NovelToon NovelToon
JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Completas / Mujer poderosa / Magia / Dominación / Brujas
Popularitas:509
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO VEINTE: EL PUENTE DEL ABISMO

Cathanna.

Cuando llegamos, reconocí el lugar. Era el mismo por donde Zareth y yo habíamos pasado hace semanas, pero esta vez había más puentes, diez en total. Sentí cómo mi pecho se contraía. Los aprendices comenzaron a llegar uno por uno, cada uno proveniente de fortalezas distintas. Noté cómo algunos rostros se tensaban, y no era para menos: cruzar esos puentes era un desafío que parecía una sentencia de muerte.

El profesor tomó la palabra: los aprendices debían atravesar los puentes desgastados. Mencionó que el abismo estaba infestado de criaturas mágicas terribles, al acecho, listas para devorarnos en cuanto tuviéramos un solo tropiezo. Pero había algo más en su mirada, algo que no estaba diciendo.

Tragué en seco.

Indicó que diez aprendices se colocaron frente a los puentes. Algunos vacilaron, pero dieron el paso con valentía. Riven fue uno de ellos. Entonces, el profesor me miró y señaló uno de los puentes aún desocupados. Quise negarme. Había muchos otros aprendices, ¿por qué yo? Pero mis pies avanzaron solos hasta quedar frente a la estructura tambaleante.

Miré al frente. Solo había niebla, una bruma espesa que ocultaba todo más allá de unos pocos metros. Abajo… no se veía el suelo. No había rastro de él. Mis manos temblaban. Volteé la mirada hacia los demás. Todos estaban igual de nerviosos que yo.

—El miedo es para los débiles —gritó el hombre de gran barba—. El puente del abismo es solo un juego para niños. Deben cruzar con valor. Vamos, mis queridos aprendices. Demuestren de qué están hechos.

Cerré los ojos con fuerza. Mi mente se mareó. Los otros ya comenzaban a cruzar los puentes. Levanté la mirada hacia los corredores del castillo, donde varias miradas burlonas nos observaban con diversión, como si esto fuera un espectáculo para ellos. Tragué saliva y volví a mirar al frente. Respiré hondo y puse un pie sobre el puente. Apenas hice contacto, la estructura se estremeció y algunos tablones cedieron, desplomándose en el vacío.

De pronto, una ráfaga de viento azotó con fuerza, sacudiendo todo. Algunos aprendices fueron arrastrados al vacío, mientras que otros lograron mantenerse en pie. Yo me agaché instintivamente, paralizada por el miedo. Con cuidado, me puse de pie y avancé a paso lento. No quería estar aquí. No quería jugar con mi vida. Porque sí, esto era un juego cruel, donde solo los más hábiles sobrevivían. Este lugar era una maldición cuando no deseabas estar en él.

El puente se sacudió con aún más fuerza, haciéndome perder el equilibrio por un instante. Me giré para ver qué estaba pasando y mi estómago se encogió: había figuras con armaduras metálicas en cada puente. Uno en cada estructura. Y avanzaban. Esto tenía que ser una broma. ¿Estaban aquí para derribarnos? Mi pulso se disparó y comenzó a avanzar más rápido, pero el puente se agitaba tanto que sentía que en cualquier momento perdería el equilibrio.

Del abismo surgió una enorme serpiente que comenzó a destruir los puentes con violencia. Me aferré con todas mis fuerzas al mío cuando la parte inferior fue golpeada, y de repente me encontré colgada sobre el vacío.

No veía tierra. No vi nada.

Con un gran esfuerzo, comencé a trepar por los restos del puente. Algunos caían al abismo, mientras que otros lograban resistir. Subía y subía, pero la serpiente seguía atacando. Entonces mi mano resbaló. Sentí el vértigo de la caída, el viento azotando mi rostro con fuerza. Mi corazón latía desbocado. No quería morir.

