Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 20: El Último Destino
Las sombras del Inframundo se cernían sobre ellos, pero Michaelis, Adrian y Kai no estaban dispuestos a rendirse. Habían enfrentado sus propios miedos y ahora, con las tres gemas en su poder, estaban decididos a restaurar el equilibrio y luchar contra la oscuridad que amenazaba con devorarlo todo.
La cueva había cambiado desde su última visita. La energía oscura que había estado presente antes ahora se sentía más contenida, como si la luz de las gemas estuviera desafiando a las sombras. A medida que avanzaban, el eco de sus pasos resonaba en la oscuridad, pero esta vez no estaban solos. Sabían que su unión les otorgaba un poder sin igual.
“¿A dónde vamos ahora?” preguntó Adrian, mirando a su alrededor. “¿Qué hacemos con las gemas?”
“Debemos llevarlas al corazón del Inframundo,” explicó Michaelis. “Allí, en el Sanctum de las Almas, podremos restaurar el equilibrio. Pero no será fácil. Tendremos que enfrentarnos al verdadero demonio que controla este reino.”
“¿Y si no podemos?” preguntó Kai, la preocupación surgiendo en su voz. “¿Y si perdemos todo?”
“No lo haremos,” respondió Michaelis, su determinación inquebrantable. “No volveremos a permitir que la oscuridad nos consuma. Juntos, somos más fuertes.”
Con esa resolución, los tres amigos comenzaron su travesía hacia el corazón del Inframundo. El paisaje a su alrededor se tornó cada vez más grotesco, con sombras retorciéndose en el aire y ecos de lamentos resonando en sus oídos. Sabían que no podían permitirse distraerse; cada paso los acercaba a su destino.
Finalmente, llegaron al Sanctum de las Almas, un lugar vasto y desolador. La energía en el aire era densa, y una sensación de maldad envolvía el ambiente. En el centro del sanctum se erguía un altar oscuro, donde el verdadero demonio, el Padre de las Sombras, aguardaba.
“¡Bienvenidos, hijos de la luz!” resonó la voz del demonio, profunda y retumbante. “He estado esperando su llegada. Han traído las gemas, y con ellas, su inevitable caída.”
“No nos rendiremos ante ti,” dijo Michaelis, su voz firme. “Hemos venido a liberar a este reino de tu control.”
“¿Liberar?” se rió el demonio, sus ojos como brasas ardientes. “Este reino es mío, y ustedes son meros peones en mi juego. ¿Creen que sus gemas pueden desafiarme?”
Michaelis sintió la presión del miedo intentar infiltrarse en su mente, pero recordó las visiones que había tenido, la fortaleza que había encontrado en sus amigos. “Las gemas representan el equilibrio, y tú no puedes mantenerlo en la oscuridad.”
Alzó las gemas, y una luz brillante comenzó a emanar de ellas. La energía se concentró, iluminando la sala con una brillantez deslumbrante. El demonio retrocedió, su expresión cambiando de arrogancia a incredulidad.
“¿Qué es esto?” gritó, intentando cubrirse los ojos. “No pueden hacer esto…”
“¡Podemos!” exclamó Adrian, y junto con Kai, unieron sus fuerzas a Michaelis, creando un torrente de luz que se lanzó hacia el demonio. “Esto es por todos los que has oprimido!”
La luz impactó al demonio, envolviéndolo en un resplandor que lo hizo gritar de rabia. Las sombras que lo rodeaban comenzaron a desvanecerse, y con cada instante, el poder del demonio disminuía.
“¡No! ¡Esto no puede estar sucediendo!” rugió, mientras se retorcía en la luz, tratando de resistir. “¡No puedo ser derrotado por simples mortales!”
“No somos simples mortales,” dijo Kai, sintiendo que el poder de la luz recorría su ser. “Somos amigos, y juntos somos invencibles.”
La luz continuó brillando, envolviendo al demonio hasta que finalmente, con un grito desgarrador, fue absorbido por la energía de las gemas. La oscuridad se disipó, y un silencio abrumador llenó el sanctum.
Michaelis, Adrian y Kai se encontraron de pie en el altar, sus corazones latiendo con fuerza mientras la luz se desvanecía lentamente. Habían derrotado al Padre de las Sombras, pero sabían que el Inframundo requería más que solo la derrota de su enemigo.
“¿Lo logramos?” preguntó Adrian, aún respirando pesadamente.
