"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Celos, locura y tension
Maximiliano y Nicolás se dirigían al ascensor del restaurante más prestigioso de la ciudad. Con sus trajes perfectamente ajustados y las caras serias, parecían dos ejecutivos convencionales, pero la tensión que había entre ellos era palpable. Este era un día importante, una reunión con inversores que podría hacer o deshacer su compañía. El ascensor llegó al piso, y las puertas se abrieron de par en par.
Antes de que Nicolás pudiera siquiera respirar aliviado, Dahna, con su característico descaro, se coló en el ascensor. Se plantó frente a Nicolás y, sin prestarles atención, oprimió el botón del piso al que iba. Sorprendido, Nicolás apenas logró procesar la situación. El destino lo había reunido de nuevo con Dahna, una joven que lo había intrigado desde la primera vez que la conoció. Sin embargo, hoy ella tenía un aire que lo desconcertaba; estaba en medio de una misión propia, algo que ni Maximiliano ni él podían imaginar.
—¿Te das cuenta de que ella acaba de presionar el mismo piso al que vamos? —le dijo Maximiliano, rompiendo el silencio que se había formado.
Nicolás metió las manos en los bolsillos, observando la espalda de Dahna con atención. Ella parecía estar absorta en sus pensamientos, ignorando la presencia de los hombres que la rodeaban. De pronto, su amigo lo golpeó en el brazo, sacándolo de su trance.
—¡Ey, te hablo a ti! —exclamó Maximiliano, con una sonrisa traviesa en el rostro.
—¿Qué? —respondió Nicolás, todavía tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo.
—Te dije que debemos atrapar a estos inversores; son adecuados para nuestro negocio —dijo Maximiliano, mientras sus ojos viajaban entre Nicolás y la joven de cabello oscuro que se había subido con ellos al ascensor.
—Sí, lo sé —murmuró Nicolás, aunque su mente estaba lejos, enfocada en Dahna, quien, con una sonrisa burlona, parecía disfrutar de la situación.
El ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron una vez más. Los tres se bajaron, pero Nicolás no perdió de vista a Dahna. La vio saludar a un joven que ya los esperaba en el área de la reunión y, casi sin pensar, se sintió invadido por un impulso de arruinar la cita de esos dos. La incomodidad le hizo tensar la mandíbula. ¿Por qué le molestaba tanto que ella estuviera con otro? Maximiliano lo observaba con una mezcla de diversión y curiosidad.
—¿Listo para la reunión? —preguntó Maximiliano, notando que la atención de Nicolás se desviaba más hacia Dahna que hacia las propuestas de los inversores.
La sala de reuniones estaba elegantemente decorada y llena de gente que hablaba en murmullos animados. Nicolás y Maximiliano se unieron al grupo, donde las conversaciones sobre cifras y proyecciones ya estaban en marcha. Sin embargo, el interés de Nicolás no estaba en las cifras, sino en la mirada que Dahna compartía con el joven que había saludado.
—Chicos, tenemos que centrarnos —dijo un inversor de mediana edad, golpeando suavemente la mesa para llamar la atención.
Maximiliano asintió, aunque la risa en sus ojos delataba que algo más estaba pasando. Nicolás se esforzó por concentrarse, pero era casi imposible. La tensión se acumulaba en su mandíbula, y su mente seguía divagando hacia los pensamientos más oscuros sobre la relación entre Dahna y el joven. ¿Quién era él? ¿Qué intenciones tenía? A medida que las presentaciones y propuestas se sucedían, Nicolás no pudo evitar girar la cabeza para observar a Dahna, que parecía tan cómoda con él.
—Nicolás, ¿estás bien? —preguntó Maximiliano en voz baja, notando la tensión que emanaba de su amigo.
Nicolás no le respondió. Su mirada se mantuvo fija en Dahna, quien en ese momento soltó una risa que resonó en el aire como una melodía, provocando un pequeño tirón en el corazón de Nicolás. Se sentía como un niño al que le habían robado su caramelo.
