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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 23: No creas en nadie

El ruido de los motores ya se había apagado, y el grupo comenzaba a dispersarse. Lucas y Eidan bromeaban a lo lejos, mientras Valeria subía al auto con su típica sonrisa cansada. Dylan se quedó atrás, apoyado en la puerta de su coche, con la mirada perdida entre el humo que aún flotaba en el aire.

El teléfono vibró en su bolsillo.

Sicópata.

> “Te paso la ubicación. Te tengo una sorpresa."

Durante el camino, no dejó de pensar en lo ocurrido ese día. En esa mujer. En las palabras que lo habían dejado ardiendo por dentro. “Nathan siempre vuelve a lo que ya conoce.”

¿Y si era cierto?

El GPS lo guió hasta un rincón escondido de la ciudad, una especie de terraza privada sobre una colina, rodeada de luces suaves y música apenas audible. No era un restaurante común. Todo estaba dispuesto con una elegancia discreta: un par de copas de vino sobre la mesa, velas encendidas, y Nathan, de espaldas, mirando las luces de la ciudad con las manos en los bolsillos.

Dylan bajó del auto con una mezcla de fastidio y curiosidad.

—¿Y esto qué es? ¿Una cita o una trampa? —preguntó, con su ironía habitual, pero sin tanta fuerza como otras veces.

Nathan se giró despacio. La sonrisa que se le dibujó en el rostro tenía ese toque peligroso que lo desarmaba sin avisar.

—Depende. Si es una cita, llegaste tarde.

Dylan bufó, intentando no mirarlo demasiado.

—No sabía que los secuestradores daban citas.

—Solo a los que me quitan el sueño —respondió Nathan, divertido, haciéndole una seña para que se sentara.

Dylan se sentó, cruzando los brazos, tratando de ocultar su incomodidad bajo su actitud desafiante. Nathan, mientras tanto, abrió una pequeña caja que tenía sobre la mesa. Dentro, un reloj de acero negro, elegante, caro, de esos que gritan lujo incluso sin moverse.

—¿Y esto? —preguntó Dylan, arqueando una ceja.

Nathan se encogió de hombros.

—Considera que ya te debía un regalo.

—¿Un reloj? —repitió Dylan, intentando sonar desinteresado—. No es mi cumpleaños.

—Lo sé. Pero igual me gusta verte con cosas mías.

El silencio se hizo un segundo. Dylan bajó la mirada al reloj, luego al vino, luego a Nathan. No sabía qué lo irritaba más: la naturalidad con la que él hablaba o el hecho de que, por dentro, le encantara.

Nathan lo observaba en silencio, atento, con esa mirada que no necesitaba palabras.

—Estás muy callado hoy —dijo al fin, con voz baja.

—¿Ah, sí? —respondió Dylan, evasivo—. Tal vez me cansé de hablar con idiotas todo el día.

Nathan apoyó el codo en la mesa, acercándose apenas.

—Muy romántico de tu parte, pero no es eso.

Dylan se tensó.

—No hay nada.

—Cuando dices “no hay nada”, normalmente hay demasiado —dijo Nathan, sonriendo apenas.

Esa sonrisa. Ese maldito gesto de quien sabía leerlo como si fuera un libro abierto.

—Solo estoy cansado —murmuró Dylan, jugando con la copa de vino.

—Mientes fatal —replicó Nathan, apoyando la barbilla en la mano—. ¿Qué pasa, gatito? ¿Celoso?

Dylan lo miró de golpe.

—¿Celoso? ¿De qué carajos voy a estar celoso?

Nathan soltó una risa suave, ronca, que hizo que el aire se espesara entre ellos.

—No sé. De algo que no me has dicho. Pero lo huelo.

Dylan apartó la mirada, incómodo.

—Eres un maldito insoportable.

—Y tú eres pésimo escondiendo lo que sientes —respondió Nathan, con voz tranquila, pero con los ojos fijos en él—. Vamos, dímelo.

Dylan lo pensó. La imagen de Claudia volvió como un latigazo. Quiso preguntarle, exigirle una explicación, pero la voz se le atascó. Parte de él no quería saber la verdad, porque temía que doliera más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Nathan se inclinó hacia él, apenas unos centímetros.

—Si sigues callado, voy a tener que adivinar —susurró, divertido.

—Haz lo que te dé la gana —respondió Dylan, sin mirarlo.

