Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 17. Hola, cuñado.
Alessandro se quedó inmóvil, sus pensamientos enredados, sin saber qué decir o hacer. Sus manos se cerraron en puños a los costados mientras luchaba por controlar la frustración. Justo cuando estaba a punto de romper el silencio, un golpeteo en la puerta lo interrumpió, obligándolo a desviar la mirada hacia atrás.
—El médico y el nutriólogo están aquí —informó Asher desde la entrada.
—Hazlos subir —respondió Alessandro sin dudar. Asher asintió brevemente, lanzando una mirada fugaz hacia Alonzo, que permanecía en silencio, sumido en sus pensamientos, con la mirada perdida.
Cuando Asher se retiró, Alonzo levantó la vista, su expresión ligeramente más calmada, aunque aún marcada por la tensión de los últimos minutos.
—¿Por qué los trajiste? —preguntó Alonzo, su voz algo más suave, pero aún cargada de desconcierto.
Alessandro lo miró, su semblante endurecido por la preocupación y la responsabilidad que sentía. Dio un paso adelante, acercándose sin titubear.
—Te desmayaste y estás embarazado —replicó con una calma calculada—. ¿Qué se supone que haga? —Mientras hablaba, Alessandro le ofreció su mano para ayudarlo a sentarse en la cama. A pesar de la mirada desafiante de Alonzo, esta vez no lo rechazó, lo que sorprendió a Alessandro más de lo que estaba dispuesto a admitir.
En ese momento, la puerta se abrió, y el médico entró acompañado de una mujer joven. El doctor saludó a Alessandro con una inclinación de cabeza.
—Señor Bernocchi —dijo, su tono profesional aunque algo nervioso. Era el mismo médico que había extraído la sangre de Alonzo el día anterior. Detrás de él, la figura femenina aguardaba pacientemente.
Alessandro dirigió su mirada hacia ellos, pero cuando vio a la mujer, su rostro se endureció.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz grave y controlada, pero lo suficientemente fría como para erizar la piel del doctor.
—Asher dijo que... —comenzó a decir el médico, evidentemente incómodo.
—No tú, idiota —lo interrumpió Alessandro, apartando al médico con un gesto impaciente. Señaló directamente a la mujer detrás de él, su dedo índice apuntando con autoridad—. ¿Tú qué haces aquí?
La mujer dio un paso adelante con una sonrisa despreocupada, ignorando el tono hostil de Alessandro.
—Mi querido Geovanny me dijo que necesitabas un nutriólogo, y como mi hermano está de vacaciones, aquí estoy para guiar a mi cuñado hacia una alimentación sana —respondió con ligereza. Miró a Alonzo con una sonrisa amistosa, pero él le devolvió una expresión de confusión y rechazo. A pesar de la evidente hostilidad en el aire, la mujer no se inmutó. Se acercó a Alonzo y extendió la mano hacia él para saludarlo—. Hola, cuñado. Me llamo Alice, soy prácticamente la hermana del idiota de Alessandro.
Alonzo observó su mano, sin hacer el más mínimo esfuerzo por devolver el saludo, sus ojos reflejaban incomodidad.
—Él no es tu cuñado, deja de decir estupideces —gruñó Alessandro, empujando la mano de Alice hacia abajo con impaciencia, luego la arrastró a un lado—. Doc, revíselo y dime si necesita algo.
El médico asintió de inmediato, dirigiéndose hacia Alonzo con cautela.
—Sí, en seguida —respondió, sacando sus utensilios médicos con movimientos precisos, aunque la tensión en la habitación no le pasaba desapercibida.
Justo cuando el médico comenzaba a prepararse, Alonzo, sin previo aviso, lanzó una frase que hizo que el aire en la habitación pareciera detenerse.
—No finja que le importa —dijo en voz baja, pero lo suficientemente clara como para ser escuchada. Sus palabras resonaron, congelando brevemente a los presentes.
El médico, que ya había presenciado la tensa interacción entre ellos el día anterior, continuó con su labor en silencio, concentrándose en su trabajo como si nada hubiera pasado. Sin embargo, Alice esbozó una pequeña sonrisa para sí misma, disfrutando del drama.
Alessandro, por otro lado, se quedó inmóvil por unos segundos. Las palabras de Alonzo lo habían golpeado con una frialdad que apenas lograba contener. Su rostro, que hasta entonces había mantenido cierta neutralidad, se oscureció notablemente. La tensión en su mandíbula era visible, y sus ojos, normalmente calculadores y fríos, parecían endurecerse aún más.
Había llevado su paciencia al límite. El control que tanto valoraba comenzaba a resquebrajarse.
—Solo deja que te revisen —dijo Alessandro, su voz ahora grave y gélida—. Hablaremos después.
