— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 9: Deseo a esa mujer
ZAIRA
Después de la exhibición de fotos, me despedí de Cristian y decidí irme por la parte de atrás del parque. Quería caminar un rato y reflexionar, cuando llegará a casa hablaría con Nicolás. Mientras caminaba, el tiempo parecía desvanecerse hasta que me topé con un hombre. Él se disculpó, y yo hice lo mismo, levante mi rostro y por Dios, ese hombre era bellísimo. Era alto, alrededor de 1.89 metros, con pelo negro y ojos azules que brillaban bajo la luz de la luna. Su cuerpo estaba bien trabajado, Era un Dios griego.
Parecia el tipo de hombre que normalmente andaría con mujeres de curvas pronunciadas.
Me sentía incomoda por la forma en que me miraba; había algo en su mirada que me provocaba inquietud. Le deseé buena noche y me despedí, pero, para mi sorpresa, me tomó del brazo nuevamente, sin dejar de mirarme de una forma que solo aumentaba mi miedo. Lo observé unos minutos, buscando una respuesta en su expresión, pero a medida que el silencio se alargaba, la furia comenzó a sustituir mi temor.
le pregunté que le pasaba, furiosa. Pero, en lugar de una respuesta clara, él comenzó a balbucear, como si las palabras se le escaparan.
En un impulso, me solté con brusquedad de su agarre y me alejé rápidamente. Mi corazón latía con fuerza, así que decidí tomar un taxi. Unos minutos después, me subí al vehículo y le pedí al conductor que me llevara a casa, aliviada de escapar de esa situación incómoda.
Cuando llegué a la villa, vi a Nicolás en la puerta, con los brazos cruzados y una expresión de enojo claramente visible en su rostro. Su mirada dura se clavó en mí mientras me acercaba, cada paso más pesado que el anterior.
— ¿Por qué te fuiste así y no esperaste a Tomás? —preguntó furioso, sin ni siquiera darme tiempo a responderle con calma.
— Quería caminar un rato antes de llegar a casa —respondí con un tono seco, pasando junto a él sin detenerme. Lo último que necesitaba en ese momento era una discusión.
Entré en la casa, pero Nicolás no me dejaría escapar tan fácilmente. Lo escuché detrás de mí, su voz tensa mientras me seguía por el pasillo.
— ¿Qué te costaba llamarme o al menos contestar mis llamadas? ¡¿Qué tal si te hubiera pasado algo?! —exclamó, claramente preocupado, pero su preocupación se transformaba en control, y eso me irritaba.
Finalmente, me detuve y me giré para encararlo.
— ¡Ay, ya basta! —dije, levantando las manos en señal de frustración—. Ya no soy una niña, Nicolás. Puedo cuidarme sola. No necesito que me sigas vigilando como si lo fuera.
Sin esperar una respuesta, subí las escaleras apresuradamente y me encerré en mi habitación. Odiaba cuando me trataban de esa manera, como si fuera incapaz de tomar mis propias decisiones o de enfrentar el mundo por mí misma. Me tiré sobre la cama, sintiendo que el peso de la noche se hacía aún más pesado.
El sonido del viento golpeando las ventanas me acompañaba mientras mis pensamientos iban y venían. Nicolás y Alonso siempre habían sido protectores, pero a veces cruzaban la línea. En el fondo sabía que lo hacían por preocupación, pero ¿acaso no podía entender que necesitaba mi espacio? Suspiré, cerrando los ojos e intentando calmar la mente, pero la rabia y el malestar seguían presentes, como un eco que no se apagaba.
......................
MARCK
Pasaron unos cuantos días, y por fin todo estaba listo para la inauguración de la nueva sucursal de Textil Bonelli. El almacén, su fachada moderna, parecía estar a la altura de mis expectativas. Las últimas semanas habían sido frenéticas, pero al mismo tiempo satisfactorias. Me sentía preparado para lo que venía. Mañana sería el gran, día en que todos los ojos estarían puestos en esta empresa que Abel y yo habíamos trabajado tanto para expandir.
Habían pasado ya tres meses desde mi llegada a Italia, y en ese tiempo logré asentarnos con fuerza. Los contactos, los acuerdos, y las estrategias de marketing estaban dando sus frutos, y sabía que este era solo el comienzo.
