Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 2 Prueba
Aristoteles mantenía ambas manos firmemente en el volante del automóvil, sintiendo la suave vibración del motor mientras el GPS marcaba el camino hacia su destino en Long Island. En el asiento trasero, Alice Crawford y su asistente, James, estaban ocupados en su propio mundo. Aristoteles lanzaba ocasionales miradas por el retrovisor, encontrándose inevitablemente observando a Alice, quien tenía una hoja en el regazo y deslizaba la punta de sus dedos con precisión y delicadeza sobre una serie de puntos en relieve.
Alice estaba leyendo en braille los informes de Crawford Medical Solutions, la empresa subsidiaria de dispositivos médicos que había sido su primer gran apuesta dentro de Crawford Holdings Tecnológic. Cada paso de esa compañía, cada línea de desarrollo, había sido impulsado por su visión —una ironía dolorosa, ya que ella había perdido la vista a los doce años. Aristoteles la miró de nuevo, observando cómo mantenía una concentración inquebrantable, absorta en su lectura mientras James revisaba su tablet a su lado.
Alice alzó la cabeza ligeramente y rompió el silencio.
—¿Yamara respondió algo sobre el contrato? —preguntó con un tono autoritario y sereno a la vez.
James negó con la cabeza, sin levantar la vista de su tablet.
—Todavía no, señora Crawford. Estoy en espera de su respuesta.
Alice suspiró, visiblemente molesta, pero retomó su lectura sin añadir nada más. Aristoteles notó el ligero cambio en su expresión a través del espejo retrovisor, y aunque apenas la conocía, comenzaba a comprender la precisión y el dominio con el que ella manejaba cada aspecto de su empresa, y de su vida.
Mientras avanzaban, las calles comenzaron a abrirse, y poco a poco dejaron atrás los altos edificios de la ciudad para entrar en la autopista. Aristoteles aceleró un poco, intentando mantener el flujo de tráfico, pero algo le llamó la atención. En su espejo lateral, un coche oscuro, un sedán gris sin distintivos visibles, parecía seguirlos. Lo había notado poco después de salir del edificio, y aunque en un principio lo había atribuido a la casualidad, ahora sentía una incomodidad creciente.
Aristoteles bajó ligeramente la velocidad, observando por el retrovisor cómo el sedán hacía lo mismo. Su mirada se endureció, y su mente entrenada rápidamente entró en alerta.
—¿Todo bien, señor Dimitrakos? —preguntó Alice.
Aristoteles mantuvo la calma en su tono, aunque su mirada seguía atenta en los espejos.
—Sí, señora Crawford, todo bajo control.
Sin embargo, algo en su voz debió alertarla, pues Alice cambio su expresión. El auto detrás de ellos mantuvo la misma distancia cuando Aristoteles volvió a reducir la velocidad, confirmando sus sospechas. Justo cuando estaba decidiendo cómo proceder, un segundo vehículo, un SUV oscuro, apareció repentinamente detrás del sedán.
—Esto no me gusta nada —murmuró Aristoteles entre dientes, mientras su mente ya comenzaba a elaborar un plan de contingencia.
En un instante, el SUV aceleró de manera intempestiva y se desvió bruscamente hacia el automóvil de Aristoteles. Con un impacto ensordecedor, el vehículo chocó contra el lateral trasero, haciendo que el coche en el que viajaban se tambaleara violentamente. Alice y James se aferraron a los asientos, sorprendidos por la sacudida.
—¿Qué está pasando? —preguntó Alice, su voz permanecía firme, pero su expresión denotaba una alerta contenida.
—Aguanten fuerte —respondió Aristoteles, pisando el acelerador para intentar poner algo de distancia, aunque sabía que estaban en una situación crítica.
El sedán gris también se acercó por el otro lado, encerrándolos Aristoteles evaluó rápidamente la situación; estaban rodeados, pero no pensaba permitir que nada le ocurriera a Alice. Buscando cualquier ventaja, giró bruscamente el volante y maniobró para salir del cerco, pero el SUV volvió a embestirlos, obligándolos a frenar en seco. Alice y James se sujetaron como pudieron.
—¡Señora Crawford, manténgase baja! —ordenó Aristoteles, con un tono que no dejaba espacio para la duda.
Antes de que Alice o James pudieran reaccionar, las puertas de los vehículos enemigos se abrieron y de ellos salieron cuatro hombres. Dos de ellos portaban armas, y sin demora, comenzaron a disparar hacia el automóvil de Alice.
