En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
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19
Luca frunció el ceño, tratando de comprender el alcance de lo que Kain estaba diciendo.
—¿Quiere decir que es homosexual? —preguntó directamente, y Kain asintió.
—Sí —respondió con una mezcla de tristeza y resignación—. Mi familia lo vio como una vergüenza. Lo desterraron y borraron su nombre de nuestras vidas. Nadie habla de él, pero yo siempre lo recordé. Ahora es el único que puede entender por lo que estamos pasando.
Luca miró a Kain con una mezcla de compasión y admiración. Sabía que aquella llamada sería más que un simple pedido de ayuda. Era un acto de rebeldía contra todo lo que los había aprisionado hasta ahora.
—Entonces hazlo —le dijo con decisión—. Llámalo. Si hay alguien que pueda ayudarnos, es alguien que ya ha vivido esto.
Luca luchaba contra el sueño, pero las pesadillas lo atrapaban una y otra vez. En su mente, el bosque parecía extenderse infinitamente, una prisión de árboles altos y sombras alargadas. Podía sentir el crujido de las ramas bajo sus pies, el frío aire que llenaba sus pulmones y, sobre todo, la creciente sensación de terror que le recorría la columna. Los ladridos de los perros de caza resonaban con fuerza en la distancia, pero cada vez estaban más cerca. Sabía quién los perseguía, podía ver a su padre y al señor Sandoval al frente de la jauría, implacables, decididos a atraparlos. Kain corría a su lado, su mano entrelazada con la de Luca, pero sin importar cuánto aceleraran, no parecía haber escapatoria. El bosque se extendía sin fin, y el miedo crecía con cada paso.
De repente, Luca abrió los ojos de golpe, su respiración agitada y el pecho subiendo y bajando rápidamente. El aire denso del búnker lo recibió con una opresión familiar. Estaban a salvo, al menos por ahora. Giró la cabeza y vio a Kain, profundamente dormido a su lado. Su brazo descansaba pesadamente sobre su abdomen, y por un instante, Luca sintió una pequeña paz al verlo así, ajeno al peligro que los acechaba en el exterior.
Pero esa paz era efímera. El búnker parecía volverse más pequeño con cada segundo que pasaba, como si las paredes se cerraran sobre ellos. Luca deseaba más que nada en el mundo estar con Kain, amarlo libremente, pero la realidad se imponía con una brutalidad desgarradora. Si seguían escondidos, sabía que algo peor ocurriría. Su padre no descansaría hasta encontrarlos, y el señor Sandoval, el padre de Kain, tampoco sería misericordioso. Estaban siendo cazados, y el peso de esa verdad lo aplastaba.
Con cuidado, Luca deslizó el brazo de Kain de su abdomen y se incorporó. Se sentía inquieto, sus pensamientos corriendo tan rápido como en el sueño del que acababa de despertar. Buscó entre sus cosas hasta dar con su teléfono, pero no había señal en el interior del búnker. Decidido, se levantó y salió al exterior, donde el frío de la noche le golpeó el rostro. La oscuridad era impenetrable, y apenas podía ver más allá de unos pocos metros. Encendió la pantalla de su teléfono y, por un breve instante, la luz reveló lo agotado y adolorido que tenía el rostro. Sus ojos ardían de tanto llorar y de no poder conciliar el sueño.
Marcó un número con manos temblorosas, y después de unos segundos que parecieron eternos, escuchó una voz al otro lado de la línea.
—¿Luca? ¿En dónde estás? —preguntó la voz en un susurro urgente.
—Angel, por favor, necesito que nos ayudes —dijo Luca, su voz quebrándose mientras trataba de contener las lágrimas.
Su hermano mayor, siempre protector, se mantuvo en silencio unos segundos antes de responder, pero Luca podía sentir la desesperación en su tono.
—Luca, papá está como loco. Han emitido una orden de búsqueda y captura para ustedes. La policía los está buscando. Tienes que regresar a casa, te prometo que si regresas las cosas van a mejorar, papá puede ser duro a veces pero él terminará aceptándote —rogó Angel con un tono desesperado.
Luca sintió una puñalada de miedo al escuchar esas palabras. Sabía que estaban siendo perseguidos, pero escucharlo de su hermano lo hacía más real, más tangible. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos.
—No, Angel… no pueden separarme de Kain. Esto no está mal, nosotros nos amamos —murmuró Luca, ahogado en un sollozo.
Hubo una pausa en la línea, como si Angel estuviera debatiendo consigo mismo. Finalmente, su voz volvió, esta vez con un tono más calmado, pero igualmente preocupado.
—¿Dónde están? ¿Necesitan agua, alimentos? —preguntó Angel, intentando ofrecer algún tipo de ayuda.
—No sé en dónde estamos. Es un bosque, no sé cuál. Kain va a hablar con su tío... —respondió Luca con voz temblorosa—. Angel, por favor, no le digas a nadie que te llamé.
—Luca… —intentó decir Angel, pero antes de que pudiera decir más, la señal se cortó abruptamente.
Luca bajó el teléfono lentamente, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Todo su cuerpo temblaba, no solo por el frío de la noche, sino por el miedo y la incertidumbre que lo envolvían. Sabía que cada decisión que tomaban los acercaba a un peligro mayor. Mientras miraba hacia el oscuro horizonte del bosque, supo que ya no había vuelta atrás.
El aire en el búnker se había vuelto más pesado de lo normal, cargado de una tensión insoportable que presagiaba la tormenta que estaba a punto de desatarse entre ellos. Kain miraba su teléfono con incredulidad, como si no quisiera aceptar lo que acababa de leer.
—Luca, le envié un mensaje a mi tío —dijo con la voz tensa, rompiendo el silencio que hasta ese momento solo estaba lleno del eco de sus propios pensamientos—. Me ha dicho que vendrá a buscarnos, que tratemos de quedarnos aquí sin movernos hasta que llegue. Me ha dicho que hay una orden en nuestra contra.