El Sacrificio De Meskhenet

Permanecí estática, lo que para mi fue una eternidad, y justo cuando me disponía a encararlos e iniciar la lucha por mi amiga, llegó al local una pareja preguntando por los servicios que se ofrecían. Aparentemente querían un tatuaje de pareja; los atendió la mujer con su mejor sonrisa y una voz tan dulce que me parecía imposible, era completamente contrastante con la imagen que tenía, ella de inmediato les mostró una gran carpeta llena de posibilidades obteniendo grandes sonrisas de satisfacción en respuesta. La pareja no había terminado de ser atendida, cuando llegaron un grupo de jóvenes preguntando por todo; el hombre lleno de piercings los atendió al instante con una voz de barítono tan educada y suave que mi asombro se duplicó, y cuando un par de los jóvenes estaban a punto de agendar su cita, fueron desanimados por el hombre al pedirles una identificación y recordándoles que era requisito ser mayor de edad antes de hacer cualquier procedimiento invasivo, entonces los chicos parecieron tristes, pero en su lugar él les ofreció pintarles algo en Henna Natural o Gel de Jagua; sería temporal y así podían ver si lo de los tatuajes era para ellos, ya que socialmente no todos los ven bien o siquiera los toleran; la oferta los emocionó y comenzaron a ojear otra carpeta.

El desfile de personas continuó y eran raros los momentos en los que nos volvíamos a quedar a solas, haciendo más llevadera la espera, logrando así que perdiera la noción del tiempo. Aún así todavía persistía dentro de mi una sensación de incomodidad, en especial cuando comprendí que ese par tenía un trato cordial e incluso amable, dentro de su propia forma particular, con cualquiera que atravesara las puertas de ese lugar, sin embargo, a mi me habían parecido tan hostiles desde el primer momento en el que llegue, como si tuvieran alguna especie de problema personal conmigo, y en ese momento entendí que ellos podían estar reflejando mi propia actitud.

Desde que había entrado a ese lugar, yo mantuve una actitud defensiva, debido al aspecto tan diferente a lo que yo misma estaba acostumbrada, y a mis propios prejuicios personales, yo había estado esperando ser agredida, lo que me mantenía hipersensible a cualquier reacción, o falta de ella, por parte de aquellas personas. Era yo la que estaba haciendo lo que tanto me molestaba y había repudiado en muchas ocasiones, estaba asumiendo que por su apariencia esas dos personas eran un riesgo, y en consecuencia, ya me estaba defendiendo de algo que todavía no había ocurrido, sin darles una oportunidad, sólo porque no encajaban con mi idea de cómo debía de ser el mundo y cómo debían verse las personas “normales”. Al cruzar ésta palabra por mi mente sonreí, ¿qué sabía yo de normalidad?, yo misma no era capaz de encajar en el perfecto mundo normal del colegio. Así que respiré hondo y me animé a tratar de iniciar una conversación.

—¡Hola!,  soy Iselda— justo después de presentarme pensé en estirar la mano para saludarlos, pero me sentí cohibida debido a mi anterior actitud, por lo que me detuve dudando y opté por hacer un ademan mostrando la palma a manera de saludo, y ante la ausencia de respuesta opte por hacer una pregunta que me venía picando desde que había comenzado aquel desfile de clientes —¿Puedo preguntar qué son esas marcas que tiene él en el torso y la espalda?— a penas terminé de formular la pregunta los dos se miraron en una comprensión silenciosa y se rieron por lo bajo.

—¡Claro que puedes!, de hecho, ya has formulado la pregunta— me contestó la mujer con una sonrisa condescendiente —Pero falta que Luzige quiera contestar— concluyó señalando a su compañero, su respuesta tan poco común me dejo un poco sorprendida, en un momento había logrado sacarme de balance usando las formalidades contra mí, y quizás por eso esa mujer me comenzaba a agradar —Por cierto soy Messalina— por fin se presentó al tiempo que se inclinaba hacia adelante, estudiándome con mayor detenimiento, ya que hasta ese momento no me había regalado más de un par de vistazos rápidos.

—Son escarificaciones...— Fue todo lo que alcanzó a decir Luzige.

En ese momento por fin se abrió la puerta, por la que momentos atrás había desaparecido mi amiga, sentí una punzada de culpa por haber estado socializando con un posible enemigo, pero al ver salir a Meskhenet intacta, y con la misma adorable sonrisa que siempre la acompañaba, respiré aliviada, y por primera vez me permití observar al hombre de sus sueños sin aprensión, para decidir que posiblemente podía darle una oportunidad, antes de juzgarlo severamente o alejarlo como la amenaza que parecía, ya que me negaba a darle la razón a la Hermana Clara, quien siempre decía: “si se ve como un maleante, es porque seguramente es un maleante”.

—¡Iselda!— me llamó Meskhenet, al tiempo que se me colgaba del brazo, por lo que no pude evitar sentirme apenada, ya que podía ser mal interpretada la intensidad con la que había estado observando a aquel hombre, sin embargo, mi amiga no pareció darse cuenta y enseguida me lo presentó —Él es Manzur Vladislav .

De inmediato me apresuré a contestar de manera algo torpe —Mucho gusto señor Man...Man— sentí como se me enredaba la lengua al mismo tiempo que mi cabeza trataba de ordenar las letras de su nombre para encontrar los sonidos correctos sin tener ningún éxito.

—No te esfuerces— me interrumpió la dulce voz de Messalina dándome la oportunidad de tener un respiro —Aquí todos le llamamos Vlad, va muy bien con el negocio— me aclaró con una sonrisa casi maternal que me descolocó una vez más, y por fin me di cuenta que era muy bella, más allá de ese recelo inicial de mi primera impresión.

—Bueno, gracias— respondía a Messalina y me presenté a manera de despedida con Vlad —Yo soy Iselda, ha sido un placer…— y mientras aún estaba hablando comencé a tirar del brazo de Meskhenet para tratar de indicarle que era urgente que se despidiera; ya era hora de regresar, llevábamos demasiado tiempo ahí, y era seguro que las hermanas encargadas de nosotras, sobre todo la pesada de la Hermana Clara, ya habían notado nuestra ausencia, pero ella no pareció entender mi señal, por lo que con toda la pena del mundo tuve que pedírselo en voz alta —Meskhenet despídete, ya es hora de irnos...