Decidí dar un último vistazo al lugar antes de irme. Caminé por los pasillos, admirando el trabajo y el esfuerzo invertidos. Las telas, los diseños, todo estaba listo para ser presentado al mundo. La noche estaba cayendo, y el lugar estaba en silencio, solo interrumpido por el eco de mis pasos. La emoción de lo que venía era palpable, pero no podía evitar pensar en todo lo que había dejado atrás.
Después de un rato, salí del almacén y me dirigí a casa. Durante el camino, revisé mi teléfono y decidí hacer una llamada rápida a mi tío Abel. Sabía que él querría estar al tanto de cómo iban las cosas.
—Hola, tío —saludé cuando contestó.
—Marck, ¿cómo va todo por allá? —preguntó con su tono siempre firme pero cálido.
—Todo listo para mañana. La inauguración será un éxito, ya lo verás. Italia nos va a recibir con los brazos abiertos.
Abel rió levemente al otro lado de la línea. —Sabía que lo lograrías. Me alegra escucharlo. Pero... ¿qué hay de tus otros planes? Sabes a lo que me refiero.
Solté un suspiro.
—Todo marcha como lo planeé. Primero, quiero que Textil Bonelli se haga una empresa reconocida en Italia, que Fabián se sienta amenazado, que se preocupe. Tengo un par de contactos que podrían ayudarme a colocar a un infiltrado en su empresa. La idea es que el enemigo se destruya desde adentro.. Quiero que cometan errores, que su reputación caiga, y cuando menos se lo espere, llevaré a su empresa a la quiebra. Lo haré responsable legalmente por todo. Quiero verlo en la miseria... y luego, en la cárcel.
Abel guardó silencio por un momento antes de responder.
—Sabes que te apoyo, pero recuerda que esto no es solo un juego de negocios. Si vas a seguir por ese camino, tienes que estar listo para lo que pueda pasar. No será fácil.
Asentí, aunque sabía que él no podía verme.
—lo entiendo. Gracias, Abel. Por todo. ¿Cómo está mamá?
—Está bien. Son menos sus recaídas, no te preocupes por ella.
Sentí un alivio al escuchar eso. Mi madre era lo más importante para mí, y saber que estaba bien me daba fuerzas para seguir adelante con todo.
—Gracias, tío. Bueno, te dejo, necesito despejarme un poco antes de mañana.
Colgué la llamada y, me metí en el chat que tengo con Fabricio. La conversación debía ser rápida y directa; había algo que necesitaba de él, algo importante.
— ¿Dónde estás? —escribí sin rodeos.
El mensaje fue leído casi al instante.
— Estoy en mi habitación —respondió.
— Te espero en mi despacho. Necesito que hagas algo.
Su respuesta no tardó.
— Ok.
Guardé el celular y caminé hacia mi despacho, con la mente ocupada en los planes que llevaba semanas elaborando. Ayer había llegado Fabricio, Había insistido en quedarse, y aunque normalmente me gustaba estar solo, sabía que lo necesitaría cerca para llevar a cabo mis planes.
Al entrar al despacho, el ambiente era frío y serio. Las paredes estaban decoradas con libros antiguos. Me senté detrás del gran escritorio de caoba, y comencé a revisar unos documentos que tenía pendientes. Mientras pasaban los minutos, mi mente divagaba entre los números de los papeles y la imagen de aquella mujer que no podía sacar de mi cabeza.
No pasó mucho tiempo antes de que escuchara la puerta del despacho abrirse. Levanté la vista brevemente y vi a Fabricio entrar. Llevaba un aspecto relajado, como siempre, pero había curiosidad en sus ojos. Se acercó y se quedó de pie frente a mí.
— ¿Ya desempacaste? —le pregunté, sin dejar de revisar los documentos, manteniendo mi tono casual.
— Sí, aún me sorprende que me hayas permitido quedarme aquí —respondió, con una ligera sonrisa, pero con una pizca de sorpresa en su voz.
Me reí entre dientes, sin despegar la vista de los papeles.
— Lo dices como si fuera el peor de los amigos —comenté, fingiendo indiferencia.
Fabricio se encogió de hombros.
— No, pero siempre has preferido estar solo, a menos que se trate de tu madre.
— Es cierto —admití, dejando los papeles sobre el escritorio—. Pero esta vez te necesito cerca. Hay algo que quiero que hagas por mí. Necesito que hagas un trabajo.
Él frunció el ceño, claramente intrigado, y se sentó frente a mí, cruzando los brazos.
