Emma, una chica carismática con una voz de ensueño que quiere ser la mejor terapeuta para niños con discapacidad tiene una gran particularidad, es sorda.
Michael un sexi profesor de psicología e ingeniero físico es el encargado de una nueva tecnología que ayudara a un amigo de toda la vida. poder adaptar su estudio de grabación para su hija sorda que termina siendo su alumna universitaria.
La atracción surge de manera inmediata y estas dos personas no podrán hacer nada contra ella.
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capitulo 7
Emma:
No puedo dormir. No solo porque me duele el cuerpo desvergonzadamente, sino porque es la primera vez que alguien duerme conmigo, más específicamente un hombre. Su respiración es tranquila, no dejo de observarlo mientras duerme, cada tanto me pellizco porque no puedo creer lo que hemos hecho, pero esta más que claro que no es un sueño.
Los recuerdos llegan a mí, la pasión compartida me hace suspirar. No creo poder vivir sin esto un día más, su cuerpo es adictivo, así como ese apéndice que pensé que en un momento me mandaría al hospital o me dejaría en silla de ruedas. Levanto la sábana que nos cubre para darle una miradita, es algo nuevo para mí.
No es que nunca haya visto un hombre desnudo, pero verle el pipi a mi hermano cuando éramos niños no cuenta. Este es un pipi de verdad. Paso saliva. La curiosidad me mata y deseo estudiarlo más de cerca, pero si me escabullo debajo no podré ver.
Busco mi celular, no lo encuentro, pero recuerdo que tengo una pequeña linterna en mi mesa de noche. Temerle a la oscuridad me hace estar cerca de ella con frecuencia. Me muevo para tomarla y seguir con mi exploración.
Trato de no moverme bruscamente para no despertarlo, por lo que mido mis movimientos. Tomo la linterna y me interno en los confines de mis sábanas que ahora recuerdo porqué mi cuñada me decía que me deshiciera de ellas.
¡Qué vergüenza dormir junto a un hombre sexi, en sábanas de Barbie! Lo cierto es que creo que ni se ha dado cuenta de ese detalle. Me interno debajo de ellas con fines codiciosos, ansiosa por saber un poco más de su anatomía.
Llego y acomodo la linterna para ver ese trozo de carne que cae a un costado de su desnudez, no luce como cuando lo ví por primera vez. Esta vez no se ve para nada amenazante, erguido, listo para destrozar todo a su paso. La idea lejos de darme miedo, ahora me hace sentir un cosquilleo en mi vientre y un latido incómodo en mi centro, como si no hubiera estado dentro mío. El deseo de querer repetir lo anterior me hace suspirar y parece que mi resoplido le causa algo, porque se mueve.
Me sorprendo ver como se mueve solo, sin la dependencia de su dueño. Eso me recuerda las clases de educación sexual y el poco control de los hombres sobre está parte de su cuerpo. Creo que es injusto mencionar eso, cuando claramente mi cuerpo reacciona igual que el suyo, aunque no se nota.
Su miembro ahora luce un poco más lleno, como si mi resoplido lo hubiera rellenado y eso que no es un globo para inflar ni tampoco una piñata, aunque reviente como tal.
Suelto otro suspiro y miro cómo reacciona mi nuevo amigo, sonrío al ver que se mueve y crece otro tramo más. Mi boca se llena de saliva, quisiera tener el valor para hacer lo mismo que el hizo conmigo, pero soy una cobarde. Me quedo quieta mirando, quiero tocarlo, pero temo despertarlo.
Descubro un poco mi escondite para ver si duerme y noto que sigue como hace unos minutos, dormido como tabla. Al parecer quedó planchado por la ardua actividad de su lengua en mi cuerpo.
¡Dios! No creo que alguien antes haya recibido tantos lengüetazos de una sola vez. El recuerdo me hace palpitar y nuevamente me escabullo para mirar a mi amigo que parece girasol alzado al sol, pero es mi curiosidad unida a mi linterna.
Me muevo lentamente para acercarme y olisquear, el olor es algo salado. La curiosidad llena mi boca de babas y pronto estoy empujando mi lengua para posarla sobre ese mástil que se muestra poderoso ante mi vista curiosa. Saboreo y siento la necesidad de tomarlo como si de un delicioso helado se tratara y profundizo la lamida terminando con un chupete en la punta. Curioso, sabe... bien. Algo salado, pero bien.
Quisiera ver hasta donde soy capaz de llegar, mi boca no es tan grande, pero aun así mi deseo es sentirlo más profundo y cuando estoy por acomodarme para valientemente hacerme con mi nuevo cono de helado, la sábana que me mantenía oculta salta fuera de mi madriguera descubriendo mi escondite.
Grito por el susto, pero dejo de hacerlo en el momento en que mi lobo feroz me aprisiona entre el colchón y su cuerpo. Su mirada no es para nada adormecida, es... hambrienta.
—¿Jugando con el lobo, niña? —leo en sus labios.
—Si, quiero que me muerda —lo reto con cierto aire divertido que se disipa cuando ese cónico mástil que estaba entre mis labios se presiona en mi centro.
—¿Segura? —pregunta, noto el debate en su mirada, pero quiero que termine de entrar y si me rompe, pues... que me arme de nuevo.
