Manual Para No Morir Otra Ves

Una noche, después de otro día agotador, Aranza estaba en su habitación mientras Emilia le masajeaba los hombros.

—Dioses, esto duele…

—Le dije que esto sería difícil, mi lady.

—Cállate y sigue masajeando.

De repente, la puerta se abrió de golpe. Un sirviente irrumpió con el rostro pálido.

—Mi lady… su alteza la espera en su despacho.

Aranza parpadeó.

—¿Ahora?

—Sí. Es urgente.

Con un quejido, se incorporó con esfuerzo. ¿Urgente? ¿Qué podía ser tan importante a estas horas?

Aún con el cuerpo adolorido, salió de su habitación y se dirigió al despacho del príncipe. Cuando entró, lo encontró de pie junto a la chimenea, con una carta en la mano. Alzó la vista y sus ojos azules brillaron con seriedad.

—Tenemos un problema.

Un escalofrío recorrió su espalda.

—¿Qué pasó?

Cassius dejó la carta sobre la mesa y su voz adquirió un tono grave.

—Hay movimientos extraños en la frontera.

Aranza frunció el ceño.

—¿Guerra?

—No todavía —negó Cassius—, pero alguien está probando nuestras defensas.

Su corazón latió más rápido.

—¿Quién?

Cassius la miró fijamente.

—Eso es lo que vamos a averiguar.

Aranza tragó saliva. Sabía que este matrimonio no sería normal… pero jamás imaginó que terminaría en medio de un conflicto que podría costarle la vida.

Aranza nunca pensó que llegaría el día en que vería con alivio a su esposo marcharse de la fortaleza.

No es que estuviera celebrando su ausencia… bueno, un poco sí. Después de días de entrenamiento infernal bajo sus órdenes, su cuerpo necesitaba un respiro.

Claro que su alivio duró exactamente tres segundos.

Porque mientras Cassius se preparaba para partir, le lanzó una última advertencia.

—No causes problemas.

Aranza le sonrió con la dulzura más falsa del mundo.

—¿Yo? Jamás.

Cassius entrecerró los ojos, claramente sin caer en su acto.

—Hablo en serio. Mantente al margen de la corte, no provoques a nadie y, sobre todo, no hagas estupideces.

Aranza llevó una mano al pecho con fingida indignación.

—¿Por quién me tomas?

—Por alguien incapaz de quedarse quieta.

—Bueno, ahí tienes razón.

Cassius suspiró con el agotamiento de quien ya esperaba lo peor.

—Si algo pasa, manda un mensaje.

Aranza arqueó una ceja.

—¿Estás… preocupado por mí?

Cassius le lanzó una mirada gélida.

—Estoy preocupado por el desastre que puedas causar en mi ausencia.

Aranza rodó los ojos.

—Vete ya, soldado de plomo.

Él no respondió. Simplemente montó su caballo y, con un gesto a sus hombres, partió junto con su ejército.

Aranza lo observó desaparecer en el horizonte, sintiendo una extraña mezcla de alivio y ligera incomodidad.

¿Y si pasaba algo mientras él no estaba?

Sacudió la cabeza, descartando la idea.

—Nah, seguro todo estará bien.

Oh, Aranza… qué ilusa.

No habían pasado ni seis horas desde la partida de Cassius cuando los nobles de Mar de Fuego "solicitaron" su presencia en una pequeña fiesta de aristocracia, según deseaban darle la bienvenida a la futura reina, los reyes habían decidido no asistir, la reina por que tenia compromisos con sus damas y el rey simplemente estaba haciéndose cargo del reino para realizar la coronación de su hijo, pronto debía cederle el trono a Cassius.

—"Solicitar" es una forma bonita de decir "exigir", ¿cierto? —murmuró Aranza mientras Emilia luchaba por ajustarle el vestido.

—Mi lady, es normal que quieran conocerla mejor —respondió su doncella con cautela.

Aranza soltó una risita sin humor.

—Claro, porque no tuvieron tiempo suficiente para juzgarme en silencio durante todos estos días.

Emilia suspiró, con la paciencia de quien ya esperaba una tragedia.

—Solo… trate de ser diplomática.

Aranza le dedicó su mejor sonrisa.