La reunión continuó, y cada vez que uno de los inversores hablaba de cifras, Nicolás se preguntaba si sería capaz de romper algo. Finalmente, cuando la reunión estaba llegando a su fin, el inversor principal les pasó un contrato para que lo firmaran.
—Nicolás, firma aquí —dijo Maximiliano, rompiendo de nuevo su concentración.
Nicolás se giró, tomó la pluma y firmó sin mirar. La atención de los inversores era en gran parte hacia él, y aunque su mente estaba lejos, su cuerpo seguía el protocolo. Mientras tanto, Dahna y su acompañante intercambiaron miradas que llenaron a Nicolás de frustración.
Al final, los inversores comenzaron a marcharse, y Maximiliano se dirigió a Nicolás con una expresión de preocupación.
—¿Qué te pasa, amigo? Pareces un volcán a punto de estallar.
—No me digas si no quieres, pero ya vamos, tenemos trabajo por hacer —le dijo nuevamente a nicolas, intentando desviar la conversación.
Maximiliano lo miró, pero no dijo nada más. La preocupación por su amigo era evidente en su rostro. Nicolás sabía que debía regresar a la empresa, pero en el fondo había una parte de él que quería permanecer aquí, en la habitación, observando a Dahna y su nuevo "amigo".
—Me quedará a comer. Si quieres, vuelve tú a la empresa —dijo Nicolás con determinación.
Maximiliano levantó una ceja, sorprendido.
—Espera, ¿te quedarás a comer? —preguntó.
Nicolás lo miró, y la risa de Dahna resonó en su mente, encendiendo algo que no podía identificar del todo.
—Sí, ¿tiene algo de malo? —replicó.
Maximiliano suspiró, frustrado, pero se dio cuenta de que no iba a lograr convencerlo.
—No lo sé. Tal vez es extraño ver a alguien obsesionado con el trabajo que todo el tiempo prefiere estar encerrado en su oficina decir que se quedará a comer por fuera —dijo, haciendo una mueca.
Nicolás se rascó la cabeza. Sabía que su amigo tenía razón, pero hoy era diferente. Quería hacer algo diferente.
—Pues hoy quiero hacerlo así —respondió, cruzando los brazos y desafiando a Maximiliano con la mirada.
El amigo observó en dirección a Dahna, su expresión cambiando a una sonrisa comprensiva. Sin querer arruinar los planes de Nicolás, decidió darle espacio y se marchó, dejando a su amigo en el limbo de la indecisión y la atracción.
Dahna se levantó de su asiento, ignorando al joven que la acompañaba y dejando una estela de curiosidad a su paso. Se dirigió al baño con una confianza que solo ella podía proyectar, cruzando las piernas al caminar, lo que atrajo las miradas de algunos comensales. Nicolás, al verla alejarse, sintió un impulso irrefrenable de seguirla. Era como si una fuerza invisible lo estuviera empujando a no dejarla ir.
Frente al baño de damas, se acomodó contra la pared, su mente maquinando sobre qué había pasado entre ellos esa noche. No había sido solo un encuentro casual; había algo más profundo que lo había dejado intrigado. Al cabo de unos minutos, la puerta se abrió y Dahna salió, con sus brazos cruzados sobre el pecho y una gran sonrisa que iluminaba su rostro.
—¿Tanto te gustó la noche que pasamos que ahora me persigues? —dijo con un tono juguetón, como si disfrutara de la atención.
Nicolás, sin poder evitarlo, se acercó a ella. La atrajo hacia él y la presionó suavemente contra la pared, su mirada fija en sus ojos desafiantes.
—¿Quién es ese idiota? —preguntó, la frustración brotando en su voz.
Dahna soltó una risa musical, divertida por la reacción de Nicolás.
—¿Estás celoso? Apenas tuvimos una noche, Nicolás —respondió, manteniendo su tono burlón.
Nicolás la miró con seriedad, sintiendo que no podía evitarlo.