Nathan sonrió.

—Lo hago desde que te conocí.

El tono fue tan descaradamente sincero que Dylan tuvo que contener una sonrisa, aunque no quería.

Y Nathan lo notó.

El ambiente cambió. El aire entre ambos se llenó de esa tensión dulce y peligrosa que solo ellos sabían provocar. Dylan bajó la mirada al vino, intentando disimular, mientras Nathan lo observaba, saboreando cada segundo.

—Dime una cosa —dijo Nathan, con esa calma suya que siempre escondía algo—. ¿Y si lo que te molesta… soy yo?

Dylan lo miró al fin, directo a los ojos.

—Siempre lo eres.

Nathan sonrió, satisfecho.

—Perfecto. Entonces todo sigue en orden.

 

(Nathan)

El ambiente se había vuelto más relajado. Ambos seguíamos bebiendo, dejando que el silencio se colara entre las risas y los comentarios sueltos que iban muriendo poco a poco. Dylan estaba frente a mí, distraído, jugando con el borde del vaso, y aunque fingía que nada pasaba, su mirada delataba que algo le daba vueltas en la cabeza.

No era necesario conocerlo desde hace años para saberlo; bastaron unos días con él para entender cómo funcionaba. Lo observo, lo estudio, lo descifro. Y cuando algo lo inquieta, se le nota en el modo en que se muerde el labio o cómo evita mirarme directamente.

—Estás muy callado —dije, sin rodeos, inclinándome apenas hacia él—. Y eso no es algo común en ti.

—No pasa nada —respondió, con ese tono tan suyo que intenta sonar despreocupado pero que se quiebra justo al final.

—Claro, “no pasa nada” —repetí con ironía—. Eres pésimo para mentir.

Levantó la mirada, y en sus ojos había algo distinto, una mezcla de nervios e inseguridad que rara vez se le veía. No era el Dylan que discutía por todo, ni el que se burlaba cada vez que podía.

—Hoy vino una mujer —dijo de pronto, rompiendo el silencio—. Claudia Delgado.

Sentí el nombre como un golpe seco. Hacía años que no escuchaba hablar de ella, y si algo me provocaba su sola mención era fastidio.

—¿Qué pasa con ella? —pregunté con calma, aunque mi voz salió más tensa de lo que planeé.

—Dijo que te conocía… y que habían tenido algo —respondió él, bajando la vista.

Me reí, sin humor.

—¿De verdad le creíste esa estupidez?

—Solo te estoy diciendo lo que me dijo —replicó, aunque sus palabras sonaron más a defensa que a aclaración.

Tomé un trago, manteniendo la vista fija en él. No necesitaba que dijera más para saber lo que estaba sintiendo. Ese leve temblor en su mandíbula, la forma en que apretaba el vaso…curiosidad, confusión. Todo mezclado.

—También dijo —continuó, como si necesitara sacarlo todo de golpe— que tú… eres de los que se aburren rápido.

Dejé el vaso sobre la mesa y me incliné hacia él, apoyando los antebrazos sobre mis piernas.

—¿Y tú qué piensas? —pregunté despacio—. ¿Crees que me aburriría de ti?

Dylan no respondió, pero la manera en que desvió la mirada fue suficiente.

—Mira, Claudia fue una historia muerta antes de empezar —dije con firmeza—. Fue un intento de compromiso arreglado por mi padre, nada más. Yo no elijo a las personas por conveniencia, y mucho menos porque alguien crea que puede decidir por mí.

—Entonces no hubo nada… —murmuró Dylan, aún sin mirarme.

—Ni lo habrá —afirmé.

Su silencio me confirmó que, más que duda, lo que tenía era una herida en el orgullo. Y eso, en él, era casi adorable.

Me reí bajo, con esa calma peligrosa que solo aparece cuando estoy al borde de perderla.

—No, gatito. No hubo nada. Ni lo habrá.

Tomé el vaso y lo dejé sobre la mesa, acercándome más, acorralándolo sin tocarlo todavía.

Su respiración se aceleró.

Lo sentía.

—Pero déjame dejarte algo claro —murmuré, rozando su mejilla con el dorso de los dedos—. Si alguna vez alguien vuelve a hablarte de mí, no le creas. No a Claudia, no a nadie.

Él me miró por fin.

Sus ojos estaban firmes, pero había un brillo distinto. Una mezcla entre desafío y… deseo.

