Hilos Del Pasado: Entre Recuerdos Y Sacrificios

En la tranquila mansión del Príncipe William, hijo del Emperador Magnus y de la fallecida Concubina Ariel, los pasillos resonaban con el suave murmullo de los sirvientes y el crujir de los libros mientras el joven Príncipe se sumergía en sus estudios.

Concentrado en sus libros y pergaminos, William, como todos los días, estudiaba historia antigua y estrategia.

Sin embargo, su concentración fue interrumpida por la llegada repentina de su primo, el Príncipe Cassian. Cassian es el hijo del Rey Vael y la Reina Daphne, hermana del Emperador Magnus. Al ser el único hijo, los reyes decidieron mandar a Cassian al Imperio de Thaloria para que estuviera con el resto de sus primos.

Cassian irrumpió en la habitación con su típica energía, ansioso por arrastrar a William fuera de sus deberes académicos.

—Hola, mi querido primo, ¿ya desayunaste? —preguntó el Príncipe Cassian mientras entraba en el estudio.

William levantó la vista de sus libros con una expresión de leve exasperación.

—Cassian, deberías estar estudiando —respondió con calma, su tono revelando su compromiso con sus responsabilidades.

—¡William, ven conmigo! No he desayunado, ¿qué te parece si desayunamos juntos? —exclamó Cassian con entusiasmo, con una sonrisa juguetona en su rostro.

—Lo siento, pero ya desayuné —contestó William.

—Tonterías, me acaba de decir tu sirviente que no has desayunado —replicó Cassian.

William, al escuchar esto, volteó a ver a su sirviente más cercano, haciendo que este agachara la cabeza por temor.

—Déjame pensarlo... Creo que no puedo —dijo William con seriedad.

Cassian hizo un gesto de desdén.

—Bah, apenas pude escaparme de mis clases. ¡Ven, olvida los libros por un momento y disfruta del aire fresco! —instó, tratando de persuadir a su primo para que se uniera a él.

William suspiró, sabiendo que Cassian no tomaría un no por respuesta. Le recordaba a su prima Ariadne, quien también tenía una disposición juguetona y a menudo lo sacaba de su rutina. William valoraba su compañía y la chispa de aventura que traía consigo. Con un sentimiento resignado, dejó sus libros a un lado y se puso de pie.

—Está bien, Cassian. Pero solo por un rato —accedió William, permitiéndose un breve descanso de sus estudios.

Con una sonrisa triunfante, Cassian condujo a su primo fuera de la mansión hacia el jardín, ansioso por sumergirse en la libertad del mundo exterior.

***

El sol brillaba con intensidad sobre los altos muros del palacio de la Emperatriz, bañando los jardines en una luz dorada y cálida. En el interior, en las suntuosas cámaras del palacio, se desarrollaba una escena de tensión y reproche.

La Princesa Ariadne se encontraba de pie frente al majestuoso trono de la Emperatriz, su postura erguida y su rostro enmascarado en una expresión de seriedad. Frente a ella, la Emperatriz Helena, con su presencia imponente y su mirada penetrante, emanaba una atmósfera de autoridad y dominio.

—¿Cómo pudiste actuar de esa manera, Ariadne? —dijo la Emperatriz, su tono cargado de reproche y decepción—. ¿Por qué decidiste tomar la iniciativa sin consultarme?

Ariadne bajó la mirada, sintiendo el peso de la reprimenda sobre sus hombros. Sabía que había actuado impulsivamente al rescatar a los aldeanos sin informar a su madre, la Emperatriz. Sin embargo, había creído que era su deber ayudar a quienes estaban en peligro, sin importar las consecuencias.

—Lo siento, madre —respondió Ariadne con voz firme, pero humilde—. Pero vi una injusticia que debía corregirse, y no pude quedarme de brazos cruzados. Lo hice por honor y deber, no por desafiar tu autoridad.

La Emperatriz suspiró, su expresión suavizándose ligeramente ante la sinceridad de la respuesta de su hija. Aunque estaba molesta por su falta de consulta, sabía que Ariadne había actuado con nobleza y valentía.

—Entiendo tus motivos, Ariadne —dijo la Emperatriz, su tono más comprensivo—. Pero debes comprender que tus acciones pueden tener consecuencias más allá de tus intenciones. Como princesa, debes aprender a considerar las ramificaciones de tus actos antes de actuar impulsivamente. ¿Qué hubiera pasado si te sucede algo? ¿Qué es lo que diría el Emperador?

