Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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La Boda del Año (o Eso Parecía)
Capítulo 4
El sábado llegó más rápido de lo que Elena esperaba. Estaba en su pequeño apartamento, frente al espejo, ajustándose el sencillo vestido blanco que había alquilado. No tenía encajes ni brillantes, pero era elegante y cumplía con el propósito: aparentar que era una boda real.
“Esto es una locura,” murmuró, apretando el nudo de nervios en su estómago.
Una llamada en su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era Gabriel, puntual como un reloj.
“El auto estará en tu puerta en diez minutos,” dijo sin preámbulos.
“¿Ni un ‘hola, cómo estás, lista para casarte conmigo’?” respondió Elena con sarcasmo.
Gabriel suspiró. “No tenemos tiempo para bromas, Torres. Esta ceremonia debe salir perfecta.”
“Perfecta para ti, querrás decir,” replicó antes de colgar.
Media hora después, Elena se encontraba frente a un juzgado pequeño, nada glamuroso, justo como Gabriel había planeado. Él ya estaba allí, impecablemente vestido con un traje negro. Su mirada calculadora escaneó a Elena de pies a cabeza.
“Luce bien,” comentó, como si estuviera evaluando un producto.
“Gracias, creo,” respondió ella, resistiendo la tentación de lanzarle un zapato.
La ceremonia fue breve, casi fría. Un juez los casó en cuestión de minutos, y apenas intercambiaron miradas. El momento culminante llegó cuando el juez dijo las palabras que ambos esperaban.
“Ahora los declaro marido y mujer.”
Gabriel se inclinó para besarla en la mejilla, una acción más estratégica que afectiva. La sensación fue breve, pero suficiente para que Elena se diera cuenta de algo: este hombre no sabía lo que era bajar la guardia.
Ya en el auto, camino a la "recepción" que Gabriel había preparado para un pequeño grupo de socios cercanos, Elena no pudo contenerse más.
“Bueno, ya estamos casados. ¿Cómo se siente ser mi esposo, Moretti?”
Gabriel, sin apartar la vista de la ventana, respondió: “Es un trámite, Torres. No lo tomes como algo personal.”
Elena lo observó, incrédula. “¿Siempre hablas como si fueras un contrato andante?”
“Prefiero llamarlo eficiencia,” replicó él con una leve sonrisa.
“Claro,” murmuró Elena, recostándose en el asiento. “Espero que tu eficiencia incluya cómo lidiar con una esposa ruda.”
Él no respondió, pero una chispa de diversión cruzó su rostro.
La recepción fue igual de funcional que la ceremonia: un pequeño salón con unas pocas mesas, champagne caro y una decena de rostros serios que hablaban de negocios. Elena apenas comió, concentrándose en mantener la sonrisa forzada que Gabriel le había pedido.
Cuando finalmente terminó, Gabriel la acompañó al auto con un suspiro de alivio.
“Lo hicimos,” dijo él, como si acabaran de cerrar un trato millonario.
“Sí, lo hicimos,” replicó Elena. “Ahora veamos cuánto tiempo aguantamos sin matarnos.”
Ambos rieron, aunque por motivos distintos.
Cuando llegaron al edificio donde Gabriel vivía, Elena quedó deslumbrada. El enorme rascacielos de cristal parecía sacado de una película.
“¿Este es tu hogar?” preguntó, mirando hacia arriba.
Gabriel asintió sin siquiera mirarla. “El ático. Te llevaré allí para que te instales.”
“¿Instalarme?” Elena arqueó una ceja. “¿Ahora también tengo que vivir contigo?”
“Por supuesto,” respondió Gabriel como si fuera lo más obvio del mundo. “¿Qué pensabas? ¿Que podríamos seguir en casas separadas y hacer que esto parezca real?”
Elena se cruzó de brazos. “Pues sí. Nadie se casaría contigo por gusto, así que nadie esperaría que viviéramos juntos.”
Gabriel sonrió con un deje de ironía. “Eso lo hace más convincente, ¿no crees? Deja de resistirte a todo, Torres. Es solo por seis meses.”
Elena rodó los ojos, pero lo siguió hacia el ascensor privado que los llevó directamente al ático. Cuando las puertas se abrieron, quedó sin palabras.
El espacio era amplio, minimalista y decorado con tonos neutros. Cada detalle estaba perfectamente ubicado, desde los muebles de diseño hasta las enormes ventanas que ofrecían una vista panorámica de Manhattan.
“¿Qué te parece?” preguntó Gabriel, con un toque de orgullo en su voz.
“Es frío,” respondió ella sin pensarlo.
Gabriel frunció el ceño. “Es moderno.”
“Es frío,” insistió Elena. “No hay nada aquí que diga que alguien realmente vive en este lugar.”
Él la ignoró y señaló una puerta al fondo. “Esa será tu habitación. La mía está al otro lado del apartamento. Tendremos privacidad.”
“Qué generoso,” murmuró Elena, dirigiéndose hacia su nuevo espacio.
Después de dejar su maleta en el suelo, Elena se permitió unos minutos para respirar. Había sido un día agotador, y ahora estaba casada y viviendo con un hombre que apenas toleraba. Miró por la ventana de su habitación, preguntándose cómo sobreviviría a los próximos seis meses.
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Era Gabriel, con su típica expresión seria.
“Necesitamos hablar sobre el contrato,” dijo, entrando sin esperar invitación.
“¿Qué contrato?” preguntó ella, cruzándose de brazos.
“El que regula las condiciones de nuestro matrimonio,” explicó, colocando unos papeles sobre la mesa. “Es importante que ambas partes estén claras sobre lo que se espera.”
Elena tomó los documentos y los hojeó rápidamente. Cada cláusula parecía diseñada para asegurarse de que todo permaneciera bajo el control de Gabriel.
“¿Esto es en serio?” preguntó, levantando la vista. “¿Una cláusula que prohíbe cualquier muestra de afecto en público que no esté planificada?”
“Es por profesionalismo,” respondió él.
“Y aquí pensaba que esto no podía ser más absurdo,” murmuró Elena, firmando el contrato sin leer más. “Listo, jefe. ¿Algo más?”
Gabriel la observó por un momento, sorprendido por su actitud. Luego asintió y salió sin decir nada más.
Esa noche, mientras ambos se preparaban para dormir en extremos opuestos del ático, sus pensamientos se entrelazaron en silencio. Ninguno lo admitiría, pero ambos sabían que este matrimonio no sería tan simple como habían planeado.
El caos apenas está comenzando, y las emociones están a punto de entrar en juego.