En el imperio de Valtheria, la magia era un privilegio reservado a los hombres y una sentencia de muerte para las mujeres. Cathanna D’Allessandre, hija de una de las familias más poderosas del imperio, había crecido bajo el yugo de una sociedad que exigía de ella sumisión, silencio y perfección absoluta. Pero su destino quedó sellado mucho antes de su primer llanto: la sangre de las brujas corría por sus venas, y su sola existencia era la llave que abriría la puerta al regreso de un poder oscuro al que el imperio siempre había temido.
⚔️Primer libro de la saga Coven ⚔️
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CAPÍTULO 019
055 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra
Día del Olvido, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Antes de que Cathanna pudiera reaccionar, soltando un grito de terror, y antes de que la mujer diera un solo paso más dentro de la habitación que había quedado envuelta en una completa oscuridad, sintió una mano en su cintura y el mundo se disolvió en un torbellino de sombras en cuestión de segundos, obligándola a cerrar los ojos con fuerza. Para cuando los volvió a abrir, ya no se encontraban en el castillo, sino que, en medio de una turbulenta tempestad, dentro de un río que parecía querer arrastrarlos hasta lo más profundo de su ser.
—¿¡Qué carajos te sucede!? —vociferó Cathanna, forcejeando contra el agua que le dificultaba cada movimiento. El vestido ahora le pesaba como si llevara cadenas en lugar de hilo, y los tacones se hundían en la tierra blanda, haciéndola tropezar y caer al agua una y otra vez—. ¡Llévame a casa ahora mismo, desgraciado, sinvergüenza!
Zareth soltó una risa escandalosa antes de tomarla en brazos con facilidad, como si su cuerpo solo fuera una pluma que hasta una simple hormiga podría levantar sin problema. Cathanna intentó resistirse al principio, pataleando con torpeza, porque su vestido no le permitía moverse como lo hacía el hombre que la sacaba del agua.
—¡No puedes estar tocando a las mujeres de esa manera! —expresó Cathanna, cuándo sus pies tocaron la tierra blanda que dejaba la intensa lluvia—. Quiero volver a mi castillo, rápido. —Chasqueó los dedos, como si estuviera mandando a uno de sus sirvientes—. No necesito perder mi tiempo en personas como tú que se creen con el derecho de secuestrar a las mujeres. Estás demente, cazador.
—No es momento para comportarte como una niña pequeña, D’Allessandre —regañó Zareth, frustrado por su comportamiento—. ¿Acaso no te das cuenta de la magnitud de esta situación? Tus padres necesitan protegerte. Todos necesitamos que estés a salvo. ¡Las brujas no pueden dar contigo jamás! —Su voz salió más dura de lo que quería,
Zareth bajó la mirada por un instante, y sus ojos se detuvieron justo en su escote antes de volver a subir con rapidez a sus ojos grises.
—¿Por qué mi sangre es tan necesaria por las brujas? Pueden encontrar sangre en cualquier persona de Valtheria. ¿Por qué justamente tengo que ser yo? —tartamudeó, sintiéndose débil, aunque no sabía reconocer si era por el frío o por todo lo que estaba pasando—. Que yo sea una Dorealholm no significa nada. Tengo muchísimas primas.
—Puede haber miles de mujeres nacidas con ese apellido, pero tú eres la última descendiente directa de Verlah —respondió él, con la paciencia casi agotada—. ¿Es que acaso no lo comprendes?
—Sigue sin significar nada para mí —replicó Cathanna, cruzándose de brazos—. ¿Quién me asegura que no me estás mintiendo? ¿Y si eres un lunático con complejo de secuestrador que planeó toda esta locura desde el principio solo porque quieres tenerme contigo? —continuó entre dientes, con las cejas juntas y los ojos entrecerrados—. Eres un desgraciado abusador. ¡Degenerado!
—¿De qué mierda me estás hablando, D’Allessandre? — preguntó Zareth, con la mirada endurecida.