El suelo parecía inalcanzable, demasiado lejos. Sabía que debía usar el aire a mi favor, pero la velocidad de la caída hacía que formular cualquier estrategia fuera casi imposible. Intenté mover los brazos, recordando una de las técnicas que Taris me había enseñado: la que me permitía levitar.

El pánico se apoderaba de mí, pero me obligué a concentrarme. Y entonces lo logré. Mi cuerpo se detuvo en el aire justo cuando mi rostro estaba a punto de estrellarse contra la tierra. Descendí con cautela hasta tocar el suelo lodoso. A mi alrededor, la niebla era tan densa que apenas podía ver más allá de mis propios pies.

—¿Hay alguien aquí? —Mi voz se perdió en el lugar. No hubo respuesta por parte de nadie. Avance con cuidado. La niebla comenzaba a dispersarse poco a poco.

Solté un grito ahogado cuando vi cadáveres. Algunos ya eran huesos, otros en estado de descomposición. Y los que habían caído recientemente. Retrocedí con pánico. Necesitaba salir de este lugar. El sendero estaba lleno de huesos. ¿Cuántas personas habían muerto aquí? Era horrible como trataban la vida en Rivernum, como si no valiera nada. Me sentía impotente.

La niebla desapareció, dejando a la vista a criaturas con ojos saltones que caminaban sin rumbo fijo. Chocaban unas contra otras, sin dirección. Eran Vaiols. Se decía que fueron las primeras criaturas que existieron, pero al cometer actos impuros, los dioses los castigaron, dejándolos sin razón de ser. Eran horribles, una vista simple. A nadie le gustaba estar cerca de ellos.

Caminé hacia el otro lado con tal de no verlos. De pronto, escuche un siseo a mi izquierda. Gire lentamente. Había una serpiente más grande que yo, mirándome como si fuera su presa. No esperé a que hiciera el primer ataque. Comencé a correr con todas mis fuerzas, alejándome de ella. Intenté sacar la espada que había escondido dentro de mi bota.

Me adentré en un bosque; las ramas chocaban contra mi rostro, dejando heridas en mi piel. Logré sacar la espada, pero… ¿Qué podría hacer esta arma contra una gigantesca serpiente verde, una de las más venenosas jamás vistas?

—Te odio, Rivernum.

Corrí y corrí hasta que pude dar con una infraestructura. Era el castillo. Había una gran puerta de metal. Me acerqué a ella e intenté abrirla, pero no cedía. Sentía a la serpiente acercarse. La impaciencia comenzaba a ganarme. Miré un árbol no muy lejos. Corrí hacia él y comencé a trepar. Me oculté bien. La serpiente venía arrastrándose a paso lento, como si supiera que yo no llegaría muy lejos. Se equivocaba. No moriría como comida de serpiente.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, salté del árbol con la espada en mano. Le cortó su cabeza, haciendo que se desprendiera de su cuerpo. Caí al suelo, mi espada cayó lejos. Intenté ponerme de pie, pero solté un gemido de dolor. Mi tobillo ardió. Quité la bota. La zona estaba hinchada. El hueso no estaba en su lugar.

Me levanté como pude. Me arrastré hasta llegar a la puerta. Esta no cedía ante mí. Estaba más que molesta. Quería golpear a alguien. La maldita puerta seguía sin abrirse. Trate de tranquilizarme. Lo único que podía hacer era fundir el hierro, pero ¿cómo hacer eso cuando no sé manejar aún el fuego? Lo hacía de forma inconsciente, cuando estaba en peligro de muerte, como en este momento. Sin embargo, ahora no podía hacerlo.

—Mierda —solté de golpe. Nunca antes había dicho malas palabras, pero ahora no me importaba. No tenía a mi madre cerca para decirme cómo debía comportarme—. ¡Maldita puerta de mierda, ábrete! —La golpeé con fuerza, pero aún seguía ahí, sin abrirse.

