El Oscuro Corazón De La Emperatriz

La duquesa Seraphina de Montchair se había sentido tan atraída a la sociedad del imperio, tras esa fachada de elegancia y sofisticación, había una ambición voraz que la impulsaba a elevar su estatus en la jerarquía social del imperio. La figura de los emperadores era la meta al que aspiraba, y su relación con ellos podría ser la clave para asegurar su lugar.

Su esposo, un comerciante viajero, había estado ausente durante meses, dejando a Seraphina sumida en una soledad que solo se aliviaba, en parte, por la compañía de sus dos gemelos, Diego y Lucas. Ambos niños poseían personalidades tan distintas como sus colores. Diego, el albino, era un soñador introspectivo que a menudo se refugiaba en su mundo de fantasía pero a su modo, mientras que Lucas, rústico y de cabellos azabache, era un pequeño líder nato, siempre dispuesto a desafiar las normas establecidas. A pesar de la ausencia de un amor maternal genuino y la falta de un padre presente, los gemelos encontraban consuelo en la lealtad inquebrantable que se tenían el uno al otro.

Como era habitual, Seraphina veía cómo sus hijos se entregaban a travesuras, burlándose de las nanas que llegaban a cuidar de ellos. La última en la lista era Tania, sin embargo, para los gemelos, Tania era solo otro objetivo en su juego de travesuras. Con astucia y risas, habían ideado una serie de estratagemas para hacerla desistir, pero Seraphina tenía otros planes en mente.

En la sala principal, decorada con lujosos muebles finamente elaborados, la duquesa convocó a Tania. La joven entró con timidez, sus ojos se abrieron de par en par al ver el pequeño látigo entre las manos de Seraphina.

— ¿Para qué tienes eso?— preguntó, su voz temblando con una mezcla de miedo.

La duquesa, sin inmutarse, le explicó con una frialdad calculada que había recibido una orden de la emperatriz Teresa; castigar a la sirvienta por haber difamado su nombre. La idea de acercarse a la emperatriz la llenaba de emoción, y no dejaría que una simple sirvienta interfiriera en sus planes.

— Tania... Creo que presentarte como lo pido la emperatriz será una buena manera de acercarme.

El temor se apoderó de Tania, pero conocía demasiado bien la naturaleza de Seraphina. La duquesa despreciaba la debilidad, y implorar piedad solo podría empeorar su situación. Así que, con una mezcla de resignación y miedo, se quedó quieta mientras la duquesa comenzaba a aplicar los latigazos en sus manos. Los gemelos, observando desde una esquina, ya estaban acostumbrados a la dureza de su madre. Habían aprendido a no desafiarla después de haber sentido el roce del látigo en su propia piel una vez. Para ellos, ese espectáculo era parte de la vida cotidiana, un recordatorio de la autoridad y el control que Seraphina ejercía sobre el hogar.

Más tarde, en el palacio imperial, la emperatriz Teresa se encontraba inmersa en la lectura con su hijo Gael en la biblioteca. La calidez del ambiente contrastaba con la frialdad del acto que había en la mansión de Seraphina

La biblioteca, llena de volúmenes antiguos y saberes olvidados, se había convertido en su refugio, un lugar donde ambos podían compartir historias y encontrar consuelo en la compañía mutua.

Gael, que había comenzado a florecer bajo la atención de su madre, sonreía mientras escuchaba las narraciones de ella. La conexión entre madre e hijo se hacía más fuerte, y él ya no se sentía como solo en su propia familia. Sin embargo, el momento de tranquilidad fue interrumpido cuando un sirviente irrumpió en la habitación.

— su majestad, la duquesa Seraphina de Montchair ha llegado y solicita ser presentada ante usted.— informó con una reverencia.

La emperatriz sintió una mezcla de curiosidad. Sabía que Seraphina era astuta y ambiciosa, y que su presencia podía significar la decisión que ella le encargó.

— mi niño. Que te parece si me esperas con tu padre.

— está bien...

Teresa entró a la oficina con suaves pasos. sintiendo el alivio de encontrar a Howard libre sin trabajo.

— tendré que hacer un trabajo un poco aburrido. Por eso dejaré a Gael contigo.— le había dicho a Howard, quien la miró con su dulzura curiosidad de hombre.