—Aunque bueno... —añadió ella, ignorándolo por completo—, carecería de sentido todo lo que dije, ya que desde niña llevo soñando con esa bruja... Pero ¿y si tú fuiste quien puso todos esos sueños en mi cabeza? —Lo señaló con un dedo, como si hubiera descubierto la verdad—. ¿Y si manipulaste mi mente para crear esta historia absurda y convencerme de ir contigo porque, no sé... te enamoraste locamente de mí? —Volvió a entrecerrar los ojos—. Entonces... eso significa que nada de lo que soñé es real. Que todo esto lo inventaste tú, que usaste tus poderes para distorsionar mi mente. Claro. Clarísimo. No hay explicación más lógica y racional para todo esto, ¿no?
Cathanna reconocía que lo que había dicho era un disparate total, más ilógico que la realidad que tenía delante. Pero aferrarse a una teoría absurda era menos aterrador que aceptar que su linaje estaba enredado con brujas, visiones, y maldiciones que venían a cobrárselas, a pesar de que ella no tenía culpa de lo que hubiera pasado hace muchísimos años con aquella mala mujer.
—¿De qué manicomio fue que te sacaron, D’Allessandre, o es que acaso tienes aire en la cabeza? —cuestionó, pasando ambas manos por la cabeza, con una notable irritación mientras retrocedía—. ¿De verdad crees que tengo el tiempo y la paciencia para orquestar algo así? ¡Por los dioses! Si fuera cierto, ¿por qué esperar tantos años? ¿Por qué no haberte tomado cuando eras una niña indefensa en lugar de ahora, cuando puedes cuestionarlo todo y salir con estupideces como estas?
—No sé... Tal vez disfrutas del dramatismo. —Miró hacia el otro lado, tratando de que la vergüenza no la dominara completamente—. Vi en un libro que todas las mentes funcionan de manera diferente. Tal vez la tuya funciona así; con dramatismo. No tiene nada de malo. Supongo yo —finalizó, encogiéndose de hombros.
—Escúchame, D’Allessandre. —Metió aire a sus pulmones, obligándose a mantener la calma—. Puedes negar todo lo que quieras, buscar explicaciones más “razonables” para no aceptarlo, pero en el fondo lo sabes. Porque ella es parte de ti, de tu maldita sangre, quieras o no. —Le presionó la frente con un dedo, obligándola a retroceder—. Esto no cambiará solo porque tienes miedo. ¿Por qué crees que las brujas te estaban siguiendo hace unas semanas? No era para saludar a la gran hija del consejero Vermon —dijo, con sarcasmo.
Cathanna no dijo ni una sola palabra más, pues el enojo y la confusión le cubrían el rostro como si tuviera una máscara puesta. Se giró de golpe, pero sus tacones traicionaron su dignidad, haciéndola tropezar con unas piedras, casi terminando de cara contra el suelo.
Antes de que pudiera soltar un quejido por el dolor, Zareth ya estaba alzándola sobre sus hombros, como si ella solo fuera un simple costal de papas, y empezó a caminar en dirección contraria. Cathanna tardó unos segundos en procesarlo todo hasta que reaccionó y empezó a golpearle la espalda con toda la fuerza que poseía.
—¡Suéltame ahora mismo, pedazo de bestia! —Se retorció como un pez fuera del agua, intentando sin éxito zafarse de su agarre—. ¡Ya mismo, cavernícola sin cerebro! ¡Déjame libre! ¡Me pones nerviosa!
—¿Te resulta tan difícil mantener esa linda boquita cerrada? —dijo, exasperado—. No comprendo cómo tus padres te soportan.
—¡Estás completamente demente, cazador! —lanzó Cathanna, golpeándole la espalda con los puños—. ¡Déjame ya mismo! ¡No es propio de caballeros tomar a las mujeres de esta forma tan grosera!
—Estoy loco porque te calles —expresó, con ironía—. ¿Siempre hablas tanto o es un talento especial solo para molestarme? Luces muy infantil haciendo pataletas, D’Allessandre. Cálmate. No te haré nada.