Me mordí el labio con frustración y retrocedí un paso, sintiendo cómo la adrenalina me hacía temblar las manos. La serpiente ya no era un problema, pero mi tobillo ardía y la puerta seguía sin ceder. Miré a mi alrededor en busca de otra entrada. Las murallas eran altas, imposibles de escalar en mi estado. Maldije de nuevo.

Golpeé la puerta una vez más, esta vez con menos fuerza. Sabía que no funcionaría, pero la desesperación me hacía actuar sin pensar. Apoyé la frente contra el metal frío y cerré los ojos por un momento, intentando calmarme. Fue entonces cuando escuché un sonido sutil. Un chirrido, como si algo se estuviera moviendo del otro lado. Me enderecé de golpe y contuve la respiración.

—¿Hay alguien ahí? —Pregunté con nervios.

El chirrido continuó, un sonido leve pero inconfundible. Me separé de la puerta, con el corazón martillando en el pecho. Di un paso atrás, lista para correr si era necesario, aunque no llegaría muy lejos con mi pierna en este estado. La puerta rechinó una vez más, esta vez con más fuerza, y vi cómo una pequeña rendija se abría justo en el centro.

—¿Quién eres? —preguntó una voz grave y áspera.

—Alguien que necesita entrar —respondí, intentando que mi voz sonara firme.

—¿Eres un aprendiz?

—Por supuesto.

—Entra.

Entre al tiempo que las antorchas se prendían. La figura se reveló. Era una mujer de cabello violeta. Empezó a caminar. No me quede atrás y comencé a seguirla, aunque no tan rápido; mi pie seguía mal. Sentía que con el paso de los minutos empeoraba. Y como no, mi tobillo estaba hecho nada.

—Nunca un aprendiz había logrado encontrar esta puesta—dijo con una voz serena—. Eres la primera. ¿Estabas atravesando el puente del vacío?

—Sí —dije haciendo una mueca de dolor. Ella miró mi tobillo.

Subimos por unas escaleras en forma de caracol. En cada paso que daba, sentía que mi tobillo se desprendía de mi pierna. Era una maldición esto. La escalera parecía interminable hasta que llegamos a un piso con un pasillo largo y angosto y muchas puertas de metal.

Ella avanzó sin más. ¿A dónde me estaba llevando? ¿Acaso me mataría? No esperaba menos en este lugar. Se detuvo en una puerta. Abrió esta sin necesidad de tocarla. Adentro había una cama pequeña; dos sillas con el logo del castillo; una pequeña ventana que no proporcionaba mucha luz.

—¿Qué es este lugar? —pregunté, tratando de ignorar el dolor punzante en mi tobillo.

—El pasillo cinco de los Cazadores Subterráneos —respondió ella—. Nos encargamos de atrapar a los monstruos y forajidos que habitan en las ciudades bajo tierra, en las profundidades de Valtheria. Aquí es donde vivimos. Te quedarás con nosotros hasta que la puerta superior se abra y puedas buscar ayuda para tu tobillo roto.

—¿Puerta superior?

—Se abre cada tres horas o puede ser hasta dentro de tres soles—explicó—. Es una medida de seguridad, tanto para evitar que las criaturas que logran atravesar las puertas inferiores lleguen a la superficie, como para impedir que los estudiantes bajen por curiosidad. A veces, son demasiado imprudentes.

—¿Cuánto falta para eso?

—Debes esperar —dijo mirándome—. Siéntate en la silla. Volveré por ti cuando la puerta se haya abierto. No salgas de aquí.

Asentí mientras me sentaba. Ella salió poco después. El dolor era punzante, por lo que trate de no mover mi pie. Mi mirada recorrió la habitación. Parecía una donde nadie vivía; estaba llena de polvo en las paredes y telarañas. Mire una estantería que tenía tres libros. Me levanté con cuidado hasta llegar a ella.

Revise los libros. Uno era de maldiciones, otro de la historia de Valtheria, y el último de dragones y como eran usados por los cazadores aéreos. Tomé el último libro, el único que realmente llamó mi atención. Si iba a estar atrapada en esta habitación por un tiempo indefinido, al menos necesitaba algo con qué distraerme.

