En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
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Una laguna en la historia
Punto de vista de Katerine
La mansión de la Abuela parecía más pequeña, más vieja, y decididamente más patética bajo la luz de la tarde que iluminaba nuestro regreso. No volvimos discretamente. El auto de Dante, un vehículo negro blindado que anunciaba poder y peligro, se detuvo justo en la entrada principal, obligando a Henry a salir torpemente a recibirnos.
Salí primero. Llevaba un vestido de día, sencillo pero de alta costura, que contrastaba con la ropa barata que la Katerine original se veía obligada a usar. Mi cabello estaba recogido y mis ojos grises estaban fríos y agudos. El anillo de platino en mi dedo brillaba con la promesa de la ruina.
Henry, mi padre, se acercó, su rostro hinchado por el estrés y el licor. No se atrevió a mirarme directamente.
—Katerine... Dante —murmuró, la falsa sonrisa de anfitrión luchando contra el miedo—. Bienvenidos a casa.
—Ya no es tu casa, Henry —le recordé con voz suave, deteniéndome—. Es la casa de la Abuela, y pronto, será el premio de una batalla que has perdido hace mucho.
Dante salió del auto y se colocó a mi lado. Su presencia era una pared de acero, un recordatorio de mi inquebrantable poder.
Entramos en la mansión. Los interiores, que antes me parecían gigantes, ahora se veían desgastados, sin vida. En la sala principal, esperando con una paciencia forzada, estaba la Abuela, junto a Clarisa.
La Abuela se había vestido para la guerra, con perlas y un traje que denotaba autoridad. Clarisa, sin embargo, era un desastre de envidia y rabia contenida. Sus ojos estaban rojos por el llanto, y me miró con un odio que solo se había intensificado por los cinco días de espera.
La Abuela fue la primera en hablar, ignorando el protocolo.
—Katerine. Viteri. Qué alegría que hayan podido interrumpir su... descanso.
—No fue un descanso, Abuela —intervino Dante, su tono cortés, pero mortal—. Fue una negociación de futuros.
La Abuela hizo una mueca, pero se forzó a sonreír.
—Por supuesto. Pero estamos aquí para celebrar, no para discutir negocios. Katerine, querida, ven aquí. Queremos darte la bienvenida a la familia como la esposa de Viteri.
El "querida" sonó a veneno. Era su primer movimiento: fingir que me aceptaban para desarmarme.
Crucé el salón. No era la tonta que entraba; era el invasor que venía a cobrar.
—No tengo intención de discutir el matrimonio, Abuela. Sé por qué me ha invitado. No es para darme la bienvenida. Es para discutir el linaje. Y si quiere un heredero, el precio será muy alto.
Punto de vista de Clarisa
Me había obligado a tragar bilis por cinco días enteros. Cinco días de silencio, de fingir calma mientras esa inútil de Katerine estaba en algún yate con mi Dante. Mi Dante, el hombre que me había deseado, el hombre que yo había perdido por la estupidez de Abuela.
Y ahora, la veo entrar. No era la ratón esquelético que recordaba. Era una estatua de mármol, vestida de poder, con ese anillo en el dedo que era una burla a mi propio fracaso. Y lo peor, estaba diciendo 'linaje'. Ella, que nunca sirvió para nada.
Ver llegar a Dante de la mano de mi hermana me hizo perder el control que había logrado mantener todo este tiempo, ella una inútil buena para nada estaba quedándose con lo que me pertenecía, porque sí, Dante Viteri era mío y ella no se lo quedaría.
Me levanté de golpe. Mi cabeza latía, las venas de mi cuello explotaban. No pude pensar en la reputación, ni en la presencia de Abuela. Solo vi rojo.
—¡Cállate, perra! —grité, lanzándome hacia ella. Necesitaba arrancarle esa sonrisa tranquila. Necesitaba que sintiera el dolor que yo sentía en mi vientre estéril, en mi corazón humillado—. ¡Tú no tienes derecho a hablar de linaje! ¡Ni siquiera sabes usar ese cuerpo!
Estaba a punto de tocarla, de dejarle la marca de mi rabia en su piel perfecta, cuando el mundo se detuvo. El brazo de Dante se interpuso, su mano de hierro cerrándose alrededor de mi muñeca. El dolor era secundario al shock. Me sujetaba como a un animal rabioso.
—¡Suéltame, Dante! ¡Maldita sea, ella es una mentirosa! ¡Ella te está usando! ¡Yo soy la que te ama! —Supliqué, mirando sus ojos, buscando la chispa de afecto que él había fingido tener por mí una vez.
No había nada. Cero. Solo un vacío glacial, el desprecio de un hombre que mira algo insignificante.
—Tócale un solo cabello, Clarisa, y te aseguro que el resto de tu vida la pasarás lamentando no haber nacido. No te amo. No me interesas. Y mi esposa está aquí para discutir el futuro de esta familia.
Las palabras me cayeron como rocas. Mi esposa. Me había desechado como un juguete roto.
Escuché el grito de pánico de Abuela, pero ya era tarde. Katerine, esa víbora vestida de blanco, atacó con una precisión fría que yo jamás habría logrado.
—Abuela, su hija es un riesgo operacional... ¿Cree usted que esta persona, que no puede controlar ni su vientre ni sus palabras, puede garantizar la continuidad del apellido Borges?
Ella sabía. Sabía sobre mis visitas secretas a la clínica de fertilidad. Sabía la verdad que yo había intentado esconder con tanto esfuerzo. Me había expuesto, me había humillado, y ahora usaba mi dolor y mi fracaso biológico para arrebatarme mi derecho de nacimiento.
La Abuela me miró, y no vi amor ni protección. Vi la misma fría evaluación que me había dado Dante. Y en ese instante, supe que había perdido. Perdí a Dante, perdí el linaje, y ahora, perdería mi posición. Todo por culpa de la tonta que creí había muerto aquel día que escapó de su encierro.
Nunca entenderé como pudo sobrevivir al veneno que había inyectado en ella.
Solté un grito ahogado. El terror de la Abuela era mi propia sentencia de muerte.
—Debiste morir, pero te juro que terminaré lo que empecé hace dos años. —Mi voz era un susurro sordo, solo para que ella lo escuchara, pero lo suficiente para que Dante también lo notara.
Mi padre me sacó de la sala, agarrándome del brazo con desesperación. Mientras me arrastraba, observé a Katerine por última vez. En los ojos de esa intrusa pude notar que no sabía de lo que estaba hablando, y eso era imposible, pues cuando la dejé sola en aquel sótano, le dejé claro que fui yo quien la había envenenado.
Algo estaba terriblemente mal. Esa mujer no tenía recuerdos de aquel día, no recordaba el sótano. Pero eso no importaba. Pues ahora tenía que terminar lo que había empezado.