Nico y Massimo Messina son los herederos del Cártel de Sinaloa y todos los ojos están sobre ellos; los de su familia, sus socios comerciales y sus enemigos. No pueden cometer errores, menos ahora que de ellos depende el negocio familiar.
¿Qué pasaría si dejaran que sus corazones nublen su razón? ¿Qué pasaría si cedieran su control por alguien a quien aman?
Acompáñame a descubrirlos juntos.
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Algodoncito de azúcar
Eva
–¿Estás segura de esto? –me pregunta Stefy sin despegar los ojos de la pequeña en mis brazos.
Beso la frente del milagro en mi regazo y asiento.
–Gracias –le susurro a la asistente social, quien me devuelve la sonrisa de inmediato–. Esto es todo lo que alguna vez he querido en mi vida.
–Me alegra escuchar eso –dice mientras acaricia la mejilla de mi pequeñita. Aun no puedo creer que tengo una hija–. El proceso de adopción es largo. Te visitarán y entrevistarán a tu familia –me recuerda–, y luego de eso un juez autorizará la adopción.
–¿Eso quiere decir que nos pueden quitar a esta pequeñita? –pregunta Stefy con una voz que refleja miedo y protección–. Nadie nos quitará a Olivia –asegura.
–Nadie lo hará –digo tomando su mano para calmarla. No quiero que la amenaza que escucho en la voz de mi hermana afecte lo que la asistente social pueda pensar de mí.
–Si la cuidan bien, nadie lo hará –responde antes de entregarme unos papeles–. Tienes que firmarlos.
Me siento en una de las sillas frente a su escritorio, con Olivia en mis brazos, y firmo todo lo que me pide. Lo único que quiero hacer es llegar con mi hija a casa de mis padres para presentárselas y luego poder irme con ella al departamento que acabo de comprar.
Por fin formaré un hogar.
–Nos veremos pronto –dice cuando le entrego la documentación firmada.
Asiento antes de salir de su oficina. Stefy y yo sonreímos cuando vemos a dos niños correr por el pasillo.
–Yo también quiero un hijo –susurra mi hermana–. Desde que Venecia tuvo a Matteo mi reloj biológico no ha dejado de atormentarme. Lo único que quiero en este momento es ser madre.
–Lo sé, por eso sabía que me ayudarías.
Stefy besa la mejilla de mi hija y sonríe. –Por supuesto que te ayudaré. Ahora y siempre.
–Podrías hacerlo también –digo mirando a mi alrededor–. Hay muchos niños que necesitan un hogar. Niños como yo.
Mi hermana me abraza mientras caminamos a su auto. –Me encantaría, pero…
–¿Pero? –pregunto cuando queda callada mirando hacia el centro de acogida.
–Creo que quiero que mi hijo tenga un padre. Te admiro, Eva, y te encuentro muy valiente, pero yo quiero tener un hombre a mi lado cuando nuestro hijo diga su primera palabra o esté enfermo y requiera de nuestro cuidado. Quiero lo que nosotras tuvimos y no me conformaré con menos.
–Te entiendo –digo cuando llegamos al auto–. Creo que yo ya renuncié a ese sueño, ¿y sabes? –pregunto–. Siento un alivio tremendo. Ahora tengo a Olivia y sé que no necesito a nadie más para ser feliz.
–¿Ni siquiera a Massimo? –pregunta mientras abre las puertas y acomodamos a Olivia en su silla.
Coloco los broches de seguridad y me siento atrás, al lado de mi pequeña, no creo que pueda separarme de ella alguna vez.
–No. No necesito a nadie más que a esta pequeña –le aseguro antes de besar la mejilla regordeta de mi niña–. Es hermosa, ¿no lo crees?
Stefy me mira por el espejo retrovisor y asiente con una sonrisa.
–Es hermosa. Sus ojos azules son hermosos y ese pelo color caramelo grita que será una preciosidad.
–Lo sé. Estoy enamorada –susurro sin dejar de contemplarla–. No puedo creer que sea mía.
–Lo es. Es tuya y es nuestra. Recuerda que soy su tía.