“Sí,” respondió Michaelis, mirando a su alrededor. “Pero debemos restaurar el equilibrio. Las gemas deben ser colocadas aquí, en el altar, para que su energía pueda sanar este lugar.”
Con cuidado, colocaron las gemas en el altar, donde comenzaron a brillar intensamente. Un remolino de luz se formó en el centro, expandiéndose por todo el sanctum, curando las heridas dejadas por el demonio y devolviendo la esperanza a las almas atrapadas en el Inframundo.
De repente, un grupo de figuras apareció en la distancia, seres que habían sido liberados del control del demonio. Sus rostros eran un reflejo de gratitud y alivio.
“Ustedes… nos han salvado,” dijo una de las figuras, un joven que parecía estar lleno de luz. “Han restaurado el equilibrio. Ahora, el Inframundo puede ser un lugar de paz.”
Michaelis, Adrian y Kai intercambiaron miradas, sintiendo una mezcla de satisfacción y alivio. “No lo hicimos solos,” respondió Michaelis. “Fue un esfuerzo de todos. Pero debemos asegurarnos de que esto no vuelva a suceder.”
“Ustedes serán recordados como los Héroes de la Luz,” dijo el joven. “Prometemos proteger este lugar y asegurarnos de que el equilibrio se mantenga.”
Con una sensación de propósito renovado, los tres amigos se despidieron del sanctum y regresaron a la superficie. La luz del sol iluminaba el bosque, y con cada paso que daban, sentían que habían dejado atrás no solo un capítulo de sus vidas, sino un legado que perduraría.
Al salir del bosque, el aire se sentía diferente. La paz que habían traído al Inframundo también se había trasladado a la Tierra, y con ello, una nueva esperanza comenzaba a florecer.
“¿Qué haremos ahora?” preguntó Adrian, mirando a sus amigos. “Hemos derrotado al demonio, pero nuestras vidas siguen adelante.”
“Sí,” dijo Michaelis, sintiendo la calidez de la luz que aún brillaba dentro de él. “Hemos superado tanto juntos, pero esto no es el final. Es un nuevo comienzo. Juntos, podemos enfrentar cualquier desafío que se nos presente.”
“¿Y qué hay de ti, Michaelis?” preguntó Kai. “¿Cómo te sientes ahora que has aceptado quién eres?”
“Me siento más fuerte,” respondió Michaelis, sonriendo. “Soy Enzo, hijo del Diablo, pero eso no me define. Soy quien elijo ser, y con ustedes a mi lado, no tengo miedo de enfrentar lo que venga.”
Con sus corazones llenos de determinación, los tres amigos comenzaron a caminar hacia el horizonte. Sabían que la vida traería nuevos desafíos, pero estaban listos para enfrentarlos. Juntos, como siempre, y con la luz brillando en sus corazones.
Así, el viaje de Michaelis, Adrián y Kai continuó, un camino lleno de aventuras, misterios y la promesa de un futuro donde la luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad.
Mientras avanzaban por el bosque, el aire fresco les acariciaba el rostro, y el canto de los pájaros resonaba en sus oídos como una melodía de esperanza. Habían sobrevivido a la oscuridad del Inframundo, y su victoria se sentía como un faro de luz en un mundo que a menudo era sombrío. Sin embargo, la calma que sentían era engañosa, pues la batalla no había terminado del todo.
“¿Qué pasará con los otros demonios?” preguntó Adrian, mirando hacia atrás, como si esperara que una sombra apareciera detrás de ellos. “¿Sabes si habrá más amenazas en el futuro?”
“Siempre habrá amenazas,” respondió Kai, su voz llena de solemnidad. “La oscuridad nunca desaparece por completo. Solo se oculta, esperando el momento oportuno para volver.”
“Es verdad,” asintió Michaelis, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. “No podemos bajar la guardia. El Padre de las Sombras fue solo el comienzo; hay otros como él, y deberíamos estar listos para lo que venga.”
La conversación quedó en el aire, pesada como las nubes que comenzaban a acumularse en el horizonte. A medida que continuaban su camino, el paisaje familiar comenzó a cambiar; los árboles se volvían más escasos y el suelo parecía menos firme.
“¿Qué está pasando?” preguntó Adrian, frunciendo el ceño. “Esto no se siente bien…”
“Lo siento también,” respondió Michaelis, deteniéndose en seco. “Es como si algo nos estuviera observando…”
De repente, una neblina espesa comenzó a rodearlos, como si el aire mismo se tornara denso y palpable. Los árboles, que antes parecían amigables, ahora se erguían como sentinelas oscuros, sus ramas extendidas como dedos acusadores.
