Midnight Promises (Libro I)
El sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de encaje, iluminando la habitación de una pequeña casa con una calidez reconfortante. En una de las habitaciones, ambas aún dormíamos plácidamente en nuestras respectivas camas. Nuestros vestidos yacían cuidadosamente doblados sobre sillas cercanas, testigos silenciosos de nuestros sueños.
—¡Kate! ¡Rosse! —dice Betty desde la otra habitación— ¡Bajen a desayunar!
—Cinco minutos más, por favor. —dice Rosse, cubriéndose la cabeza con la sábana.
—Aaah, —bostezo, estirándome— solo un poquito más...
Betty ingresa a la habitación con una espátula en la mano y al ver que seguimos durmiendo, sonríe con paciencia, respira profundo y nos habla:
—Mis queridas señoritas, el sol ya está en lo alto y el desayuno está listo. Les espera una mesa llena de exquisiteces.
—Siempre encuentras la manera de tentarnos, Betty. —respondo y me siento en la cama.
—Estaremos abajo en unos minutos. —agrega Rosse.
—Muy bien, mis niñas. No se demoren demasiado.
Rosse y yo intercambiamos sonrisas cómplices mientras Betty cerraba la puerta con un suspiro. El aroma tentador de la comida recién preparada flotaba en el aire, invitándonos a abandonar las suaves sábanas y disfrutar de un delicioso desayuno.
Han pasado casi cinco años desde que dejamos la Nación de Krimson. Recuerdo muy bien esa noche y lo que sucedió después. Uno de los sirvientes de Rosse nos esperaba con un carruaje, estuve a punto de despedirme de Betty mientras él subía las maletas hasta que ella me dijo que no pensaba abandonarme, le hizo una promesa a mi hermano que siempre me cuidaría. Entonces, le pidió al hombre que subiera también su maleta y se sentó con nosotras. No pude soportarlo y me puse a llorar al igual que Rosse. Betty nos abrazó a ambas y dijo que de ahora en adelante sea lo que sea en el futuro lo enfrentaríamos juntas.
El sirviente de Rosse nos dejó en una posada para pasar la noche y luego se despidió de nosotras. Nos deseó lo mejor y lo vimos partir. A la mañana siguiente mientras desayunábamos vestidas con ropa simple, escuchamos a un hombre discutir con la dueña.
—Disculpe, pero no puedo ayudarlo en eso.
—¡Cómo que no! ¡Está diciendo que me hicieron venir aquí por gusto! ¡Se supone que debía recoger a unos nobles y me dice que ya se fueron!
—Ya se lo dije, no es mi culpa que lo hicieran venir por gusto. Debió hablar bien con esas personas.
—¡Entonces quién pagará mi ruta de regreso! ¡Alguien debe pagarme!
—Pues fíjese que ese no es mi problema.
—¡Oiga!
Betty se puso de pie y fue a hablar con aquel hombre. La cara de molestia que tenía cambió en unos segundos y el hombre salió de la posada.
—Escúchenme niñas. —nos dijo volviendo a sentarse— Ese hombre nos llevará a la Nación de Klenottw.
—¿Klenottw? —preguntamos ambas.
—Si. Es la única ruta hacia donde se dirige de regreso ya que una pareja de nobles lo hicieron venir desde allí hasta aquí. Sin embargo, la pareja se fue mucho más antes.
—Nunca he estado allí. —nos comenta Rosse.
En cuanto a mí, he ido allí un par de veces acompañando a mi familia y en otras para visitar a mi hermano y esto es lo poco que sé del lugar. La Nación de Klenottw, es la capital del Reino. Allí se encuentra el castillo de Su Majestad, la Real Academia Serenelle, la Academia Militar Warforge y la Santa Catedral Eclesiástica, son los sitios más importantes de todas las Naciones que forman el Reino. En mi opinión, diría que es un lugar impresionante para cualquiera.
El hombre nos ayudó con las maletas, fue cortés con nosotras a pesar de no conocernos y en todo el camino nos contó sus aventuras y experiencias con otros pasajeros. Era un hombre que gustaba de la buena conversación. Por
momentos Betty hablaba con él mientras nosotras dormíamos, en eso recordé nuestro plan original que había discutido con Rosse. Mi tía Claire Wallen vivía en el campo y su esposo era el hermano de mi madre. Mi hermano y yo íbamos a visitarlos cada vez que podíamos. Ellos nos recibían con los brazos abiertos, fue un tiempo en el que creí… que era tener una familia amorosa. Mis tíos no podían tener hijos, no sé mucho sobre lo que pasó entre mi madre y su hermano menor, solo que él estaba molesto con ella y jamás se volvieron a hablar. Cuando nos enteramos de la muerte de mi tío por medio de una carta, fuimos de inmediato. Ese día llegamos a tiempo, mi hermano comenzó a cavar con la ayuda de una pala, sus únicos parientes nos despedimos de él y el resto que asistió fueron sus vecinos. Luego, mi madre al enterarse nos prohibió ir a verla. Eso no me impidió visitarla y pude hacerlo cada vez que Betty me ayudaba a escaparme, no quise dejar a la mujer que me daba cariño por la imposición de mi propia madre. Mi tía es una mujer fuerte y de corazón noble, siempre que estuve con ella, preparábamos varios frascos de mermelada y los repartíamos a sus vecinos. Ellos también hacían lo mismo con otros alimentos, mi tía me contaba que era un tipo de intercambio, así todos gozarían de un buen alimento hecho con cariño y amor. Ahora que Betty está con nosotras el plan cambió, me encargaré de escribirle siempre para decirle que me encuentro bien.
Al llegar a la Nación de Klenottw el sol emergía en el horizonte, pintando el cielo con pinceladas suaves de tonos rosados y dorados que marcaban el atardecer. El viaje fue muy largo debido a un derrumbe muy cerca a lo que el hombre tuvo que tomar otro camino. Tres figuras nuestras caminaban por las calles empedradas de una ciudad desconocida, con el peso de nuestras decisiones en cada paso. Dejamos atrás lo que un día fue nuestro hogar, donde los recuerdos se desvanecieron en el horizonte junto con el último destello de luz convirtiéndonos en solo Kate, Rosse y Beatriz. El nuevo lugar nos recibía con la promesa de un lienzo en blanco, un espacio donde las huellas del pasado quedaban borradas y estaba listo para ser pintado.
El hombre nos dio una dirección donde un amigo suyo estaba vendiendo una casa. Betty habló con el dueño y con la nueva casa ahora en nuestras manos ingresamos al interior. Vacío, todo estaba vacío como un relicario de memorias que decidieron dejar atrás. Las sombras de muebles ausentes marcaban un punto final en un capítulo que ya no deseaba revisitar. En el nuevo hogar, las paredes eran neutras, y el espacio resonaba con la quietud de lo inexplorado listo para comenzar una nueva vida.
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