Sonrío antes de colocar mi mano sobre su barriga. –¿Crees que las marcas se borrarán? –pregunto en un susurro.
El cuerpo de mi hermana se tensa antes de responder: –Lo harán –me asegura–. Contrataremos al mejor pediatra que el dinero pueda pagar. Borraremos esas marcas, no quiero que ningún recuerdo de los idiotas que la trajeron a este mundo dañe su futuro con su verdadera familia.
Tomo la pequeña mano de mi hija y asiento. Fue doloroso ver las marcas de cigarrillos en su vientre y brazos. No puedo entender cómo un padre puede lastimar a su propio hijo de esa forma, pero imagino que hay personas que no tienen alma y mi pobre hija tuvo la mala fortuna de nacer de una de ellas.
Tarareo una canción de cuna cuando Olivia comienza a inquietarse. Sus ojos miran a su alrededor buscando algo.
–Aquí estoy, mi pequeñita hermosa –susurro y mi corazón empieza una carrera en mi pecho cuando sonríe–. Te amo, Olivia. Serás la niña más feliz de este mundo, cielo, es una promesa.
Olivia toma mis dedos y los lleva a su boca desdentada.
–Tiene hambre –digo angustiada–, pero no quiero darle de comer mientras estamos en un auto en movimiento.
Mi hermana acelera. –Estaremos en casa en unos minutos.
–Queremos llegar vivas –digo cuando sigue subiendo la velocidad.
–Lo haremos –asegura y sé que tiene razón. Stefy ama la velocidad, pero nunca ha chocado, ni siquiera le han sacado una multa.
Olivia comienza a llorar cuando se da cuenta que mis dedos no pueden alimentarla. Mi pecho duele con cada lágrima que cae de sus preciosos ojos.
–Estamos entrando –dice Stefy mientras yo acaricio la barriguita de mi hija–. Aguanta, conejita –le pide a mi hija y yo sonrío ante el dulce apodo.
El auto se detiene y yo me apresuro a tomar a mi niña en brazos. Sé que tengo que dar muchas explicaciones, pero lo haré después de alimentar a mi hija.
Entramos a la casa y los dos hombres frente a mí quedan paralizados cuando me ven con Olivia.
–Ahora no –digo cuando sé que quieren interrogarme–. ¡Stefy! –la llamo.
–Voy a calentarla. Tres minutos –pide antes de desaparecer hacia la cocina mientras yo camino a la sala y me siento en un sofá con mi hermosa pequeñita en brazos.
–Ya tu tía te traerá tu comida, mi algodoncito de azúcar –le susurro.
–¿Hija? –pregunta papá con los ojos desorbitados–. Primero Massimo suelta una bomba en esta casa y ahora tú…
–¿Una bomba? –pregunto distraída sin apartar mis ojos de la perfección en mis brazos.
–Le conté todo –dice Massimo. Mis ojos vuelan a los suyos, sorprendidos–. No hay más secretos. Te amo, enana, y quiero que estemos juntos.
Mi corazón comienza a vibrar en mi pecho.
–¿Quién es ella? –pregunta Massimo acercándose con una sonrisa en sus labios.
–Es mi hija –susurro.
Papá se acerca también, pálido, pero con una sonrisa.
Ambos hombres miran a mi hija y sé que ya la aman, aun sin conocerla.
–Es nuestra hija –susurra Massimo tomando mi mano sin hacer ninguna pregunta–. Bienvenida a nuestras vidas, mi motita de algodón.
Papá toma la mano de mi hija antes de decir. –Ustedes dos tienen muchas explicaciones que dar.
Stefy aparece con el biberón y sonrío.
–Después de alimentar a Olivia –le digo a papá.
Los dos hombres más importantes en mi vida florecen ante el nombre de mi hija.
–Es perfecta –susurra Massimo mientras me observa alimentarla.
–¡¿Qué está pasando aquí?! –pregunta mamá y todos reímos.
Creo que tendré que dar muchas explicaciones.
Ambos tres merecen ser felices
Yel número 28 qué ya se terminó