Mia Saviano sabe lo quiere desde que era una niña, ser la Capo de la Camorra y no dejará que nada intervenga en su camino, menos el hombre que es su enemigo número uno y al cual deberá matar eventualmente.
Leo Saviano quiere ser presidente de los EEUU y no dejará que ningún escándalo arruine su oportunidad.
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Deseo de algo más
Mía
Me despido de mi tío, quien me da un gran abrazo antes de subir al avión. Esta vez Alek se comporta.
–Sigue así, pequeña patea traseros –dice cuando me alejo.
Mi tía me abraza y me susurra. –Está bien mezclar los negocios con el placer, cariño, sobre todo si el premio se ve así. Me encanta verte sonreír.
Me alejo y no puedo evitar que el color suba a mi rostro. Imagino que no fuimos muy sutiles ni tampoco silenciosos.
–Me despiden de los gemelos –les digo antes de comenzar a subir al Jet.
Alek se despide y sigue mis pasos, luciendo fresco como una lechuga cuando yo apenas puedo caminar sin quejarme.
Los hombres lo tienen todo tan fácil.
Pone sus manos en mi cadera y me guía a nuestros asientos.
–¿Todo bien, muñeca? –pregunta mientras besa el lateral de mi cuello.
–Cansada y adolorida –digo logrando que el idiota ría contra mi piel.
–Pero satisfecha –declara y no puedo negarlo–. Fueron las mejores dos noches de mi vida.
Pongo los ojos en blanco mientras me siento.
–Tú y tus frases.
–Soy sincero, nena. Alguno de los dos tiene que serlo –declara–. ¿A qué le tienes miedo? –pregunta tomando mi mano en la suya.
Respiro profundamente mientras siento como el calor de su mano comienza un incendio en mi vientre. Ivanov tiene un poder sobre mi cuerpo, un poder que nadie ha tenido antes.
–No le tengo miedo a nada.
–No es verdad. Tienes miedo a comprometerte. Tienes miedo a dejarte llevar por lo que sientes –devuelve.
Su mirada color hielo me observa atentamente, como si quisiera resolver un enigma.
–Te lo dije, Alek. No siento como lo hacen los demás. No puedo darte más de lo que te he dado y sé que tú esperas mucho más de mí.
Suspira antes de soltar mi mano para colocarme mi cinturón de seguridad.
–Aceptaré cualquier migaja que me des. Cualquier pedazo de ti que quieras compartir lo tomaré. Me tienes envuelto alrededor de tu dedo. Quizá desde el primer día que te vi –declara antes de mirar por la ventana mientras el avión comienza a avanzar por la pista a gran velocidad.
Mi respiración queda atrapada en mi garganta. Alek siente cosas por mí. Lo acaba de admitir. Valientemente. Decirle a una persona lo que sientes cuando sabes que esa persona no siente lo mismo, y quizá nunca lo haga, requiere mucho coraje.
Un coraje del que carezco.
Cuando el avión se despega del suelo coloco mi mano en su muslo y la subo hasta su polla.
Sus ojos me miran hambrientos.
No puedo darle amor, pero puedo darle placer. Espero que por ahora eso sea suficiente.
–¿Tu Jet tiene una habitación? –Asiente–. Será más cómodo que el baño.
Alek se quita su cinturón haciendo que suene una alarma porque el avión todavía está subiendo.
–Señor –comienza a decir una azafata, pero Alek levanta una mano y ésta se calla de inmediato.
–No nos molesten hasta que estemos a cinco minutos de aterrizar –exige mientras quita mi cinturón.
–Sí, señor –dice la azafata con las mejillas encendidas.
Toma mi mano y no puedo evitar sonreír. Me desea con la misma fuerza que yo lo deseo.
Para mí al menos es suficiente.
*****
Cuando vamos en el auto a mi oficina no puedo dejar de mirarlo.
–¿Cómo haremos esto?
–¿A qué te refieres? –responde con una pregunta.
–Vivimos en países distintos.
Sonríe. –Estamos a un par de horas de distancia y ambos tenemos Jet privados. Creo que lo resolveremos –bromea–. Este fin de semana me gustaría que fueras a Vancouver, tengo que hablar contigo de algo importante –pide mientras su nariz respira la cima de mi cabeza.
–Veré que puedo hacer.
–Sé que lo harás –devuelve mientras me abraza contra su costado–. Quieres estar a mi lado, muñeca. Solo tienes que acostumbrarte.
Miro sus hermosos ojos y asiento.
–Es todo nuevo –admito–. Nunca he necesitado la compañía de alguien como lo hago contigo.
Me regala una sonrisa tímida, que me recuerda al niño desnutrido que conocí hace tantos años.
–Haremos que esto funcione. Confía en mí –pide.
¿Confiar en él? No es tan fácil como lo parece. No confío en nadie fuera de mi familia. No creo que pueda hacerlo. No todavía.
–La confianza no es algo que suela toma a la ligera, Alek. Tienes que ganártela.
–Lo haré –jura cuando el auto se detiene frente a mi oficina–. Gracias por todo. Te veo en mi departamento.
Abro la puerta para salir, pero Alek gruñe mientras se baja a una velocidad poco humana y me abre la puerta.
–Si sabes que sé abrir una puerta, ¿verdad?
Toma mi rostro entre sus enormes manos. –Lo sé, pero me gusta consentirte. Tendrás que acostumbrarte –dice antes de besarme. La piel de mi vientre hormiguea con las sensaciones que provocan sus labios en mi cuerpo–. Nos vemos, muñeca –susurra cuando se aleja.
–No sé si me gusta que me llames así.
Sonríe. –Esa es otra cosa a la que tendrás que acostumbrarte –devuelve.
Entro al edificio y lucho contra el impulso de voltear para ver si sigue ahí. Todo mi cuerpo quiere girarse, pero no lo dejo. No tenemos quince años.
Saludo a los guardias y a la recepcionista antes de subir al ascensor.
Cuando por fin llego a mi oficina me recibe un enorme florero con al menos seis docenas de rosas rojas.
–¿Mike? –pregunto a mi mano derecha–- ¿Qué es esto?
–Llegaron esta mañana, mi Capo.
Me acerco y no puedo evitar hundir mi nariz en una de ellas. Huelen maravillosamente.
Tomo la tarjeta y no puedo evitar soltar una carcajada.
Si estás sorprendida, espera llegar a tu casa, te esperan cientos de rosas y orquídeas. Sé que probablemente estés poniendo los ojos en blanco en este momento, pero eso no me desanimará. Nos vemos, muñeca.
Algo me dice que Alek no se rendirá hasta conseguir lo que quiere y estoy comenzando a desear que no lo haga.
Gracias 🌟⭐🌟⭐🌟⭐🌟⭐🌟⭐