Ariadne asintió en silencio, absorbiendo las palabras de su madre con humildad y determinación. Sabía que debía aprender de esta experiencia y ser más reflexiva en el futuro. Aunque su corazón estaba en el lugar correcto, comprendía la importancia de actuar con prudencia y sabiduría en su posición como princesa del imperio.

***

Después de disfrutar de un sustancioso desayuno, el Príncipe William se preparó para levantarse de la mesa y continuar con sus quehaceres.

—Gracias por hacerme compañía, Cassian. Si me disculpas, debo regresar a mi estudio —dijo William.

Sin embargo, antes de que pudiera moverse, su primo Cassian lo detuvo con una expresión traviesa en el rostro.

—Espera, espera un momento, William —dijo Cassian con una sonrisa juguetona—. No puedes simplemente comer y luego volver a sumergirte en tus libros. Es malo para tu salud, ¿sabes?

William arqueó una ceja, reconociendo la falsedad de la afirmación de Cassian. Sin embargo, decidió seguir el juego de su primo y lo siguió hacia los jardines del palacio. Mientras caminaban por los exuberantes jardines, Cassian comenzó a hacer comentarios ligeros y bromas, tratando de animar a su primo.

—Tienes algunas sirvientas bastante bonitas en tu palacio —comentó, con una mirada traviesa en sus ojos.

William asintió con una sonrisa, jugando con la charla de su primo.

—Tú también tienes sirvientas en tu palacio, Cassian —respondió con calma.

—Sí, pero no son tan bonitas como las tuyas. Las mías son feas y viejas —dijo Cassian mientras hacía una mueca.

William se rió.

—Ahora veo por qué el Príncipe siempre quiere que desayunemos en mi jardín —dijo William.

—¿Cómo crees, primo? Si me gusta visitarte —replicó Cassian.

—O tal vez es porque le aburre el profesor —dijo William.

—Oh, vamos —respondió Cassian.

—Eres el consentido del Emperador. ¿Por qué no le dices que te las cambie por unas más hermosas? —bromeó William.

Cassian arqueó una ceja ante el comentario burlón de su primo.

—Bueno, tienes suerte que prefiera pasar mi tiempo en tu palacio —respondió con una sonrisa sarcástica, dejando claro que no iba a dejarse llevar por las bromas de William.

En ese momento llegó el Príncipe heredero, Remesis, hijo del Emperador Magnus y la Emperatriz Helena.

—Veo que se reunieron sin mí —dijo el Príncipe con una sonrisa sarcástica.

Cassian y William hicieron una reverencia para darle la bienvenida.

—Basta de formalidades, saben que mientras estemos nosotros solos no es necesario. Díganme, ¿de qué estaban conversando? —preguntó mientras se unía a la caminata.

—Cassian solicita que se le cambien las sirvientas, ya que no son de su agrado —dijo William con serenidad.

—¿Y se puede saber por qué no son de su agrado, Príncipe Cassian? —dijo Remesis mientras se acercaba a él. Cassian estaba a punto de responder, pero echó una mirada fulminante a William por lo que le había dicho a Remesis.

—Eso es una mentira, Príncipe —dijo Cassian.

—Entonces, ¿me estás diciendo que William miente? —preguntó Remesis, poniendo nervioso a Cassian.

—Bueno... —intentó decir Cassian.

Remesis empezó a reír.

—Es broma, deberías saberlo. Le comentaré a mi padre —dijo Remesis.

—No es necesario molestar a su majestad con este asunto tan poco importante —respondió Cassian un poco serio.

—¿Dónde está el Cassian que conozco? —dijo Remesis mientras lo abrazaba con un brazo sobre su espalda—. Pero debo admitir que William sí tiene bonitas sirvientas.

—¿Verdad que sí? —contestó rápidamente Cassian.

A lo que Remesis y William se voltearon a verlo y se empezaron a reír.

—Dejando a un lado todo esto, ya se acerca tu cumpleaños, William. ¿Qué es lo que quieres que te regale? —comentó Remesis.

- No es necesario un regalo, solo con su presencia en mi palacio es más que suficiente -

- Tonterías, dime qué es lo que quieres... ¿Una mujer? Veo que no sales de tu palacio para nada, me preocupas...-

- Recuerde que nuestro padre piensa casarme con la hija mayor del Duque Lucian, debo mantener mi castidad intacta - dijo William apenado.

Remesis hizo una cara de desagrado - Está bien, veré qué puedo darte de regalo - Sin más que decir Remesis se marcho del palacio de William, dejándolo junto a Cassian.