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Un Reloj… En Sus Sueños

Un Reloj… En Sus Sueños

Status: En proceso
Genre:Romance / Futuro / Pareja destinada / Amor eterno
Popularitas:1.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Zoilo Fuentes

Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.

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CAPÍTULO 23: EL DIARIO DE HORACIO

Damián se despertó con un sobresalto, el sudor frío empapando corría por su frente. El eco del grito de Horacio aún resonaba en sus oídos, un lamento desgarrador que parecía atravesar el velo entre el sueño y la realidad. Se levantó de la cama, tambaleándose, y se dirigió hacia la ventana. La luz del amanecer apenas comenzaba a teñir el horizonte, pero para Damián, el día ya estaba teñido de sombras.

El faro en la playa, ese lugar que ahora se erguía como un monumento sombrío a la tragedia, no salía de su mente. Damián sentía un nudo en el estómago, una mezcla de incredulidad y dolor que lo dejaba sin aliento. ¿Cómo era posible que lo que había visto en sus sueños se hubiera materializado de manera tan cruel en la realidad?

Cada detalle del sueño volvía a su mente con una claridad perturbadora: la mirada perdida de Horacio, el viento azotando su cabello, el momento exacto en que se dejó caer al vacío. Damián cerró los ojos, intentando ahuyentar esas imágenes, pero solo conseguía que se hicieran más vívidas.

La culpa comenzó a invadirlo. ¿Podría haber hecho algo para evitarlo? ¿Había alguna señal que no supo interpretar? Se sentía impotente, atrapado en una red de preguntas sin respuestas. La conexión entre sus sueños y la realidad se había vuelto una carga insoportable, un recordatorio constante de su incapacidad para cambiar el destino.

Damián se dejó caer en una silla, con la cabeza entre las manos. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, silenciosas pero implacables. Horacio, sin saber cómo, se había convertido en el amor de su vida, en su confidente y en su alma gemela. La pérdida era un abismo que amenazaba con consumirlo.

Cada amanecer, el peso de la ausencia de Horacio lo aplastaba, pero la promesa que había hecho le daba fuerzas para seguir adelante. Recordaba con claridad el día en que se arrodilló junto a la tumba, el viento frío azotaba su rostro, y él juró que encontraría una manera de reunirse con Horacio en sus sueños y de cambiar el curso de los acontecimientos que los habían separado.

...🕰️🕰️🕰️...

Además de aferrarse al reloj cada noche, antes de dormir, Damián se entregó a una preparación meticulosa y a un entrenamiento riguroso, decidido a honrar la promesa que le había hecho a Horacio. Con cada tic-tac del reloj, su determinación se fortalecía, impulsándolo a explorar los confines de su mente y a desentrañar los misterios que los sueños le revelaban.

Damián se sumergió en una búsqueda incansable de respuestas. Cada noche, antes de dormir, se concentraba intensamente en los recuerdos de Horacio, evocando su sonrisa, su voz, y la calidez de sus abrazos. Creía firmemente que, al mantener viva la imagen de Horacio en su mente, podría encontrarlo en sus sueños.

También comenzó a estudiar sobre los sueños lúcidos, una técnica que le permitiría tomar control consciente de sus sueños. Pasaba horas leyendo libros y artículos, practicando ejercicios de meditación y técnicas de relajación que le ayudarían a alcanzar ese estado. Sabía que dominar esta habilidad sería crucial para poder interactuar con Horacio en el mundo onírico y, quizás, cambiar el curso de los eventos que los habían separado.

Además, Damián mantenía un diario de sueños, anotando cada detalle que recordaba al despertar. Este diario se convirtió en una herramienta invaluable, permitiéndole identificar patrones y símbolos recurrentes que podrían guiarlo en su búsqueda. Cada entrada era un paso más hacia la comprensión de la conexión entre sus sueños y la realidad.

Además, Damián decidió investigar cada detalle de la vida privada de Horacio, buscando pistas que pudieran explicar los motivos detrás del trágico desenlace.

—¿Qué demonios internos habría enfrentando Horacio tras esa fachada de normalidad que mostraba al mundo exterior?, se preguntaba Damián.