—Emilia, querida. No sé qué significa esa palabra.

La pobre doncella palideció.

El gran salón de la fortaleza rebosaba de nobles envueltos en telas lujosas, sus dedos adornados con anillos pesados mientras alzaban copas de vino con estudiada elegancia. Las conversaciones flotaban en el aire, mezcladas con risas discretas y miradas evaluadoras.

Hasta que Aranza entró.

El silencio cayó como una losa.

Docenas de ojos la recorrieron de pies a cabeza, con una mezcla de desprecio, curiosidad y desconfianza. Para ellos, ella no era más que una extranjera. Una esposa impuesta. Una intrusa.

Aranza arqueó una ceja y esbozó una sonrisa que destilaba pura falsedad.

—Vaya, qué ambiente tan cálido.

Un noble de cabello gris y un bigote prominente carraspeó antes de hablar.

—Lady Aranza, bienvenida. Nos preguntábamos si asistiría.

—¡Pues aquí estoy! —exclamó con entusiasmo fingido—. Afortunada de estar rodeada de tanto cariño.

El silencio que siguió fue denso y tenso.

Aranza se deslizó con tranquilidad hasta su asiento, el que correspondía a la esposa del príncipe. A la derecha del trono vacío de Cassius.

La reunión comenzó. Se discutieron asuntos que apenas le interesaban. Aranza no prestó atención a las palabras insustanciales que flotaban entre brindis y miradas furtivas.

Porque lo único que realmente notaba eran los ojos sobre ella.

Los murmullos detrás de copas doradas.

Las sonrisas que escondían veneno.

"Nos vemos en la próxima batalla, corte de mierda."

Y justo cuando pensó que ya había tenido suficiente de esta pantomima…

Apareció ella.

Aranza sintió la presencia antes de verla.

Como un cambio en la presión del aire. Como la amenaza de una tormenta.

Lady Isabella entró con la gracia de quien sabe que el mundo entero gira a su alrededor. Su cabello castaño brillaba bajo la luz de los candelabros, sus ojos verdes destellaban inteligencia y malicia, y su sonrisa, tan dulce en apariencia, escondía el filo de un cuchillo.

Y lo peor de todo…

Era hermosa.

Aranza chasqueó la lengua.

—Genial. La reina del drama ha llegado.

A su lado, Emilia se removió incómoda.

—Tenga cuidado, mi lady. segun las criadas Lady Isabella ha sido una de las favoritas de la corte por años.

—Oh, qué honor. —Aranza rodó los ojos—. ¿Y qué quiere de mí?

Emilia bajó la voz, con evidente incomodidad.

—Bueno… Se dice que ella y el príncipe Cassius… tenían una historia.

Aranza parpadeó.

—¿Perdón?

Pero antes de que pudiera procesarlo, Isabella ya estaba frente a ella.

—Lady Aranza. —Su voz era aterciopelada, un veneno cuidadosamente disfrazado—. Qué placer finalmente conocerte en persona.

Aranza alzó la vista y le dedicó una sonrisa burlona.

—Oh, lo dudo.

Un murmullo recorrió la mesa. Algunas risitas nerviosas se ahogaron tras copas de vino.

Los ojos de Isabella brillaron, aunque su sonrisa no se movió ni un milímetro.

—Debes estar teniendo dificultades para adaptarte. Mar de Fuego puede ser… duro con los forasteros.

Aranza apoyó el mentón en su mano, adoptando una expresión de inocencia.

—Oh, no te preocupes por mí. Estoy acostumbrada a sobrevivir en ambientes hostiles.

Las respiraciones se contuvieron.

Un juego peligroso se había puesto en marcha.

Isabella mantuvo la compostura, pero su mirada se afiló como la hoja de una daga.

—Entonces quizás podamos llevarnos bien.

Aranza sostuvo su mirada, midiendo cada palabra.

—Quizás. O quizás no.

El silencio entre ellas se tensó como una cuerda a punto de romperse.

En ese momento, Aranza entendió algo con absoluta claridad.

Isabella la odiaba.

Y haría todo lo posible por destruirla.

Aranza exhaló con resignación.

"¿No podía haberme tocado una rival fea?"