Sr. Y Sra. Claus

Aila

Me encontraba frente a la chimenea, limpiando mis lágrimas con movimientos torpes, sintiendo un poco de vergüenza por haberme dejado llevar. Las llamas danzaban suavemente, proyectando sombras cálidas por toda la sala. Nik, siempre atento, me había dado una taza de chocolate caliente con malvaviscos, y el simple gesto me hizo sonreír, aunque mi corazón aún pesaba.

No sabía qué me había hecho ese té, pero lo cierto era que había logrado desatar todas mis confesiones, exponiendo sentimientos que llevaba tiempo guardando. Me sentía vulnerable y ridícula al mismo y tiempo.

—Lo siento —murmuré, mi voz apenas audible mientras miraba el chocolate en mis manos—. No debí confesar todo ese montón de cosas.

Él se rio, esa risa suya que era un tanto grave y reconfortante. Luego, se sentó a mi lado, pasando un brazo alrededor de mis hombros, envolviéndome en un abrazo que no sabía cuánto necesitaba.

—No te preocupes —dijo con tranquilidad—. La verdad fue muy tierno ver cómo te expresabas.

Sus palabras me hicieron sentir un calor distinto al de la chimenea, algo más profundo. Me apoyé en su pecho, sintiendo el latido constante de su corazón bajo mi oído mientras él comenzaba a acariciar mi cabello con movimientos suaves y cuidadosos.

—Gracias por dejarme volver a tener mi cabello largo —dije en un murmullo, casi más para mí que para él.

—Te veías linda con el corto —respondió, con esa sinceridad que siempre llevaba en sus palabras—. ¿Por qué te lo habías cortado?

Rodé los ojos al recordar.

—Por el tonto de mi ex.

Una chispa de curiosidad brilló en sus ojos, pero no dijo nada.

—¿Era el chico que te visitó una vez? —preguntó finalmente.

Me giré hacia él, sorprendida.

—¿Cómo sabes eso? —inquirí, frunciendo el ceño.

Nik se encogió de hombros, su expresión tranquila, pero cargada de algo que no podía descifrar del todo.

—¿Hace cuánto me vigilabas? —insistí, cruzándome de brazos, aunque una sonrisa juguetona empezaba a asomar en mis labios.

—¿Una semana? No estoy seguro —dijo con aire despreocupado, como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Y antes de eso? —le pregunté, arqueando una ceja.

Él hizo una pausa, como si estuviera calculando algo, antes de mirarme directamente.

—Dos días, tal vez menos. Uno sabe muchas cosas de una persona los primeros minutos que la observa —contestó con serenidad.

—¿Ah, sí? —ladeé la cabeza, curiosa—. ¿Y qué notaste en mí?

Nik me sostuvo la mirada, sus ojos claros reflejando las llamas de la chimenea.

—Noté que estabas sola —dijo finalmente—. No tenías a casi nadie a tu alrededor. La mayoría de las personas siempre tienen a un amigo o amiga con quien compartir algo, o al menos están pendientes de su celular. Pero tú... tú apenas mirabas el tuyo. Te enfocabas tanto en tu trabajo que, cuando salías, parecías... triste.

Sus palabras calaron hondo, como si hubieran encontrado un rincón olvidado de mi alma.

—¿Te atrajo mi tristeza? —pregunté, intentando bromear para disipar el nudo que se formaba en mi pecho.

Él rio suavemente, su risa ronca resonando como un eco reconfortante en la habitación.

—Claro que no —respondió, negando con la cabeza—. Me atrajo tu diferencia. He conocido a muchos no creyentes a lo largo de mi vida, pero siempre tenían sueños, aunque fueran básicos, relacionados con la familia, el amor o la felicidad. Sin embargo, tú... tú no tenías ningún sueño. Y, aun así, tampoco creías en nada. Eso te hacía única.

El silencio se instaló entre nosotros, cómodo, como si ambos estuviéramos digiriendo la verdad de sus palabras. Era cierto. Había dejado de soñar hace tanto que ni siquiera recordaba cómo se sentía tener uno.

Finalmente, rompí el silencio, mi voz saliendo en un susurro lleno de incertidumbre y algo de esperanza.

—¿Entonces podré tener un bebé? —pregunté, jugando con la taza de chocolate entre mis manos—. ¿Cómo funciona? ¿Pones magia en mi vientre o algo así?