Damián no conocía realmente mucho sobre el pasado de Horacio, por lo que su primera idea fue viajar hasta la ciudad de Villa Real y acercarse nuevamente a las ruinas del taller de relojería. El viaje fue largo y solitario, con el paisaje deslizándose como un telón de fondo melancólico. Al llegar a Villa Real, el aire estaba cargado de una nostalgia palpable, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lugar.

...🕰️🕰️🕰️...

Las ruinas del taller de relojería se alzaban ante él, un esqueleto de lo que alguna vez fue un lugar lleno de vida y precisión. Damián se adentró en el edificio, sus pasos resonaban en el silencio. El polvo y las telarañas cubrían las herramientas abandonadas, y el olor a metal oxidado llenaba el aire.

Mientras exploraba, encontró un viejo cuaderno cubierto de polvo. Lo abrió con cuidado, descubriendo que era el diario de Horacio. Las páginas estaban llenas de anotaciones, dibujos de mecanismos de relojería y reflexiones personales. Damián se sentó en el suelo, devorando cada palabra, buscando pistas sobre el pasado de Horacio.

El diario de Horacio era un tesoro de pensamientos y emociones, revelando aspectos de su vida que Damián nunca había conocido. A medida que leía, Damián descubrió varias entradas que le ofrecieron una visión más profunda de la mente de su amado.

Una de las primeras entradas hablaba de la soledad que Horacio sentía, incluso cuando estaba rodeado de personas. Escribía sobre su lucha interna, una batalla constante contra la oscuridad que parecía acechar en cada rincón de su mente. “La soledad es mi única compañera fiel”, había escrito en una página, con palabras impregnadas de una tristeza palpable.

Otra entrada detallaba su pasión por la relojería, no solo como un oficio, sino como una forma de escapar de sus pensamientos. Horacio describía cómo perderse en los intrincados mecanismos de los relojes le daba una paz momentánea, una tregua en su tormento interno. “Cada engranaje, cada tic-tac, es un recordatorio de que el tiempo sigue avanzando, aunque mi alma esté estancada”, había anotado.

Damián también encontró cartas nunca enviadas, dirigidas a personas que habían sido importantes en la vida de Horacio. En una de ellas, destinada a su madre, Horacio expresaba su arrepentimiento por no haber sido el hijo que ella merecía. “Madre, lamento no haber sido más fuerte, más valiente. Espero que algún día puedas perdonarme”, decía la carta, escrita con una caligrafía temblorosa.

Una de las entradas más reveladoras era una reflexión sobre su relación con Damián. Horacio había escrito sobre cómo la presencia de Damián en sus sueños le había dado momentos de alegría genuina, pero también sobre su miedo de ser una carga para él. “Damián es la luz en mi oscuridad, pero temo que mi sombra sea demasiado pesada para él”, había confesado.

Finalmente, Damián encontró una entrada que hablaba directamente del día en que Horacio decidió poner fin a su vida. Describía una sensación de desesperanza abrumadora, una incapacidad de ver una salida a su sufrimiento. “Hoy he decidido que ya no puedo más. Espero que, en la muerte, encuentre la paz que me ha sido negada en vida”, había escrito Horacio, sus palabras resonando con un dolor profundo y desgarrador.

Entre las páginas, Damián también descubrió el dolor que Horacio había sentido al perder a su hermano. “La muerte de mi hermano me dejó un vacío que nunca he podido llenar. Era mi confidente, mi protector, y sin él, el mundo se siente infinitamente más frío”, había escrito en una entrada. Este dolor se veía agravado por los ataques constantes de su padrastro, quien no aceptaba su orientación sexual. “Cada insulto, cada golpe, me recordaba que no era digno de amor ni de aceptación. Vivir bajo su techo era un infierno del que no podía escapar”, había confesado Horacio en otra página.

Cada página del diario era un testimonio de la lucha interna de Horacio, y aunque leerlo era doloroso, también le daba a Damián una comprensión más completa de su amado. Sabía que, para cumplir su promesa, tendría que enfrentar estas verdades y encontrar una manera de honrar la memoria de Horacio.

En una entrada particularmente conmovedora, Horacio hablaba de Don Irvin, el dueño del taller de relojería. “Don Irvin fue más que un mentor para mí; fue un padre en el que encontré refugio. Su taller era mi santuario, un lugar donde podía perderme en el trabajo y olvidar, aunque fuera por un momento, el dolor que llevaba dentro”, había escrito. Horacio describía cómo Don Irvin le había enseñado lecciones de vida que lo habían ayudado a sobrellevar sus dificultades.

