Terapia De Pareja, Para Dejar A Tu Pareja.

A la mañana siguiente, Sophie se despertó con un dolor de cabeza punzante y los recuerdos borrosos de la noche anterior. Se levantó lentamente de la cama de huéspedes, aun con el vestido arrugado y el maquillaje corrido. Al entrar en la cocina, encontró a Ricardo sentado en la mesa, absorto en su teléfono, sin siquiera levantar la vista cuando ella entró.

La cocina, normalmente llena de luz y vida, se sentía fría y desolada. Los azulejos blancos y los electrodomésticos de acero inoxidable reflejaban la frialdad que Sophie sentía en su corazón. Se sirvió una taza de café, tratando de calmar los nervios que comenzaban a agitarse en su interior. Se sentó frente a él, observándolo en silencio por un momento antes de hablar.

—Ricardo, anoche, llegué tarde y ni siquiera te diste cuenta —dijo, su voz cargada de una mezcla de tristeza y reproche.

Ricardo levantó la vista, sorprendido por el tono de Sophie.

—Lo siento, estaba cansado y me quedé dormido —respondió, encogiéndose de hombros como si no fuera grave haberla dejado plantada.

Sophie dejó escapar un suspiro profundo, sus ojos llenándose de lágrimas.

—No es solo anoche, Ricardo. Es todo. Me siento sola, ignorada. ¿Sabes cuántas veces me has dejado plantada? Y ayer fue el colmo; me dejaste en el restaurante sola —habló, su voz quebrándose.

—¿A caso…? Hay alguien más, Ricardo, ¿es eso? El hombre se puso nervioso; por supuesto que había alguien más solo que ella; no tenía por qué saberlo. Él se calmó y con su voz relajada respondió.

—Por supuesto que no hay nadie más, no te hagas películas en tu cabeza, la empresa se está expandiendo y está consumiendo todo mi tiempo, solo eso. Su voz ya no era tan fría bajo su tono y era suave y conciliadora.

—Si eso es cierto, Ricardo, necesitamos ayuda, necesitamos hablar con alguien, que nos ayude a encontrar un equilibrio. Propuso ella con la esperanza de que aceptara.

Ricardo frunció el ceño, incómodo con la dirección de la conversación.

—¿Hablar con alguien? ¿Qué quieres decir? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta.

—Terapia de pareja —dijo Sophie, con firmeza. —No podemos seguir así. Si no hacemos algo, esto se va a romper definitivamente y yo no quiero eso.

Ricardo se quedó en silencio, mirando a Sophie. Sabía que ella tenía razón, pero la idea de ir a terapia lo incomodaba; aparte, no estaba seguro de querer salvar su matrimonio; ya no la veía con los ojos de antes.

—No sé, Sophie. No estoy seguro de que eso funcione —dijo, tratando de evadir la situación.

Sophie se inclinó hacia él, sus ojos brillando con determinación.

—Ricardo, si alguna vez me has querido, si alguna vez has querido salvar esto, por favor, hazlo por nosotros. Solo te pido que lo intentes —pidió, su voz suave pero firme.

Ricardo suspiró, sintiendo el peso de las palabras de Sophie y, finalmente, asintió con la cabeza. Sabía que no dejaría el tema; por supuesto, luego encontraría la manera de hacer que ella se diera por vencida.

—Está bien, lo intentaré —dijo, resignado y con una sonrisa fingida.

Sophie sintió una mezcla de alivio y esperanza. Sabía que el camino sería difícil, pero al menos habían dado el primer paso.

Sophie observó a Ricardo mientras él terminaba de comer. En su mente un torbellino de emociones. "Me encargaré de todo, voy a programar la cita y te avisaré, cariño". Gracias por esto, no sabes el miedo que tengo a perderte", dijo ella, su voz temblando ligeramente.

Ricardo le sonrió, pero esa sonrisa no alcanzó sus ojos. La actitud de Sophie, siempre detrás de él, persiguiéndolo como un perro a su amo, le molestaba. Antes, su dependencia le resultaba halagadora, pero ahora la detestaba profundamente.

Ricardo se levantó de la mesa, su traje gris impecable y su corbata negra perfectamente ajustada. Sus zapatos brillaban con un lustre que reflejaba su meticulosa atención al detalle. Era un hombre atractivo, con cabello castaño, ojos verdosos y piel clara. La pequeña barba y el bigote le daban un aire varonil e interesante. Su cuerpo, trabajado con esmero, era una de las cosas que Sophie más admiraba de él.