“Debemos seguir adelante,” dijo Kai, tratando de mantener la calma. “Quizás solo sea una ilusión del Inframundo que todavía nos sigue.”
Pero en el fondo, sabían que no era una ilusión. La neblina contenía un tipo de magia oscura, un remanente de la energía del demonio que habían derrotado. Era una advertencia de que la batalla no había terminado. Sin previo aviso, la niebla se disipó, revelando una figura que parecía haber surgido de las sombras mismas.
“¿Qué tenemos aquí?” la voz era melodiosa pero profundamente perturbadora, como un canto hipnótico. La figura era esbelta y alargada, con ojos que brillaban como estrellas perdidas en la oscuridad.
“Soy Lirael, el Guardián de las Sombras,” dijo la figura, extendiendo sus brazos como si estuviera recibiendo a viejos amigos. “He estado esperando su llegada. Ustedes, quienes se atrevieron a desafiar al Padre de las Sombras, han despertado más que solo la luz.”
“¿Qué quieres de nosotros?” preguntó Michaelis, su voz resonando con determinación a pesar del miedo que se cernía sobre ellos.
“Vengo a advertirles,” dijo Lirael, su voz suave como el viento, pero cargada de un poder inquietante. “El equilibrio que han restaurado es frágil. Por cada acción, hay una reacción. Mientras ustedes han traído la luz de vuelta, los demás demonios están en movimiento. No permanecerán inactivos ante la caída de su rey.”
Adrian sintió que un escalofrío le recorría la espalda. “¿Hay algo que podamos hacer para detenerlo?”
Lirael sonrió, pero había algo siniestro en su expresión. “No pueden detener lo inevitable. Pero pueden prepararse. Necesitan la ayuda de los antiguos, los que conocen los secretos de la luz y la oscuridad.”
“¿Los antiguos?” preguntó Kai. “¿Quiénes son?”
“Son seres que han existido desde el inicio de los tiempos, guardianes de la sabiduría y el poder. Se encuentran en el Templo de las Almas, un lugar oculto donde la magia se entrelaza con la historia,” explicó Lirael. “Pero no será fácil llegar allí. El camino está lleno de peligros, y muchos han fracasado antes que ustedes.”
“¿Y si fracasamos?” preguntó Michaelis, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre sus hombros. “¿Qué pasará con la Tierra y el Inframundo?”
“Si fracasan, la oscuridad consumirá todo lo que conocen. La luz que han traído se desvanecerá, y el Inframundo caerá de nuevo bajo el dominio de los demonios,” respondió Lirael, su tono grave.
“Entonces no podemos quedarnos aquí,” dijo Kai, apretando los puños. “Debemos ir al Templo de las Almas y buscar la ayuda de los antiguos.”
“¡Sí!” exclamó Adrian, su determinación creciendo. “No podemos permitir que la oscuridad vuelva. No podemos permitir que nuestra victoria sea en vano.”
“Así es,” asintió Michaelis, sintiendo que la chispa de la esperanza se encendía nuevamente en su pecho. “Partiremos de inmediato. Pero, ¿cómo llegamos al templo?”
Lirael hizo un gesto con su mano, y la niebla se disipó, revelando un sendero que antes no habían visto. “Síganme. El camino es peligroso, pero yo los guiaré.”
Con esa promesa, comenzaron a avanzar, cada paso llevándolos más cerca del templo. Mientras recorrían el sendero, la atmósfera se tornaba cada vez más tensa. Ecos de risas distantes y susurros ininteligibles llenaban el aire, y las sombras parecían alargarse y moverse con una vida propia.
“¿Qué son esos sonidos?” preguntó Adrian, mirando nerviosamente a su alrededor.
“Son las almas atrapadas,” respondió Lirael, su voz suave. “Aquellos que han sucumbido a la oscuridad. Ellas también buscan liberación, pero su destino depende de ustedes.”
Michaelis sintió un tirón en su corazón. “No podemos dejarlas. Debemos ayudarles.”
“Eso es lo que el poder de la luz puede hacer,” asintió Lirael. “Pero necesitarán la fuerza para enfrentarse a sus propios miedos. La luz puede iluminar el camino, pero también revelará sus peores pesadillas.”
El sendero se torcía y retorcía, llevándolos a través de un paisaje onírico que se sentía a la vez familiar y extraño. La vegetación crecía de maneras imposibles, y los colores eran demasiado vibrantes, como si la realidad estuviera desvaneciéndose.