—Puede que no me guste compartir —dijo, intentando mantener la compostura mientras su corazón latía con fuerza.
Dahna se acercó aún más a él, y la conexión entre ellos se hizo palpable. La química que había surgido en su primera noche juntos estaba ahí, vibrando en el aire. Sin pensarlo dos veces, Nicolás inclinó la cabeza y la besó, un beso demandante que transmitía todo lo que había reprimido hasta ese momento.
Dahna respondió al beso, dejándose llevar por la pasión que los rodeaba. Cuando se separaron, Nicolás miró a su alrededor, asegurándose de que el pasillo estuviera vacío. Con un movimiento rápido y decidido, la tomó en brazos y la llevó hacia el baño, cerrando la puerta de uno de los cubículos tras ellos.
Dahna sonrió con picardía mientras enredaba sus piernas en la cintura de Nicolás. El espacio era pequeño, pero eso solo aumentaba la intensidad del momento. Se miraron a los ojos, sabiendo que estaban a punto de desatar una tormenta de deseo que habían estado reprimiendo.
Nicolás comenzó a moverse, sus cuerpos entrelazándose en una danza de placer. La pasión fluía entre ellos, cada suspiro de Dahna resonando en el aire. Él se movía con firmeza, mientras Dahna jadeaba de placer, dejándose llevar por la experiencia.
El mundo exterior se desvaneció; no había nada más que ellos dos y esa conexión ardiente. Con cada movimiento, cada entrada y salida, se acercaban al clímax, dejándose llevar por la intensidad del momento hasta que finalmente llegaron a la cúspide de su placer.
Ambos quedaron exhaustos, el cubículo del baño lleno de sus risas y respiraciones entrelazadas. La realidad se filtró lentamente en sus mentes, pero en ese instante, todo lo que importaba era el calor que habían compartido. Sabían que su relación había cambiado para siempre, pero la incertidumbre de lo que vendría después no podía opacar la conexión que habían creado en ese pequeño cubículo.
Dahna ajustó su falda negra corta y su blusa, respirando hondo para recuperar el control tras la explosión de pasión que habían compartido. Mientras tanto, Nicolás abrochaba sus pantalones, su mente aún girando en torno a lo que había sucedido. Antes de que Dahna pudiera salir del cubículo, él la tomó del brazo y la jaló suavemente hacia él.
—Ven conmigo —le dijo, un destello de determinación en sus ojos.
Dahna sonrió, disfrutando de la situación y de la reacción que provocaba en Nicolás.
—Estoy en una cita —respondió, haciendo hincapié en cada palabra, como si quisiera provocarlo un poco más.
Nicolás suspiró, intentando contener su frustración.
—¿Y? Déjalo y ven conmigo.
Ella se acercó, pasando las manos por el pecho de Nicolás, provocativa.
—¿A dónde iremos? —preguntó de manera ladina, con una chispa en sus ojos que indicaba que disfrutaba del juego.
—A donde quieras —respondió él, casi sin pensarlo.
Dahna sabía que solo debía enviarle un mensaje a aquel idiota que estaba sentado en la mesa, convencido de que la tenía en sus garras. Pero, por alguna razón que no terminaba de entender, sentía un impulso irresistible de ir con Nicolás. Así que, tras una breve consideración, decidió aceptar su invitación.
Salieron del baño, y el aire del restaurante les dio la bienvenida. La tensión entre ellos aún era palpable, pero había algo más, un nuevo entendimiento que los había unido en esos breves momentos de locura.
—¿Y ahora qué? —preguntó Dahna, mirando a su alrededor como si no estuviera segura de qué hacer.
Nicolás se encogió de hombros, la confianza regresando a sus gestos.
—Hay un lugar cerca que tiene una terraza con vistas impresionantes. Tal vez podríamos ir allí y alejarnos un poco de las miradas curiosas.
Dahna levantó una ceja, interesada.
—Suena perfecto. No quiero que mi "cita" sepa que estoy aquí, así que sígueme el juego.
