Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
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Capitulo 7
Daniel se ofreció a acompañarme al hospital una mañana fría y nublada. Había insistido en que podía ir solo, pero él se mostró decidido, y después de un rato acepté. Nos encontramos en la esquina de mi casa y me sorprendió verlo con una gran sonrisa, como si fuera un día normal.
—Bueno, aquí estoy, listo para lo que sea —dijo, alzando las cejas con un aire cómico que me hizo reír.
—No tienes que hacer esto, ¿sabes? —le respondí, intentando que mi voz sonara casual.
—Quiero hacerlo —dijo con sinceridad—. Además, tal vez necesites alguien que cargue tu mochila o te consiga café malo de máquina.
Su tono ligero me ayudó a sentirme más relajado. Aunque llevaba meses yendo al hospital para los tratamientos, esta vez se sentía distinto. Tener a alguien a mi lado, alguien de mi “vida anterior”, hacía que el viaje fuera menos solitario.
Cuando llegamos al hospital, caminamos por los pasillos blancos y fríos hasta la sala de espera de oncología. Daniel miraba a su alrededor con una mezcla de curiosidad y algo de incomodidad, pero intentaba no demostrarlo. Mientras esperaba a que me llamaran, Chris, el estudiante de medicina que había conocido hacía unas semanas, se acercó con una sonrisa.
—¡Aliert! —me saludó—. Me alegra verte de nuevo.
—Chris, él es Daniel, mi amigo de la escuela —dije, haciendo las presentaciones. Chris estrechó la mano de Daniel, que le sonrió amigablemente.
—¿Eres el famoso amigo que no deja de preguntar por Aliert? —preguntó Chris, levantando una ceja con una sonrisa divertida.
Daniel se rascó la cabeza, algo avergonzado.
—Bueno… solo me preocupo por él, ya sabes.
—Se nota —respondió Chris, dándole una palmada en el hombro—. Bueno, es bueno que Aliert tenga un amigo tan leal. Aquí el ambiente puede ser un poco denso, pero es importante tener a alguien con quien distraerse.
En ese momento, Mielle, la estudiante de enfermería, apareció cargando una bandeja con suministros. Era pequeña, de cabello oscuro y mirada profunda. Al verme con Daniel, sonrió.
—Aliert, veo que has traído refuerzos hoy —dijo, lanzando una mirada curiosa a Daniel.
—Sí… Mielle, él es Daniel —le expliqué, y ella asintió con amabilidad.
—Hola, Daniel. Cuida de este chico, ¿de acuerdo? Se hace el fuerte, pero también necesita que alguien lo mime un poco —dijo, guiñándole un ojo. Daniel sonrió, y me di cuenta de que mis dos mundos comenzaban a fusionarse de una forma inesperada y reconfortante.
Cuando llegó la hora de mi tratamiento, Daniel insistió en quedarse conmigo en la sala. Nos sentamos en una de las sillas acolchonadas mientras el gotero comenzaba a hacer su trabajo. Al principio, la incomodidad de la aguja y el leve dolor eran algo difícil de ignorar, pero Daniel estaba ahí, distrayéndome con historias tontas y cosas sin sentido.
—Entonces, ¿sabías que los pulpos tienen tres corazones? —dijo de repente, en un intento por aliviar la tensión.
—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso? —pregunté, riendo.
—No sé, lo leí en algún lado. Pero, oye, ¿te imaginas tener tres corazones? Sería como… una superventaja en los exámenes de gimnasia.
No pude evitar reír. Sabía que hacía estos comentarios para hacerme olvidar por un momento dónde estábamos, y se lo agradecí. En ese momento, Chris se acercó a nosotros, con su típica actitud despreocupada.
—Daniel, ¿no quieres tomar un poco de café mientras Aliert está aquí? Es malo, pero al menos te mantendrá despierto.
Daniel negó con la cabeza.
—No, gracias. No voy a dejar a Aliert solo aquí.
Chris asintió, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Es raro ver a alguien tan comprometido, ¿sabes? —comentó—. Muchas personas vienen aquí solas, o sus amigos y familiares evitan el hospital… Pero ustedes se ven cómodos. Creo que tienen algo especial.
Daniel y yo nos miramos, algo avergonzados. Había algo reconfortante en escuchar eso, en saber que nuestra amistad había pasado por tanto y ahora era como una especie de ancla en medio de todo lo que estaba ocurriendo.
Después de una de mis sesiones de tratamiento, Mielle apareció para revisar mi historial. Daniel estaba sentado en el borde de mi cama, medio adormilado después de horas de espera.
—¿Así que eres el mejor amigo de Aliert? —le preguntó Mielle, con una sonrisa suave.
—Eso parece —respondió él, encogiéndose de hombros con una sonrisa pícara.
Mielle lo observó por un momento, con una expresión suave.
—Eres bueno para él. Se nota que tu compañía le ayuda mucho. Aquí todos necesitan una especie de luz, y tú pareces ser la de él —dijo.
Daniel pareció conmoverse un poco y, sin decir una palabra, tomó mi mano. Fue un gesto pequeño, pero para mí significaba el mundo. Me sentía menos solo, menos asustado. Miré a Daniel y sonreí, agradecido de que estuviera ahí.
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Durante uno de nuestros descansos en la escuela, me encontré en un rincón apartado con Daniel. Habíamos empezado a encontrarnos con más frecuencia, y aunque nunca hablábamos explícitamente de mi enfermedad, había una conexión creciente entre nosotros, algo que no necesitaba ser dicho en palabras.
—Sabes… a veces pienso en todo lo que hemos vivido juntos, y me doy cuenta de lo importante que eres para mí, Daniel —confesé, sin poder contener la sinceridad en mi voz.
Él me miró, sorprendido, y luego me sonrió, bajando la mirada.
—Yo también, Aliert. No tienes idea de lo mucho que significas para mí. No sé qué haría sin ti aquí.
Había una honestidad cruda en nuestras palabras, un entendimiento silencioso de que cada día era un regalo y que esa amistad nos estaba sosteniendo a ambos en medio de todo el caos. Sabía que había algo especial entre nosotros, algo que quizás no entendía del todo, pero que agradecía profundamente.
La vida se sentía como un contraste constante entre alegría y tristeza. Había días en que sentía que estaba atrapado en una sombra interminable, y luego estaban esos momentos en los que la risa y la compañía de Daniel, Chris y Mielle me recordaban que aún había algo hermoso en medio de todo. Había perdido tanto en el proceso, pero también había ganado algo que nunca había tenido: una conexión profunda con personas que realmente entendían lo que significaba vivir en el borde de la vida.
Sabía que el camino seguía siendo incierto, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía sostenerme gracias a quienes estaban a mi lado. Y aunque el futuro era incierto, tenía la certeza de que, mientras ellos estuvieran conmigo, habría algo de luz para seguir avanzando.