BEATRICE, LAS DOCE PRINCESAS BAILARINAS

La reina Irene, después de suplicarle varias veces a su esposo, logró que este le confiara la situación de su hermana Cosette con el dueño de la mayor naviera del reino.

Oculta bajo una capucha, aprovechando la oscuridad de la madrugada, salió por un corredor secreto rumbo a la prisión real.

Con ayuda de su equipo más confiable de guardias y solo su doncella más leal, llegó en carruaje hasta la prisión, ubicada en la zona más lejana del castillo.

Pronto su hijo mayor sería padre, por lo que podía entender muy bien la frustración de la duquesa por proteger a su hija.

Así, una vez que todo estuvo listo ante su llegada, esperó por varios minutos sentada en el despacho del alcaide.

Sin darse la vuelta, mientras observaba la luna, escuchó como la puerta se abría y cómo los guardias dejaban Virgil en el piso.

Se había encargado de que recibiera una buena tortura por lo que había hecho, inclusive enviándolo al pabellón de políticos corruptos que, a cambio de rebajar su condena, se encargarían de hacerle lo mismo que le hizo a Cosette.

De tan solo recordar cómo su pobre hermana enferma, ahora amnésica, había sufrido en manos de aquel hombre, hacía que su estómago se revolviera.

Virgil, quién estaba herido en su pecho, no lograba sostenerse. No podía creer cómo, pese a su pacto con el maligno, este lo había abandonado.

Después de varios segundos en silencio, se le fue arrebatada la venda en sus ojos, para solo observar cómo alguien estaba sentado dándole la espalda.

El asistente de la reina, también oculto bajo una capa, se acercó con una hoja y una pluma, la cuál colocó enfrente de Virgil.

—¿Qué?—preguntó Virgil.

—Virgil Lasky—dijo el asistente—sus crímenes en contra de un miembro de la familia ducal lo hacen digno de la muerte por sumersion.

Virgil palideció, ya que de ser así, jamás hubiera tocado a Cosette. La muerte por sumersion era una antigua tortura destinada a los herejes: ser sumergido en una jaula hasta la nariz, mientras las pirañas devoraban su cuerpo.

—Pero ya que va a morir, podemos hacer que el papa le de su perdón y que su alma, en vez de ir al infierno, solo vaya al purgatorio—continuó diciéndo el asistente—solo debe firmar las dos hojas en frente suyo.

—Pero están en blanco—susurró.

—O los firma o va al infierno—insistió el asistente—los dioses tienen poca indulgencia con aquellos que han pactado con el maligno.

Virgil, sin nada más que perder, accedió a firmar aquellas dos hojas en blanco. Una vez lo hizo, fue de inmediato sacado del despacho.

Irene seguía sin darse la vuelta, intentando controlar su dolor de cabeza. Ya habían sido muchas cosas por el momento, pero ya que no podía hacer nada contra los demonios, arrastraría a la oscuridad a los humanos que tocaran a sus hermanas.

Después de varios minutos en silencio en aquella penumbra, un segundo hombre entró en el despacho.

El capitán Lasky, uno de los soldados más ricos del ejército, se había deslindado por completo de su hijo; sin embargo, no entendía porque la reina quería verlo en la cárcel.

Una vez supo que se trataba del padre de aquel bastardo, se dio la vuelta y quitó la capucha de su capa. Observándolo con desdén mientras estaba arrodillado.

El hombre era guapo, demasiado guapo para la edad que tenía. Había desarrollado una musculatura envidiable, que hasta las propias viudas intentaban acercarse a este en los bailes.

Sin embargo, lo que hizo su hijo, no solo manchó para ella el porte elegante que tenía, sino que también embarró toda su trayectoria e inteligencia. Ahora para lo único que servía era para remediar el mal que Virgil había hecho.

—Capitán Lasky—habló con enojo—el tercer hombre más rico de todo el reino y uno de los soldados más respetados en la marina real. ¿está usted consciente del pecado que hizo su hijo?

—Si, su majestad—respondió aun arrodillado.

—El rey Guillermo me ha permitido manejar este caso, en pro del bienestar de mi pobre hermana—dijo la reina—sabe, lo general es intentar mantener en silencio lo ocurrido haciendo que se casara con su agresor...pero conmigo, eso no va.

—Comprendo—se limitó a decir el capitán.

—Pero dejar las cosas así solo sería más injusto para la princesa Cosette—soltó con desgana—asi que le propongo un trato...

El asistente le pasó otras dos hojas en blanco al capitán, quién lo observó sorprendido, ya que le pedía firmar en solo una esquina marcada con una x.

—¿Qué es esto?—preguntó.

—Su boleto para evitar perderlo todo—respondió Irene—y que usted no quede en la calle, así como que su familia se destruya. Solo firme ambos papeles y se podrá ir tranquilo.

Sin poder negarse, el capitán obedeció la orden de la reina y terminaría dando dos firmas en aquellas hojas en blanco, para luego irse de la prisión aun de madrugada.

—¿Mi reina?—cuestionó su asistente—¿ahora qué hacemos?

—¿cuándo es la ejecución de Virgil Lasky?—preguntó Irene.

—En una semana—dijo.

—Bien—suspiró—ordena que se adelante y se registre como muerte por tuberculosis. En una de las hojas que el firmó redacta un contrato de matrimonio con la princesa Cosette, y en la otra hoja un testamento donde su empresa y fortuna queda a manos de ella.

—¿Qué?—preguntó sorprendido su asistente—entonces...ella...

—Asegurarte que el contrato quede con fecha de tres meses antes—continuó Irene—con respecto a las firmas del capitán Lasky, en una de las hojas que firmó redactará un nuevo contrato de matrimonio entre él y mi hermana. En la otra hoja redactarás una sucesión donde cederá la mitad de su riqueza y empresa a la princesa Cosette como dote.

Su asistente, asustado, solo asintió ante él nivel de la venganza que la reina estaba dando en nombre de su hermana. De ser así, entonces de un día para otro, la tercera Princesa bailarina se convertiría en la tercera mujer más rica de todo el reino.