Los Cazadores Aéreos eran Elementista que, al lograr su vínculo con su dragón destinado, los utilizaban para proteger el reino desde el cielo. Esta práctica se había instaurado siglos atrás, pero fue durante la última guerra cuando su uso se volvió aún más crucial.

Pasé las páginas con curiosidad, absorbiendo cada palabra.

«El vínculo verdadero no puede forzarse. Aquellos que intentan doblegar a un dragón terminan consumidos por su propia ambición.»

Leí la frase varias veces, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. No era secreto para nadie que las personas que no tenían la posibilidad de tener un destino, querían obligar a los dragones a formar un vínculo con ellos. Nuestro anterior rey intentó poseer uno, porque él era el único en su familia que nació sin un don mágico. Las cosas terminaron mal.

—Es hora de irnos. —Levante la mirada a ella—. La puerta ya está abierta.

Me levante con cuidado y deje el libro en su posición. Salimos y seguimos por el pasillo. Había varias escaleras que se cruzaban entre sí. Parecía un laberinto. Después de caminar por tantos minutos llegamos al piso de arriba donde muchos cazadores estaban.

El lugar parecía una catedral, con techos altos y pinturas de mujeres. Nos detuvimos en una puerta ovalada de metal que estaba abierta, dejando ver unas escaleras de piedra.

—Subiendo las escaleras encontrarás el resto del castillo.

No perdí más tiempo. Los escalones parecían interminables, cada paso una punzada de dolor en mi tobillo herido. Finalmente, la luz del día bañó mi rostro, y el aire fresco me hizo soltar un suspiro de alivio. El pasillo estaba abarrotado de aprendices y cazadores que iban y venían, demasiado ocupados para notar mi presencia. Arrastrando el pie, avancé lentamente hacia la enfermería.

Cuando llegué, Barbanegra, el curandero, me recibió con su imponente figura. Era un hombre corpulento, con una barba negra que le caía hasta el suelo y vestía siempre una túnica amplia. Sin decir una palabra, me indicó que me sentara en una camilla.

Apenas me senté, él colocó sus manos sobre mi tobillo y, sin previo aviso, lo movió bruscamente. Un dolor agudo me atravesó la pierna, arrancándome un grito mientras me desplomaba sobre la camilla. Barbanegra soltó una risa baja y tranquila, como si mi sufrimiento fuera parte del procedimiento.

Se alejó por un momento y regresó con un recipiente. De él sacó una mezcla verde y espesa, de aspecto poco alentador, y comenzó a untarla en mi tobillo con movimientos expertos.

—Esto bajará la hinchazón.

—¿Está seguro de eso? Parece vómito de animal.

—He oído muchas comparaciones sobre mis remedios, pero esa es nueva —dijo con diversión mientras seguía untando la mezcla en mi tobillo—. Lo importante no es cómo se ve, sino lo rápido que funciona. En unas horas, podrás caminar sin problemas.

—Si me envenena, prometo venir a jalarle la barba desde el más allá.

Barbanegra volvió a reír.

—No sería la primera en intentarlo. Ahora descansa un poco.

Me acomodé en la camilla, soltando un suspiro. A pesar del dolor punzante en mi tobillo, algo dentro de mí se sentía extrañamente tranquilo. Tal vez porque, por primera vez en horas, no estaba huyendo ni peleando por mi vida. Sin embargo, mientras cerraba los ojos, un recuerdo llegó a mi mente: Las brujas.

Salí de la enfermería en cuanto Barbanegra me dio el visto bueno. El sol ya estaba bajo en el cielo; eran las cuatro de la tarde. Aunque mi tobillo aún dolía, el malestar era mucho más soportable que antes. Caminé con cuidado de regreso a la casa y, al entrar, me encontré con Loraine sentada en un rincón, absorta en la lectura de un libro.