“Esto no se siente bien…” murmuró Kai, pero Michaelis lo interrumpió.
“Debemos seguir adelante. No podemos rendirnos ahora.”
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron a una vasta apertura. Ante ellos, se erguía el Templo de las Almas, un monumento impresionante que parecía hecho de luz y sombra entrelazadas. Su arquitectura era majestuosa, con columnas que se alzaban hacia el cielo y un aura de poder que emanaba de su interior.
“¿Qué hay dentro?” preguntó Adrian, sintiendo la excitación y el miedo entrelazarse en su pecho.
“Los antiguos,” respondió Lirael. “Ellos conocen los secretos que necesitan para enfrentar lo que se avecina. Pero estén preparados; pueden no ser tan amables como creen.”
Con una mezcla de emoción y temor, los tres amigos cruzaron el umbral del templo. El aire era denso y cargado de energía, y la luz que brillaba en el interior parecía danzar con una vida propia. Al avanzar, se encontraron con un gran salón, donde una serie de figuras etéreas estaban sentadas en un círculo.
“Bienvenidos, hijos de la luz,” dijo una de las figuras, una anciana con cabello plateado que brillaba como el sol. “Hemos estado observando su viaje. Sabemos por qué han venido.”
“Necesitamos su ayuda,” dijo Michaelis, sintiendo que su voz resonaba en la sala. “La oscuridad está en movimiento, y debemos detenerla antes de que consuma todo.”
“Lo sabemos,” respondió la anciana. “Pero el poder que buscan tiene un precio. Deben estar dispuestos a sacrificar algo valioso para restaurar el equilibrio.”
“¿Sacrificar qué?” preguntó Kai, su voz tensa.
“Cada uno de ustedes deberá enfrentar su mayor temor y tomar una decisión,” explicó la anciana. “Solo así podrán acceder a la sabiduría que buscan.”
“No podemos rendirnos,” dijo Michaelis, su corazón latiendo con fuerza. “¿Y si no estamos listos para enfrentar nuestros miedos?”
“Esos son los momentos que definen quiénes somos,” dijo Lirael, ahora a su lado. “La verdadera fuerza se encuentra en la aceptación de uno mismo. Deben estar dispuestos a enfrentarse a lo que temen para avanzar.”
“Lo haremos,” afirmó Adrian, su voz firme. “No podemos dejar que la oscuridad gane. Estamos juntos en esto.”
“Entonces, prepárense,” dijo la anciana. “Sus miedos serán revelados. Cuando lo sean, deberán enfrentarlos, sin importar cuán dolorosos sean.”
Las figuras etéreas comenzaron a brillar, y de repente, la sala se llenó de un resplandor cegador.
Mientras caminaban hacia el horizonte, un sentimiento de euforia llenaba el aire. La victoria sobre el Padre de las Sombras les había otorgado un nuevo propósito, y aunque el camino se extendía ante ellos con incertidumbre, también estaba marcado por la promesa de nuevas experiencias.
“¿Hacia dónde vamos ahora?” preguntó Adrian, su voz llena de curiosidad.
“Primero, debemos asegurarnos de que la paz se mantenga en el Inframundo,” respondió Michaelis. “No podemos permitir que el vacío que ha dejado el demonio sea llenado por otro. Necesitamos encontrar a aquellos que aún están atrapados y ayudarles a encontrar su camino hacia la libertad.”
“Estoy contigo,” dijo Kai, asintiendo con determinación. “Hemos pasado por tanto juntos. No podemos dejar que otros sufran lo que nosotros hemos vivido.”
La luz del sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas. Era un espectáculo hermoso, pero también un recordatorio de que el tiempo era limitado. Los tres amigos sabían que debían actuar con rapidez.
“Podemos dividirnos,” sugirió Adrian. “Así podremos cubrir más terreno. Michaelis y yo podemos ir al norte, mientras que tú, Kai, puedes explorar el este. De esa forma, podremos reunir más almas y llevarlas al sanctum para que se encuentren con los que ya hemos liberado.”
“Es una buena idea,” concordó Michaelis. “Cuanto más rápido actuemos, mejor será. Recuerden, la unión es nuestra fuerza, pero también debemos ser ágiles en nuestra búsqueda.”
Después de establecer un plan, se despidieron con la promesa de reunirse al atardecer en el sanctum, cada uno tomando un rumbo diferente. A medida que se separaban, la emoción y el nerviosismo se apoderaron de ellos. Sabían que cada encuentro podría traer tanto desafíos como oportunidades.
