Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 3
De inmediato, el médico de la familia, el padre de Anastasia y Scott comenzaron a examinar a las cuatro hermanas que dormían juntas en la misma habitación.
Asegurándose que la única afectada había sido la hija mayor, mandaron a separarla de las demás y ubicarla en una habitación individual, en lo más alto de la mansión ducal.
Scott, quien estaba examinando la marca en el cuello de Anastasia, la cual poseía dos marcas de colmillos en el centro, estaba extrañado ante el silencio de la joven chica.
Aquella no era la Anastasia que conocía, la chica que había dicho por años estar enamorada de él y que, apenas cumplir su mayoría de edad, se convertiría en su esposa.
Al frente suyo se encontraba una Anastasia apagada, con ojeras grandes y los pies rojos, como si estuviera bailando toda la noche sin poder haber dormido nada.
Terminando de dibujar la marca en el cuello de la chica, dejó un cristal mágico a su lado con el fin de tener guardado cualquier cosa que ocurriera mientras ella descansara.
Después de ser ayudada a bañarse y cambiarse, Anastasia no quiso comer, se sentía tan débil que lo único que deseaba era solamente dormir.
Su padre, antes de cerrar con seguro la habitación, observó con tristeza a su primogénita. Le dolía ser en parte el causante de la condena de todas sus hijas, y el tan solo ver a la más parecida a su esposa, pálida como la leche, hacía que temiese lo peor.
—Por favor—le imploró a Scott en el pasillo—ayuda a mi hija, ayuda a todas mis hijas... te daré todo lo que tengo. Te daré la mano que más desees en matrimonio...
—Jeremy, no...—susurró Scott—ve con tu esposa y tus hijas, intenta al menos tener una buena cena de cumpleaños para ellas, yo estaré pendiente de Anastasia.
Escondido en una esquina, apareció el protegido del duque, el joven con el mismo nombre. Debido a que era un secreto que él estaba también participando en el plan para salvar a las doce princesas, habían decidido no decirle nada a los duques. Por eso, al quedar solo quien ahora sería su maestro, se acercó con mucha preocupación.
—¿De verdad no le gustaría ser el esposo de Anastasia?—preguntó Jeremy Jr.—ella ha estado enamorada de usted desde que era una niña.
Fue completamente sincero, mientras se sentaba al frente de la puerta de la habitación de Anastasia. Observando el porte de Scott, quien guardaba la llave en su abrigo, vio que era un hombre hecho y derecho.
Aunque no tenía una posición noble, sí era un miembro de la iglesia muy respetado. Lo único en contra sería la edad, ya que podría ser el hermano menor del duque, pero si era el quién se quedara con el título al desposar a alguna de las doce princesas, lo aceptaría con gusto.
—Escucha, joven Jeremy—le dijo directo a los ojos—¿cuántos años crees que tengo ya? Pronto cumpliré 42 años. Aun si me llegara a casar con Anastasia, ¿crees que es correcto que un hombre tan mayor esté con una chica de 16 años?
—¡Pero ya es mayor de edad!—respondió—aparte, no es la primera vez que una joven se casa con un hombre mayor. Los duques son claros ejemplos de ello.
Scott negó firmemente, no podía hacer eso. Para él estaba mal aprovecharse de una joven, menos en el estado en que estaban las cosas. Tanto Anastasia como las demás princesas eran hijas de su único amigo, aquel que no lo trató mal pese a ser el único joven en ser aceptado a temprana edad en la academia.
Si con su conocimiento y experiencia podía ayudar al duque, lo haría con gusto. No obstante, el arrebatarle el título nobiliario a la madre de Anastasia o pedir algo a cambio de su ayuda estaba completamente prohibido para él.
Cuando al fin llegó el momento, justo al caer la noche, fue el llamado de Anastasia para que entrara al mundo de los demonios. No obstante, en su antigua habitación, también era el turno de su segunda hermana de acudir ante el demonio que la mataría.
Como había ocurrido en la noche anterior, Alfonso, el cual era su pareja destinada, la condujo de nuevo a su castillo y allí estuvieron bailando casi todas las noches. No obstante, al estar tan concentrada en la plenitud que sentía con aquel demonio, no se dio cuenta de que las zapatillas estaban provocando que sus pies sangraran.
—Anastasia—se acercó a su rostro—¿recuerdas la segunda condición que me prometiste?
—Sí—respondió—darte mi virginidad en la segunda visita.
—Te deseo—dijo acercándola aún más—te deseo tanto...
El beso que aquel demonio disfrazado de humano le dio, fue tan profundo que hizo que las piernas de ella temblaran, haciendo que este la cargara y ella entrelazara sus piernas en su cintura. A medida que Alfonso caminaba, sin despegar sus labios de los de ella, iba quitando su pijama, de modo que estuviera por completo desnuda.
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A la mañana siguiente, con el primer rayo del sol, Scott y el joven Jeremy, que se quedaron en vigilia toda la noche, entraron en compañía de los duques para ver el estado de Anastasia.
—¡Mi hija!—el grito de Serena resonó en toda la mansión.
Si bien su hija seguía dormida, tenía extrañas marcas de chupones en todo su cuerpo y la marca en su cuello brillaba con intensidad.
Scott, quién estaba sorprendido, puesto que nadie podría haber entrado en la habitación, se quedó perplejo al notar que el cristal que se suponía debía mostrarle lo que había sucedido, ya no estaba.
No obstante, fue un segundo grito lo que terminaría por despertar a Anastasia, proveniente de la habitación de sus tres hermanas mellizas. Mientras su madre y el joven mayordomo se quedaron con ella, el duque y Scott fueron corriendo hasta donde ellas.
Allí los dos hombres quedaron perplejos, puesto que la segunda princesa, con mirada perdida y ojeras pronunciadas, tenía en su cuello la misma marca que tenía Anastasia.