MATE

—Emma... ese puchero va a ser mi perdición —dije, inclinándome hacia ella nuevamente. Dejé un beso en la comisura de sus labios antes de hablarle cerca del oído—. Pero no te preocupes.

—¿Por qué? —preguntó, girando la cabeza para mirarme, aunque su tono aún tenía ese toque indignado.

Mi sonrisa se amplió mientras dejaba que mi nariz rozara su cuello, aspirando su aroma. Ese olor, cálido y familiar, siempre lograba desarmarme. Bajé la voz, susurrando con una mezcla de ternura y deseo contenido.

—Porque voy a hacerte sentir bien, preciosa.

Sus ojos se abrieron un poco, sorprendidos, y su respiración se detuvo apenas un instante. Vi cómo su expresión pasaba de incredulidad a algo más suave, una mezcla de curiosidad y algo que me hizo sonreír.

Levanté su barbilla con cuidado, mis labios rozando los suyos con una calma que contrastaba con el torbellino dentro de mí.

—Confía en mí, Emma —dije, mirándola a los ojos—. No necesito ir tan lejos para que sepas lo que provocas en mí.

El rubor subió por sus mejillas, y su mirada se volvió más dulce, más vulnerable. Sentí que ese gesto bastaba para encender algo entre nosotros que ya no necesitaba palabras. Mis manos se movieron lentamente por su cintura, marcando un recorrido suave, más un lenguaje de cariño que de deseo.

Ella me observó en silencio, con los labios entreabiertos, y soltó un suspiro que me lo dijo todo.

—Buena chica —murmuré, antes de besarla de nuevo, despacio, con un cuidado que decía más que cualquier promesa.

La ayudé a quitarse los zapatos y acaricié su pierna con la yema de los dedos, solo por el placer de sentir su piel. Dejé un beso en su pie y ella sonrió, con la respiración algo acelerada, pero tranquila.

Mi mano subió por su espalda, sintiendo el leve temblor que le provocaba mi toque. Ella apoyó la cabeza contra mi pecho, y yo la abracé, dejando que el silencio hablara por nosotros.

—Eres tan hermosa, mi luna. Mi Emma —susurré contra su cabello.

Sus dedos se entrelazaron con los míos, y permanecimos así por un momento eterno. Afuera, la noche se filtraba por la ventana, tiñendo la habitación de una luz suave. Todo parecía calmo, casi detenido.

Podía sentir su respiración contra mi pecho, el ritmo acompasado de su corazón. Me incliné un poco, dejando un beso en su frente, y ella sonrió con los ojos cerrados.

—Mi luna —sonreí—. Brillas incluso cuando no quieres y apareces en mis noches más oscuras.

Ella soltó una risa pequeña, apenas un suspiro entre mis brazos.

—Y tú… eres mi caos —dijo—. Pero uno al que no quiero huirle.

Sus palabras me atravesaron de una forma que no esperaba. No supe qué decir. Solo la miré, acariciando su mejilla, y me encontré con su mirada brillante, llena de algo que se parecía mucho al amor.

Nos quedamos en silencio, tan cerca que bastaba un movimiento mínimo para sentirnos más unidos.

No necesitábamos más.

La tensión que nos rodeaba no era solo deseo, era algo más profundo, algo que se construía en las pausas, en los suspiros compartidos, en la manera en que nuestros cuerpos se entendían sin esfuerzo.

Cuando nuestras miradas se encontraron de nuevo, sentí que el aire se volvía más denso, más íntimo. No había prisa, no había urgencia. Solo la necesidad de estar ahí, de sentirnos cerca.

Miro hacia abajo y veo que ella está usando solo un par de bragas rosadas de algodón. Mis ojos se clavan en ella, y veo una pequeña mancha húmeda, me lamo los labios, queriendo probarlo.

Desabrocho el botón superior y los bajo. Tirando de las solapas, expongo mi ropa interior, esforzándome por la erección masiva detrás de ellos.

Estoy tan jodidamente duro que esto probablemente terminará en segundos.

Sé que si pongo mi boca sobre ella, tendré que tenerla, así que en lugar de eso me inclino hacia adelante, presionando nuestros cuerpos juntos con solo una capa de ropa separándonos.

Nuestro calor se conecta, y es como un rayo en mi cuerpo. Me muevo sobre ella y su dulce voz comienzan a llenar la habitación, miro hacia arriba para ver sus ojos cerrados y una gran sonrisa en sus labios.

Mirando hacia donde me estoy moviendo en su contra, veo la punta asomando por la cinturilla de mi ropa interior en cada carrera ascendente.

Desea salir y frotarse contra ella, piel contra piel, pero es demasiado arriesgado. Si lo hago, querré empujarla, incluso si todavía tiene ropa.

Entonces querré moverlas a un lado e ir más lejos.

Maldición solo el pensamiento me hace querer ceder.

Necesito retener eso. Necesito hacer esto y hacer que esto sea suficiente.

Con cada empuje hacia arriba, siento que humedece aún más, y sus gemidos se hacen más fuertes. Veo que la punta se asoma de nuevo, y esta vez una gota sale y aterriza en su vientre.

–Mierda

–Más –gime, cerrando los ojos y agarrando la cabecera.

Sé a dónde llevará esto. Sé lo que sucederá si le doy más de lo que está pidiendo. Pero soy débil cuando se trata de ella.

Mis dedos están temblorosos mientras le muevo suavemente la tela hacia un lado. Sus labios están hinchados y empapados de necesidad y exigen atención.

Mi atención.

No quiero perder ni un segundo de eso.

Frotando hacia adelante y hacia atrás sobre su clítoris, Emma gime más fuerte mientras dejo pequeños rastros sobre ella. Sus caderas comienzan a levantarse, como si me estuviera invitando dentro de ella, y me quedo inmóvil.

No puedo entrar en ella, todavía no.

Pero ella se mueve hacia arriba y hacia abajo, y ella está tratando de llevarme dentro de ella.

–Joder nena

Ella gime y mueve sus caderas hacia arriba otra vez.

–Vente para mí así, mi luna.

Siento que su calor comienza a latir mientras su espalda se inclina de la cama. Ella grita mi nombre, y el sonido de eso es suficiente para hacerme estallar.

–¡Andrew

Observo cómo su cuerpo se tensa y recorre las olas de su climax, y me dejó ir en ella.

La quiero tanto...

Quiero que todo me pertenezca, incluso si aún no la he tomado por completo.

–Qué linda te ves. Esta vez fue afuera nena, pero la próxima vez no te salvas.

Agarro a Emma por la cintura y la ruedo sobre mí antes de colapsar juntos.

La abracé con más fuerza, y ella apoyó su rostro en el hueco de mi cuello. Su piel era cálida, suave, y cada respiración suya era un recordatorio de que ese momento era real, de que estaba conmigo.

Pasé los dedos por su cabello, disfrutando de la textura, del silencio que nos envolvía. Mi pecho subía y bajaba con el suyo, al mismo ritmo.

No necesitábamos palabras para saber lo que estaba pasando. Todo se decía en los gestos: en la forma en que ella se aferraba a mí, en cómo sus dedos jugaban con mi pelo, en la manera en que nuestras miradas se encontraban una y otra vez, buscando reafirmar lo que ya sabíamos.

El tiempo se estiró entre nosotros, hasta que solo quedó el sonido de nuestras respiraciones entrelazadas.

Ella levantó la mirada, con una sonrisa que me desarmó por completo.

—Eso fue increíble —susurró.

Sonreí, sin poder evitarlo, y le besé la cabeza antes de acomodarla entre mis brazos.

—Duerme, nena —murmuré.