—¡Infantiles mis pelotas! —contestó, sin dejar de golpearlo—. ¡Bájame ya mismo! ¿Tu pequeña cabeza no lo entiende? ¡Suéltame!
—No sabía que tenías pelotas. —Ladeó una sonrisa, viéndola así en su cabeza—. Eso explica demasiado tu comportamiento, niña.
—¡Bájame o grito!
—¿Cuál sería la diferencia con lo que haces ahora?
—Pues que pediré ayuda y cualquier persona decente que esté cerca de aquí vendrá a mi rescate —murmuró, impaciente.
—Inténtalo, brujilla. —Su voz se volvió relajada, casi perezosa—. Estamos en las montañas de Rivernum, lejos de tu ciudad y lejos de cualquier otra. No hay nadie aquí que no sea un cazador. Y déjame decirte algo: ninguno se va a dar el lujo de cuestionar mis órdenes. Sigue gritando si quieres. No servirá de absolutamente nada.
—¡Por los dioses, bájame ya mismo!
—¡Guarda silencio!
—¡Ni creas que te daré el gusto, animal!
Zareth se detuvo un momento, cerrando los ojos con fuerza.
—¿Me bajarás? —susurró, tragando duro.
—No pienso dejarte escapar, D’Allessandre.
Cathanna se mordió el labio inferior, irritada.
—Así que... —comenzó con una voz suave, dándose por rendida de su intento de escapar de ese agarre—. ¿Me trajiste aquí para qué? ¿Para mantenerme prisionera? ¿O es algo muchísimo peor? ¿Usarme de tu esclava? Porque de una vez te aviso: no sirvo para cocinar, no lavo, no plancho, no barro nada. —Forzó un tono burlón—. No te serviría de mucho si tienes eso planeado en tu mente.
Zareth hizo una mueca.
—Te traje aquí para mantenerte con vida. No me interesa que hagas nada por mí, D’Allessandre. Ni que fueras mi madre. Solo quiero tu colaboración para que todo sea más sencillo. Es tu vida la que corre peligro. Y la vida de muchas otras personas inocentes. —Suavizó su agarre—. ¿De verdad vas a permitir que tu tierra se hunda en un capítulo oscuro solo porque crees que esto es una broma?
Cathanna arrugó el rostro, visiblemente molesta. Quería seguir creyendo que todo era una broma pesada de su hermano, junto a ese hombre, porque aceptar que ya no estaba en el castillo —que en realidad estaba sobre los hombros de un cazador, rumbo a saber dónde— era algo que su cabeza simplemente se negaba a procesar.
Así mismo, Calen alzó la mirada hacia la escalera, justo donde Selene lo observaba en silencio, con los ojos entrecerrados y un enojo que trataba de disimular. Cuando sus miradas se encontraron, ella giró sobre sus talones y se echó a correr con una rapidez que lo hizo estremecerse, pero no tardó en ir tras de ella. Sin embargo, cuando estuvo por tocarla, Selene desapareció en un remolino oscuro, dejando tras de sí solo una neblina del mismo color.
Calen se detuvo en seco, sin entender que había provocado esa reacción por parte de la mujer.
Observó el humo oscuro disiparse lentamente, y su mente empezó a conectar piezas que no quería admitir. Cuando finalmente lo comprendió, soltó una maldición en voz baja y se echó a correr para buscar a sus padres, al tiempo que Selene aparecía en un pantano fangoso lleno de hojas y ramas puntiagudas, donde había una entrada hecha de ramas entrelazadas.
Selene se agachó para atravesarla, sintiendo cómo el lodo manchaba su vestido blanco. Pronto, el paisaje cambió, encontrándose casas de madera dispersas por todas partes y una gran fogata en el medio, donde estaban reunidas varias mujeres cantando y bailando de forma frenética. Ella corrió hasta una casa y entró de golpe.
—Querida madre, he regresado a casa —susurró, juntando las manos y haciendo una reverencia frente a la mujer que estaba sentada en el sofá junto a la ventana abierta—. Te he extrañado demasiado.
