Blindr

El alto elfo Alvís tenía su propia estancia en un edificio construido en una cara de la montaña primordial de Alfheim. En ese edificio descansaba la guardia cuando no estaban en su puesto en la plataforma que era antesala a la puerta de los mundos. Allí también Alvís y sus asistentes recibían las noticias, autorizaciones y demás papeleo proveniente de la oficina de magia en la base de la montaña.

Afortunadamente, era una época de pocos viajes entre mundos. Sin los Svartálfar para comerciar, la puerta era mayormente usada por los de Vanaheim, que para esa época estaban en las fiestas de su reino, por lo que iban y venían muy poco. Es por eso que Alvís se sorprendió mucho al escuchar la alarma mágica que resonó en toda la montaña. Con un solo paso, el mago elfo se teletransportó a la plataforma que antecedía al puente, el acceso a la puerta de los mundos.

—¿Qué ocurre?

Caía la noche, pero la última luz del día y las farolas que se habían encendido temprano le permitieron ver claramente la escena de sus guardias caídos en el suelo de la plataforma. Al menos la mitad seguían en pie.

—¿Quién eres? ¿Cómo has logrado llegar aquí?

Se trataba de un joven, a pesar de que los cabellos los tenía de un color gris casi blanco. Vestía con camisa blanca, chaleco y pantalón corto color negro, llevaba una mochila tejida colgada al hombro. En su mano derecha sostenía un palo retorcido.

—Bueno, soy quien soy, y he llegado aquí caminando. Solo que no esperaba que tuvieras un hechizo de detección tan bueno.

Su voz era potente. Alvís lo analizaba con sus ojos mágicos. No era un Elfo, no era un Vanir, ni un Svartálfar, ni mucho menos un Humano.

—¿Eres un Jotun? —preguntó Alvís intrigado, interponiéndose entre el intruso y el puente—. ¿Por qué entras a la fuerza a esta montaña? Si quieres usar la puerta de los mundos, debes hacer una solicitud…

—Las puertas se hicieron para usarlas, la existencia es libre, mi viejo elfo. Y no soy un Jotun. No me gustan los Gigantes. Pero es normal que se me confunda con uno, por ese motivo me negarían usar la puerta en tu oficina… de todos modos, no voy a pedir permiso nunca para usarlas.

—Has herido a mis guardias y te niegas a usar la razón —una espada larga de empuñadura de oro apareció en la mano izquierda de Alvís—. No pasarás y recibirás tu castigo.

—Voy a usar esa puerta, porque yo tengo derecho a usarla, mi viejo elfo.

El joven corrió hacia Alvís, transformándose en lobo.

—¡Magia de Jotun! —gritó Alvís lanzándole una estocada, pero el lobo parecía hecho de humo, así que la espada lo traspasó y siguió corriendo hacia el puente. La guardia élfica que seguía en pie había tomado posiciones y empezó a arrojarle flechas al lobo que lo atravesaban sin hacerle daño.

—¡Usen fuego! ¡Es magia de Jotun! —gritó Alvís mientras su espada empezaba a arder en llamas y atacaba al lobo por la espalda. El lobo de humo gris que casi llega al puente tuvo que lanzarse a un lado para esquivar la espada de fuego. Ya volvía a tener su forma normal.

—Qué molesto eres. ¿Piensas matarme? No he matado a ninguno de tus guardias, todavía.

—Entrégate, Jotun —dijo Alvís y con una agitación de su espada un círculo de fuego los rodeó.

—¿Por qué? Esto es más divertido, lo es para ti y lo es para tus guardias. Elfos que viven y viven, acostumbrados siempre acostumbrados, ya sea tiempo de paz o tiempo de guerra, lo único que anhelan es el cambio. Pero el cambio no es eterno, siempre que hay un cambio llega después la larga monotonía. No pueden evolucionar si el tiempo está detenido en su existencia.

—¡Calla! ¡Jotun! No puede ser casualidad que aparezcas aquí luego de que hace no mucho un grupo que hace parte del juego de Asgard ha pasado por la puerta, ¿qué tienes que ver en el juego de los dioses? —dijo Alvís.

El joven negó con la cabeza.

—No es asunto tuyo, pero ya que lo quieres saber, voy tras la runa. Voy a robársela al humano.

Alvís notó algo entonces.

—¡Maldito! ¡Tú me has puesto un velo! No te veo como eres realmente, ¿qué ocultas?

Esta vez, el joven atacó a Alvís, que interceptó el palo torcido del muchacho con su espada de fuego, pero la espada, al hacer contacto con el palo, se apagó y una rama creció y se desprendió del palo, cubriendo completamente la espada de Alvís y a él mismo. Acto seguido, después de cientos de años de existencia, Alvís recibió un fuerte puño en su cara y cayó al piso. Cuando se incorporó destruyendo las ramas, vio que el joven ya no estaba.

Se había convertido en águila y volaba hacia la puerta de los mundos, esquivando la lluvia de flechas de fuego que la guardia élfica le lanzaba.

Alvís se acarició la mejilla. Había logrado ver algo cuando tuvo al muchacho tan cerca; usaba un parche en su ojo derecho y su otro ojo era... Pero no podía ser.

—¡ Asagrim! —llamó Alvís al águila.

A su mente llegó un mensaje.

“Casi” —decía.

El águila cruzó a toda velocidad la puerta de los mundos, que se había abierto por sí misma a los deseos del muchacho, a Svartálfaheim.