—Pensé que habías muerto. —Su tono frío llenó el espacio, cortante como una daga—. Pero me alegra que no haya sido así… —Hizo una breve pausa antes de entrecerrar los ojos con curiosidad—. Pero dime, ¿cómo sobreviviste a esa caída?

—Digamos que tuve suerte —respondí, sin ganas de entrar en detalles.

—¿Suerte? —repitió con escepticismo—. Caíste desde lo alto. Eso no es suerte, es una maldita hazaña. Ahora siéntate, pareces a punto de caerte de nuevo.

—Mi tobillo es un desastre — bufé molesta.

—Creo que deberías ir a la oficina del director. Te dieron por muerta.

—¿¡Muerta!? —exclamé, incrédula.

—Sí. Todos creíamos que lo estabas.

—Bueno, como puedes ver, sigo aquí —dije, extendiendo los brazos con sarcasmo.

—Por ahora —replicó con una sonrisa divertida—. Nunca se sabe realmente lo que pueda suceder.

Me puse de pie con cuidado, sintiendo la punzada de dolor en mi tobillo, y me dirigí a la puerta.

El edificio de la dirección era imponente, con pasillos silenciosos y fríos. La oficina del director estaba en el último piso, lo que significaba una larga subida de escaleras. Quería morir. A medida que avanzaba, cada escalón se convertía en una tortura. En el camino, me crucé con varias personas, pero ninguna se dignó a ofrecer ayuda. Solo miradas indiferentes.

Cuando finalmente llegué, toqué la puerta dos veces y esperé.

—Adelante —escuché una voz grave desde el interior.

Respiré hondo y empujé la puerta. El director, Valkhor, estaba sentado tras su escritorio, con la cabeza gacha, concentrado en unos documentos. Carraspeé suavemente para llamar su atención. Levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos.

—Vaya, sigues viva. Eso sí que es inesperado.

—Vine a cambiar mi destino —dije, sentándome en la silla frente a él, con nerviosismo—. Se supone que todos pensaron que estaba muerta. No lo estoy por lo visto.

—Cambiaré tu estado en seguida.

—Se lo agradecería, señor director.

Él me sostuvo la mirada, sin parpadear. Me sentí incómoda ante aquella expresión analítica, como si estuviera evaluando cada parte de mí, como si fuera una presa atrapada en su red. Me puse más nerviosa, sin saber qué más hacer. Pasé las manos por mis piernas, intentando aliviar la tensión que se acumulaba en mi cuerpo. Pero su mirada no se apartó ni un segundo.

Se levantó de su asiento y se dirigió hacia una estantería repleta de documentos. Sus dedos recorrieron los pergaminos y papeles hasta que extrajo un par de ellos. Regresó a su escritorio y los dejó caer sobre la mesa con un leve golpe.

Mi pulso se aceleró al ver lo que eran.

Eran sobre mí. En la parte superior, una fotografía mía resaltaba entre las hojas. Debajo, mis datos personales estaban cuidadosamente escritos. Mi nombre, mi edad, mi historial falso…

—Por cierto, eres muy hermosa.

—¿Perdón? —solté, sin estar segura de haber escuchado bien.

Valkhor sonrió levemente, apoyándose en la mesa con ambas manos.

—Dije que eres muy hermosa —repitió con naturalidad, como si estuviera comentando el clima.

Un escalofrío me recorrió la espalda. No sabía si lo decía en serio o si estaba jugando conmigo, pero la forma en que lo hizo, con esa mirada penetrante y ese tono casi indiferente, me hizo sentir aún más incómoda.

—Gracias… supongo —respondí, desviando la mirada hacia los documentos. Intenté concentrarme en cualquier cosa que no fuera él.

—No te pongas tan tensa. Solo hice un comentario.

—Un comentario innecesario —murmuré entre dientes.

—No lo creo —dijo llevando su mano a la mía —. Estás muy tensa. Cálmate… Ahora, dime… ¿Cómo demonios sigues con vida?

—Soy una Elementista. —Me levanté—. No olvide cambiar mi estado. Gracias, señor.

1
Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play