Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 3
En la caótica inmediatez que siguió a la explosión, Tomás Benz se encontró junto a Marco, quien yacía gravemente herido entre los escombros. El humo todavía se elevaba al aire, mezclándose con el olor acre de la pólvora y la destrucción. A pesar del caos circundante, Tomás luego de llamar en busca de ayuda, se centró en Marco, intentando ofrecer algo de consuelo a su compañero en esos momentos de aguda crisis. «Va a morir», pensó con un nudo en la garganta.
El herido, con la respiración entrecortada y el dolor marcado en cada rasgo de su rostro, parecía luchar por aferrarse a cada momento de vida que le quedaba. Entre jadeos, sus ojos buscaban a Tomás, y cuando finalmente encontraron los suyos, había una urgencia palpable en su mirada.
—Tomás... —la voz de Marco era apenas un susurro, obligándolo a inclinarse para poder escuchar—. Necesito... que le digas a Aziel...
—No digas nada, tienes que guardar fuerzas.
—Tengo que decirte...
Tomás asintió, creyendo que era una especie de despedida, aunque cada palabra parecía costarle a Marco una eternidad y un dolor insoportable.
—Emily... —Marco hizo una pausa, luchando por respirar—. Está escondida. Yo... yo la ayudé a escapar. Pensé que él iba a morir... Dile que la proteja.
La mención de Emily sorprendió a Tomás, pero cayó en cuenta que podría ser una alucinación. En el pasado también había asistido a sus compañeros en el lecho de muerte, unos creían estar hablando con sus familiares muertos, otros más, veían a sus enemigos.
—Los Mazahuas... —otra pausa, mientras Marco parecía reunir las últimas reservas de su fuerza—. Michoacán... dile que lo sien-to.
Tomás asintió. Marco cerró los ojos, su respiración se hizo más lenta, y el hombre se quedó a su lado, esperando su último suspiro.
En menos tiempo del que se estimaba, los paramédicos llegaron, haciendo de todo para salvar a su compañero.
***
En el silencio casi sepulcral de una habitación de hospital, apenas iluminada por la luz débil que se colaba por entre las cortinas, Aziel Rinaldi estaba sentado junto a Josué. Aunque Aziel parecía calmado por fuera, por dentro estaba lleno de emociones y pensamientos revueltos. A su lado, Josué se debatía internamente sobre si debía contarle lo que Tomás le había dicho sobre los delirios de Marco después de la explosión. A pesar de su lealtad a Aziel, la importancia de lo que sabía lo hacía dudar, consciente del impacto que sus palabras podrían tener.
Finalmente, Josué empezó a hablar, su voz temblorosa pero decidida, sabiendo que lo que iba a decir era crucial.
—Tomás estaba con Marco justo después de la explosión. Me dijo que Marco estaba muy mal, señor. Pero entre sus delirios, habló... mencionó un nombre.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Aziel, tratando de mantener la calma.
—Mencionó a... Emily —dijo Josué, evitando mirar directamente a Aziel.
Al oír el nombre de su esposa, Aziel se tensó visiblemente; cada mención de su esposa era un golpe directo a su corazón herido.
—¿Qué dijo exactamente de Emily? —preguntó Aziel, sin poder ocultar la urgencia en su voz.
—Dijo que Emily está escondida. Que él la ayudó a huir de todo esto porque pensaba que usted iba a morir. Pidió que la protegiera. También mencionó algo sobre los Mazahuas, Michoacán, pero no entendió bien... Son simples alucinaciones —explicó Josué, las palabras saliendo precipitadamente.
Aziel se quedó en silencio, tratando de procesar la información.
Luego de un par de minutos, actuó con rapidez. Sacó su teléfono y marcó el número de un contacto cuya habilidad para obtener información era conocida solo por unos pocos. La petición era clara: necesitaba saber todo sobre los Mazahuas en Michoacán, una comunidad indígena de la cual solo había escuchado menciones superficiales hasta ahora.
En menos de diez minutos, el hombre al otro lado de la línea le había enviado un mensaje con todos los detalles relevantes sobre los Mazahuas. Aziel apenas revisó la información antes de colgar y llamar a otro grupo de sus trabajadores. Les dio una orden precisa: buscar en territorio Mazahua de Michoacán a una mujer que coincidiera con la descripción de Emily, su esposa fallecida. Detalló las características: ojos cafés y grandes, figura delgada, cabello lacio y castaño. El hombre al otro lado de la línea dudó por un momento, pensando que Aziel había perdido la razón, pero la urgencia en la voz de su jefe era inconfundible. Con una mezcla de incredulidad y lealtad, accedió a seguir las órdenes.
La condición de Marco, tras la explosión, era extremadamente seria. La violenta detonación le había arrebatado uno de sus brazos, dejando en su lugar heridas graves y una lucha constante por parte de los médicos para estabilizarlo. Las horas en el hospital se habían convertido en un torbellino de cirugías de emergencia, transfusiones de sangre y una batalla incansable contra la infección que amenazaba su vida.
Aziel se encontraba en un estado de ansiedad perpetua, pendiente de cualquier cambio en el estado de Marco. Los médicos le explicaron que, además de la pérdida del brazo, Marco había sufrido múltiples lesiones internas, incluyendo daños en sus órganos que complicaban aún más su recuperación. La gravedad de estas heridas sumió a Marco en un coma profundo, del cual aún no mostraba signos de despertar.
Cada visita al hospital era un recordatorio cruel de la violencia de aquel evento, Ahora, ese mismo peligro lo había dejado luchando por su vida en una cama de hospital, en un silencio que era casi ensordecedor.
Los médicos mantenían un tono cautelosamente optimista, enfatizando que cada día que Marco seguía luchando era un día hacia la recuperación. Sin embargo, también eran honestos sobre las dificultades que enfrentaría incluso si despertaba. La rehabilitación sería un camino largo y arduo, con la necesidad de adaptarse a una nueva forma de vivir tras la pérdida de su brazo.
A pesar de la gravedad de la situación, Aziel se aferraba a la esperanza. Marco le debía tantas explicaciones.
Una semana después, finalmente recibió la llamada que tanto esperaba. Los hombres que envió le reportaron haber encontrado a una mujer que coincidía con la descripción de Emily en una comunidad Mazahua, en el área del oriente de Michoacán. Era conocida allí como la maestra del pueblo y cuidaba de un niño de tres años que, al parecer, era mudo.
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