La Reina Sucia

Mientras ellos seguían esforzándose para educar lo mejor posible a la princesa el pueblo y el Reino, comenzaba a sufrir las primeras crisis de una mala administración. Familias enteras comenzaron a salir del reino Blanco, al principio no le importó a la Reina, pero luego al informarle que el éxodo iba en aumento decidió cerrar la fronteras, y prohibió la salida de personas a excepción de los mercaderes.

Ellos eran los autorizados en llevar y buscar mercancía en otros Reinos.

—Les prohíbo que salgan del Reino Blanco, deben permanecer aquí y seguir trabajando para mí—gritaba exasperada.

—Su majestad, ya se dió la orden y nadie puede salir, también se llevó comunicado a los demás Reinos de dar muerte a quién traicione a nuestra Reina.

—Muy bien, que estos animales sigan trabajando lo que sea que hagan para mí—refiriéndose a la gente de su pueblo—, yo debo vivir mejor, cada día mejor, y ¿qué haces ahí parado? ve al pueblo e informa lo que hablamos.

El caballero hizo una reverencia y salió de allí, rumbo al pueblo para informar, Esmeralda siempre estuvo presente y escuchó todo.

Al llegar a casa puso alerta a su esposo y a la princesa, ellos harían todo lo posible por mantener el huerto de la mejor manera, aunque sin buenas semillas era poco lo que podrían hacer.

Así estuvieron varios años, trabajando el doble, solamente para complacer los caprichos de la Reina, muchos morían de hambre, otros por frío. Al no producir lo suficiente debían entregar a la reina lo que tenían guardado en sus bodegas, para sobrevivir el invierno.

Dieciocho años cumplía Alba ese día, con mucho esfuerzo lograron hacerle una rica comida y Esmeralda le había hecho un lindo vestido.

Inmediatamente la princesa se lo colocó, se veía hermosa y Esmeralda le dijo.

—Cada día te pareces más a tu madre, es que su belleza es única.

—¿Crees que me parezco a mamá?.

—Era mi amiga, por supuesto que sí te pareces, eres idéntica a tu madre, además ese porte y elegancia, no se puede ocultar.

Alba sonreía feliz, después de comer, Esmeralda decidió hablar con la princesa, mientras le peinaba el cabello le decía lo hermosa que era, lo inteligente y lo que debía hacer.

—Ya cumpliste tu mayoría de edad, ahora puedes ir a reclamar tu trono.

—No madre Esme, yo quiero quedarme aquí con ustedes—expresó con nostalgia en sus palabras.

—Nunca te dejaremos, mi princesa, pero ese Reino es tuyo, debes quitárselo a esa desgraciada.

—Yo soy débil, no podré hacerlo, ella me encerrará y tratara peor que antes.

—Eso no pasará, nosotros buscaremos ayuda con otros Nobles, pero debes sacarla del trono.

—Las fronteras están cerradas, ya no pueden salir de aquí.

—Amadeo si puede, así que él se encargará de eso.

—No, no quiero que les pase nada malo—soltando algunas lágrimas —Sin ustedes yo me muero.

—No, no princesa, sin nosotros, tu igual serás, grande, poderosa y dueña de este reino debes prometerlo.

La princesa se sentía muy nerviosa, por lo que le decía Esmeralda, pero aún así se negaba a reclamar su reino, prefería seguir viviendo como plebeya.

—Me niego madre, ustedes son lo único que tengo y no los pienso perder.

—¿Y tu pueblo?, ¿los quieres seguir viendo morir cada día?, mira como todos los días hay niños muertos por las calles, familias enteras muriendo de hambre, ¿Quieres vernos morir de hambre Princesa Alba?—Esmeralda alzó el tono de voz.

La princesa agachó la mirada y negó con la cabeza, esto hizo que Esmeralda se sintiera mal, por estarla presionando y se acercó a ella y la abrazó.

—Lo siento princesa, no debí ser tan ruda contigo.

—Madre Esme, está bien haré lo que me pides.

—Bien Amadeo irá al Reino Azul mañana, y tratara de hablar con algunos caballeros y nobles y contarle sobre ti y lo que en realidad pasa en este Reino.

—Lo que dicen en el pueblo es que ese Rey, es malvado, no tiene compasión con nadie. ¿cómo va a ayudarme?.

—Lady Martha trabaja allí, es mi prima y me ha dicho que el Rey Verchiel es muy justo, él nos ayudará, estoy segura de que si lo hará.

—Tengo mucho miedo, siento que no saldrá bien.

—Tranquila, si saldrá bien, tengamos fe, si saldrá bien.

Después de esa incómoda conversación la princesa se durmió y Esmeralda y Amadeo se organizaron y pusieron de acuerdo para comenzar con el siguiente plan.

La idea era que Amadeo informará al Rey Verchiel lo que estaba sucediendo en el Reino Blanco, y que supiera todo lo que había hecho a la princesa.

Muy temprano salió Amadeo con un cargamento de hortalizas y verduras, para el Reino Azúl, lo enviaba la Reina de regalo, para mantener buenas relaciones entre Reinos.

Al llegar al Reino azul lo que vió lo dejo impactado, había una tarima en la cual estaban como diez personas, de manos atadas hacia adelante, los pobladores del Reino azul, estaban alrededor, reclamando justicia al Rey, gritaban y lanzaban cosas a las personas enjuiciadas.

Amadeo no entendía que sucedía, los caballeros le hacen seña para que siga con la carreta y dejé la mercancía en el lugar indicado. Él siguió y al pasar más cerca reconoció algunos rostros, eran pobladores del Reino Blanco.

Impresionado siguió y comenzó a descargar los sacos de la carreta cuando comenzó a escuchar gritos desgarradores, del susto dejo caer uno de los sacos, derramando su contenido. Los guardias se molestaron y amenazaron con azotarlo, pero el se arrodilló y pidió clemencia y estos le dejaron pasar su negligencia.

Se apresuró a descargar todo, se montó en la carreta y comenzó su viaje de regreso, cuando volvió a pasar por la tarima, aún estaban las personas, algunas vivas, pero sin fuerzas para gritar. Otros ya estaban muertos desangrados, les habían cortado las manos y dejado allí para que se desangraran.

Las lágrimas de Amadeo, fluían sin control, le dolía su gente, su pueblo.

—Continua—grito un caballero que estaba a su lado en un caballo.

—¡Arre!—exclamó Amadeo y echó a andar su carreta.

A lo lejos escuchaba al verdugo hablar y decía

—Justicia para nuestro pueblo, los ladrones deben morir, viva el Rey justo Verchiel.

—¡Que viva!—Gritaba y aplaudía la multitud.