Damián pasó horas leyendo el diario de Horacio en el taller en ruinas, sumergido en las páginas amarillentas que revelaban secretos olvidados. De repente, un susurro rasgó el silencio.

— ¿Qué haces aquí?, preguntó una voz ronca.

Damián levantó la vista, sorprendido. Frente a él, un hombre de aspecto desaliñado, con barba canosa y ropa raída, lo observaba con ojos inquisitivos.

— ¿Quién eres?, respondió Damián, cerrando el diario con un movimiento rápido.

— Soy el dueño de este lugar, dijo el hombre, esbozando una sonrisa que revelaba dientes amarillentos. — O al menos, lo era.

Damián frunció el ceño, intentando descifrar si el hombre estaba bromeando o si realmente creía ser el propietario del taller.

— ¿El dueño?, repitió, con escepticismo. — Este lugar ha estado abandonado por años.

El hombre se encogió de hombros y se acercó, sus pasos resonaban en el suelo de madera podrida.

— Todo tiene una historia, muchacho. Y este lugar no es la excepción.

— ¿Y cuál es tu historia en este lugar?, preguntó Damián.

El indigente, cuyo rostro estaba marcado por las arrugas del tiempo y la adversidad, suspiró profundamente antes de responder.

— El viejo Irvin me regaló este taller cuando se lo llevaron de aquí, dijo con voz ronca. — Me dijo que lo cuidara, que era mi hogar ahora. Pero hace poco aparecieron unos familiares suyos reclamando el terreno. Quieren construir un restaurante de comida rápida, uno de esos que están de moda.

Damián frunció el ceño, sintiendo una punzada de injusticia.

— ¿Y qué piensas hacer?, preguntó, tratando de entender la magnitud del problema.

El indigente se encogió de hombros, con su mirada perdida en algún punto del pasado.

— No lo sé. Este lugar es todo lo que tengo. No puedo simplemente dejarlo ir.

Damián miró al hombre con una mezcla de curiosidad y preocupación.

— ¿Qué ocurrió con Don Irvin?, preguntó. — Dijiste que se lo llevaron. ¿Por qué?

El indigente bajó la mirada, sus ojos reflejaban una tristeza profunda.

— El viejo Irvin enloqueció cuando su mujer murió, respondió con voz apagada. — No pudo soportar la pérdida. Una hermana suya vino a buscarlo para llevarlo a un asilo, con la esperanza de que allí pudiera recibir la ayuda que necesitaba.

Damián asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación.

—Debe haber sido muy duro para él —dijo en voz baja—. Y para ti también, perder a alguien que te dio un hogar.

El indigente asintió, con sus ojos llenos de recuerdos dolorosos.

— Sí, lo fue.

El hombre miró la mano de Damián y señaló el diario que sostenía.

— Veo que has encontrado algo interesante.

Damián asintió, aún desconfiado.

— Es el diario de Horacio. Parece que él también pasó mucho tiempo aquí.

El indigente asintió lentamente, como si recordara algo lejano.

— Horacio… sí, lo recuerdo. Era un buen hombre, aunque creo que algo lo atormentaba.

Damián sintió en una mezcla de curiosidad y compasión. Decidió arriesgarse y preguntar:

— ¿Lo conociste bien?

El hombre se sentó en una vieja silla, que crujió bajo su peso.

— Sí, Horacio y el viejo Irvin me ayudaron mucho cuando mi mujer me abandonó, dijo con voz temblorosa. — Enloquecí por completo. No podía soportar la soledad y el dolor. Cuando finalmente recuperé la cordura, ya me había convertido en lo que ves ahora.

Damián sintió una profunda empatía por el hombre. La vida había sido dura con él, pero también había encontrado bondad en medio de su sufrimiento.

— Irvin me permitió quedarme por aquí, continuó el indigente. — Me dijo que este lugar podía ser mi refugio. Y Horacio… Horacio siempre me traía algo de comida. Nunca me dejó pasar hambre.

Damián asintió, comprendiendo la importancia de esos actos de bondad.

— Parece que Horacio e Irvin eran personas excepcionales, dijo con una sonrisa.

Damián sacó un reloj de bolsillo de su chaqueta y se lo mostró al hombre.

