmé los papeles —ironizó—. Adelante más, era eso o dejarte con los matasanos del sistema público.
—¿Y cómo sabías mi nombre completo?
—Detalles. Solo pregunte, ni siquiera me acuerdo de tu segundo apellido.
—No tengo.
—Entonces estamos empatados.
Rodé los ojos.
—¿Y ya puedes irte? Ya cumpliste tu cuota de héroe del mes.
—Uy, qué lástima. Justo empezaba a acostumbrarme a que me llamaran “esposo” en recepción. Me hacía sentir poderoso.
—Vete al demonio.
—Ya fui. Pero volví porque tú estabas aquí. —Su sonrisa no se movió, pero sus ojos me miraban distinto. No como antes. Había algo más… pero si lo había, lo escondía bien.
No dije nada. Me estaba ganando, y eso no lo iba a permitir.
—Ah, casi lo olvido —agregó mientras caminaba hacia la puerta—. El médico dijo que si sigues estable, podrías salir hoy mismo. Así que prepárate. Tendrás que despedirte de este spa cinco estrellas.
—¿Y tú qué? ¿También vas a salir de mi vida?
Se detuvo, solo un segundo. Luego giró la cabeza apenas, sin mirarme directamente.
—Si es lo que quieres, claro. No te preocupes, no soy de los que insisten.
Y se fue.
Pero el eco de sus pasos quedó rondando mucho después de que cerró la puerta.
Maldito.
No sabía si quería que volviera.
O que nunca lo hubiera conocido.