—Las brujas lograron entrar en el castillo. —Se levantó de su asiento con una expresión tan seria que logró poner nerviosa a su hija—. Muchas no tuvieron suerte; fueron asesinadas por esos hombres. Las pocas que sobrevivieron trajeron los cuerpos sin vida de sus compañeras. Esperaremos a que puedan regenerarse.
—Espero que sí, madre —dijo Selene, apretando los dientes.
—Dicen que la chica desapareció.
—Lo que escuché fue que un cazador se la llevó, madre, pero no sé a dónde. Todo pasó demasiado rápido. —Tragó saliva, nerviosa, tratando de no desviar la mirada de los ojos serios de su madre—. Ya no puedo regresar a ese castillo. Su hermano ya sabe que soy una bruja.
—¿Un cazador se la llevó? —repitió su madre, entrecerrando los ojos—. ¿Estabas esperando una invitación para intervenir o solo decidiste ser un maldito adorno? —Pasó una mano por su cabellera larga, con frustración—. Y encima vienes a decirme que el hermano sospecha que eres una bruja. Si él lo sabe y tú no haces nada para cambiar eso, no esperes que ellos te maten primero, porque yo te voy a arrancar la lengua antes de que pongas en peligro todo esto, Selene.
—No te preocupes, madre —dijo Selene, respirando con dificultad—. Voy a solucionar esto antes de que logre salirse de nuestras manos. Lo prometo. —Hizo otra reverencia.
—Mandaremos a las hermanas Dinastía para que la encuentren lo antes posible siguiendo el olor de su sangre. Tú ve con Yzebelle. Creo que debe estar en la colina. Pero primero, un baño. Y rápido. Hueles a tierra mojada. —Se giró nuevamente hacia el sofá—. Tu ayuda fue fundamental para nosotras. Bien hecho, Selene. Recuerda solucionar tu error antes de que se descontrole.
—Tengo una pregunta antes de irme... —Relamió sus labios—. Si no logramos encontrarla, madre... ¿Qué haremos? Sin ella, todo está perdido. Y yo no quiero que Valtheria siga reinando por más tiempo.
—La encontraremos. No te preocupes por eso.
Selene asintió, a pesar de que su madre ya no la observaba. Subió a toda prisa hasta su habitación en el tercer piso y, al cerrar la puerta, dejó escapar un suspiro tembloroso, sonriendo. Sin embargo, no era una sonrisa de felicidad, sino una de molestia. Habían estado tan cerca de lograr su objetivo, pero como siempre, algo malo debía suceder.
Se despojó del vestido de lino manchado de tierra y levantó la mirada al pequeño espejo junto a la ventana ovalada. Con una profunda exhalación, la máscara que cubría su rostro se desvaneció.
Su larga cabellera rizada se volvió igual de naranja que las hojas del otoño, y sus ojos dejaron de ser oscuros para tornarse violetas, casi azulados. Eran lo primero que las personas notaban al verla siendo ella misma y lo último que podían olvidar. No por su belleza —que indudablemente ostentaba—, sino por la forma en que esos ojos parecían buscar en silencio la fecha de muerte de una persona.
Minutos más tarde, Selene salió de la casa envuelta en un largo vestido negro rumbo a la colina donde, según su madre, debía encontrarse su hermana Yzebelle. Dar con ella a veces se volvía una tarea difícil; era una bruja de las sombras y podía estar en cualquier lugar, incluso imitando la sombra de alguna otra persona. Pero, para su suerte, la halló sentada bajo un árbol, escribiendo en su pequeño cuaderno. Era una muy buena escritora, eso no podía negarse, aunque su estilo tan profundo y macabro lograba ponerle la piel de gallina.
—¿Qué escribes, Agui? —indagó Selene, sentándose a su lado.
—Los relatos de las brujas, Selene —respondió Yzebelle, sin levantar la mirada—. Estuve en Aureum hace pocos días y me encontré con varias brujas que me dieron ideas sobre lo que escribir. Creo que le pondré a este escrito Luna de sangre Roja. Son pequeñas frases motivadoras para nosotras las brujas. —Sonrió, llevando un mechón de cabello tras su oreja—. Si te soy sincera, me están gustando todas.
