Simoné es una chica de 25 años que lucha por obtener siempre lo que le gusta. Nada la detendrá por lograr sus objetivos, aunque tenga que luchar con su propia... ¡madre!
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Una muerte muy dolorosa
En el hospital...
El doctor salió a dar los informes pertinentes...
Lo siento, el señor Martín acaba de fallecer.
¡No, Dios mío!, gritó Teresa; Simoné, que estaba a su lado la sostuvo en sus brazos para que no cayera, víctima de un desmayo.
El doctor llamó pronto a un camillero para que la llevaran a un cuarto para inyectarle un sedante.
Simoné lloraba desconsolada. No tenía idea de lo que sería su vida sin su padre.
Charly llegó poco después, yo me haré cargo de todo, le dijo a Simoné, la vio tan desvalida que la tomó en sus brazos. Ella lloró en su hombro hasta que se calmó.
Charly la invitó a sentarse en lo que arreglaba todos los papeles para darle una cristiana sepultura.
Teresa no se despertó hasta cinco horas después. Cuando ya iban rumbo al panteón, ya que no hubo velación.
Para Teresa, todo pasó tan rápido que no tuvo tiempo de digerirlo, toda su vida se iba con Martín. El ha sido el único amor que había tenido. Aunque aún era muy joven (45), ya se sentía sola y cansada.
Simoné nació cuando Teresa tenía solo 20 años, pero a pesar de su juventud se casó con Martín y fueron felices. Ahora la vida se lo arrebataba y ya no sabía cómo iba a ser su vida en adelante.
En el panteón se oían sus sollozos, estaba completamente desconsolada.
En eso, un hombre que veía todo a prudente distancia, se acercó con un bote de agua purificada.
Tenga, la muerte es muy dura y dolorosa, pero necesaria, yo acabo de perder a mi hijo, él estaba enfermo de cáncer. Era lo único que me quedaba después de la muerte de mi esposa años atrás.
Teresa lo vio, era un hombre joven, como de unos 35 años, alto, cabello castaño oscuro. Tenía un porte extraordinario, parecía un príncipe. A pesar de estar vestido de negro, se veía extremadamente hermoso.
Ambos sintieron como un flechazo.
Ella, tragó saliva, lo siento... es mi esposo el que venimos a enterrar, dijo ella con lágrimas en los ojos.
Lo siento, dijo a su vez el hombre. Perdón, me llamo Iván.
Yo soy Teresa y ella es mi hija Simoné.
¿De verdad? Yo pensé que eran hermanas.
Teresa no pudo evitar cierto gusto al oír a Iván hablar.
Gracias, favor que me hace.
De ninguna manera, no es ningún favor, es la pura verdad.
Gracias, nuevamente.
¿De qué murió su esposo, si se puede saber?, ¿si no es una indiscreción?, preguntó Iván, temeroso de entrar en la privacidad de Teresa.
Tuvo un infarto fulminante ya no se pudo hacer nada, al decir esto las lágrimas asomaron nuevamente, a sus ojos.
Tranquila, Teresa, ya verá que pronto obtendrá la resignación, dijo Iván, tratando de que Teresa hallara consuelo en sus palabras.
Sí, tal vez, pero por el momento siento que todo mi mundo se ha derrumbado. ¿Cuántos años tenía su hijo?, Teresa aún tenía los ojos inundados de lágrimas.
12 años, contestó Iván, y las lágrimas asomaron a sus ojos también. Perdón, es que mi hijo lo era todo para mí.
Lo comprendo, no se preocupe. Mi esposo también lo era todo para mí.
Lo estuve llevando a quimioterapias, prosiguió diciendo Iván, pero desgraciadamente la última terapia ya no la pudo aguantar. Cuando mi esposa murió en ese fatídico accidente automovilístico sentí que la vida terminaba para mí, pero me recompuse por mi hijo, él era un niño lleno de amor, lleno de fuerza.
Pero esa maldita enfermedad lo envolvió y ya no se pudo hacer nada más.
La voz se le quebró a Iván al decir todo esto, después se quedó callado por algunos segundos.
Creo que me iré, ¿quieres que te deje en tu casa?, perdón, ya te estoy tuteando.
No te preocupes, está bien. Sí, por favor, llévame a mi casa no me siento bien para manejar.
Mamá, si quieres yo me llevo el coche, y tú vete con él porque la verdad es que no sé si pueda manejar también yo y, pues, no te quiero arriesgar.
¿Qué les parece si se vienen las dos conmigo y mañana mandamos por el coche?
Simoné fue la que contestó, sí, está bien.
Madre e hija subieron al coche de Iván, ambas mujeres se sentaron en la parte trasera.
Por un momento, Teresa dudó si había hecho bien al subirse al coche de un hombre que acababa de conocer y en esas circunstancias.
La voz de Iván la volvió a la tranquilidad.
No te preocupes, Teresa, te aseguro que no tengo la menor intención de hacerles daño, solamente te llevaré a la dirección que tú me digas y todo está bien.
Una hora y media después, el coche de Iván se estacionó frente a la casa donde vivía Teresa con su hija.
Gracias, Iván, espero que tengas mucha fortaleza y resignación.
Gracias, lo mismo te deseo a ti, bueno, me voy, estoy muy cansado.
Iván subió a su coche y se fue con rumbo desconocido.
Teresa, ya en su casa entró a su cuarto y se tiró a la cama a llorar amargamente.
Simoné entró con ella para tratar de consolarla... Mamá, por favor, deja de llorar. Mi papá no estaría feliz de verte así.
Hija, ¿quién se resigna a la muerte de un ser querido?
Ya no hubo más palabras, ambas mujeres se abrazaron y lloraron hasta quedarse dormidas en la misma cama.
El nuevo día las llenó de nuevas esperanzas.
Simoné había preparado el desayuno para las dos.
Ándale madre, vente a desayunar ya está todo listo.
Gracias, hija, pero no tengo ganas de comer.
Mamá, por Dios, tienes que comer algo, hazlo por mí, ¿quieres?
Tienes razón, hijita, perdón.
Las dos mujeres se pusieron a comer tranquilamente.
Teresa trataba de no ponerse a llorar, pero estaba demasiado dolida por su esposo.
Ni siquiera se acordaba del hombre que el día anterior las había traído a su casa.
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Como era obvio, Simoné no se presentó a trabajar en tres días. Cuando regresó notó algo raro en la empresa.
Nancy le salió al encuentro, Simoné, mi más sentido pésame.
Gracias, Nancy, contestó Simoné, sin ganas.
No eran precisamente las mejores amigas, pero trataba de llevarse bien con ella.
¿Cómo marcha todo por aquí?, preguntó Simoné.
Todo marcha a pedirte boca, he sabido llevar las cosas como si fueras tú misma la que estuviera aquí, enseguida te paso todos los datos.
En eso René salió de su oficina y se acercó a Simoné.
Mi más sentido pésame, René le dio un abrazo. Dos lágrimas asomaron a los ojos de Simoné, pero se compuso de inmediato.
Gracias, jefe.