Él sonrió, asintiendo con la cabeza, dispuesto a entretener al pequeño durante un rato. Teresa se inclinó, ofreciendo un beso en la frente de Gael y otro en la mejilla de Howard, antes de dar la espalda y marcharse.

— volveré pronto.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, el eco de sus pasos, combinaba con la atmósfera de su pensamiento; que no era buena idea llevar a Gael consigo en esta reunión, pues tenía el presentimiento de que ella estaría ahí. Al llegar a la sala de trono, Teresa tomó una profunda respiración, preparándose para el encuentro que le aguardaba. La duquesa estaba allí, de pie junto a Tania, la Nana tenía las manos detrás de su espalda.

La duquesa, con su acostumbrada elegancia, rompió el silencio.

— majestad, he cumplido con lo que pediste.— anunció, su voz suave pero firme.

A su lado, Tania parecía más pequeña de lo habitual, con la mirada baja, como si el peso de su culpa la aplastara.

La duquesa hizo un gesto hacia la Nana, que llevaba las marcas de los latigazos, las cicatrices aún frescas en la piel de sus manos.

— ella es la que ha difamado su nombre. Te pido que le perdones su cometido. La castigué severamente y creo que no volverá a cometerlo otra vez.— prosiguió, pero Teresa la interrumpió antes de que pudiera continuar.

— no puedo perdonarla esta vez.— dijo Teresa, su voz resonando con una autoridad que no dejaba lugar a dudas.— ya le he dado una oportunidad, y no volveré a ser piadosa. Exijo que la despidas de inmediato. Me aseguraré de que no tenga trabajo alguno. Tania, ya fue suficiente, haré que te vayas del imperio si eso detiene la obsesión que tienes con esta familia.

La dureza de su mirada no fue ignorada por la duquesa, que titubeó, sorprendida por la firmeza de la emperatriz. El aire se volvió denso, y el tiempo pareció detenerse mientras la duquesa evaluaba la gravedad de la situación.

— de acuerdo, su majestad. Haré lo que pide.— mencionó la duquesa.

Tania, por su parte, levantó la vista por un breve instante, el horror reflejado en sus ojos. Nunca pensó que la duquesa haría algo tan extremo para ganarse el favor de Teresa. Sin embargo, la realidad se impuso con una claridad desgarradora: la duquesa estaba dispuesta a sacrificar a quien fuera necesario para mantener su posición. Teresa, con la mirada fija e implacable, no se dejaría intimidar.

La duquesa, sintiendo la presión de la autoridad que emanaba de la emperatriz, finalmente asintió, aunque su expresión mostraba una mezcla de desdén y resignación.

Haciendo una reverencia antes de girarse para marcharse con Tania a su lado.

Ya dentro del carruaje, Tania, con el rostro pálido, no se atrevió a hablar. Adolorida y con un malestar quizás estomacal. Desterrada de su propio país sin avanzar en un plan que para ella tenía un gran propósito. Pero la duquesa detiene su llanto callado.

— no haré lo que la emperatriz me pides, te quedarás conmigo para cuidar de los gemelos.

Dijo decidida Seraphina. Pensó que la emperatriz le daría una oportunidad, que su acción le ganaría el respeto de Teresa, pero la indiferencia que había recibido fue un duro golpe. La duquesa, sintiéndose traicionada, miró a Tania con desprecio, sintiendo que su sacrificio había sido en vano.

— lo único que se cumplirá es que nos iremos del imperio... Creí que me llevaría bien con la emperatriz y por eso rechacé el viaje con mi esposo y los niños, pero necesito irme de aquí antes que la indignación me mate. Y no hay nadie que aguante más a los gemelos que tú y yo. ¿Podrás o no seguir para los gemelos?

Tania no tenía otro remedio. La emperatriz se encargará de que ninguna casa la acepte, y vivir con la humillación de ser señalada y repudiada por la orden de una monarca. Así que aceptó sin más remedio que soportar a dos diablos con forma de niños adorables.

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Muchas gracias por leer. Y muchas gracias por sus deseos de mejorarme. Ya estoy mejor y solo espero recuperarme por completo. Las amo un mundo, mis arepitas asadas ❣️

No olviden dejar su preciado me gusta en el capítulo.