Tras el entierro de su hermano mayor, Kate busca cumplir su sueño de ser doctora en una sociedad que la desafía por ser mujer. En su camino se cruza con Keith, quien busca respuestas sobre el hermano de Kate. A medida que crece la atracción entre ellos, deberán enfrentar los obstáculos de un pasado que los une de manera inesperada desafiando su futuro juntos.
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MIS DÍAS DE APRENDIZ (parte 1)
—La disciplina, la agilidad y la astucia son tan importantes como el conocimiento médico. Recuerda, la defensa no solo se trata de la espada, sino de la conexión entre tu mente y tu cuerpo. Siente cada movimiento, tu cuerpo es tu primer escudo, Kate. —explica—. Debes ser consciente de cada músculo, cada paso, nunca lo olvides. —blandió su espada—. ¡Vamos! ¡Otra vez!
—¡¡Si!! —respondo.
—¡Atácame con todos tus fuerzas!
Hace unos años, regresaba a casa cargando una bolsa de pan recién horneado. La vida cotidiana del pueblo transcurría con la quietud característica, pero esta tarde sería diferente. A medida que avanzaba por la calle, noté a un hombre que se tambaleaba antes de desplomarse contra el suelo. El revuelo entre los transeúntes fue inmediato, hombres y mujeres que tenían tiendas alrededor se acercaron al hombre que yacía inconsciente. La gente se congregó, pero nadie parecía saber qué hacer. En ese momento, un hombre mayor se abrió paso entre todos Su rostro llevaba las arrugas talladas por los años. Su vestimenta, compuesta de telas desgastadas, pero cuidadosamente cosidas, reflejaba la simpleza de sus días. Un jubón de tonos terrosos, remendado con esmero, envolvía su figura, y un bastón de madera desgastada era su fiel compañero en cada paso que daba. Sin embargo, lo más notorio era su cojera, una limitación física que no disminuía la gracia de su andar.
—Abran paso. He visto esto antes. —indica.
El hombre me entregó la bolsa de verduras que llevaba consigo, se agachó, sacó una pequeña botella que emanaba un aroma herbal de su bolsillo. Destapándola, hizo que el hombre desmayado inhalara el aroma del líquido. El hombre recobrando la conciencia poco a poco, preguntó:
—¿Dónde estoy?
—¡Lo ha curado! —exclamaba la gente.
—Estás a salvo. Solo te desmayaste. Qué alguien le dé algo de comer.
Dos hombres lo ayudaron a levantarse y una señora, dueña de una tienda lo invitó a comer. El hombre mayor, con gesto sereno, explicó lo sucedido y aconsejó al recién recuperado que descansara. Luego se acercó a mí, tomó la bolsa y se dio la vuelta. Trague saliva y me atreví a preguntarle.
—Oiga, espere. —corrí detrás de él.
Él se detuvo.
—¿Cuál es el contenido de ese frasco?
—Jovencita, —volteó a verme— la naturaleza nos brinda remedios simples pero efectivos. A veces, solo necesitamos recordar cómo usarlos.
Con esas palabras, se retiró, dejándome sola en la calle mientras el resto regresaba a sus quehaceres. Le conté a Rosse lo que había presenciado mientras ambas nos alistábamos para entrar a la cama. Retiré del estante de libros uno de ellos. Entre mis manos tenía la promesa que le hice a mi hermano cuando él aún estaba con vida.
—¿Doctora? ¿Quieres ser doctora? —preguntó, arqueando una ceja.
—¿Por qué me preguntas eso poniendo esa cara hermanito? —expresé molesta.
—N-No, no ja, ja. No fue mi intención ofenderte mi dulce mariposa.
En la penumbra cálida de la sala donde nos encontrábamos, mi hermano se inclinó hacia la chimenea, envuelta en el chisporroteo de las llamas que danzan con la levedad de las sombras. La madera cruje en respuesta a su toque, y el resplandor del fuego resalta los rasgos de quien se sumerge en la tarea de reavivar las llamas. El crepitar de estas intensificaron su ritmo, devorando la madera recién agregada con avidez. Mi hermano se retira para volver a sentarse en el sofá, pero no sin antes de contemplar por un momento el resplandor que ha creado. Me siento sobre su regazo y me explica lo que significa ser doctor en nuestra sociedad. Con cada palabra que él me dice, presto mi total atención y me siento cada vez más segura sobre mi decisión.
—¿Estás segura de comenzar ese camino? Pequeña mariposa, solo tienes nueve años, dentro de unos años quizá…
—¡Quiero hacerlo! ¡Seré doctora!
—¿Segura? ¿Aún con los muchos problemas que se presenten y las dificultades?