—Porque el único que sabe lo que me gusta… eres tú —continué, mi voz rozándole la piel.

Dylan se quedó quieto. Su aliento chocaba con el mío, y pude ver cómo se tensan sus labios.

—Y si te sirve de algo —añadí, sonriendo con descaro—, no soy de los que se aburren. si es alguien que me interesa y si ese alguien eres tú.

Pasé el pulgar por su barbilla, lento.

—Y contigo, Dylan, ya estoy demasiado jodido.

Él tragó saliva, los ojos fijos en mí.

—Eres un maldito posesivo.

—Me halagas —respondí, sin dudar—. Posesivo, descarado y sin paciencia cuando se trata de ti.

Levanté su rostro con un leve toque, haciendo que me mirara de frente.

—Y antes de que digas algo más… sí, me gusta verte así. Celoso. Porque cuando te pones así, te ves jodidamente hermoso.

Él me empujó el hombro, avergonzado, intentando reír para ocultar el temblor de su voz.

—Estás enfermo.

—No —le corregí, bajando el tono hasta que mi voz se volvió un susurro contra su oído—. Solo tengo buen gusto.

 

Me quedé mirándolo después de decirlo. Solo tengo buen gusto.

Y joder, lo tengo frente a mí y no puedo negar que cada centímetro suyo lo confirma. Dylan apartó la mirada, fingiendo molestia, pero el leve temblor en sus labios lo delató.

A veces me pregunto cuánto más voy a aguantar antes de perder la cabeza con él. No tiene idea de lo que me provoca. Ni de cómo se me mete bajo la piel cada vez que me lanza esa mirada que no sabe si quiere matarme o besarme. No lo sabe, y mejor así, porque si entendiera lo que pienso cada vez que se muerde el labio, probablemente saldría corriendo.

Su voz, su respiración, su maldito orgullo. Todo en él me tienta, me jode, me reta, me enferma. Y al mismo tiempo, me da una calma que no entiendo. Nunca fui un hombre de palabras dulces, ni de paciencia. Siempre fui de actuar, de tomar lo que quiero cuando lo quiero. Y ahora mismo lo que quiero está sentado frente a mí, mirándome con esa confusión deliciosa.

A veces me pregunto si se diera cuenta de que lo estoy desnudando con los ojos. Me insultaria. Pero mi cabeza no entiende de límites cuando se trata de él. A veces tengo que recordarme que no todo se consigue a la fuerza, que hay cosas que se conquistan despacio, hasta que el otro te las entrega sin darse cuenta.

Y aun así, me cuesta. Porque cada parte de mí grita por tocarlo, por callarlo con la boca, por dejarle claro que no hay nadie más. Que no hay espacio para nadie más. Me inclino hacia adelante. Él no se mueve. Y no lo pienso dos veces.

Mis labios rozan los suyos.

Dylan se queda inmóvil al principio, sorprendido, pero luego responde.

Su boca sabe a vino. Lo tomo de la nuca, lo acerco más, lo beso con la fuerza de quien lleva demasiado tiempo conteniéndose. Él gime bajo, intenta apartarse, pero no lo hace del todo. Y eso basta. Cuando me separo, lo hago despacio, solo para verlo. Los labios húmedos, la respiración rápida, los ojos confundidos.

Apoyo la frente contra la suya, mi voz baja, ronca.

—Joder, Dylan… si supieras cuántas ganas tengo de cogerte ahora mismo.

Él se ríe, nervioso, intentando recuperar el control.

—Estás enfermo.

Sonrío sin apartarme, todavía con el pulgar en su mandíbula.

—Lo sé.

Me echo hacia atrás, dándole aire. Si me quedo un segundo más, no me contengo. Y aunque no lo crea, también tengo límites. Porque no se trata solo de tenerlo… se trata de que me elija. De que llegue a un punto donde, aunque tenga salida, no quiera irse.

Lo observo. Cada respiración, cada parpadeo. Lo quiero todo de él, pero sin romperlo.

—Tranquilo, gatito —digo al fin, con una sonrisa que sé que le irrita—. No voy a comerte hoy.

Él frunce el ceño, intenta parecer molesto.

—Eres un imbécil.

Asiento, sin ofenderme.

—Sí, pero uno que te gusta.

1
Belen Peña
recién la empecé a leer y ya e encanta😭😭
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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