Blindr

AMAR ES ESTAR VIVO

—En el nombre de las raíces y las ramas de Yggdrasil, por el ojo de la gran águila, es nuestra unión una bendición de los dioses. Sangre entregada voluntariamente, es el sacrificio de la vida.

Fueron las palabras que escuchó Devan luego de que Calíope arrancara el puñal de su pecho de un solo tirón. Acto seguido, murió.

Hasta el día siguiente, cuando su madre lo llamó a desayunar. Le dolía fuertemente la cabeza y tenía la sensación de que había tenido una horrible pesadilla donde moría. Pero nada de eso podía ser cierto, pensaba, a pesar de que en su móvil descubrió el mensaje de texto que Calíope le envió por la noche, lo que era prueba de que sí había estado con ella.

Mientras se duchaba antes de bajar a comer, revisó su pecho palmo a palmo, pero no encontró rastro de cicatriz ni rasguño. Cuando le preguntó a su madre en qué condiciones había llegado por la noche, ella le dijo que él llegó en un taxi y que en silencio se fue a acostar.

Devan, inquieto, prefirió creer que todo fue una ilusión de su mente ante lo nervioso que estaba por encontrarse con Calíope.

—Sí, eso es —se dijo mientras salía de la casa rumbo a la escuela.

Afuera lo esperaban Calíope y Hermelinda.

—Buenos días, sacrificio —lo saludó Hermelinda, toda sonrisa.

—Buenos días, Calíope —respondió, ignorando a la chica molesta.

Calíope asintió levemente y empezó a andar. Devan la siguió inmediatamente.

—Anoche…

—No hables con nadie de lo que pasó anoche —dijo ella. Era ligeramente más alta que él. Solo debía extender su mano y podría tomar la de ella.

—¿Somos novios entonces? —eso era lo que le preocupaba.

—¿En serio eso es lo que te preocupa? —dijo Hermelinda divertida—. ¿Siquiera te imaginas las consecuencias de lo que pasó anoche, sacrificio?

—Cállate, Hermelinda. Ya hablaremos después de eso —Calíope se giró un poco al caminar y miró a Devan—. Si quieres, puedes decirles a todos que somos novios, pero quiero que sepas que solo saldré contigo por un mes.

—Calíope, no es necesa… —empezó a hablar Hermelinda, pero calló ante la mirada fría de Calíope.

—P..puedo, ¿¡podemos tomarnos de las manos!? —Devan se puso rojo nada más terminar de hablar. Y por poco se desmaya cuando Calíope le tendió la mano izquierda. Devan se apresuró a tomarla de la mano. Pensó que sería suave como algodón, pero era áspera. Sin embargo, su solo tacto hizo que su sangre fluyera por varias partes de su cuerpo con ahínco.

—Pagarás por todo esto… —murmuró Hermelinda mientras la dejaban atrás. Devan apenas le prestó atención. Ya estaban a pocas calles de la secundaria.

Los cuchicheos se regaron por la escuela igual que fuego en pasto de verano. La noticia de que Devan Tudor salía con la preciosa Calíope ya era conocida por alumnos, profesores y demás personal antes de que terminara la mañana. Eduardo VI se pasó la mañana atosigando a Devan para que le relatara los sucesos. La mayoría de los chicos lo miraban con hostilidad. En todo caso, al parecer todos se creían con el derecho de opinar al respecto.

Al mediodía, Calíope fue a buscarlo al salón de clases para que almorzaran juntos. No fue una escena conmovedora ni mucho menos; ella no se abalanzó sobre él, simplemente le indicó que la siguiera. Devan estaba lo suficientemente nervioso para temer un desmayo, pero al mismo tiempo no le cabía tanta felicidad en el pecho. Todo era irreal, quizás estaba soñando. Pero no. El día continuaba y Calíope estaba allí a su lado en un rincón de la cafetería comiendo un estofado de carne de res. Eduardo VI no había mentido en ese respecto; Calíope devoraba la carne como si fuera lo más delicioso del mundo.

De repente, Calíope empezó a hablar.

—Para un guerrero, comer es vital. Nunca debe faltar la energía, y uno nunca sabe cuándo la comida puede escasear, aunque eso no aplica en el mundo espiritual…

La mirada de Calíope era profunda, intensa.

—Devan Tudor, ¿qué has pensado hacer en estos días que faltan de nuestro noviazgo? —le preguntó.

Devan había olvidado ese pequeño pero importante punto respecto a su relación con Calíope. Ella solo había prometido un mes. Un mes era mejor que nada. En un mes él debía jugársela para que se convirtieran en un año y, por qué no, toda la vida. Él había escuchado de muchos romances que comenzaban en secundaria y continuaban hasta el final. Para Devan en ese momento no cabía la posibilidad de amar a otra mujer que no fuese Calíope.

—Bueno… pues había pensado… para empezar, tener una cita. Salir a algún lugar.

Ella aceptó.