El empresario se dirigió hacia la puerta, dejando un beso ligero en la frente de su esposa. Ese pequeño gesto hizo que Sophie se sintiera bien, aunque no sabía que él lo hacía porque ya no le provocaba besarla como antes en la boca. Mientras Ricardo salía de la casa, se preguntaba cuánto tiempo más podría soportar esa farsa, cuando podría estar por fin con su adorada Ivette Parisi.

Ricardo Conti.

Tomó su auto, un elegante cedan negro, y se dirigió a su empresa Conti Progetti di Lusso. Mientras conducía por las calles de Milán, su mente no dejaba de repasar los problemas que enfrentaba. Su familia había comenzado en el mundo de la arquitectura, dedicándose a proyectos de alto nivel como la restauración de edificios históricos y el diseño de rascacielos. Pero Ricardo había llevado la empresa a nuevas alturas, expandiéndola hacia la construcción, el diseño y el diseño de interiores, compitiendo con gigantes como Moretti & Figli Architetti e Glamour.

Esta familia no solo se dedica a la construcción y el diseño; también es dueña de muchas otras empresas y propiedades, como clínicas, centros comerciales y grandes cadenas hoteleras. Últimamente se han enfrentado. El dueño de esta cadena es un completo idiota, según Ricardo; es arrogante y no soporta perder.

Ricardo había intentado de todo para atraer a clientes de alto perfil, incluso contratando modelos como Ivette para que actuaran como embajadoras de la marca en eventos exclusivos y campañas publicitarias. Sin embargo, su competencia había adoptado estrategias similares y muchas más, ganándoles licitaciones importantes.

Después de un largo trayecto, Ricardo llegó a su emporio. Al verlo entrar, todos en la oficina se pusieron a trabajar de inmediato, conscientes de su mal humor tras la noticia de haber perdido otro cliente.

La secretaria le dictó su agenda del día, pero él apenas la escuchó. Entró a su oficina y, casi de inmediato, sus socios comenzaron a llamarlo, preocupados. Ricardo se llevó las manos a la cabeza y suspiró profundamente después de colgar. Todo era una locura.

"¡Maldito idiota!" Espetó molesto, refiriéndose tanto a su competidor como a la situación con Sophie y la terapia. Sentía que ambos lo estaban llevando al borde de la desesperación.

La puerta de su oficina se abrió y una mujer entró. Era una rubia platinada de ojos verdes, con un cuerpo esbelto y bien proporcionado. Sin decir una palabra, se dirigió directamente hacia Ricardo y se lanzó a sus brazos, buscando su atención como siempre, haciéndolo sentir un ídolo.

Ivette Parisi.

"Al fin llegaste, mi amor. ¿Por qué tardaste tanto? ¿Cuándo nos iremos a vivir juntos?" Le preguntó, besándolo con pasión. Ricardo se dejó llevar por un momento. Necesitaba distraerse, pero no le dio la respuesta que ella esperaba.

"Por el momento no quiero hablar de eso. Como sabes, el idiota de Moretti se robó a otro cliente. Tenemos que buscar la manera de ganar la próxima vez", dijo, su voz cargada de furia. La rubia volteó los ojos y se cruzó de brazos, claramente molesta.

"No pongas excusas, Ricardo. Dime mejor que no quiero seguir y hoy mismo esto se termina", respondió furiosa. Ricardo se levantó rápidamente y la rodeó por la cintura, pegándola a él.

"Hey, mi amor, cálmate. Solo debo salir de esto primero. Si no resuelvo esto, la empresa perderá y eso significa que nuestro futuro también", dijo, tratando de calmarla. Ella sonrió, feliz, y lo besó de nuevo.

Un rato después, la rubia salió de la oficina, dejando a Ricardo solo con sus pensamientos y el caos que lo rodeaba. Su padre no dejaba de llamar, pero él no contestaba. Lo último que necesitaba eran más problemas.

Mientras tanto, en la oficina de Moretti & Figli Architetti e Glamour, dos hombres celebraban con un trago de whisky. Le habían ganado al iluso de Ricardo Conti, una piedra en el zapato insignificante, y ni él ni nadie le ganarían al gran Lorenzo Moretti.

"¡Ese idiota debe de estar echando chispas!" Se rio un hombre de cabello castaño.

"Se lo merece por tratar de meterse en mis asuntos", respondió el otro, levantando su vaso de whisky.

"Vamos a celebrar al club de siempre. Un par de hermosuras y un buen whisky, o prefieres llamar a Tina, propuso el primer amigo, mofándose.

"La primera opción. Tina está muy intensa y eso es un peligro. Por esa razón le hablé claro, pero ni así entendió, respondió Lorenzo, sonriendo con satisfacción.