Dos jóvenes de mundos opuestos se encuentran por casualidad una noche de Halloween. Ella, proveniente de una familia adinerada y de clase alta, y él, de una humilde familia de escasos recursos económicos en la zona más desfavorecida de Florida. A pesar de sus diferencias sociales, sus miradas se cruzan y surge una conexión instantánea entre ellos, una atracción que parecía destinada a ser efímera.
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Abriendo Nuestros Corazones
Marcos
Capítulo 13 - Abriendo Nuestros Corazones
Han pasado semanas desde la última vez que Alejandra vino a nuestra humilde vivienda, dispuesta a ofrecernos su ayuda. Recuerdo vívidamente la forma en que se confrontó con mi padre, su determinación inquebrantable por querer ser parte de nuestras vidas y ayudarme a alcanzar mis sueños.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, mi padre se mantuvo firme en su decisión de rechazar su oferta. Podía ver la frustración en los ojos de Alejandra, pero también entendía la posición de mi padre. Nuestra dignidad y nuestro orgullo eran lo más valioso que teníamos, y no podíamos permitir que nadie, ni siquiera alguien de la clase social de Alejandra, pusiera eso en riesgo.
Durante estas semanas, he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre todo lo ocurrido. Por un lado, siento una profunda gratitud hacia Alejandra por su genuina intención de ayudarme, pero por otro, entiendo perfectamente los temores y preocupaciones de mi padre. Él ha luchado toda su vida por mantener la integridad de nuestra familia, y no puedo pedirle que renuncie a eso.
A pesar de todo, no puedo evitar sentir que tal vez cometimos un error al rechazar la oferta de Alejandra. Sé que con su ayuda, mis posibilidades de conseguir esa beca habrían aumentado considerablemente. Pero también sé que mi padre tiene razón en cuanto a la importancia de nuestra dignidad y nuestro orgullo.
Hoy, mientras me encuentro sentado en el porche de nuestra humilde morada, observo el atardecer que pinta el cielo con tonos cálidos. Es en momentos como este, cuando todo parece estar en calma, que me permito reflexionar sobre mis sueños y anhelos.
De pronto, escucho unos pasos acercándose y levanto la mirada, encontrándome con la figura de Alejandra. Mi corazón se acelera al verla, y no puedo evitar sentir una mezcla de emoción y nostalgia.
—Marcos, hola —dice ella, con una voz suave y cálida—. ¿Puedo sentarme contigo?
Asiento lentamente, sin saber muy bien qué decir. Durante estas semanas, he extrañado su presencia, su apoyo incondicional. Pero también temo volver a enfrentarme a la difícil decisión que tuve que tomar.
—Alejandra, yo... —comienzo a decir, sintiendo que las palabras se atropellan en mi boca—. Lamento mucho lo que pasó la última vez que viniste.
Ella me mira con una expresión comprensiva y toma mi mano con delicadeza.
—Marcos, no tienes que disculparte —dice, con una suave sonrisa—. Entiendo perfectamente la posición de tu padre y respeto su decisión.
Siento que un peso se levanta de mis hombros al escuchar sus palabras. A pesar de todo, Alejandra sigue mostrándose compasiva y paciente.
—Alejandra, yo... —vuelvo a intentar, sin saber cómo expresar todo lo que siento—. Yo quería agradecerte por tu oferta, por tu genuina intención de ayudarnos.
Ella aprieta suavemente mi mano y me mira con una expresión llena de ternura.
—Marcos, no tienes nada que agradecerme —dice, con una voz cálida—. Quiero que sepas que mi oferta sigue en pie, y que estaré aquí, esperando, por si cambias de opinión.
Siento que la emoción me embarga al escuchar sus palabras. A pesar de todo, Alejandra sigue creyendo en mí, sigue dispuesta a luchar por mis sueños.
—Alejandra, yo... —comienzo a decir, pero me detengo, abrumado por la intensidad de mis sentimientos.
Ella me mira con comprensión y pasa suavemente su mano por mi mejilla.
—Marcos, sé que esto no ha sido fácil para ti —dice, con empatía—. Pero quiero que sepas que estoy aquí, dispuesta a apoyarte en lo que necesites.
Asiento lentamente, sintiendo que una mezcla de gratitud y culpa se apodera de mí.
—Alejandra, yo... —vuelvo a intentar, sintiendo que las palabras se atropellan en mi boca—. Yo lamento mucho haber rechazado tu oferta. Sé que era la mejor oportunidad que tenía para conseguir esa beca.
Ella me mira con una expresión serena y aprieta suavemente mi mano.
—Marcos, no tienes que lamentarlo —dice, con una voz tranquilizadora—. Entiendo perfectamente la posición de tu familia y respeto su decisión.
Siento que las lágrimas amenazan con brotar de mis ojos, y no puedo evitar sentir que he fallado a mis propios sueños.
—Alejandra, yo... —susurro, con la voz quebrada—. Yo no quería renunciar a mis sueños, pero tampoco puedo poner en riesgo la dignidad y el orgullo de mi familia.
Ella me mira con una expresión llena de empatía y pasa suavemente su mano por mi rostro.
—Marcos, entiendo perfectamente tu dilema —dice, con suavidad—. Sé que no ha sido una decisión fácil para ti, y respeto profundamente tu lealtad hacia tu familia.
Asiento lentamente, sintiéndome abrumado por la emoción.
—Alejandra, yo... —comienzo a decir, sintiendo que las palabras se atropellan en mi boca—. Yo no quiero renunciar a mis sueños, pero tampoco puedo dejar que mi familia se vea involucrada en problemas por mi culpa.
Ella me mira con una expresión de comprensión y aprieta suavemente mi mano.
—Marcos, entiendo perfectamente tu preocupación —dice, con una voz cálida—. Pero quiero que sepas que no voy a rendirme. Voy a seguir buscando la manera de poder ayudarte, sin poner en riesgo la dignidad y el orgullo de tu familia.
Siento que la esperanza renace en mi interior al escuchar sus palabras. A pesar de todo, Alejandra sigue creyendo en mí, sigue dispuesta a luchar por mis sueños.
—Alejandra, yo... —comienzo a decir, sintiendo que las emociones me embargan—. Yo no sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí.
Ella me mira con una suave sonrisa y pasa suavemente su mano por mi rostro.
—Marcos, no tienes nada que agradecer —dice, con una voz llena de ternura—. Yo lo hago porque creo en ti, porque sé que tienes un gran potencial y que mereces alcanzar tus sueños.
Siento que las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, y Alejandra me envuelve en un cálido abrazo. En ese momento, me siento protegido, amparado por su sincera preocupación y su persistente determinación.
—Alejandra, yo... —susurro, con la voz entrecortada—. Yo no quiero renunciar a mis sueños, pero tampoco puedo poner en riesgo la dignidad y el orgullo de mi familia.
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