Nik soltó una carcajada, una que iluminó el ambiente de una manera especial.

—No —dijo entre risas, negando con la cabeza—. Es como con los humanos. Ambos somos humanos, Aila. La diferencia es que yo soy inmortal.

—¿Entonces todo funciona como humano? —Miro hacia ese lugar, él se ríe y asiente.

—Sí, según aprendí de los vídeos, las partes masculinas deben entrar en las tuyas —Asiento, al escucharlo hablar así.

—Siento que estoy corrompiendo un niño, no sé si me guste la idea.

—Soy un adulto, mucho, pero mucho grande que tú —Una mirada distinta, esa misma mirada que la mayoría de los hombres le dedica a las mujeres que ven con deseos, aunque también podía sentir el cariño, por las caricias.

Pone suavemente su mano en mi musl*o, suave, donde va subiendo.

—¿Qué tanto viste esos vídeos?

—Mucho, aunque no me gustaban los que no me daban contexto —Sonrió mientras niego con la cabeza, sintiendo como su mano sube suavemente, cuando murmura algo en mi oído, todo tiene sentido para donde vamos —Si no quieres que te toque más, dímelo, me detendré de inmediato.

¿Estaba loco? Claro que no quería que se detuviera, antes si me tocaba más, mucho mejor.

—Toca más —Susurro, él jala levemente mi cabello para besarme, pero esta vez no es como el primero que nos dimos, al contrario, este lleva más control, parece que los hombres nacían con eso o tal vez así era Nikolas.

—¿Estás segura?

—Sí, aunque no sé si Diosito nos va a castigar por esto.

—Ese viejo será feliz, porque daré nietos más rápido —Sonríe, mientras me acomoda en el sofá, primero me quita suavemente las prendas de arriba, dejándome a su merced, me cubro un poco mis pech*os. —¿Por qué te tapas? —Me mira confundido, mientras no deja de ver un poco lo que no alcanzo a cubrir del todo con mi brazo.

—No sé, me da vergüenza, no soy tan bonita como las que aparecen en esos vídeos.

—Pero todos los cuerpos son distintos, lo que me importa es que seas tú —Lo dice de una forma tan linda, que no puedo evitar sentirme feliz por hacer esto con él, era tan diferente a los hombres que existen en el mundo real.

Con su ayuda quita mi brazo, aun faltaba la parte de abajo, que no dejaba de dar menos vergüenza. Se acerca a uno de mis puntos, sopla y un aliento frío me hace arquear la espalda por esa sensación que nunca en mi vida había sentido. Luego lo hace con el otro, siento como me pongo muy húmeda.

Sigue jugando un rato con ellos, mientras yo jade*o, creo que eso lo motivaba el doble de lo que debería. No espero ni dos segundos, para quitarme rápido el pantalón, pensé que haría frío, porque bueno, estamos en el polo norte. Pero al contrario, sentía calidez a menos que me soplará en alguna zona en particular.

—No me vayas a soplar ahí —Le digo, aunque una parte de mí quería probar como se iba a sentir, porque no era como el hielo, era algo que generaba calor y frío.

—¿por qué? —Levanta su mirada, cuando ya la iba a enterrar en mi zon*a. Había puesto mis piern*as en sus hombros, se veía tan feliz haciendo todo lo que aprendió.

—No sé, pero hazlo con amor —No tenía una respuesta a ciencia cierta, pero Nikolas asiente y se enfoca en esa parte.

Pasa su lengu*a, un cosquilleo cuando la siento fría. Dios mío, esta sensación me saldrían matando, porque no se detiene ahí, sigue jugando con su lengu*a, otra vez y otra vez, algunas veces a temperatura normal y otras veces un poco fría. Mis piern*as habían comenzado a temblar, lo estaba sintiendo más rápido de lo normal, ¿era por el tiempo?

—¿Te vas a veni*r? —Pregunta sin siquiera mirarme, al contrario, aumenta la velocidad, yo había experimentado esto sola, no con alguien. Había pocos hombres que te dedican el tiempo y yo lo acabo de conocer.

No alcancé a responder, porque me alcanzó ese amado clima*x, fabuloso e increíble, que me hizo ver estrellitas unos segundos. Sentí como los brazos de Nikolas me agarraron por la cintura, cuál muñeca de trapo y puse mis piern*as alrededor de sus piernas, lo sentí. Lo sentí como una piedra, tal parece que a Santa Claus también se le par*a.