Como respuesta solo paso mi lengua traviesa por sus labios, veo como aprieta la mandíbula y dibujo una sonrisa que se vuelve un gemido cuando su eje se adentró hasta el fondo de mi ser. Sin preliminares, sin prepararme, sabiendo que no lo necesitaba. Muerdo su labio y el me responde de la misma forma, solo que esta vez me demuestra lo desaforado que puede ser. Esta vez no es tierno, es salvaje, feroz y me encanta.
Entre lo tierno y lo salvaje, creo que tengo que provocar a mi profesor más seguido para que se deje llevar y me deje toda adolorida, pero con una sonrisa que sobrepasa mis ojos, además de que por fin siento que mis ojos se cierran.
Como cada mañana, mi cama y su sistema para despertarme me saca de mi letargo y veo que a mi lado mi profesor este algo descolocado mirando todo a su alrededor.
—Lo siento —digo desactivando mi alarma—. Había olvidado mencionar que mi cama se vuelve loca para despertarme.
Su mirada me estudia por un momento y luego asiente. Mi sonrisa se borra de mi cara cuando lo veo levantarse, camina como si no estuviera desnudo y reprimo un gemido cuando visualizo un arañazo de mis manos en su espalda.
Sale de la habitación sin mediar palabras y yo suspiro, seguro que ya se arrepintió. No quiero llorar, eso le demostraría que soy una niña encaprichada como él lo dijo tantas veces. Suspiro y muevo mi adolorido y complacido cuerpo hasta la ducha.
Me meto bajo la corriente de agua y disfruto de ella, trato de verle el lado positivo y me convenzo de que era algo de solo una vez, que solo nos sacaríamos esas ganas que nos mantenía como imanes y ahora que ya pasó, puedo volver a mi vida cotidiana.
¿Cuál era mi vida cotidiana?
Mierda, estoy mal.
Sintiendo que la tristeza esta por llenar mi pecho, tomo el pote de shampoo y vierto un poco para enjabonar mi cabello, cuando lo vuelvo a su lugar noto una presencia detrás de mí.
Vuelvo la mirada y ahí está él, mirándome.
—Hola —dice y da un paso hacia el interior de la ducha.
Mientras moja su cabello y yo enjabono el mío, su mirada no se aparta de mí. Sé que tenemos miles de cosas que decir, pero prefiero que no lo haga ahora y solo trato de disfrutar de este momento tan íntimo.
Nos intercambiamos bajo el chorro del agua, el enjabona mi espalda y yo hago lo mismo con la suya. Terminamos, salgo tomando una toalla y pasándole otra a él. Nos secamos y salimos a mi habitación, veo que trajo su maleta y ya saco ropa suya que dejo sobre mi cama.
Quiero ocultar la sonrisa tonta que se dibuja en mi cara, pero me es difícil ocultarla. Parada como tonta viendo cómo se viste y yo solo lo observo todavía envuelta en mi toalla me hace pensar que me debo ver como una estúpida enamorada de primera.
—¿Necesitas ayuda para vestirte? —pregunta con sus grandes manos.
Asiento, definitivamente estoy en las nubes. Veo como se ríe y se acerca a mi como un depredador que no ha comido en siglos.
Inmediatamente mi cuerpo se llena de necesidades indecorosas.
Se para en frente de mí, se deshace de mi toalla y termina de secar mi cuerpo. Yo solo lo observo, le dedica una buena atención a cada extremidad, procurando que me encuentre bien seca, pero sé que hay una parte de mí que no va a secar por un largo tiempo.
Bajo la mirada, él está a mis pies secando cada una de mis piernas y cuando su mano junto con la tela mullida llega al centro de mi humedad prolongada, se detiene y deja caer la tela. Sus dedos me tocan y suelto un suspiro. Miro sus ojos, su boca presenta una mueca de orgullo, no, altivez.
—Esta parte necesita ser secada de una forma muy especial —leo en sus labios, sus dedos exploradores llegan a mi entrada y muerdo mis labios de anticipación.
Entra en mí y gimo de placer, su cara se acerca a mis piernas y tengo que sostenerme de sus hombros para no caer cuando el primer lametazo me toca.
Siento que vuelo y en verdad lo estoy haciendo, puesto que me levanta sin apartarse de mi centro y me lleva hasta mi cama para saborearme con fluidez y comodidad.
Soy un desparpajo vibrante cuando termina conmigo. Obviamente que no se contuvo y cuando su férreo mástil se unió al festín, sentí que tocaba las puertas del cielo o algo parecido.
Ahora, literal, corremos. Había escuchado que los mañaneros eran buenos, pero creo que se quedaron cortos con esa descripción.
Sin tiempo para un desayuno o siquiera un café lavado, nos montamos en su coche y terminamos en el estacionamiento del campus. La mirada de todos recae en nosotros. Sé que puede parecer algo sospechoso, pero solo se trata de mi casi tío.
Eso es lo que es, mi tío postizo al que me acabo de desayunar.
Ese pensamiento me arrebola las mejillas. Un toque en mi hombro me hace voltear, casi sonrío como tonta al verlo.
—Debemos hablar —me dice en señas. Asiento, tan seria como él—. A la hora del almuerzo, te espero en mi despacho.
Vuelvo a asentir y se aparta de mí como si yo fuera la persona más insignificante del mundo.