— ¿Qué trabajo? —preguntó, su tono serio ahora.
— Necesito que busques a una chica.
La sorpresa en su rostro fue instantánea. Fabricio me conocía bien. Siempre había sido pragmático y directo con respecto a las mujeres, sin ataduras emocionales, así que mi pedido claramente lo había tomado desprevenido.
— ¿Qué chica? —inquirió, inclinándose un poco hacia adelante, sus ojos escudriñando los míos.
Respiré hondo, recordando cada detalle de la mujer que había encontrado días atrás. Una sensación extraña se instaló en mi pecho. Era la primera vez que algo así me ocurría, y esa incertidumbre me frustraba.
— No lo sé... —respondí, tomando una pausa—. Es una mujer que me encontré hace unos días. Esa mujer me dejó flechado, Fabricio. No hay momento en que no piense en ella, por eso necesito que la busques.
Fabricio me miró, claramente sorprendido, y una sonrisa burlona comenzó a dibujarse en su rostro.
— Vaya... Entonces la chica debe de estar muy buena para que la tengas en tus pensamientos —rió suavemente—. ¿Cómo es?
Me llevé las manos a la frente, como si con ese gesto pudiera ordenar mis ideas.
— Es rubia, de ojos verdes, pero no es una rubia cualquiera —dije, con los detalles frescos en mi memoria—. Su cabello cae en suaves ondas sobre sus hombros, de un rubio dorado, no artificial. Es como si brillara bajo la luz, con destellos naturales. Sus ojos... —me detuve un momento, recordando la profundidad en ellos—. Son de un verdad tan claro, pero tienen algo más... algo que hipnotiza.
Fabricio me miraba atento, casi fascinado por mi descripción.
— Es pequeña, mide más de 1.60 o 1.63, su cuerpo es esbelto pero firme. Sus caderas tienen una curva suave, y aunque sus pechos no son grandes, son proporcionados, medianos —continué—. Lo que más me atrae de ella, es que no tiene esa apariencia exagerada. No es una de esas mujeres con senos grandes o una figura voluptuosa que llame la atención de inmediato. Es delicada, pero al mismo tiempo, hay algo en ella que te atrapa y no te suelta.
Fabricio parecía un poco desconcertado, probablemente por lo detallado de mi descripción.
— A juzgar por lo que me dices, no parece el tipo de mujer que normalmente te llamaría la atención —observó, incrédulo.
Asentí.
— Lo sé. Tú sabes que a mí me gustan las mujeres con pechos grandes, figuras más... exuberantes —hice una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Pero no sé, hay algo en ella que me atrae de una manera que no entiendo. Cada vez que pienso en ella, se me pone dura... —dije, sin poder contenerme, mientras me tapaba la cara con ambas manos, sintiendo la mezcla de frustración y deseo ardiendo en mi interior—. No sé qué me pasa, pero necesito que la busques.
Fabricio se recostó en la silla, claramente sorprendido por mi confesión. Su expresión era una mezcla de diversión y curiosidad.
— Vaya... Me sorprende, ni siquiera cuando estabas con Tatiana te veía así. — ríe —Está bien, dime cómo se llama y sus apellidos, y mañana mismo te tendré toda su información —respondió, aún divertido.
Me mordí el labio, consciente de lo absurdo que sonaría lo que estaba a punto de decir.
— No lo sé... —dije en voz baja, evitando su mirada.
Fabricio entrecerró los ojos, incrédulo.
— ¿Cómo que no lo sabes?
— No sé cómo se llama —admití con frustración—. Solo tienes lo que te acabo de decir, búscala con esa información.
— ¿Sabes cuántas mujeres hay en Florencia con esas características? —preguntó Fabricio, claramente pensando en lo complicado que sería la tarea.
Le lancé una mirada seria.
— Por algo te pago —respondí, mi tono se volvió más firme—. Búscala, deseo a esa mujer como a nadie.
Fabricio suspiró, resignado, y se levantó de la silla.
— Está bien. En unos días te pasaré fotos de las mujeres que cumplan con tu descripción. Veremos si alguna es ella.
Asentí con la cabeza y lo vi salir del despacho. Cuando se cerró la puerta detrás de él, me quedé solo en la habitación, pensando en lo que acababa de confesar. Mi mente volvía una y otra vez a aquella mujer. Algo en ella había despertado una obsesión que no podía controlar, y la necesitaría encontrar, sin importar el costo.