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Ecos De Un Tiempo Perdido

Ecos De Un Tiempo Perdido

Status: Terminada
Genre:Completas / Elección equivocada
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Litio

En un pequeño pueblo donde los ecos del pasado aún resuenan en cada rincón, la vida de sus habitantes transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y la desesperanza. A través de los ojos de aquellos que cargan con cicatrices invisibles, se desvela una trama donde las decisiones equivocadas y las oportunidades perdidas son inevitables. En esta historia, cada capítulo se convierte en un espejo de la impotencia humana, reflejando la lucha interna de personajes atrapados en sus propios laberintos de tristeza y desilusión. Lo que comienza como una serie de eventos triviales se transforma en un desgarrador relato de cómo la vida puede ser cruelmente injusta y, al final, nos deja con una amarga lección que pocos querrían enfrentar.

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Capítulo 4: La Luz que se Apaga

La rutina en San Gregorio se volvía más monótona a medida que Clara pasaba sus días recorriendo los lugares de su infancia. Cada rincón del pueblo le revelaba un nuevo aspecto de su vida pasada que había intentado enterrar. El siguiente lugar que sentía la necesidad de visitar era la vieja estación de trenes. San Gregorio había sido un pueblo pequeño, pero la estación siempre había sido el corazón latente del lugar, conectando al pueblo con el resto del mundo. Ahora, como todo lo demás, estaba en decadencia.

El camino hacia la estación la llevó a través de calles vacías y casas en ruinas. El silencio del pueblo pesaba sobre ella como un recordatorio constante de la soledad. San Gregorio parecía un lugar atrapado en el tiempo, incapaz de avanzar ni de retroceder. Cuando llegó a la estación, Clara se detuvo frente a lo que alguna vez había sido un bullicioso centro de actividad. Las vías oxidadas desaparecían en el horizonte, cubiertas por maleza. Las señales de tren estaban caídas, y el edificio de la estación estaba desmoronándose.

Clara recordó las despedidas que había vivido allí, las veces que había visto a amigos y familiares subirse al tren con la promesa de regresar, aunque muchos de ellos nunca lo hicieron. Subió al andén, donde las viejas tablas crujían bajo sus pies, y se acercó a la ventanilla de boletos, ahora cubierta de polvo y telarañas. Al mirar a través del cristal roto, recordó las conversaciones que había tenido con el encargado de la estación, un hombre amable que siempre tenía una historia que contar.

—Siempre decía que algún día tomaría un tren hacia la ciudad —murmuró Clara, hablando consigo misma.

Se sentó en uno de los bancos del andén, dejando que el viento frío le despeinara el cabello. Cerró los ojos y trató de imaginar el sonido del tren llegando, las risas de los niños y el bullicio de la gente que se apresuraba a subir o bajar. Pero ese ruido ahora era solo un eco distante, un recuerdo que se desvanecía.

Después de un rato, Clara se levantó y comenzó a caminar por las vías. Los rieles oxidados crujían bajo sus pies, y el paisaje a su alrededor se veía tan cansado como el propio pueblo. Mientras avanzaba, notó algo a lo lejos: una pequeña casa junto a las vías que parecía estar en mejores condiciones que el resto del pueblo. La curiosidad la impulsó a acercarse.

La casa era modesta, pero tenía un jardín bien cuidado, lo cual contrastaba con el abandono que había visto hasta ahora en San Gregorio. Clara se detuvo en la cerca y vio a una mujer mayor, de cabello canoso y recogido, regando las flores con delicadeza. La escena era tan tranquila que por un momento Clara dudó si debía interrumpirla.

Finalmente, decidió hablar.

—Disculpe, ¿vive aquí desde hace mucho? —preguntó Clara, intentando no sonar intrusiva.

La mujer levantó la vista y, al verla, sonrió con amabilidad.

—Sí, desde que tengo memoria —respondió—. ¿Tú eres Clara, la hija de los Martínez, verdad?

Clara se sorprendió de que la reconociera.

—Sí, soy yo —contestó, acercándose un poco más—. No sabía que alguien me recordaría después de tanto tiempo.

La mujer dejó de regar las flores y caminó hacia la cerca.

—En un lugar como este, es difícil olvidar. Además, tu madre era muy querida por aquí. Ayudó a muchos cuando lo necesitaban.

Clara asintió, sintiendo una mezcla de orgullo y tristeza. Aunque no había vivido el final de la vida de su madre en San Gregorio, sabía que ella había dejado una huella en quienes la conocieron.

—¿Cómo ha cambiado todo tanto? —preguntó Clara, mirando a su alrededor—. El pueblo parece… vacío.

La mujer suspiró, y su expresión se tornó seria.

—El tiempo tiene una forma de arrebatar las cosas, Clara. Primero se fueron los jóvenes, buscando mejores oportunidades en la ciudad. Luego, poco a poco, el pueblo se quedó sin vida. Muchos fallecieron o se mudaron, y los que quedamos… simplemente seguimos aquí, esperando.

Clara sintió un nudo en la garganta. La vida en San Gregorio ya no existía como ella la recordaba. Ahora, todo era una sombra de lo que alguna vez fue, y la esperanza de que el pueblo volviera a florecer parecía una fantasía lejana.

—¿Y tú? —preguntó la mujer, rompiendo el silencio—. ¿Has venido a quedarte?

Clara no supo qué responder de inmediato. No estaba segura de lo que buscaba en San Gregorio, pero lo que había encontrado hasta ahora no era lo que había esperado.

—No lo sé —respondió finalmente—. Vine para reconectar con el pasado, pero ahora que estoy aquí, no sé si es posible.

La mujer sonrió con tristeza.

—El pasado nunca vuelve tal como lo recordamos. A veces, lo mejor que podemos hacer es aceptarlo y encontrar una forma de seguir adelante.

Clara asintió, agradecida por las palabras de la mujer, aunque el peso de la tristeza no disminuyó. Después de despedirse, comenzó a caminar de vuelta hacia la estación, sintiendo una mezcla de confusión y dolor. San Gregorio le había dado tantas alegrías en el pasado, pero ahora parecía estar cargado solo de ausencias y fantasmas.

Cuando llegó de nuevo a la estación, se detuvo un momento para mirar las vías que desaparecían en la distancia. El silencio alrededor era ensordecedor, como si el propio pueblo hubiera dejado de respirar. Clara cerró los ojos, dejándose llevar por el sonido del viento. En ese momento, sintió una punzada de desesperanza, una sensación de impotencia que la envolvió por completo.

San Gregorio estaba muriendo, y aunque ella había regresado buscando respuestas, se daba cuenta de que quizás no podría salvar lo que había sido. Quizás, lo único que podía hacer era enfrentar la realidad de que algunos lugares y recuerdos no estaban destinados a ser resucitados.

1
Raquel Aboyte
muy buena historia inspira a yebarla acabo
Raquel Aboyte
esta lectura esta triste
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