Sin esperar respuesta, Alessandro giró sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él con más fuerza de la necesaria. Dentro de la habitación, el ambiente quedó impregnado de la pesada tensión que había dejado su partida.
Alice, que permanecía en un rincón de la habitación, lo observó por un momento, su sonrisa de antes había desaparecido. El médico continuó con su revisión, en silencio, pero sus movimientos eran rápidos y eficientes. Sabía que no había espacio para errores en una situación tan delicada. Después, Alice también hizo su intervención.
Alice, acompañada del médico, bajaron por las escaleras y se encontraron con Alessandro en la sala. Él estaba sentado en un sillón de cuero oscuro, con un cigarrillo entre los dedos y un vaso de whisky medio vacío en la otra mano. El brillo tenue de la luz jugaba con las sombras en su rostro, resaltando la tensión en su mandíbula mientras daba una calada al cigarrillo.
—¿Y bien? —cuestionó Alessandro, su voz grave y cortante, en cuanto los dos profesionales llegaron hasta él. No levantó la vista, sus ojos fijos en algún punto del suelo, pero la impaciencia era evidente en el tono de su voz.
Alice, sin esperar una invitación, se acomodó en un sillón frente a él con la misma naturalidad que siempre la caracterizaba, mientras el médico permanecía de pie, visiblemente incómodo, hasta que Alessandro, con un ligero movimiento de la mano, le indicó que tomara asiento. El médico asintió nervioso y se sentó en el borde del sillón, claramente tratando de mantener la compostura en la tensa atmósfera que llenaba la sala.
—Él está bien —comenzó el médico, su voz más firme de lo que se sentía—. Solo se desmayó por la impresión de la noticia. Aun así, debemos vigilar su presión arterial. Dijo que le dolía un poco la cabeza, así que le di un par de pastillas que no afectan al bebé.
El médico hizo una pausa, titubeando. Sus ojos se movieron incómodos hacia Alessandro, como si debatiera internamente si debía continuar hablando. Alessandro lo notó de inmediato, y su mirada se endureció.
—¿Pero...? —inquirió Alessandro, adivinando que había algo más que el médico no se atrevía a decir. Su tono era afilado, una clara advertencia para que no intentara ocultar nada.
—Pero —repitió el médico, aclarando su garganta—, yo soy médico general, señor. Le recomendaría llevarlo a un especialista. Ellos sabrán mejor que yo qué cuidados adicionales requiere en este tipo de situaciones su... —Se detuvo, buscando cuidadosamente las palabras adecuadas—, bueno, para el joven que está arriba —concluyó, evitando cualquier comentario sobre la naturaleza de la relación entre Alessandro y Alonzo.
Alessandro tomó otro sorbo de su whisky, su rostro permanecía inmutable, como si estuviera procesando la información con una frialdad calculada. Después de un largo silencio, asintió levemente.
—Bien, ya puedes irte —dijo Alessandro, su tono bajo pero con la autoridad que lo caracterizaba. Giró la cabeza ligeramente hacia un rincón de la sala—. Asher, acompaña al médico y págale.
Desde la penumbra, Asher emergió como una sombra silenciosa, inclinando la cabeza en señal de obediencia.
—Venga conmigo —dijo Asher, con su tono neutral, invitando al médico a seguirlo.
El doctor se levantó rápidamente, aliviado de que la conversación hubiese terminado, pero justo cuando estaba por salir, se detuvo en la puerta, recordando algo que lo inquietaba. Se giró lentamente, reuniendo el valor para decir lo que tenía en mente.
—Oh, señor... —comenzó con cautela, y Alessandro levantó una ceja, señal inequívoca de que su paciencia se estaba agotando—. No debería fumar, el humo podría afectar al joven en gestación —dijo, refiriéndose discretamente a Alonzo, su voz temblorosa ante la advertencia.
Alessandro se quedó inmóvil, sus ojos se estrecharon con un destello de peligro. Detestaba que alguien se atreviera a decirle qué hacer. Una nube de irritación se formó en su rostro, que se volvió tan tenso como una cuerda a punto de romperse.
—Dije que te fueras, ¿no escuchaste? —respondió Alessandro, su voz ahora impregnada de un tono helado y cortante. No levantó la voz, pero la amenaza en sus palabras era clara. No le gustaba repetir las cosas, y menos que alguien lo cuestionara o le diera indicaciones. El doctor, captando la severidad del momento, se limitó a asentir nerviosamente y salió apresurado de la sala, seguido de cerca por Asher.
Gracias por compartir una de tus pasiones.
Y hacerme adicta a tus historias.
suerte gracias de nuevo a seguir con las historias .
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