—Nuestra madre no cree que necesitemos frases motivadoras para lo que está por venir. —Intentó mirar el cuaderno, riendo.
—Nunca está de más motivar a los guerreros antes de que se sumerjan en el mundo de la guerra. Mejor dime por qué estás aquí —preguntó, dirigiéndole la mirada—. Pensé que estarías en ese castillo, sirviéndole a esa familia como si fueras una de sus sirvientas. Ya que no lograron traer a esa mujer, supuse que el plan continuaría.
—Cathanna pudo escapar… y su hermano ya sabe que soy una bruja —dijo, exhalando con resignación—. Quedarme en el castillo no tiene sentido ahora. Sería como firmar mi sentencia de muerte.
—¿Ya lo sabe, en serio? —cuchicheó, negando con la cabeza—. Qué torpe eres, Selene. Aunque no sé por qué me sorprendo tanto. —Se incorporó lentamente, sacudiéndose la falda con calma—. Supongo que estás en muchos problemas, y por eso viniste a mí, ¿verdad?
—También quería ver a mi hermana menor. —Sonrió, rodando los ojos—. Y sí, también necesito tu ayuda para alterar la mente de Calen. Solo un poco. Bueno, mejor dicho, de toda esa familia. No dudo que ya les haya informado a todos que había una traidora en el castillo.
—¿Para qué quieres eso? —Contrajo la frente—. Se supone que ya no irás a ese castillo. Y tampoco es que él tenga toda tu información personal. Sería solo una pérdida de tiempo y energía, Selene.
—Es mejor prevenir cualquier cosa, por si llega a hacer falta más adelante. Igualmente, si él le dice algo a Cathanna, será imposible que ella confíe en mí cuando intente acercármele.
—¿Y qué vas a darme a cambio si decido darte mi ayuda? —preguntó con malicia, caminando junto a Selene.
—Que te folles a mi novio.
—¿Y si ya lo hice?
Yzebelle sonrió, mostrando sus dientes armoniosos. Daneloc, el bello novio de su hermana no valía absolutamente nada para ella, pues lo consideraba un hombre incapaz de respetar a su propia mujer, pero había algo exquisito en la forma que la tocaba cada vez que se veían.
—Pues considéralo un segundo turno... —Se encogió de hombros—, pero esta vez, hazlo bien para que no vuelva a buscarme.
—Trato hecho, hermanita. —Entrelazó sus brazos.
—Entonces hagámoslo ya.
Llegaron a la casa, donde su madre ya no se encontraba. Yzebelle subió rápido a su habitación, frente a la de Selene, y guardó su cuaderno bajo la cama. No quería que nadie lo viera. Movió la cabeza hacia un lado y fue al clóset, de donde sacó un vestido largo y negro, casi igual al de su hermana. Se lo puso y luego tomó un velo negro, que colocó sobre su cabeza, dejando apenas visible su rostro, antes de salir.
Se tomaron del brazo, y Selene pronunció las mismas palabras que había dicho al escapar del castillo: «Nir Nash Zhaira». Una bruma oscura las envolvió y, tras unos segundos, aparecieron dentro de una habitación iluminada por una vela. La puerta se abrió de golpe, obligando a Yzebelle a usar su magia: formó una sombra que las ocultó en la pared. Ambas tragaron saliva al ver a un guardia revisando todo. Cuando el hombre se fue, la sombra se deslizó bajo los pies de Yzebelle.
—Eso estuvo demasiado cerca —musitó Yzebelle, y Selene asintió.
—Espero que podamos hacer esta mierda —dijo Selene, rígida.
—¿De verdad debemos hacer esta estupidez, Selene?
—¿Podrías dejar de quejarte por todo? —le pidió, algo enojada.
Yzebelle alzó ambas manos en son de paz.
—Bueno, empecemos de una vez. —Una sonrisa torcida se le dibujó.