El Norte: Michaelis y Adrian
Michaelis y Adrian avanzaron hacia el norte, atravesando paisajes sombríos donde la oscuridad aún parecía tener un control parcial. Las sombras se movían con inquietud, susurrando tentaciones y miedos ocultos. Pero cada vez que un destello de duda aparecía, el brillo de las gemas les recordaba su poder.
De repente, se encontraron frente a un claro donde un grupo de almas errantes se movía sin rumbo, atrapadas en un ciclo de desasosiego.
“¡Hey!” gritó Michaelis, acercándose. “¡Estamos aquí para ayudarles! Han sido liberados de las garras del demonio. ¡Vengan con nosotros!”
Las almas se detuvieron, mirándose entre sí con desconfianza. “¿Cómo podemos confiar en ustedes?” preguntó una figura en el centro, su voz temblorosa. “Nos han prometido libertad antes, y nunca llegó.”
“Lo sabemos,” respondió Adrian, su tono sincero. “Pero hemos derrotado al Padre de las Sombras. Ahora tienen la oportunidad de recuperar su vida. Solo necesitamos que nos sigan.”
Finalmente, una de las almas dio un paso adelante. “Si realmente han vencido al demonio, entonces debemos intentarlo. No podemos seguir aquí atrapados.”
Con el aliento entrecortado por la esperanza, las almas comenzaron a acercarse a Michaelis y Adrian. Mientras las guiaban hacia el sanctum, el grupo se unió, y el brillo de las gemas iluminaba su camino.
El Este: Kai
Mientras tanto, Kai se aventuraba hacia el este, donde la oscuridad parecía más densa. A medida que se adentraba, pudo sentir el pulso del Inframundo, como si el mismo lugar estuviera vivo. Las sombras intentaban susurrarle dudas, pero Kai se mantuvo firme.
En su búsqueda, encontró un grupo de seres en un claro. Sus formas eran etéreas, pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza. “¿Por qué nos has traído aquí?” preguntó uno de ellos, con un tono desconfiado.
“Vengo a ofrecerles una salida,” respondió Kai, sintiendo que su voz resonaba con una confianza inesperada. “Hemos derrotado al demonio. Este lugar puede ser liberado. Si me siguen, puedo guiarlos hacia la luz.”
“¿Y si es una trampa?” preguntó otra figura, cruzando los brazos. “Hemos sido engañados antes.”
“Entiendo su desconfianza,” admitió Kai, su voz suave pero firme. “Pero no hay otra opción. La oscuridad los ha mantenido cautivos. Este es su momento de volver a vivir.”
Poco a poco, el escepticismo comenzó a desvanecerse. Un ser se adelantó. “Si lo que dices es cierto, entonces debemos arriesgarnos. ¿Cómo podemos confiar en ti?”
“Confíen en mí porque yo también he sido un prisionero,” dijo Kai, sintiendo que su propio dolor resonaba con el de ellos. “Pero juntos podemos encontrar un camino hacia la libertad.”
Finalmente, el grupo de almas decidió seguir a Kai, con la esperanza comenzando a florecer en sus corazones.
Reunión en el Sanctum
Al caer la noche, Michaelis y Adrian regresaron al sanctum, acompañados por las almas liberadas. Kai llegó poco después, trayendo consigo a su propio grupo. La emoción se llenó en el aire cuando todos se reunieron, la luz de las gemas brillando intensamente, creando un ambiente de esperanza.
“Lo hemos logrado,” dijo Michaelis, su voz resonando con gratitud. “Hemos traído a quienes estaban perdidos y juntos, podemos restaurar el equilibrio.”
Las almas se unieron en un círculo, formando una conexión entre ellos y con el sanctum. Mientras Michaelis, Adrian y Kai colocaban las gemas en el altar, una oleada de energía se expandió por la habitación, llenando el espacio con un resplandor vibrante.
El joven que habían encontrado antes, ahora un símbolo de esperanza, se acercó. “Ustedes nos han dado una segunda oportunidad. No olvidaremos lo que han hecho por nosotros.”
Con los corazones entrelazados por la luz, los tres amigos miraron hacia el futuro. Sabían que su viaje no había terminado; nuevas aventuras les esperaban, y aunque el camino sería largo, nunca estarían solos.
Así, en el sanctum, bajo el brillo de las gemas, Michaelis, Adrian y Kai se convirtieron en los portadores de la luz, listos para enfrentar cualquier desafío que el destino les deparara.