Ambos se dirigieron hacia la salida del restaurante, y al cruzar la puerta, el bullicio de la ciudad se desató a su alrededor. Se adentraron en una calle adornada de luces titilantes, creando una atmósfera mágica.
A medida que caminaban, la conversación fluía con facilidad, la tensión del cubículo del baño convirtiéndose en risas y miradas cómplices. Nicolás le contó historias sobre su trabajo, y Dahna, no dispuesta a quedarse atrás, compartió anécdotas de sus aventuras, cada una más extravagante que la anterior.
—Una vez, intenté infiltrarme en una reunión de inversores con un disfraz ridículo. Me hice pasar por asistente de catering. —Se rió, recordando la experiencia—. Casi me descubren, pero logré salir con una gran cantidad de información.
Nicolás soltó una carcajada.
—Eso suena un poco peligroso. ¿No tenías miedo?
—¿Yo? Nunca. A veces, tienes que arriesgarte un poco. Lo importante es salir con estilo.
Al llegar a la terraza, la vista era impresionante. La ciudad se extendía ante ellos, iluminada como un mar de estrellas. Nicolás y Dahna encontraron una mesa en la esquina, donde podían disfrutar de la brisa y la belleza del paisaje.
—Es realmente hermoso aquí —dijo Dahna, mirando a su alrededor.
—Lo es, pero creo que la compañía lo hace aún mejor —respondió Nicolás, sonriendo con complicidad.
Dahna le lanzó una mirada divertida, consciente de la tensión que aún persistía entre ellos.
—Tal vez deberíamos hacer de esto una tradición. Unas copas y risas, lejos de las citas aburridas.
—Me parece una excelente idea —dijo él, y en ese momento, su conexión se volvió aún más fuerte.
Pasaron el resto de la tarde disfrutando de la comida, riendo y compartiendo historias. Las preocupaciones sobre sus vidas, el trabajo y las citas se desvanecieron mientras se sumergían en su pequeña burbuja de felicidad. Nicolás disfrutaba de cada instante a su lado, sintiendo que Dahna era más que solo un encuentro pasajero; había algo en ella que lo atraía irresistiblemente.
Con cada sorbo de vino y cada bocado de comida, la tensión se transformaba en una cercanía palpable. Ambos se dieron cuenta de que estaban en un lugar donde las risas eran más que simples momentos; eran la base de una conexión que parecía ir creciendo.
—¿Sabes? —dijo Dahna de repente, mientras jugueteaba con su copa—. Me alegra que hayas aparecido esta noche.
Nicolás la miró, su corazón latiendo con fuerza ante la sinceridad de su comentario.
—A mí también. Nunca pensé que acabaríamos aquí, pero estoy muy contento de que lo hayamos hecho.
Ella se sonrojó ligeramente, pero rápidamente ocultó la emoción detrás de su habitual actitud despreocupada.
—No me hagas ponerme seria. Solo quiero disfrutar de la noche.
Nicolás asintió, decidido a seguir el juego.
—Entonces, ¿qué tal si hacemos una apuesta? Quien pierda tiene que pagar la próxima ronda de bebidas.
—¿Y qué apostamos? —preguntó Dahna, intrigada.
Nicolás sonrió, pensando rápidamente en algo.
—Si ganas, yo te cuento un secreto. Si pierdes, tú me cuentas uno.
—Trato hecho —dijo ella, extendiendo la mano para sellar el acuerdo.
El resto de la noche pasó entre juegos de palabras, apuestas locas y revelaciones inesperadas. La conexión entre Nicolás y Dahna crecía a medida que se compartían secretos y risas, y la noche se tornaba en un recuerdo que ambos atesorarían.
Dahna sintió que el tiempo se detuvo, y por primera vez en mucho tiempo, dejó de lado sus preocupaciones y los demonios de su vida, disfrutando de lo que el momento les ofrecía.
Cuando finalmente se despidieron, ambos sabían que había mucho más por descubrir entre ellos.