Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capítulo 24
Carolina entró a su habitación con pasos firmes, cerrando la puerta tras de sí. Sin detenerse, comenzó a abrir el armario y a sacar toda la ropa de Miguel, arrojándola sin cuidado sobre la cama. Su respiración era agitada, mezcla de rabia y determinación.
Uno a uno, fue vaciando los cajones donde Miguel guardaba sus pertenencias. Sacó camisas, pantalones, corbatas... Todo lo fue metiendo en una maleta sin molestarse en doblar nada.
La puerta del cuarto se abrió de golpe, y Miguel apareció en el umbral, con el rostro lleno de confusión y preocupación.
—¿Qué estás haciendo, Carolina?
Ella ni siquiera lo miró, concentrándose en cerrar la maleta con fuerza.
—Lo que debí haber hecho desde hace mucho tiempo —respondió con voz firme.
Miguel dio un paso hacia ella, levantando las manos en un gesto conciliador.
—Carolina, por favor, no hagas esto. Podemos hablar, resolverlo...
Ella se giró finalmente para encararlo, sus ojos brillando con lágrimas que no estaba dispuesta a dejar caer.
—¿Resolverlo? —preguntó con incredulidad—. Miguel, ¿cómo se supone que resuelva algo contigo después de todo lo que me has hecho? ¿Después de verte besándote con esa mujer? ¿Después de tus mentiras y traiciones?
Miguel tragó saliva, tratando de acercarse más a ella.
—Carolina, sé que cometí errores, pero todo lo que hice fue por nuestra familia.
Carolina alzó una mano, deteniéndolo.
—¡Basta! Ya no quiero escuchar más excusas, Miguel. Estoy cansada. Cansada de mentiras, de sacrificios, de justificar lo injustificable.
—¿Qué estás diciendo?
Ella tomó la maleta y se la arrojó a los pies.
—Quiero el divorcio, Miguel.
El silencio cayó como una losa en la habitación. Miguel la miró, incrédulo, mientras procesaba sus palabras.
—No... No puedes estar hablando en serio.
—¿No? —Carolina dio un paso hacia él, con una expresión desafiante—. Mira alrededor, Miguel. Mírame a mí. ¿Te parece que estoy bromeando?
Miguel negó con la cabeza, retrocediendo un paso.
—Carolina, no puedes hacer esto... Piensa en nuestra hija.
Carolina apretó los labios, su mandíbula temblando por la furia contenida.
—Eso es exactamente lo que estoy haciendo. Pensando en ella y en el ejemplo que quiero darle. Y créeme, no quiero que piense que está bien soportar lo que yo he soportado.
Miguel abrió la boca para replicar, pero no encontró palabras. Carolina le dio la espalda, abriendo la puerta del cuarto.
—Toma tus cosas y vete, Miguel. No quiero volver a verte.
Miguel se quedó inmóvil por unos segundos antes de tomar la maleta y salir, sintiendo el peso de su derrota y las consecuencias de sus acciones. Carolina cerró la puerta tras él, apoyándose en ella mientras finalmente dejaba que las lágrimas cayeran.
Miguel apoyó la frente contra la puerta cerrada del dormitorio. Su respiración era pesada, y sus manos temblaban mientras sostenía la maleta. Con voz quebrada pero firme, habló a través de la madera.
—Carolina, te juro que resolveré esto. Vamos a estar juntos de nuevo... tú, nuestra hija y yo. Seremos una familia, como debe ser. Te lo prometo.
Al otro lado de la puerta, Carolina estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra ella. Sus manos cubrían su rostro, tratando de contener el llanto que ya no podía reprimir. Las palabras de Miguel resonaban en su mente, pero no lograban perforar la muralla que había construido alrededor de su corazón herido.
Miguel, sintiendo que no recibiría respuesta, inhaló profundamente y se enderezó. Su mano tocó la puerta por última vez, como si quisiera transmitir algo que no podía decir con palabras. Luego, con pasos pesados, tomó la maleta y comenzó a bajar las escaleras.
Cada paso resonaba en la casa como un eco de despedida. Al llegar al pie de las escaleras, se detuvo un instante y miró alrededor. Esa casa que había compartido con Carolina y su hija parecía ahora un lugar extraño, lleno de recuerdos que le pesaban más que las maletas en sus manos.
Miguel bajó las escaleras con las maletas en la mano, pero al llegar al último escalón se encontró con su hija, Andrea, esperándolo en el recibidor. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y su rostro reflejaba una mezcla de dolor y decepción que Miguel no había visto jamás.
—Papá... ¿por qué? —preguntó Andrea, con la voz rota y temblorosa.
Miguel se quedó paralizado. Quiso hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
—¿Por qué nos hiciste esto? Mamá te amaba con todo su corazón. Te defendía cuando yo discutía contigo. Te miraba como si fueras su mundo... y tú... —Andrea hizo una pausa, ahogada por el llanto—. Al verte con esa mujer, mi corazón se destrozó en mil pedazos, papá. Nunca pensé verte con otra mujer... nunca.
Miguel dejó caer las maletas al suelo y dio un paso hacia su hija.
—Andrea, yo... no sabes cuánto lo siento...
—¿Lo sientes? —Andrea retrocedió un paso, alejándose de él—. ¿Eso crees que basta? Nos rompiste, papá. Nos destruiste.
Miguel sintió como si le hubieran arrancado el alma. Miró a su hija, buscando algo que pudiera decir para aliviar su dolor, pero sabía que no existía ninguna justificación que borrara lo que había hecho.
Andrea, con los ojos llenos de lágrimas, le dio la espalda y corrió escaleras arriba. El sonido de la puerta de su habitación cerrándose de golpe resonó en la casa.
Miguel se quedó allí, en el recibidor, con las maletas a sus pies y el peso de sus errores aplastándolo. Sabía que no solo había perdido a Carolina esa noche, sino también a su hija. Y ese dolor era más grande de lo que jamás hubiera imaginado