—¡Si! ¡Yo sé que puedo!
Me pongo de pie, pongo mi mano en mi corazón y prometo lo siguiente:
—Yo, yo soy Kate hermana menor de Derek. —hablo estando muy segura de mis palabras—. Hoy prometo que cuando sea mayor seré la mejor doctora de esa Nación, no, de todo el Reino. Ayudaré y salvaré muchas vidas sin distinción de nada. Velaré por la vida de todos antes que de la mía…
—¡¡¡No Kate!!! —me enoja y me interrumpe para después abrazarme—. Debes vivir, debes vivir por ti misma encontrando tu felicidad y en el camino ayudar a quien lo necesite.
Mi hermano consiguió un libro sobre herbología con la ayuda de sus amigos y me la entregó como regalo de despedida porque él había ingresado a la Real Academia de Serenelle donde estudiaría por tres largos años. La cubierta del libro, con tonalidades azulados, estaba adornada con ilustraciones detalladas de hierbas y flores en cada una de sus páginas. El tacto de la cubierta revelaba la calidad de la encuadernación, sugiriendo que este no era solo un libro, sino mi compañero de viaje duradero. Este libro, más que un compendio de conocimientos, se revelaba como una conexión entre mi hermano mayor y yo.
Pasé unos días preguntando a varias personas hasta que al fin pude encontrarlo. El doctor Blake tenía sesenta y dos años, no tenía familia y curaba a todo aquel que lo necesitara. El hombre, tenía cabellos canosos que se asomaban bajo su gastado sombrero, llevaba consigo la historia de un pasado que se tejía con la paciencia de quien ha enfrentado las tormentas de la vida. Camine una hora y otra más hasta encontrar su modesta morada ubicada en el campo, las paredes de piedra contaban el relato de su vida sencilla. Un hogar donde las antiguas herramientas y utensilios, desgastados por el uso constante, atestiguaban la habilidad de un hombre que había dedicado su vida a la labor cotidiana. A pesar de su vida humilde, el hombre irradiaba una sabiduría tranquila que inspiraba respeto. Ingrese por la pequeña puerta que no tenía seguro y en la penumbra del consultorio, escuché el crepitar de la chimenea que rompía el silencio monótono.
—Buenas días, doctor Blake. ¿Se encuentra en casa?
Nadie me respondió. Camine hacia el patio trasero y tendido debajo de un árbol él se encontraba durmiendo.
—¿Disculpe?
Hice un poco de ruido, pero no respondió.
—Señor… doctor Blake…
Sacudí un poco de su ropa para que despertara y tuve éxito. Despertó, arqueó una ceja al verme y me dijo:
—¿Qué pasa niña? ¿Alguien está en problemas?
—Doctor, mi nombre es Kate, disculpe la intromisión. Pero quiero convertirme en su aprendiz. —me arrodillo ante él con la cabeza gacha.
No me responde, solo se acomoda, se sienta con la ayuda de su bastón y siento como su vista se posa en mí.
—¡Eres la muchacha de aquella vez, ya te recordé! —me señala—. Sabía que tu ojos turquesas me eran familiar.
—Aprecio que me recuerde. —respondo— ¡Por favor! ¡Déjeme ser su aprendiz! —suplico.
—¿Una mujer? —se rasca la cabeza—. En estos tiempos, eso es inconcebible.
Se levanta e ingresa a una de las habitaciones. Me pongo de pie y voy detrás suyo.
—Pero, ¿por qué, doctor? ¿No es el deseo de ayudar y sanar algo universal, más allá de las diferencias de género?
Él me responde con escepticismo mientras coloca unas hojas de té en la tetera.
—Las mujeres tienen roles asignados. La medicina es terreno de hombres.
No quiero molestarme por lo que dice ya que sus palabras me recuerdan a mi padre. Respiro profundo para calmarme y tratar de convencerlo.
—Doctor, ¿acaso las mujeres no pueden ser guardianas de la salud? Si una mujer…
—Las costumbres donde vivimos son difíciles de cambiar. ¿Por qué asumirías este desafío?
Me da la espalda y respondo su pregunta.
—Porque creo que la compasión y el conocimiento no conocen género. Además, pienso que la voluntad propia es más fuerte que cualquier otra cosa.
Él no me responde en absoluto. Me pongo nerviosa esperando que me diga algo. Luego, voltea a verme después de un rato y me dice:
—Este camino no es fácil. Te advierto que pondré mano dura contigo ya que te enseñaré todo lo que sé y lo que he aprendido a través de los años.
—¡¡¡Gracias!!! —respondo contenta mientras algunas lágrimas caen sobre mi rostro y hago una reverencia en muestra de mi gratitud.