— ¿Sabes algo sobre un reloj como este?, preguntó, observando la reacción del indigente.

El hombre se quedó boquiabierto, sus ojos se abrieron de par en par al ver el reloj.

— ¡Ese reloj!, exclamó. — Es idéntico al que tenía Horacio. La noche que murió, lo vi entrar al taller en la madrugada. Me acerqué a la ventana y lo vi dejar una pequeña caja de madera. Años después, encontré la caja y dentro estaba el reloj.

Damián lo miró con asombro.

— ¿Tienes ese reloj?, preguntó, sintiendo que estaban a punto de descubrir algo importante.

El indigente asintió, su expresión era una mezcla de sorpresa y emoción.

— Sí, debe estar por aquí, entre todo mi desorden. Dame un momento para buscarlo.

Con manos temblorosas, el hombre comenzó a revolver entre sus pertenencias, buscando la caja que contenía el reloj de Horacio. Damián lo observaba con expectación, consciente de que ese reloj podría ser la clave para entender más sobre el pasado de Horacio.

Después de unos minutos, el indigente sacó una pequeña caja de madera, desgastada por el tiempo. La abrió con cuidado y, efectivamente, dentro estaba un reloj de bolsillo idéntico al que Damián llevaba consigo.

— Aquí está, dijo el hombre, entregándole la caja a Damián. — Este es el reloj de Horacio.

Damián y el indigente miraron los dos relojes de bolsillo, idénticos en apariencia, pero con una diferencia crucial: el de Damián funcionaba perfectamente, mientras que el de Horacio estaba detenido, como si el tiempo hubiera dejado de fluir para él.

Damián sostuvo ambos relojes en sus manos, examinándolos con cuidado. De repente, el reloj que el indigente le había entregado comenzó a brillar con una luz azul intensa. La luz envolvió el reloj de Damián, como si lo estuviera absorbiendo. Ambos hombres observaron, atónitos, cómo la luz se intensificaba, iluminando el taller en ruinas.

— ¿Qué está pasando?, preguntó Damián, sin apartar la vista de los relojes.

El indigente, con los ojos muy abiertos, apenas pudo responder.

— No lo sé… nunca había visto algo así.

La luz azul se apagó tan repentinamente como había aparecido, dejando el taller en penumbra. Damián miró sus manos y vio que ahora solo sostenía un reloj. El otro había desaparecido, y el que quedaba tenía el diamante en forma de luna que resplandecía con más intensidad que antes.

— Después dicen que la magia no existe, murmuró el indigente, asombrado.

Damián asintió, todavía tratando de comprender lo que acababa de suceder.

— Parece que estos relojes tienen más secretos de los que imaginábamos, dijo, guardando el reloj en su bolsillo con cuidado.

Damián se despidió del hombre con un apretón de manos. Mientras se alejaba del taller en ruinas, no podía dejar de pensar en los relojes y en la extraña luz azul que había presenciado. La noche caía sobre la ciudad cuando llegó al hotel, un lugar modesto pero acogedor.

Esa noche, Damián se dejó caer en la cama, agotado por los eventos del día. Cerró los ojos y el sueño lo envolvió rápidamente. En su sueño, por primera vez en mucho tiempo, vio a Horacio. No era una visión clara, sino destellos fugaces: Horacio sonriendo, trabajando en el taller, y luego, la imagen del reloj brillando con esa luz azul intensa.

Damián se despertó con el primer rayo de sol, sintiendo una mezcla de confusión y determinación. Sabía que el sueño era más que una simple coincidencia. Había algo en esos relojes, algo que conectaba el pasado con el presente.

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FERM
Horacio tenía un padrastro homofóbico por sus propios traumas
Merilyn Shelby
que poeta /Drool/
FERM
Me encanta el espíritu de Damián 🤭. No tiene miedo a nada
Niko F.: Corrijo… enamorado 😅
Niko F.: Está enamora y eso borra todos los miedos!!
total 2 replies
FERM
Qué es el internet? 😅
FERM
Espero el próximo capítulo con ansias 😱
FERM
Me encanta la creatividad con los que se han creado cada uno de los personajes🤭🤭
Enoch
Enganchada totalmente
Niko F.: Gracias, es muy importante para mí tu comentario!!
total 1 replies
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