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El Maestro Encantador

El Maestro Encantador

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor prohibido / Profesor particular / Maestro-estudiante / Diferencia de edad
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

Nueva

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 23:

—Sí, conozco ciertas actitudes tuyas —

dijo él, apartando con calma un mechón de su cabello que el viento había despeinado—.

Obviamente no sé qué te pasó para que ahora seas así, pero… mi instinto me dice que antes eras diferente. Cuando quieras hablar, aquí estoy.

Sus palabras me dejaron sin aire por un momento.

Sentí que algo dentro de mí quería abrirse, dejar escapar todo lo que había guardado bajo llave durante tanto tiempo.

Pero enseguida lo encerré de nuevo.

No podía confiar.

No debía.

Él apartó la mirada, como si también estuviera peleando con sus propios pensamientos.

 

Creo que me estoy volviendo loco, pensó el profesor, apretando los puños contra sus rodillas.

No sé qué me está pasando…

parezco un acosador, siguiéndola por todos los lugares.

Hoy fui demasiado imprudente:

la besé sin pedirlo.

Y aunque admito que probar sus labios fue lo más delicioso que ha tocado mi boca, escucharla llorar en mis brazos me hizo sentir el peor ser humano del mundo.

Respiró hondo, dejando que la brisa nocturna se llevara parte de la culpa.

Ella carga heridas profundas, eso es evidente.

Yo quise ayudarla, pero lo hice de la peor manera.

Por eso huí…

como un cobarde.

Intentó despejar su mente el resto del día, observando los partidos.

Se obligó a aparentar neutralidad, aunque cada movimiento de Valeria en la cancha lo mantenía atento.

Su destreza con el balón lo dejó impresionado; no era solo talento, había disciplina, rabia contenida en cada disparo.

Cuando el equipo ganó, por fin la vio sonreír, apenas un gesto leve, genuino.

Una sonrisa que le removió algo muy dentro.

Ellas se retiraron a los vestidores y él pensó en marcharse también, pero la inquietud no lo dejó.

No la vio unirse a la celebración, y cuando salió del complejo deportivo, la encontró sola, caminando con pasos tambaleantes hacia el parqueadero.

Está agotada, pensó, siguiéndola de lejos.

No quiere compañía, pero necesita apoyo.

Un colega, el director, lo interceptó a mitad del camino.

Lo saludaron rápido y se despidieron.

En cuanto volvió la vista, lo que temía ocurrió:

Valeria se dobló sobre sí misma, cayendo de rodillas contra el pavimento.

El profesor sintió que el corazón se le detuvo.

Corrió sin pensarlo.

—¡Valeria! —gritó, inclinándose a su lado.

Sus manos firmes la sostuvieron por los brazos—.

¿Estás bien?

Ella se obligó a sonreír débilmente.

—Gracias… soy muy torpe.

Él negó, con la voz grave, casi molesta consigo mismo.

—No. Estás cansada. Tu cuerpo no da más. Ven, te ayudo a llegar al auto.

La abrazó por la cintura, sintiendo el peso de ella descansar en su hombro.

El viento soplaba fuerte y, en ese instante, esa fragancia que había impregnado el teatro por la mañana volvió a golpearla:

madera de sándalo y mandarina.

Valeria lo miró de reojo, unos segundos que se hicieron eternos.

¿Podría ser él…?

Pero enseguida negó con la cabeza.

No quería creerlo.

Él notó el gesto, frunció el ceño, sin comprender.

—¿Pasa algo? —

preguntó.

Valeria se apresuró a responder.

—No, señor. No es nada.

Pero ambos sabían que lo era.

Le realicé la curación en sus rodillas con la mayor delicadeza posible, como si mis manos pudieran borrar no solo el ardor de sus heridas, sino también las cicatrices que sospechaba cargaba en el alma.

Después le regalé mi ungüento, no quería que quedaran marcas en esas rodillas que, a mi parecer, eran demasiado hermosas para ser lastimadas por un simple partido.

Ella se marchó, y la vi alejarse con ese andar tembloroso, cargando algo más que cansancio físico.

Cerré la puerta de mi auto con un suspiro pesado.

Yo también necesitaba irme, necesitaba huir de esa sensación que me estaba desarmando por dentro.

La conduje de regreso a casa, sin música, sin distracciones.

Solo el eco de mi mente repitiendo una y otra vez su nombre.

Valeria.

¿Qué estaba haciendo conmigo esa chica?

No lo entendía.

No era normal.

No era profesional.

No era correcto.

Y sin embargo, cada vez que intentaba racionalizarlo, más me enredaba en su misterio.

En cuanto llegué, me deshice de la ropa y me metí bajo la ducha.

El agua caliente me recorrió la piel como un intento de purificación, como si pudiera limpiar la imprudencia del teatro, el beso robado, la desesperación en su llanto.

Cerré los ojos y apreté los puños contra las baldosas.

Lo arruinaste, López.

Lo arruinaste desde el principio.

Me quedé allí más tiempo del necesario, hasta que el vapor empañó los espejos.

Al salir, envolví mi cintura con una toalla y fui directo a la cocina.

Tal vez la comida aplacaría el desorden que llevaba dentro.

Revisé la nevera:

dos tacos de birria, los mismos que Valeria me había traído el día anterior.

Sonreí sin querer, solo de recordar su rostro serio y desconfiado entregándome el plato, mientras intentaba ocultar su timidez bajo un disfraz de formalidad.

Puse los tacos en el sartén y esperé hasta que el aroma inundó la cocina.

Los comí lentamente, como si al hacerlo pudiera sentir un pedacito de ella en cada bocado.

Y entonces, como un rayo, me golpeó la idea:

debía devolver el plato.

Pero no podía ir con las manos vacías.

Tomé mis llaves y salí.

La panadería más cercana aún estaba abierta; en el mostrador, una caja de macarons de colores me llamó la atención.

Supe en el acto que eran perfectos.

Algo dulce para equilibrar la vida, algo ligero para que no pensara que mis intenciones iban más allá.

Al salir, me encontré frente a una floristería.

Dudé unos segundos, pero terminé entrando.

El ramo me eligió a mí:

flores frescas, vibrantes, con un aroma suave y delicado.

Sí, eran para la madre de Valeria.

Ella había tenido la gentileza de abrirme las puertas de su casa a través de la comida, y yo quería corresponderle con algo que hablara de gratitud y respeto.

Conduje de regreso con las compras a mi lado, como si fueran un recordatorio de lo que estaba a punto de hacer.

Aparqué en el garaje, bajé del auto y guardé el plato en una bolsa.

Miré la caja de macarons y el ramo, y sonreí con una mezcla de nerviosismo y entusiasmo.

Suspiré hondo, apreté las llaves en mi mano y salí en dirección a la casa de Valeria.

Cada paso que daba hacia esa puerta me parecía el inicio de algo que ni yo mismo estaba preparado para enfrentar.

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