—¡James, cúbrala! —gritó Aristoteles mientras él mismo se deslizaba rápidamente hacia la parte trasera del coche, tratando de proteger a ambos con su cuerpo y su experiencia militar.
Las balas perforaron los cristales del coche, y Aristoteles sintió una explosión de adrenalina recorrer sus venas. No tenía un arma consigo, pero sus habilidades de combate estaban lejos de oxidarse. Abrió la puerta del conductor y se cubrió detrás del coche, evaluando rápidamente las posiciones de los atacantes. Uno de los hombres avanzaba hacia el coche mientras otros disparaban de forma desordenada.
Aristoteles aprovechó la confusión y se lanzó hacia el primer hombre, inmovilizándolo con un golpe preciso en la garganta. El hombre soltó el arma y cayó al suelo, sofocado. Aristoteles tomó el arma y se giró hacia el segundo atacante, quien intentaba apuntarle. Sin dudarlo, disparó, y el segundo hombre cayó al suelo, herido en una pierna.
Alice, quien se había agachado en el asiento trasero, escuchaba los disparos y sentía la tensión del momento. Aunque no podía ver lo que ocurría, percibía cada movimiento, cada sonido de la lucha exterior, y en medio del caos, sintió una mezcla de vulnerabilidad e inusual confianza. A pesar de la violencia que la rodeaba, el pensamiento de que Aristoteles estaba allí la tranquilizaba de un modo que la sorprendía.
James, por su parte, la cubría con su propio cuerpo, sin apartarse de su lado mientras trataba de calmarla.
—Está haciendo un buen trabajo, señora —murmuró, más para calmarse a sí mismo que a ella.
Los dos hombres restantes se acercaron a Aristoteles desde ambos lados, pero él se movía con la velocidad y precisión de un militar entrenado. Aprovechó la distracción de uno de ellos para desarmarlo, arrojando el arma fuera de su alcance y lanzando un golpe seco al rostro del atacante, que cayó al suelo. El último hombre, al darse cuenta de la situación, intentó retroceder, pero Aristoteles ya estaba sobre él. En cuestión de segundos, lo derribó, asegurándose de que no se levantara.
El silencio regresó al lugar, interrumpido solo por el sonido de las sirenas de la policía acercándose a la escena. Aristoteles respiraba con dificultad, pero mantuvo la calma, sabiendo que la situación estaba bajo control.
Regresó al coche y abrió la puerta trasera para ayudar a Alice a salir. Ella se incorporó con la misma dignidad y serenidad de siempre, su expresión apenas alterada por el caos que acababa de suceder. Su mano se extendió en busca de Aristoteles, quien instintivamente la tomó, guiándola hacia un lugar seguro mientras las sirenas aumentaban de intensidad.
—¿Está usted bien? —preguntó él, con una suavidad inesperada en su voz.
Alice levantó ligeramente el rostro hacia él, percibiendo su cercanía y sintiendo su respiración agitada a pesar del tono calmado de su voz. Sin saber por qué, el tacto de su mano, firme y cálido, le transmitía una seguridad que iba más allá de lo profesional.
—Parece que se ha ganado su pago hoy, señor Dimitrakos —dijo ella, en un tono que intentaba mantener la compostura, aunque había un rastro de admiración en sus palabras.
—Mi deber es protegerla, señora Crawford. Nada más importa. —Aristoteles mantuvo su mirada fija en ella, sintiendo una conexión inesperada, un lazo intangible que crecía en medio de la tensión.
Ambos quedaron en silencio un instante, el uno frente al otro, hasta que James interrumpió, aclarando la garganta.
—Señora, creo que deberíamos esperar a los agentes en un lugar más seguro —sugirió, con una mezcla de preocupación y profesionalismo.
Aristoteles asintió y, sin soltar la mano de Alice, la guió hacia un área protegida, con la vista siempre en alerta por si alguien más intentaba acercarse. Sin embargo, en su interior, no podía evitar sentirse atraído por esa mujer que, en medio de todo, mantenía una calma tan impenetrable como intrigante.
Mientras las sirenas se aproximaban, ambos sabían que ese encuentro había cambiado algo fundamental, un sentimiento de atracción e intriga que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir, pero que crecía con cada segundo que compartían juntos.
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo